Salvatore Giuliano
Un gran film que transforma a cada espectador en un creador
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SALVATORE GIULIANO (ídem, Italia, 1961), producción Lux-Vides-Galatea presentada por AAA; libreto de Rosi, Cecchi d'Amico, Provenzale y Solinas; fotografía: Gianni di Venanzo; música: Piero Piccioni. Intérpretes: Frank Wolff (Pisciotta), Salvo Itandone (el juez), Max Cartier (Francesco) y paisanos no profesionales de Sicilia. Director: Francesco Rosi.

Es una vasta encuesta sobre las guerrillas y la muerte de Giuliano, una obra que exige lucidez y reflexión histórica de cada espectador. Los hechos no están explicados; de entrada, Rosi desestima cualquier método novelístico de narración y exhibe a Giuliano muerto en un pequeño patio. Describe la orientación de su cuerpo, sus ropas, sus heridas: esa minucia es reservada sólo para el cadáver; en el resto de la obra, Rosi observa al guerrillero sólo en planos generales, envuelto por su corte de lugartenientes e identificaba nada más que por su guardapolvo blanco.
El film está desdramatizado hasta el ascetismo; el realizador ha resuelto la historia con una serie de flashes sobre las luchas de Giuliano, su muerte y al proceso ulterior: alrededor de esas tres grandes respiraciones se agitan las encuestas, las preguntas a los testigos, los interrogatorios de la prensa, las venganzas contra los delatores, sin atención a la continuidad temporal y sólo preocupándose de que el espectador tenga en sus manos todos los datos sobre la atmósfera y las costumbres de Sicilia. Lo que Rosi quiere de su público es compromiso, de tal modo que la verdad sobre Giuliano no está en el film mismo (no lo está explícitamente), sino en quienes ven el film.
Los datos son éstos: A mediados de 1943, Sicilia queda libre del dominio nazi, y sobre las ruinas de la guerra se agita un movimiento separatista a cuya cabeza está Salvatore. Pero no por su propia cuenta: de algún modo, él es a esa altura un instrumento de los aristócratas de la isla, un chivo emisario que pelea sin saber por qué. Entre junio del 44 y marzo del 46, Giuliano derrota tres veces a las fuerzas romanas de represión y se hace fuerte en las montañas próximas a Montelepre.
La orden de amnistía lanzada en 1943 no alcanza al guerrillero: hay crímenes no políticos sobre sus espaldas y le es forzoso seguir en la clandestinidad. Ya entonces está liberado de la influencia aristocrática, pero la mafia empieza a usarlo como hombre de choque, como punta de lanza por el poder. El gobierno italiano se inquieta y envía más tropas para reducirlo. Es inútil. Giuliano ya ha difundido un programa político, se ha erigido en "rey de Montelepre" y domina por el terror.
Cuando comienza a decaer, es porque se ha vuelto un toro ciego: el 1º de mayo de 1947 ametralla a una manifestación comunista en Portella della Ginestra, sin que todavía se sepa qué sentido tuvo aquella matanza. Entonces, el gobierno desiste de la guerrilla, apela a las delaciones, al soborno, y termina cercándolo en una casa de Castelvetrano. Es el 5 de julio de 1950, y el brazo derecho de Giuliano, Gaspare Pisciotta, se confiesa responsable de su muerte.
Ante ese aluvión de datos, Rosi tomó el camino más áspero: elaboró una crónica minuciosa, despojada de todo patetismo, en la cual la verdad aparece como un mito; a cada personaje, a cada situación, corresponde una verdad de esencia dialéctica, una verdad según la cual el hombre y los hechos son los que son pero también lo que se sabe de ellos. Toda la puesta en escena está al servicio de esa intención. Rosi trabaja con visiones de conjunto en las que hay varios centros de interés dramático, y tiende a que cada toma acumule datos políticos, costumbristas, inclusive económicos, además de los meramente narrativos. Pero el film es explosivo no solo por el lenguaje sino también por la violencia de lo que dice.
Rosi tiene 40 años (nació en Nápoles, 1822), fue asistente de Antonioni y de Visconti, realizó 2 obras en colaboración ('Camicie rose', 1952, con Goffredo Alessandrini; Kean, 1956, con Vittorio Gassman) y otras 2 por su cuenta (El desafío, 1958; Los maleantes, 1959), pero sólo en Salvatore Giuliano ha podido mostrarse como un creador auténtico. Es un devoto de la objetividad, y esta vez supo transferir esa devoción a la espléndida fotografía de Di Venanzo y a la interpretación increíblemente vital de sus actores no profesionales. Quiere que sea el espectador quien colabore con él en la tarea de analizar la realidad y de buscar la verdad dentro de ella. Esa actitud ética (que es también, por cierto, una actitud estética) se fortalece en Salvatore... por la áspera poesía del lenguaje que Rosi ha usado. Parece suficiente para ubicarlo entre los grandes de un cine (el italiano) que cada día se engrandece más.
PRIMERA PLANA
7 de mayo de 1963

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Salvatore Giuliano