Revista Confirmado
04.06.1965 |
Hace unos 100 años, entre 1862 y 1863, en la sinagoga de los
rabinos de Ziomir, la representación de Sérkele, una pieza
primitiva, daba origen al teatro judío. En 1965, Buenos
Aires podrá asistir a una nueva representación de Sérkele,
en versión del Teatro Estatal Judío de Varsovia, en su
primera visita a América.
Como el teatro japonés, como el primitivo teatro griego,
como las representaciones más antiguas del teatro occidental
europeo, prejuicios y tradiciones pusieron barreras para esa
criatura nacida de la cálida necesidad expresiva del pueblo
judío en Europa. En sus comienzos, los papeles femeninos
estaban a cargo de hombres: los padres judíos prohibían a
sus hijas subir a un escenario, lugar considerado
pecaminoso, si no diabólico.
La vigorosa raíz popular de este teatro y el consecuente
empleo del idisch, dialecto despreciado por sectores
religiosos judíos, creó otra causa de dificultades. Pero las
de orden externo fueron a menudo las más graves: perseguidos
por prohibiciones gubernamentales, como la de 1883 en Rusia,
cada vez que el antisemitismo reverdeció en algún país, el
teatro judío debía eclipsarse.
En cien años tuvo sin embargo un desarrollo notable. Aquella
Sérkele, pieza de intriga a la manera de Plauto, con
intermedios cómicos, canciones y danzas, que escribió
Salomón Ettinger en el siglo pasado, tuvo sus seguidores en
toda Europa y en Estados Unidos, entre quienes Goldfaden,
llamado "el padre del teatro judío", fue el primero
importante. Todos los grandes escritores en idisch crearon
piezas o fueron adaptados al teatro: Isaac León Peretz.
Scholem Aleijem, Gordin y otros. Algunas memorables figuras,
como la del torturado Franz Kafka, contribuyeron igualmente
a ese desarrollo.
Una mujer, Esther Rachel Kaminska, cuyo nombre preside hoy
la vigencia del elenco de Varsovia, tuvo un gran éxito a
comienzos de siglo, con Mirele Efros, del norteamericano
Jacob Gordin. Desde entonces, la capital polaca fue sede de
un gran movimiento escénico en idisch. La hija de aquella
notable intérprete, Ida Kaminska, se convirtió a su vez en
una gran trágica. Nació en Odesa, mientras actuaba su madre
en esa ciudad rusa, y se inició en la opereta, muy joven
todavía, hacia 1918. Tras una gira por Rusia, regresó a
Varsovia en 1920 y fundó con Sigmund Turkow el Teatro del
Arte de Varsovia (Vikt), donde por primera vez Sérkele fue
representada por actores profesionales. En Rumania, en la
Unión Soviética, en Checoslovaquia, en Estados Unidos, el
teatro judío acumuló una acelerada historia. Buenos Aires
aplaudió muchas veces a dos grandes figuras: Jacob Ben Ami y
Mauritz Schwartz, cuyas giras se repitieron año tras año
durante un prolongado período.
En su teatro de la capital polaca, Ida Kaminska interpretó
en idisch obras de Moliére, Ibsen, Romain Rolland,
Dostoievski y Lope de Vega, además de las propias del
repertorio judío. La Segunda Guerra Mundial la sorprendió en
Lvov, pero reapareció en Varsovia hacia 1948, año de la
fundación del Teatro Estatal Judío de esa ciudad, que ahora
llega a Buenos Aires para actuar en el Teatro Argentino
desde el 8 de este mes. Ella misma lo dirige desde su
creación: a través de su personalidad se advierte una
continuidad espiritual con la trayectoria de su madre.
Indudablemente, las piezas del repertorio tradicional judío
reflejan la realidad vivida en Europa por ese pueblo.
Personajes característicos de la vida del ghetto; figuras
que encarnan elementos tradicionales; las características
limitaciones, sobresaltos, alegrías y espiritualidad de los
judíos europeos de la preguerra, son la materia de esas
piezas, que se unen a las del teatro universal.
Entre el 8 de junio y el 4 de julio, además del venerable
clásico Sérkele, subirá a escena también 'Los soñadores de
Kapzansk', de Mendele M. Sforin, quien emplea la ironía
fantástica para fustigar abusos y prejuicios. La obra
refiere las aventuras de dos hombres (los soñadores) en
busca de una ciudad donde todo funciona sin injusticias ni
abusos y donde esperan hallar la felicidad. Es una manera de
aludir a la búsqueda de lugares donde la vida fuera menos
dura o menos peligrosa, propia de los habitantes del ghetto.
Mirele Efros, de Gordin, siempre en la tradición de la densa
intriga argumental, incursiona, por su parte, en los
conflictos que desatan razones de intereses en el seno de
una familia adinerada. Baruj de Amsterdam, de Chain Sloves,
se ubica en cambio en la otra corriente poderosa de este
teatro: trata la vida de una personalidad judía de gran
relieve, en este caso la del filósofo del siglo XVII, Baruj
Spinoza. Se trata de una pieza fuertemente dramática, cuyo
acento está puesto en las aristas humanas del sutil
pensador.
Las otras dos obras, ya no pertenecen a ese repertorio.
Todos mis hijos, del dramaturgo norteamericano Arthur
Miller, es suficientemente conocida; y Los árboles mueren de
pie, del español Alejandro Casona, fue escrita y estrenada
en Buenos Aires, donde se representó durante varias
temporadas a través de conjuntos diversos.
Alrededor de 40 obras integran el repertorio permanente de
este elenco, entre las cuales figuran las escritas por
algunos autores no judíos que tratan temas judíos: Uriel
Acosta y Meier Azapovich son ejemplos de esta variante.
Los orígenes de esta gira pueden rastrearse en una etapa que
se inició en 1956, cuando el conjunto actuó en Bruselas,
Amsterdam y París, con un éxito que hizo necesarios viajes
ulteriores, que lo llevaron hasta Londres y Berlín. Más
tarde fue preciso actuar en Israel, donde el prestigio del
grupo había generado una lógica expectativa. Un centro de
actividad teatral tan fuerte como Buenos Aires —varios
elencos mantuvieron también la tradición del teatro judío—,
debía llamar naturalmente al Teatro Estatal Judío de
Varsovia.
El nivel de su calidad artística trasciende las fronteras de
una lengua y un espíritu nacidos tras los estrechos muros
del ghetto, y la curiosidad por ver actuar a este conjunto
crece en medios ajenos a los gargarismos del idisch o a las
barrocas e ingenuas astucias de un judío polaco del Siglo
XIX.
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Pie de foto
-Ida Kaminska y Juliusz Berger, en típico melodrama de 1900:
"Mirele Efros"
-El espíritu judío del siglo XIX en "Sérkele", la primera
obra del teatro idisch
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