Una seguidilla de ataques contra radioemisoras y un asalto a
una gran tienda rubrican la tenaz peligrosidad de la
guerrilla urbana que desafía continuamente a la autoridad
Tras once días de silencio —perturbado por las detonaciones
de falsos comunicados que agravaron la angustia reinante en
el Uruguay e hicieron brotar las más peregrinas conjeturas—,
los sediciosos dieron a publicidad en la madrugada del lunes
24 su comunicado número 11, cuyo primer punto declaraba
escuetamente que el cónsul brasileño Aloysio Dias Gomide y
el experto agrario estadounidense Claude Fly, los dos
rehenes en poder de la guerrilla urbana, "se encuentran
bien". El segundo punto abría un paréntesis de esperanzadas
expectativas: "No se dictará sentencia sobre ellos mientras
permanezcan integrantes de esta Organización en poder de las
fuerzas represivas y se mantengan las medidas especiales
contra nuestros compañeros recluidos en la cárcel de Punta
Carretas". Los sediciosos, al decretar este compás de
espera, ponían una vez más al Ejecutivo entre la espada y la
pared: así, la vida de Dias Gomide y de Fly parecía depender
de que fueran trasladados a la esfera judicial los
guerrilleros detenidos en dependencias de la Jefatura de
Policía, y que se suspendieran las draconianas normas de
seguridad dispuestas en torno a la sombría prisión que
alberga a 170 insurrectos detenidos en los últimos cinco
años, y ahora privados de toda visita, férreamente
controlados y hasta incomunicados. Algunos optimistas
quisieron suponer que, si estas dos exigencias eran
satisfechas por las autoridades, los rehenes extranjeros
serían "juzgados" y luego liberados, como ocurrió con otros
cautivos de la guerrilla. Resultaba una perspectiva por
demás sonrosada, ajena a la compleja realidad de la
situación. Es cierto que la supresión de garantías
individuales otorgada por el Parlamento, vence el domingo
30: el Ejecutivo ya hizo saber que no pedirá prórroga de
este régimen especial. Por lo tanto, al ser restauradas las
normas constitucionales, la treintena de conspiradores que
se encuentra en manos de la policía y que incluyen al líder
Raúl Sendic deberían pasar a la reconfortante esfera de la
justicia en el término de 24 horas. Así, entonces, se vería
cumplido uno de los reclamos del comunicado número 11.
Pero parece totalmente improbable que se levanten —tal como
lo demandan los sediciosos— las especiales medidas de
seguridad (supresión de visitas, controles rigurosos,
incomunicación) dispuestas en la prisión de Punta Carretas,
un recinto amurallado que se yergue en los lindes del
aristocrático barrio Pocitos, a escasos metros de la rambla
montevideana. Este refuerzo en la vigilancia del penal se
instauró cuando una batida policial en un reducto
guerrillero logró descubrir nueve hojitas de tenue papel de
liar cigarrillos que contenían el mensaje manuscrito
remitido el 5 de agosto por uno de los presidiarios a un
compinche del exterior. La carta, dirigida a un presunto
Mariano, nombre de batalla que tal vez encubra al propio
Raúl Sendic, estaba firmada sólo con la inicial A, que
podría corresponder al ingeniero Jorge Manera Lluveras,
ideólogo del movimiento, preso en 1968, y que en tal caso
tendría dimensiones de verdadero jerarca sedicioso; su
contenido demostraba que las instrucciones a los
secuestradores (ya, estaban cautivos Dias Gomide y Mitrione)
se impartían en forma clandestina desde la cárcel. Levantar
las rígidas medidas de vigilancia tomadas respecto a los
rebeldes sería tolerar que volviese a establecerse una
activa comunicación secreta entre los presos y el exterior;
concesión inaceptable para el gobierno uruguayo. En un
comienzo, algunas mentes fantasiosas llegaron a imaginar que
la carta había sido fraguada por las fuerzas represivas para
usadas en la guerra psicológica que llevan a cabo
paralelamente con los operativos destinados a liquidar la
insurrección. Pero el punto cuatro del comunicado Nº 11
atestigua la veracidad de la misiva enviada por el
misterioso A desde la cárcel, y sin quererlo justifica las
extraordinarias medidas de vigilancia aplicadas a los
sediciosos presos; y también la decisión de las autoridades
de mantenerlas vigentes, pese a las negativas consecuencias
que/ pudieran acarrear a los rehenes extranjeros.
PACHECO ARECO VERSUS SEDICION Resulta bastante difícil
imaginar, a esta altura de los hechos, que el gobierno pueda
aceptar la menor componenda. El punto cinco del famoso
último comunicado rebelde reiteraba que Fly y Gomide serían
inmediatamente ajusticiados si las fuerzas del orden
llegaban hasta los reductos donde se encuentran los rehenes.
Pero las batidas ejercidas por doce mil hombres lanzados a
la calle por policía y ejército siguen arreciando con
obstinada virulencia, sin que influya para nada la
aterradora posibilidad de que un operativo de represión
culmine con la muerte de los secuestrados. Según ciertas
fuentes informativas, ya se han practicado unos quince mil
allanamientos: el cálculo de probabilidades demostraría que
el cerco se estrecha en torno a los secuestradores y sus
cautivos y que se acrecienta el peligro letal para Dias
Gomide y Fly. De todos modos, cabe presumir que los
sediciosos ya descontaban la irreductible posición
intransigente del gobierno. El punto tres del comunicado Nº
11 equivale a "una formal declaración de guerra", según
expresión del vespertino El Diario; en él, los guerrilleros
anuncian que sus jerarcas "han ordenado que se comiencen los
actos represivos contra oligarcas del gobierno, las fuerzas
represivas y los asesores norteamericanos". Pero antes de
publicar este comunicado, ya la guerrilla urbana se había
lanzado a desafiar a las fuerzas del orden multiplicando sus
espectaculares agresiones: en una sola semana atacó —con
diversa fortuna— cuatro bancos, lo que obligó al gobierno a
clausurar a partir del lunes 24 cincuenta y ocho sucursales
bancarias, casi la mitad de las que operan en Montevideo.
Sin embargo, ese mismo día, cinco rebeldes armados con
metralletas se adueñaron del equivalente de 13 billones de
pesos viejos depositados la caja fuerte de una enorme
tienda de artículos de vestir, llamada El Mago y ubicada
en la céntrica Avenida 18 de Julio. Es que, según cálculos
de las autoridades uruguayas, mantener en pie la guerrilla
cuesta muy caro: el equivalente de unos 70 millones de pesos
viejos por mes. El asalto a la tienda preanunciaría una
seguidilla de operativos similares; plantea además una nueva
modalidad sediciosa muy difícil de contrarrestar. Si las
fuerzas del orden no pueden asegurar la custodia de todas
las sucursales bancarias, menos pueden proteger a todos los
comercios montevideanos, a los que sólo queda la ominosa
perspectiva de convertirse en fortalezas defendidas por una
guardia privada, bien provista de armas. El presidente
Pacheco Areco mantiene la calma. A mediados de la semana
pasada aseguró que las elecciones de noviembre de 1971
"habrán de cumplirse sin que las hagan peligrar quienes
desde la emboscada procuran subvertir el orden y las
instituciones". Un día antes había afirmado: "Mi gobierno
seguirá en esta línea de combate contra los delincuentes".
Pero el mandatario conoce las dificultades que afronta. Ese
mismo martes 25 —fecha patria: ciento cuarenta y cinco años
de la independencia uruguaya— dijo a los periodistas
acreditados ante la Casa de Gobierno: "La guerrilla urbana
golpea a veces muy duro y desaparece. Golpea, además, con
una pasión que no ha desarrollado en el mismo grado la
democracia, atacada sin proponer soluciones".
Evidentemente, Pacheco no se conforma ya con dar una imagen
de fuerza, sino que ansía acentuar sus perfiles
democráticos; tal vez por eso subrayó que no iba a pedir al
Parlamento la ampliación del período de vigencia del
artículo 31 de la Constitución, que suprime las garantías
individuales y da facultades omnímodas al Ejecutivo, con los
consiguientes resquemores de la oposición y de la opinión
pública. De todos modos, el marco siempre vigente de las
medidas prontas de seguridad permite al gobierno manejarse
cómodamente en su pugna con la sedición.
INDISCRECIONES DE LA PRENSA "Para tener fichada a toda la
prensa mundial sólo nos falta acreditar a un corresponsal de
La Voz de Andorra, bromeó un encargado de prensa de la
Jefatura de Policía ante la avalancha de periodistas
extranjeros que los secuestros de Mitrione, Dias Gomide y
Fly descargaron sobre Uruguay. Esta brusca notoriedad no
dejó de acarrear contratiempos a policía y gobierno. Uno
de los problemas más gruesos surgió a mediados de agosto,
cuando el influyente Journal do Brasil publicó unas
explosivas declaraciones del comisario y árbitro de fútbol
Alejandro Otero, famoso ex cazador de sediciosos y ahora
jefe de la sección uruguaya de la Interpol. Según Jornal do
Brasil, Otero habría manifestado a sus tres enviados
especiales en Montevideo: "Yo siempre estuve en discrepancia
con los procedimientos policiales violentos empleados desde
hace dos años con los sediciosos presos, de acuerdo con la
línea impartida por la misión estadounidense, cuyo jefe era
Dan Mitrione". Otero agregaba que había previsto la
eliminación de Mitrione por los rebeldes, como responsable
de los métodos violentos utilizados contra sus compañeros
detenidos. Aunque esta declaración fue posteriormente
desmentida por la policía uruguaya, no logró evitar que
trascendiera. Tampoco fue posible cerrar el paso a
ciertos rumores, según los cuales Mitrione pertenecía a la
CIA (Agencia Central de Inteligencia de los EE.UU.). Se
llegó a decir que el policía asesinado había dejado una
cinta magnetofónica grabada antes de morir, en la que
confesaba hallarse a las órdenes de Claude Fly: así, el
inocuo experto en suelos pasaba a figurar como jefe de los
agentes de la CIA en el Uruguay. En este clima enrarecido
por tensas especulaciones detonó el incidente protagonizado
por el periodista español Julio Camarero, enviado especial
del vespertino madrileño Pueblo, arribado al Uruguay a
comienzos de agosto. A mediados de mes, Camarero telexeó a
Madrid una nota espectacular que contenía una entrevista a
un dirigente sedicioso, y donde se anunciaban dos inminentes
golpes de los guerrilleros: el sabotaje a las usinas
generadoras para dejar sin energía eléctrica a Montevideo y
el copamiento de una radio. Apresado el martes 18 en el
aeropuerto de Carrasco, cuando se disponía a volver a su
país, Camarero fue retenido en la Jefatura de Policía. Las
autoridades estimaron en principio que la entrevista había
sido fraguada. Pero, tres días más tarde, cuando la
policía se aprestaba a liberar al periodista español, cinco
conjurados interrumpieron —a punta de metralleta— la
programación de Radio Rural y lanzaron una proclama que
salió al aire durante noventa segundos, el tiempo que tardó
un operario situado en la torre de emisión para sabotear la
emisión. Con este golpe se agravó la situación de Camarero:
parecía ya evidente que había logrado contactar a un líder
de la guerrilla y que éste le había brindado datos
fidedignos. El español insistió en guardar el secreto
profesional prometida para obtener la poco común entrevista
con el jefe rebelde; la policía, ansiosa de datos, intentó
convencerlo de que quebrara su mutismo. Intervino la
Cancillería española y el lunes 24 Camarero abandonaba el
Uruguay, después que el juez de instrucción aceptó su amparo
en el secreto periodístico. Al día siguiente, los
sediciosos demostraron otra vez cuan bien informado estaba
el periodista español: colocaron bombas en Radio Montecarlo
y redujeron a silencio a la emisora. Pero la seguidilla de
atentados se mostró pertinaz: en la madrugada del 26, la
policía frustraba a balazos un intento de copar la planta
técnica de Radio Carve. La breve tendón creada entre Madrid
y Montevideo con el apresamiento de Camarero se diluía sin
dejar rastros; quedaba en pie, cada vez más virulenta y sin
cuartel, la larga lucha del gobierno contra la sedición: una
frenética espiral de terror. Revista Siete Días
Ilustrados 31.09.1970
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El penal de Punta Carretas, donde se alojan 170
guerrilleros, es custodiado ininterrumpidamente por tanques.
El ejercito captura a sediciosos y bloquea las avenidas de
Montevideo. Un policía de inteligencia encuentra fusiles en
un reducto rebelde (arriba, derecha).
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