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Los escándalos de un Pigmalión que lee a Sade sin entenderlo
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Treinta y cinco años son pocos para cargar sobre las espaldas con toda esta andanada de vituperios: erotómano, falso, snob, inmoral, perverso. Y sin embargo, Va-Va los ha aceptado complaciente. "Mis héroes preferidos son aquellos que pelean contra la moral en uso —ha dicho—, aquellos que ignoran o niegan los principios cristianos." Su obra es también eso, una batalla para convencer a los demás hombres de que el placer es la única virtud y el sexo la única belleza sobre esta tierra.
Va-Va, pero para los íntimos. Su nombre completo es Roger Plemianikov Vadim, con rusos y franceses en la sangre. Y aunque así sea, "yo soy un tipo de París, un legítimo enfant du siécle". Nació un 26 de enero y se ejercitó en el periodismo desde los 20 años. Antes, a los 16, había sido actor teatral en los boulevares (El rey Lear, Le faiseur), y después, desde 1949, se apegó al realizador Marc Allégret y lo secundó en todas las obras que él hizo hasta 1956, incluidas las dos en que Brigitte Bardot asomaba como figura de tercer orden (Futures vedettes, 1955; Deshojando la margarita, 1956). Brigitte era entonces su mujer; lo era desde 1952, desde la época en que él trabajaba como reportero gráfico de Paris-Match y a duras penas lograba imponerla como modelo.
Ahora, Vadim arrastra varias famas: la de Pigmalión está explicada por el empeño que él puso en sofocar de celebridad a cada criatura con la cual se casaba, a la Annette Stroyberg que exhibió en Las relaciones peligrosas (1959) y Rosa de sangre (1960); a la Catherine Deneuve que ha torturado en Le vice et la vertu (1963). Otra fama importante es la de hombre de negocios, y nadie que lo haya visto arrastrar en Nueva York a los ejecutivos de la CBS, de la ABC y de la Paramount para crear una cadena europea de cines puede dudar de que esa fama sea justa. En un terreno más personal, su defensa del libertinaje lo ha mantenido siempre en la picota: "en esta vida estúpida, aburrida y angustiosa, en esta vida que forzadamente vivimos, el erotismo es una de las pocas formas posibles de gozo." Ese es su credo, sus diez mandamientos, el impulso que lo mueve a crear. Supuesto que él sea un creador.

Tras la sombra de Sade
La última obra da Va-Va, libertina o no, ha sido una catástrofe. Toda la crítica francesa ha arrojado sobre ella sus adjetivos más restallantes: mediocre, grosera, tediosa, irritante, absurda. Va-Va no se arredra: "el cine no es un arte —ha dicho, defendiéndose— sino un medio de expresión popular."
Esa obra es Le vice et la vertu (El vicio y la virtud) y está basada sobre dos textos malditos del marqués de Sade, publicados en 1797: Justine y Juliette. En el film, Justine tiene una hermana, Juliette, y esa hermana está confinada en un castillo donde ella y otras 30 jóvenes sirven de regocijo a los oficiales del nazismo; sobre uno de esos oficiales se concentra la historia: es un demente, un enloquecido por el poder, un maniático criminal con la suficiente lucidez como para disimular sus relaciones con las SS apenas advierte el triunfo aliado. Justine es su amante, y Justine, aquí, aparece como una alegre colaboracionista, desmesuradamente ambiciosa, una reptante zorra a quien el éxito hace estallar de fiebre.
Se ha dicho que este film expresa lo contrario de lo que expresaba Sade, del mismo modo que Las relaciones peligrosas (ver PRIMERA PLANA, número 11, págs. 43-44) estaba en las antípodas de Choderlos de Lacios: mientras Sade arremetía contra la moral burguesa con denuedo destructor, mientras la devastaba con explosiva furia, Vadim aquí —dice Pierre Billard en Cinéma 63— "no hace sino reforzarla". Y eso, a pesar de la ambición increíble con que Vadim preparó toda esta empresa, preocupándose por que las transferencias de la Francia setecentista a la Francia ocupada de 1943 fuesen minuciosas y los demonios burgueses de Luis XVI se reencarnasen en los demonios nazis; empecinándose también en volver a arrastrar a un escritor famoso en el juego (Roger Vailland) y en concentrar un elenco de notables para que formasen la corte de su Catherine Deneuve (Annie Girardot, Robert Hossein, Philippe Lemaire, Otto Hasse).

Ocho piedras al cuello
Ambición es lo que menos le ha faltado. A principios de 1956, el productor Raoul Lévy le propuso realizar su primera obra, Et Dieu créa la femme (Y Dios creó a la mujer), y Vadim aprovechó la oferta para disparar su primer escándalo. Influido por Al este del Paraíso de Kazan (según confesión personal), sirviéndose del cinemascope y plagiando algunos métodos del Actor's Studio, Vadim liberó la personalidad de Brigitte Bardot, la mostró tal como ella era y como él la conocía íntimamente. Además, la exhibió desnuda, "porque el cuerpo humano es más sobrecogedor cuando uno lo sorprende en su esencia natural".
La puesta en escena influyó sobre otros jóvenes que se ejercitaron después en el cine erótico, sobre Kast, Doniol-Valcroze y Michel Deville: estaba organizada sobre planos largos, con una inteligente utilización del espacio y de los decorados naturales. Pero no fue un éxito comercial en el territorio francés, como Vadim pretendía: apenas pudo envolverse en una celebridad escandalosa. En compensación, el público de USA se enloqueció con la obra y se agitó de tal modo, que las Ligas de Decencia gestionaron su prohibición en varios Estados. Para Vadim, eso era el principio de la gloria.
Al año siguiente, consumó su mejor film, Sait-on jamais? (Sucedió en Venecia), donde al describir lás relaciones amorosas de la pareja humana elaboraba también una exacta pintura de la vida contemporánea. Así como en Y Dios... había lanzado a la Bardot, a Jean-Louis Trintignant y a Christian Marquand, en Sucedió... consiguió metamorfosear a Françoise Arnoul en una actriz compleja y profunda.
Sus obras posteriores repiten sin inspiración la receta de que el erotismo es una puerta de escape pata que el hombre sea más libre, y a menudo envuelven ese dato en una anécdota estragada por el sentimentalismo de las fotonovelas. Así, Les bijoutiers du clair de lune (Armas de mujer, 1059) realizada en España, complica a la Bardot, a Stephen Boyd y a Alida Valli en una anécdota gitana que respira falsedad y conformismo. Así también Le bride sur le cou (Solamente por amor, 1961) implica un fallido ejercicio de comedia a la americana, un ejercicio en el que Vadim parece no haber pretendido nada y en el que la cámara capta cualquier cosa, sin ideas fijas.
En el intervalo, hay dos obras más comprometidas: Las relaciones peligrosas, directo precedente de El vicio y la virtud, que le sirvió a Vadim para demostrar que hay pocos maestros del escándalo tan sabios como él y pocos impostores que se sirvan con mayor desenfado de las geniales (y vitales) rupturas con la moral emprendidas por Sade y Choderlos de Lacios a fines del siglo XVIII; en ese período está también Et mourir de plaiser (Rosa de sangre, 1960), admirable historia de vampiros, en la que Vadim introducía alusiones lesbianas e incestuosas y en las que prodigaba su mejor refinamiento visual; sin embargo, la obra era narrativamente dura, seca, exenta de toda poesía, libre del menor misterio, e importaba sólo por algunos insólitos raptos de crueldad (caricias a murciélagos, detalladas descripciones de vampirismo femenino).
Hace menos de un año, Va-Va puso término a su adaptación de Le repos du guerrier (El reposo del guerrero), la novela de Christiane Rochefort, y hay constancias de que aprovechó sólo el costado erótico de la obra para componer un fresco sensacionalista sin importancia. A esta altura, ya los mejores hombres de la nouvelle vague observan una actitud de franco desprecio hacia él. Pero Vadim ha respondido de todo corazón a ese sentimiento. "Estos tipos —declaró— me odian porque existen gracias a mí. Lo que no soporto en sus obras es que están reservadas a un grupo de íntimos, sin posibilidad de contacto con el público. El milagro del cine es, solamente, su capacidad de difusión."

El folletín y la policía
"Matadme o aceptadme tal cual soy, pero no cambiaré", dijo Sade al final de su vida. Vadim, su falso discípulo, parece dispuesto a todo con tal de ser aceptado. Confiesa que no es un hombre rico, a pesar de que sólo Clouzot recibe en Francia más de lo que él recibe (200 mil dólares) por un film. "En todos estos años no he podido
comprarme un departamento —ha dicho—. Tengo una Ferrari de segunda mano. Y también un yacht anclado en Saint-Tropez. La gente suele comprarse yachts cuando no sabe qué hacer con su dinero. Yo adquirí el mío cuando carecía hasta de lo indispensable para comer."
Ahora quiere convertirse en empresario, en un gigantesco exhibidor europeo, y ha declarado su voluntad de no filmar ninguna obra hasta 1965. "Debo quedarme quieto y escribir. Es necesario que encuentre un nuevo lenguaje".
Pero eso de la quietud es una impostura cantada. En estos días, Va-Va inició la adaptación de una novela de Georges Simenon, El cuarto oscuro, y se prepara para realizar un film sobre las aventuras de la marquesa de los Angeles, una heroína de historieta. Esta historia de la marquesa será, después de Rosa de sangre, su segundo ejercicio de época: pero aquí el tema es resueltamente aventurero, plagado de acción y de muertes. Su heroína, perseguida por Luis XIV, habrá de caer en manos de los piratas y será consecutivamente vejada por ellos, por carceleros, por soldados, por jeques árabes y por presidiarios. Es casi una ironía que, después de eso, Vadim haya dicho que deseaba que semejante obra fuese "un film histórico realista".
Ya tiene contrato firmado para realizar La marquesa: se le pagarán 89 millones de viejos francos (unos 180 mil dólares) por la faena. Eso le ha permitido afirmar que "no me importa el dinero; sólo me sirve para defenderme".
Transformado en un buen burgués, ya casi no tiene de qué protegerse. Hace cuatro años, todavía soñaba doradamente con la posibilidad de ser encerrado en la torre del castillo de Vincennes, la torre donde Sade estuvo prisionero. Ahora, esa posibilidad se ha esfumado. Es célebre, tiene una estruendosa fama de Pigmalión, y no queda un solo crítico que lo confunda con un auténtico creador cinematográfico. Se alimenta del escándalo y por eso sobrevive.
PRIMERA PLANA
30 de abril de 1963

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Vadim
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