Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Quino, humorista y algo más

Parece un personaje escapado de sus propias historietas: alto, flaco, angelical, prolijo, accionado por intermitentes ráfagas eléctricas, como un dibujo animado. Sonríe casi siempre, aunque no con demasiada convicción. Apenas la necesaria para intentar que su interlocutor se sienta cómodo. "Es una lata esto de la popularidad. Me gusta que me reconozcan por la calle, que sepan quién soy. Pero tiene su lado malo. Por ejemplo, cuando soy presentado a un desconocido, que siempre espera que yo diga o haga algo gracioso". La culpa la tiene Mafalda, quien le dio una fama que él preferiría merecer por alguno de sus dibujos anteriores.

Todo empezó en Mendoza, una noche cualquiera. Sus padres fueron al cine y dejaron a Quino y sus dos hermanos al cuidado de un tío, dibujante publicitario. "Fue para mí como un espectáculo de magia, de prestidigitación. Poder dibujar como él fue, desde ese momento, mi mayor aspiración". Tenía 3 años.

Ahora, a los 35, todavía tiene dudas. "Estoy conforme, en general, con mis ideas humorísticas, pero al dibujo le falta. No sé qué, pero me siento un poco limitado. El problema se agravó en los últimos años. Trabajé casi exclusivamente para diarios y alrededor de un personaje: Mafalda, su familia, sus amigos. Los quiero mucho, pero me han quitado libertad. No es muy fácil de explicar."

Tampoco es fácil convencerlo de que es uno de los humoristas más importantes del país, y de que el nacimiento de Mafalda, en 1962, significó —significa— todo un acontecimiento en el periodismo argentino. Desde entonces publicó 897 tiras en el diario "El Mundo" y dos libros (8 ediciones) de la editorial Jorge Álvarez.
Para pulir su dibujo hizo muchas cosas: dos años de Bellas Artes en Mendoza ("Me aburrí de las materias teóricas"), transitar por los talleres de Batlle Planas y Urruchúa. "Con el primero conseguí que mis monos fueran más compactos, que estuvieran armados con una estructura más sólida; con Urruchúa ingresé en la magia del color, pero salí mal parado. Fueron vanos los intentos del maestro por aportar colores claros a mis pinturas: invariablemente terminaba utilizando la sombría gama de los grises y los negros."

Bastante de esta filosofía es, también, patrimonio de Mafalda. Su angelical lucidez le basta para desbaratar todos los argumentos con que los padres y sus amiguitos pretenden justificar las contradicciones de la vida cotidiana. Quino lo sabe porque es un minucioso observador. "Es, tal vez, una forma inconsciente de recoger bibliografía. Pero también me preocupa mucho la actualidad en todo el mundo". Para conseguirlo se nutre ávidamente en los diarios que cada mañana, junto con el desayuno, le trae su mujer a la cama. "Alicia se levanta a las 6 y media o 7 y siempre antes de ir a trabajar —es doctora en Química y trabaja en Energía Atómica—, repite la misma ceremonia".

Luego de leer todo lo referente a política internacional, historietas, cine y música —en ese orden—, ojea el resto y a las 9 se sienta frente a la mesa de dibujo, contagiado sin saberlo del 'ostinato rigore' que Galileo exigía de los artistas. "A veces, cuando las ideas tardan en venir, quisiera ser un comerciante que vende cosas que él no fabrica. Me parece mucho más fácil". Cuando sucede lo contrario, se pone a dibujar y a modo de gratificación escucha música. "Desde que descubrí a Los Beatles y puse el Winco sobre la mesa, la radio está muda casi todo el día". Su admiración por los pilosos trovadores de Liverpool va más allá de frecuentar toda su discografía: compra y recomienda a sus amigos las revistas donde encuentra reportajes y fotos del cuarteto, y vio repetidas veces sus dos películas.

El regreso de Alicia al país de las maravillas, donde la esperan Mafalda y Quino, coincide con la hora de la charla, el intercambio de ideas y novedades, la cena antes de ir a un concierto o al cine. "La música es otra de mis pasiones. Desde que ingresé en el universo de las corcheas, pentagramas y claves de sol, me siento menos solo". Ahora que ya se tutea con Bach, recuerda con alguna culpa sus comienzos con la música ligera americana y las obras de Tchaikovsky.

Es difícil hablar de proyectos con alguien preocupado por el problema de la vejez —física e intelectual— y la muerte. Sin embargo, este hombre-niño que a los 18 años se hubiera conformado con pasar en tinta los dibujos de Divito, que se reconoce deudor de Bosc, que admira a Steinberg, que es el padre de la criatura más querida del país, intuye que no está dicha la última palabra. Ahora que Mafalda se tomó unas breves vacaciones, Quino decide volver a su viejo amor: las revistas. Los lectores se alegrarán de que haya sido SIETE DIAS la elegida para esta rentrée, porque todas las semanas tendrán, como ahora en la página de enfrente, una prueba de lo que se ha dado en llamar humor limpio. El suceso, que sin duda descontamos, tal vez ayude a Quino a comprender que más que un humorista es un humanista.

Revista Siete Días Ilustrados
05.03.1968

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba