Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


1945
Estallido de la guerra fría
Revista Periscopio
18.08.1970

A las 8.15 del día 6 de agosto de 1945, una bomba atómica de 20.000 toneladas de TNT, precipitada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima (343.000 habitantes), mató a 66.000 personas, mutiló a otras 69.000 y destruyó o damnificó seriamente el 67 por ciento de la construcción. A las 11.02 del día 9, otra bomba, menor, deflagró sobre Nagasaki causando la muerte de 39.000 personas, heridas graves a otras 25.000 y la destrucción del 40 por ciento de las estructuras de la ciudad. Son cifras oficiales norteamericanas: las japonesas las doblan.
Al día siguiente, 10 de agosto, a las —7 hora de Tokio—, el Gobierno Imperial del Japón cursaba una nota al de Suiza: estaba dispuesto a "aceptar las condiciones enumeradas en la declaración conjunta hecha en Potsdam el 26 de julio de 1945"' en el entendimiento —suponía— de que ello no perjudicase "las prerrogativas de Su Majestad como gobernante soberano". La respuesta aliada, el 11, le quitó esa esperanza, y sólo el 14 se trasmitió de Tokio a Berna el mensaje final.
Se cumplen 25 años desde aquella semana en que el pueblo japonés fue elegido como conejillo de Indias para inaugurar la que después se llamó Guerra Fría o sea la competencia sin solución militar entre las dos potencias extraeuropeas que entonces asumieron la tutela del mundo. La investigación histórica probó con demasía que el Japón ya estaba derrotado, que ya había trasmitido solicitudes de armisticio, y que se hubiera rendido —día más, día menos— sin necesidad de invadir su territorio.
Admitido esto, se torna inevitable decir que el 7 de diciembre de 1940, día de la agresión japonesa en Pearl Harbor, no merece tanto como el 6 y el 9 de agosto de 1945 el dicterio que le aplicó la propaganda de guerra norteamericana: el Día de la Infamia. Es forzoso añadir que todo hombre político, todo intelectual o publicista que olvide la infamia mayor, la comparte.
El debate sobre este punto está agotado, salvo para quienes suponen que ciertas potencias representan necesariamente el bien y no pueden hacer el mal; o, si se quiere, para quienes se atribuyen el derecho a cometer actos que califican como bárbaros si los ejecuta su enemigo circunstancial.
Estos son los principales testimonios de los personajes del drama, recogidos de discursos, memorias o entrevistas grabadas.

Harry S. Truman (Presidente): "La cuestión era si deseábamos salvar a nuestra gente y a los japoneses, así como ganar la guerra, o si queríamos aprovechar una oportunidad de ganar la guerra sin matar a todos nuestros jóvenes. Bueno, diría yo, pregunte a cualquier joven que haya estado allí y vea lo que piensa respecto a eso; él lo reconvendrá y no usará un lenguaje muy amable. . . Todos estos jóvenes de que estoy hablando hubieran sido sacrificados; ellos [los japoneses] únicamente se rindieron porque se lanzaron las bombas" ("Conferencia de prensa).

James F. Byrnes (Secretario de Estado desde el 3 de julio de 1945): "No hubo discrepancia de nadie en el Gobierno para emplear esa bomba. Todo eso es estrategia de café... Cualquier arma que trajera la terminación de la guerra y evitara un millón de bajas entre los muchachos, se hallaba justificada; y estábamos hablando de tratar con la gente que no vaciló en hacer un ataque traicionero en Pearl Harbor, destruyendo no solamente barcos, sino la vida de muchos marinos norteamericanos. Nuestro deber era poner fin a la guerra lo más pronto posible" (Entrevista ).

Henry L. Stimson (Secretario de Guerra): "El [...] error cometido por
los críticos después de la guerra, es la suposición de que la política norteamericana era, o debió ser, controlada o cuando menos influida por un deseo de evitar el uso de la bomba atómica. Desde el punto de vista de Stimson esto habría sido tan irresponsable como el procedimiento opuesto de guiar la política por un deseo de asegurar la utilización de la bomba atómica. Creyó, tanto en ese tiempo como después, que el hecho dominante de 1945 era la guerra y que, por lo tanto, necesariamente, el objetivo dominante era la victoria. Si era posible acelerar la victoria utilizando la bomba no debía ser utilizada... Por lo tanto, la bomba no se trató como un asunto separado, excepto para determinar si debía ser empleada; una vez tomada la decisión la oportunidad y el método del uso de la bomba estaban subordinados completamente al objetivo del triunfo. No se hizo ni se consideró en serio ningún esfuerzo para lograr la capitulación, sólo para no tener que emplear la bomba" (Autobiografía: On Active Service).

General Leslie Groves (Director del proyecto para fabricar una bomba atómica, responsable directamente ante el general Marshall, el Secretario Stimson y el Presidente): "En cuanto a mi posición nunca tuve dudas: estábamos en guerra; el Secretario Stimson me había dado la misión de concluir la guerra, más pronto de lo que hubiera terminado de otro modo, por medio de la bomba atómica y, por lo tanto, de salvar vidas estadounidenses. No era posible que ningún militar principiara a preguntarse si debíamos emplear el arma al tener un encargo en esas condiciones.
"Dije que no podíamos dejar de usar esta bomba porque si no la utilizábamos, se fijarían inmediatamente muchos pensamientos sobre el señor Roosevelt, sobre por qué invirtieron todo este dinero y todo este esfuerzo, y cuando la tuvieron no la emplearon. También habría surgido, tarde o temprano, en una audiencia del Congreso o en alguna otra parte, la pregunta de por qué no lanzamos la bomba pudiendo hacerlo. Y entonces, conociendo la política norteamericana, ustedes saben tan bien como yo que se lucharía en las elecciones sobre la base de que toda madre cuyo hijo murió en tal y tal fecha... su sangre caía sobre la cabeza del Presidente"
(Entrevista).

General George C. Marshall (Jefe de Estado Mayor del Ejército): "Hay un punto que olvidamos y que sinceramente pasamos por alto al hacer nuestros planes; y fue el efecto que tendría la bomba al conmocionar tanto a los japoneses, que podrían rendirse sin desdoro" (Citado por David Lilienthal: The Journals of D.L.).

Almirante William D. Leahy (Jefe del Estado Mayor presidencial ): "Opino que el empleo de esta arma bárbara sobre Hiroshima y Nagasaki no fue de ayuda material en nuestra guerra contra el Japón. Los nipones ya estaban derrotados y dispuestos a rendirse, debido al efectivo bloqueo naval y al eficaz bombardeo con armas corrientes. Mi reacción fue que los hombres de ciencia y otros deseaban hacer la prueba porque se habían invertido vastas sumas en el proyecto. Traman lo sabía y también las otras personas implicadas ... Mi opinión es que, al ser los primeros en utilizarla, habíamos adoptado las normas éticas comunes a los bárbaros en las edades oscurantistas. No se me enseñó en la Academia a hacer la guerra en esa forma..." (Memorias: I Was There).

General Dwight Eisenhower (Comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, de 1943 a 1945): "Expresé la esperanza de que nunca tuviéramos que emplear tal cosa contra ningún enemigo, porque me desagradaba ver que los Estados Unidos tuvieran la iniciativa, introduciendo en la guerra algo tan horrible y destructor como se decía que era esta nueva arma. . . Mis opiniones fueron meramente reacciones personales e inmediatas: no estuvieron basadas en ningún análisis del tema... (Memorias: Crusade in Europe).

Ralph Bard (Subsecretario de Marina de 1944 a 1945) : "Me parecía que con el paso del tiempo, los japoneses se hallaban dispuestos a rendirse. Estaban debilitándose cada vez más. Se encontraban rodeados por la Armada. No podían recibir importaciones ni exportar nada. .. Era muy lógico pensar y esperar que con un aviso apropiado, los japoneses habrían hecho la paz, no hubiéramos tenido que lanzar la bomba ni tenido que hacer intervenir a Rusia y no hubiésemos tenido que darles las cosas que les dimos por cinco días de guerra" (Entrevista).
Contraalmirante Lewis Strauss
(Ayudante especial del Secretario de Marina de 1944 a 1945 y presidente de la Comisión de Energía Atómica, de 1953 a 1958): "Me pareció que esa arma no era necesaria para llevar la guerra a una conclusión con éxito; que una vez empleada, hallaría su camino en los armamentos del mundo.
"Me pareció no solamente que era un pecado, para usar una palabra suave (debería ser utilizada con mayor frecuencia), matar a no combatientes, sino que, si podía hacerse dicha arma, sería mejor que no fuera empleada en una guerra que estaba terminando, para que pudiéramos reservarnos el conocimiento de su construcción y su uso, por si algún día pudiéramos necesitarla para preservar nuestro Gobierno y nuestra seguridad" (Entrevista).

El informe Franck (este documento famoso fue preparado por Leo Szilard —a cuya instancia escribió Einstein su famosa carta a Roosevelt—, apremiando para la fabricación de la bomba; James Franck, premio Nobel de física, y Eugene Rabinowitch, que iba a fundar después el Bulletin of the Atomic Scientists. Hablaron en nombre de un grupo de hombres de ciencia del Laboratorio Metalúrgico de Chicago): "Podría sugerirse que el peligro de destrucción por armas nucleares puede evitarse —cuando menos para este país— manteniendo secreto nuestro descubrimiento por tiempo indefinido, o desarrollando nuestros armamentos nucleares, a tal paso que ninguna otra nación piense en atacarnos por miedo a represalias abrumadoras. La respuesta a la primera sugerencia es que [...] los hechos fundamentales de la energía nuclear son materia de conocimiento común. Respecto a la segunda [...], sólo porque un enemigo potencial temerá ser "superado en armas y en número", la tentación de intentar un golpe repentino y sin provocación puede ser abrumadora para él...
"Las ventajas militares y el ahorro de vidas norteamericanas que se logren con la utilización repentina de bombas atómicas contra el Japón, pueden quedar contrarrestados por la pérdida de prestigio consiguiente y por una ola de horror y repulsión que inunde al resto del mundo, y tal vez, incluso, divida la opinión pública del país [...]. Creemos que estas consideraciones hacen no aconsejable el uso de bombas atómicas para un ataque inicial no anunciado contra el Japón."


DE HIROSHIMA A BUENOS AIRES
"Yo vivía en Kawasaki, ciudad industrial cercana a Tokio; como Avellaneda, diríamos. Tenía 18 años; no, realmente eran diecisiete; es que en el Japón, entonces, cuando llegábamos al mundo ya nos contaban un año; ahora es igual que aquí. Estudiaba en la Escuela Superior de Economía, pero la guerra había interrumpido mis estudios y fui enviado a trabajar a una fábrica.
"Los B29 nos eran muy familiares: diariamente, al escuchar su zumbido letal, corríamos a los túneles. Al salir, sólo podíamos enumerar los frutos de la incursión aérea: cadáveres, incendios, derrumbes, todo envuelto en humo. En esas condiciones, ¿el pensamiento colectivo puede ser normal? Creo que todos estábamos locos. Por otra parte, el Gobierno nos mantenía en una completa ignorancia sobre lo que ocurría en el mundo y en nuestro propio país.
"Se decía, después del 6 de agosto, que sobre Hiroshima había caído una extraña bomba, mucho más poderosa. Pero era un rumor nada más. La propaganda bélica nos tenía sumergidos en una realidad deformada. Ni siquiera puedo decirle cuándo nos enteramos de la verdad. Ya los norteamericanos habían ocupado el archipiélago, convivían con nosotros; pero ellos evitaban el tema, o tampoco sabían mucho más. No lo dudo: la propaganda bélica infectó también a los vencedores.
"Dos años después visité Hiroshima y Nagasaki: sólo entonces comprendí, en parte, lo que había acontecido.
"Todo esto sucedió en medio de una crisis espiritual y moral que no podría explicar a ningún extranjero. Fue la única vez que el Japón se rindió, en sus 2.700 años de historia. El símbolo de esa invencibilidad era el Emperador, ser divino, sobrenatural. ¿Cómo podía él capitular?
"La desmesurada intervención militar en nuestra vida comunitaria había impuesto una forma de vida, unas costumbres, una educación que deformaron las mentes. Dos religiones —el budismo y el shintoísmo— dominaban nuestras almas. El budismo era bueno para todos los hombres; pero el shintoísmo —la creencia en Dios a través del Emperador— era exclusivamente nuestro.
"La familia imperial no ha perdido el respeto de la Nación; simplemente, ya no necesita el atavismo que la sacralizaba. Todo el cuadro de la conciencia religiosa se ha modificado de una manera muy compleja. El Emperador continúa siendo un símbolo, pero ya desprovisto de todo sentido metafísico.
"Hemos pagado un precio muy alto para reincorporarnos a la comunidad de las naciones y para borrar de los espíritus las brumas de la alienación. Un mundo se derrumbó para nosotros; pero ha surgido otro, en el que ocupamos uno de los primeros puestos, y esta vez nuestro esfuerzo no está manchado por el espíritu de conquista. En el Japón tenemos un proverbio: "El remedio amargo hace más efecto que el dulce." Eijiro Goto, 42, tres hijos, ejecutivo de Mitsui Argentina, dos meses de residencia.

EL OCASO DE UN DIOS
"Muy bien, el señor periodista insiste en que le hable de Picadón. Y hablaré. ¿Se ríe? Seguramente le sorprende esta palabra, ¿verdad? Bueno, también se sorprendería un purista de la lengua japonesa; pertenece a la jerga popular y alude a la más notoria característica de la bomba atómica: primero brilla (pica), después explota (dón).
"Yo no conocí personalmente a Picadón. En 1945 estaba a 100 kilómetros de Nagasaki en línea recta: en la base de la isla de Goto, donde prestaba servicio con el grado de teniente. Fui convocado poco tiempo después de iniciadas las hostilidades y tuve que abandonar la Universidad de Osaka —mi ciudad— donde me había propuesto la licenciatura de Economía.
"Firmada la paz, volví a Tokio, pero seguí bajo banderas. Mi itinerario, en el viaje de regreso no pasó por las ciudades bombardeadas. No diré que fue una lástima. Pero en aquel tiempo, no teníamos noción alguna sobre radiactividad.
"No era para menos, señor. Piense que una tradición de muchos siglos se diluía en contados segundos. A esto debe sumarse la abolición de la divinidad imperial. Le aclaro: cuando el Gobierno informó oficialmente sobre la condición humana del Emperador —creo que fue el 1° de enero de 1946—, ya el pueblo se había percatado de que todo fue una fantasía urdida por la casta militar. Dos hechos saltaban a la vista: la rendición misma y la visita que hizo el Emperador al general Mac Arthur. Si no pertenecía a este mundo, ¿cómo podía trasladarse para saludar a una personalidad extranjera?
"La imagen impuesta, hierática, sin la más leve expresión, se transformó de pronto en una figura sonriente, con gestos sencillos y cordiales. Quienes lo veían en los actos oficiales, o en las fotos de los diarios, ya no podían suponer que era Dios, sino un japonés como cualquier otro. Ahora pensamos en él como en un ser elegido, singular, pero terrenal. La vida del Japón se transformó profundamente en todos los órdenes, pero se conserva el respeto a las más puras tradiciones del pueblo.
"Por último, pretendo ser muy representativo en lo que voy a decirle: no ha quedado rencor en nuestro espíritu; los norteamericanos son un pueblo con el que a veces nos entendemos y otras no; la inmolación de Hiroshima y Nagasaki es para nosotros una acción de guerra, nada más. Estoy seguro de que así piensa la mayoría de mis conciudadanos."
Hiroshi Kikawada, 50, dos hijos, gerente general de Mitsubishi Argentina srl.

RECUERDOS BARRIDOS
"Soy oriundo de Hiroshima. Es una ciudad entregada a las actividades mercantiles: siempre fue así, sin duda por su posición geográfica. Todos éramos comerciantes; yo no hice otra cosa en la vida que vender. Fíjese que hasta en el Ejército seguí con mi profesión, en cierto modo: me destinaron a un depósito de víveres, y me pasaba todo el día despachando mercaderías. Una feliz coincidencia.
"En 1948, cuando decidí emigrar, al llamado de un pariente que tenía negocio en la Argentina, durante la travesía pensaba en mi futuro trabajo. Sinceramente, no sabía hacer otra cosa que vender. ¿Cómo podría desempeñarme, sin conocer el idioma? Sin embargo, todo fue bien: mi primo me tomó como empleado, poco tiempo después me habilitaba —como dicen ustedes— y ahora soy su socio junto con otro hermano que llegaría un año más tarde.
"Somos los únicos miembros de la familia: los demás han muerto. Qué le puedo añadir, ya está dicho todo.
"Ese día, el 6 de agosto, Hiroshima estaba despreocupada y alegre: los sobresaltos del tiempo de guerra habían devenido rutina. Yo me encontraba al aire libre. De pronto un resplandor y un calor terribles bajaron del cielo. La explosión me ensordeció, me cegó, a tal punto que todo se ha borrado de mi memoria. Usted puede contarlo mejor que yo mismo, ¿comprende?
"De mis familiares, nunca más supe nada. Ni siquiera del barrio, de la calle. Todo desapareció como si un dragón —con sus lenguas de fuego— derritiera casas, hombres, animales, árboles en una desolación atroz. Mi hermano se salvó porque estaba en Okinawa. Si ahora que estamos charlando, de un momento a otro desapareciera todo lo que nos rodea y nos quedáramos solamente nosotros dos, convertidos en monstruos aullantes, piénselo, algo así ocurrió en Hiroshima.
"Mi hermano se salvó porque estaba en Okinawa; yo, no sé por qué. Después, cuando embarqué, y se sabía que era de Hiroshima, me aislaban como a un leproso. Yo me enteré de lo que era la radiactividad cuando ya había llegado aquí: en el Japón nos ocultaban la verdad. En todo caso los sobrevivientes vivimos una triste experiencia. Es una especie de infierno terrenal: ¿está bien dicho?
"No creí que el Japón se rindiera, ni siquiera después de la bomba; nos azuzaban, todavía, para luchar con más entusiasmo cuanto mayor fuese la desigualdad de las armas.
"Quizá vuelva un día a pasear por las islas; pero no llegaré a Hiroshima. ¿Para qué? No tengo nada allí, ni un recuerdo. Aquí me he casado y mi hogar echó raíces."
Tiroshi Miyamoto, 56, tres hijos, comerciante.

EL FIN DEL PREJUICIO
"No, nunca estuve en Hiroshima ni en Nagasaki. No fue por temor a la radiactividad, sino que nunca se me presentó la ocasión propicia. ¿Si no me sentí tentado de conocer por mí mismo lo que se hizo con esas dos ciudades? Puede que sí; pero tenía otras cosas que hacer, más urgentes.
"Concluida la guerra seguí estudiando en la Universidad de Tokio, mi ciudad natal: tenía 21 años y la carrera a medio terminar. En el futuro, sólo se divisaba un futuro incierto. Pero ya sabíamos que sería preciso trabajar duro, sin tregua, sea en las aulas universitarias como en el taller o en el mar. ¿Viajes de estudio? ¿Turismo? No estaban a mi alcance.
"Me había incorporado al Ejército en el último año de la guerra; servía en la guarnición de Chiba, cerca de Tokio. Las conversaciones, entre soldados, eran todas «subterráneas»; no podían subir a la superficie, abarcar la realidad. Oí decir que el enemigo ensayó una nueva arma contra Hiroshima y Nagasaki, pero ni yo ni mis compañeros podíamos imaginarnos de qué se trataba. Tal vez fuera una congénita indiferencia; la curiosidad fue siempre mal vista en el Japón.
"Conservo, de aquel tiempo, una confusión abrumadora. En la Universidad, discutíamos el futuro. ¿Qué orientación tomaría el nuevo Japón? Se inclinaría a la izquierda? Nos encogíamos de hombros: el país había perdido el rumbo, la brújula estaba en otras manos. Sólo nos preocupaba saber si el país volvería, con el tiempo, a armarse. Eran muy pocos quienes lo deseaban.
"El shintoismo no es, ahora, sino un conjunto de tradiciones que nos permiten expresar nuestro respeto a los mayores. Las bodas, por ejemplo, se celebran bajo el rito shintoísta. Pero hoy el voto que elevamos al Señor se conjuga con la paz universal: es el mayor anhelo de nuestro pueblo.
Yoshio Hayase, 46, dos hijos, subgerente general de Mitsubishi Argentina, srl. (Testimonios recogidos por Pedro O. Ochoa)

 

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Hiroshima todavía estaba así en 1948

Hiroshima en 1970

Más de cien mil sobrevivientes fueron conejillos de indias

 

 


Hayase

Kikawada

El hongo atómico