Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


2001
Así habló Stanley Kubrick

Revista Primera Plana
22 de octubre de 1968

Dentro de un par de semanas, Buenos Aires podrá acercarse a una de las pocas obras geniales de que pueda vanagloriarse el cine: 2001, odisea del espacio. Su realizador, Stanley Kubrick, concedió sólo tres reportajes para hablar de esa obra maestra; a la revista Playboy (de USA), al semanario francés Le Nouvel Observateur, y a Primera Plana. El Secretario de Redacción Ernesto Schóó consiguió, la semana pasada, sustraerlo durante hora y media de su retiro monacal en Borham Wood, cerca de Londres.

Es alto, cargado de hombros y, pese a la barba que termina por envolverle toda la cabezota redonda en una especie de aureola de pelo —a ratos canoso—, no deja de tener el aire de un bebé prematuramente envejecido, inflado. A los 40 años, mientras hace descansar por un momento sus ojos saltones en el césped que agotó a generaciones de pacientes jardineros ingleses, Stanley Kubrick puede anotar, en 17 años de carrera cinematográfica, varios films que pertenecen a la historia; Casta de malditos, La patrulla infernal, Doctor Insólito, y, ahora el más ambicioso y logrado de todos, una auténtica puerta hacia el cine del mañana, 2001: odisea del espacio.
El césped rodea, como un estuche impecable, la mansión donde Kubrick eligió descansar de los ajetreos de 2001. Es en los alrededores de Londres, no lejos de los estudios británicos de la Metro, en Borham Wood: esos estudios cuyos portones hacía clausurar celosamente el director mientras filmaba. Nadie podía ver lo que allí se estaba haciendo, "y esto engendró —recuerda Kubrick, disimulando como puede un bostezo— una serie de rumores: que el film nunca se iba a terminar, que la inversión era colosal y, en resumidas cuentas, un desperdicio". La cuota de chismes aumentó cuando Stanley se marchó sigilosamente a USA, sin mostrar ni un fotograma de lo que hasta entonces había realizado: y fue en Hollywood, también dentro de la más estricta clausura, que se pergeñaron los prodigiosos efectos especiales (de los 10 millones y medio de dólares de presupuesto, 6 millones se insumieron en esos trucos) que dan a 2001 una fisonomía única en el género de la ciencia-ficción o de la ficción a secas.
Lo curioso es que —y Kubrick lo reconoce, con un leve cabeceo que le agita el flequillo ralo— en ningún momento se deja de advertir que son trucos, pero efectuados con tan diestra tersura que hacen aparecer ridículos los mecanismos balbucientes que George Pal construyó, por ejemplo, para 'La guerra de los mundos', o los que han acordado inmerecida fama en ese campo a los cineístas japoneses. Es como si las ilustraciones de las historias de Julio Verne se animaran de pronto y, sin dejar de ser fantásticas, por su propia extrañeza terminaran empapándose de realidad, de una realidad ambiguamente más poderosa que los cohetes o las cápsulas verdaderos, modelados en los Estados Unidos o en la Unión Soviética.
¿Por qué se deslizan estas máquinas por el espacio, en el film, al compás del Danubio azul? La única sonrisa de la entrevista se abre camino entre el bigote y la barba del creador: "Estábamos en el cuarto montaje y el compaginador de pronto me dice: «Parece que las astronaves bailaran el vals». ¿Y cuál es el vals por excelencia, el rey de los valses? El Danubio azul. Cuando apliqué música a las escenas de vuelo, comprendí que ninguna partitura electrónica podría haber expresado la majestuosa elegancia con que ruedan esos artefactos como el vals de Johann Strauss: y también descubrí que completaba, de alguna manera, el sentido naif que esas escenas tienen, a pesar de todo".

El artista adolescente
Kubrick es hijo de un médico del Bronx, en Nueva York, que vive siempre en el mismo lugar y sigue ejerciendo su profesión. Fue el padre quien le reveló a un Stanley de 13 años, que hasta ese momento había querido ser baterista de jazz, las posibilidades de la imagen, al regalarle en su cumpleaños una cámara Graflex.
"Yo era tímido, introvertido —gruñó el director—, y me volcaba entero en la fotografía; era mí manera de comunicarme con el mundo e ir descubriéndolo." Dos meses antes de graduarse en el Taft High School, en 1945, fotografió a un vendedor de diarios que lloraba en la calle, enredado en las noticias de la muerte de Franklin Delano Roosevelt. Mandó la foto a la revista Look, se la publicaron y le pagaron 25 dólares: meses después ya figuraba instalado en el elenco estable de la publicación como uno de los fotógrafos profesionales más jóvenes del mundo. Y uno de los mayores.
"Como eso no me alcanzaba para vivir y soy un buen jugador de ajedrez, sacaba una extra por cada partida que accedía a jugar en Washington Square, a razón de 25 centavos de dólar." Por ese entonces se le ocurrió el primer film documental sobre el boxeador Walter Cartier, que le costó 3.900 dólares y que por 100 menos terminó por vender a RKO-Pathé. Hubo otro corto del que prefiere no acordarse, y por fin, en 1950, con 20 mil dólares que le prestaron sus padres y unos tíos, abandonó Look y emprendió la aventura del primer largo, Fear and Desire, la historia de cuatro soldados que quedan atrapados detrás de las líneas enemigas.
Durante la guerra de Corea, ningún distribuidor comercial lo aceptó, "y aunque pienso Que es un film pretencioso y fallido, hizo una carrera bastante honorable en los circuitos marginales de los cines de arte, tuvo buenas críticas y me devolvió lo que había invertido en él". En ese momento llegan cuatro enormes paquetes de libros que, a duras Penas, un mucamo introduce en la biblioteca. "Más sobre Napoleón"; anuncia Kubrick, satisfecho, sumergido ya en su próximo film.
Por eso le cuesta un poco hablar de 2001 y se muestra reticente: "Ya pertenece al pasado —informa—; no quiero pensar más en él". Pero tampoco le gusta anticipar nada de su Napoleón, y mucho menos si se le pregunta si tendrá algo que ver, en lo espectacular, con Espartaco. No es improbable, de todas maneras, que retome su tema favorito: el hombre debatiéndose con fuerzas más poderosas que él mismo y que son su propia obra. El honor y la disciplina en La patrulla infernal; la fisión del átomo reduciendo el globo a migajas en Doctor Insólito; la computadora Hal, que —también por razones de honor y disciplina— mata a un astronauta y se dispone a eliminar a otro, en 2001. Y, sin embargo, ¿podría hablarse de un pesimismo a la manera de John Huston (Moby Dick), frente a las creaciones de Kubrick?
Él sostiene que no, que no es pesimista y que confía, finalmente, en el triunfo de la razón, a pesar del aire nietzscheano de su obra, de sus invocaciones a Zaratustra. "Nada de mensajes —se defiende—, por lo menos en lo que comúnmente se entiende como tal. 2001 no es un mensaje, es una experiencia visual. Sobre las dos horas y 19 minutos de duración, hay poco menos de 40 minutos de diálogo. Yo he pretendido que la experiencia golpee al espectador en un nivel de la conciencia tan profundo como aquel adonde llega la música." Kubrick se niega obstinadamente a dar su propia versión de lo que el film podría significar; "No, no, ni pienso trazar un mapa verbal que obligue a cada espectador a seguirlo. Justamente, creo que si 2001 de alguna manera tiene éxito, es porque alcanza a una cantidad de gente que jamás ha dedicado un pensamiento al destino del hombre en el cosmos y a su relación con más elevadas —y todavía incomprensibles— formas de vida".

Las otras vidas
¿Qué son esas más elevadas formas de vida? ¿Alude en el film directamente a la existencia de Dios? "Yo diría —recita, lentamente, Kubrick. bañando su mirada intensa, a veces casi demencial, en el húmedo verde del jardín— que el concepto de Dios está en el centro de 2001, pero en el sentido tradicional, antropomórfico. No creo en ninguna de las religiones monoteístas que existen, pero sí en que uno puede construirse una definición de Dios tras considerar que solamente en nuestra galaxia hay unos mil millones de estrellas, que cada una es un sol productor de vida y que tan sólo en el universo visible se han calculado, hasta ahora, unos cien millones de galaxias. Dado un planeta que gire en una órbita estable, ni demasiado frío ni demasiado caliente, y dados unos cuantos miles de millones de años de oportunidad para las reacciones provocadas por la interacción de la energía de un sol y los componentes químicos del planeta, es bastante seguro que la vida, en una forma u otra, eventualmente surja." ¿Pero qué clase de vida?
De pronto, la tarde dorada del apacible otoño inglés, las ráfagas de fresca lluvia que de vez en cuando la atraviesan para hacer más intensos los colores y los perfumes, la casa georgiana de ladrillos, el canto de un pájaro, se disuelven en la voz melancólica, arrastrada, tensa de Kubrick: "Pero el sol nuestro sol, no es en modo alguno una estrella vieja, sus planetas son apenas niños, de modo que parece plausible que haya billones de otros planetas en el universo donde la vida inteligente esté retrasada respecto de la Tierra y otros billortes donde esté al mismo nivel, y aún otros billones donde esté mucho más avanzada. Cuando se piensa en los gigantescos pasos que el hombre ha dado, técnicamente, en un lapso que es apenas un soplo en la cronología del universo, ¿se puede imaginar el desarrollo que habrán tenido formas de vida más antiguas?" Y él las convoca, están aquí, mezcladas con el tictac del reloj y los mínimos desplazamientos con que los cubos de hielo van derritiéndose en los vasos de whisky: "Pueden haber progresado desde formas biológicas que, a lo sumo, son meras cáscaras para la mente, hasta convertirse en algo así como maquinarias inmortales, y después, a través de innumerables eones, podrían brotar de la crisálida de la materia transformadas en pura energía espiritual, con poderes ilimitados, con inteligencia inasible para el hombre".
Lo que brota ahora, ''de la crisálida de la materia" que se llama Stanley Kubrick, es un pensamiento anonadador "Estos seres serían Dios para los billones de criaturas menos avanzadas en el universo, así como el hombre aparecería como Dios ante una hormiga que de algún modo aprehendiese la existencia del hombre. Estos seres, estas entidades, poseerían los atributos gemelos de todas las divinidades, omnisciencia y omnipotencia. Podrían comunicarse entre sí telepáticamente a través del cosmos y así enterarse de todo lo que ocurre, sintonizando cada inteligencia viva con la misma facilidad con que nosotros sintonizamos la radio; quizá no sería límite para ellas la velocidad de la luz, y podrían penetrar en los más remotos rincones del universo y poseer total control sobre la materia y la energía, y en su evolución serían incomprensibles para nosotros, salvo como dioses, y si un destello de su conciencia rozara apenas la mente humana, tan sólo atinaríamos a decir que la mano de Dios nos ha rozado". Algo de esto asomaba, tímidamente, en esa majestuosa novela del tiempo y la muerte que es La montaña mágica, de Thomas Mann. Algo de eso figura en esa magistral narración de Jorge Luis Borges que se llama Tlön, Ugbar, Orbis Tertius, otra visión de lo insondable.

Todo es posible
Pero Kubrick ha volcado estas teorías literarias en una imaginería deslumbrante y, así, las ha vuelto accesibles para los cientos de miles de espectadores que 2001 reclama a diario en el mundo entero. Además, está en camino de convertirse en la mayor fuente de ganancias de la Metro, un record que 'Lo que el viento se llevó' (1939) parecía sostener indefinidamente. No está mal para un director que, si ha suscitado perdurables adhesiones, también ha recibido importantes rasguños de la crítica. El propio 2001 no ha escapado a la controversia. Renata Adler, de The New York Times, John Simon, de The New Leader, Judith Crist, de The New Yorker, Andrew Sarris, del Village Voice, lo han fustigado como "aburrido" y "demasiado largo".
Kubrick cruza una arrugada pierna de pantalón sobre otra y pontifica; "La mayoría de las críticas adversas proviene de Nueva York, tal vez porque muchos de sus snobs intelectuales son tan dogmáticamente ateos y materialistas que la grandeza del espacio y los misterios del cosmos son anatema para ellos". Un brillo perverso le atraviesa los ojos, que podrían ser de un azul muy oscuro o pardos, según como les dé la luz, pero la opinión de los críticos rara vez tiene influencia sobre el público, y 2001 se proyecta ante Salas colmadas, en todas partes. "Esta parecerá una forma grosera de evaluar mi trabajo, pero
pienso que, especialmente cuando un film es tan obviamente distinto, los records de público significan que los espectadores transmiten opiniones correctas a los demás después de verlo, ¿y no es eso acaso lo que se buscaba?"
Parece aconsejable regresar a las enigmáticas entidades pensantes que rigen los mundos en 2001 y preguntar a Kubrick (autor del guión junto con un notorio especialista en la materia, Arthur C. Clarke) por qué habrían de ocuparse del hombre esas criaturas. La respuesta es tajante: "¿Acaso el hombre no se ocupa de los microbios?" Al atacar por otro flanco, «¿Cree usted posible que el hombre sea un juguete cósmico de esas entidades?», se tropieza con el mismo rigor: "¿Cómo podría yo creer nada acerca de ellas? La mera especulación sobre la posibilidad de su existencia es lo bastante abrumadora como para intentar, encima, descifrar sus objetivos. Lo importante, que deseo destacar, es que todos los atributos tradicionalmente conferidos a Dios a lo largo de nuestra historia podrían igualmente ser las características de entidades biológicas que, miles de millones de años atrás, estaban en un estado de desarrollo semejante al del hombre hoy, y evolucionaron hasta convertirse en algo tan remoto del hombre como el hombre es remoto con respecto a la sustancia primordial de la que emergió".
Bajo el flequillo, un mar de arrugas le invade la frente, y es como si estuviera solo cuando murmura: "En un universo infinito y eterno, la cuestión es que cualquier cosa es posible, y nosotros ni siquiera podemos empezar a arañar la superficie de todo el abanico de posibilidades".
En estos momentos, las librerías de Londres están inundadas por la edición de bolsillo de la novela que Arthur C. Clarke escribió, con posterioridad al film, sobre el guión de éste. Es una marea que desaparece con la misma rapidez con que llega, porque el público arrebata el texto, y la verdad es que ciertas secuencias del film, en especial las primeras y las últimas, se comprenden mejor después de leer la novela (por lo demás, mediocre). Cuando se le hace esta objeción a Kubrick, tan sólo la cabeza parece emerger del sillón donde la tarde lo va sumergiendo en penumbras: "No diría que no —rezonga—. La verdad es que no hubo un guión propiamente dicho, sino, más bien, una especie de sinopsis, a partir de la cual yo trabajaba y ejecutaba las variaciones que se me ocurrían, directamente en el estudio. Es decir, en alguna medida un trabajo de improvisación. Acaso por eso, la novela, al ser posterior, resulta más clara".
¿Es intencional el aire de indiferencia y aburrimiento que demuestran los actores Keir Dullea y Gary Lockwood en sus papeles de astronautas enderezados a Júpiter, o es una consecuencia de sus limitados recursos? "Es intencional —se apresura Kubrick—. Trata, justamente, de expresar la sensación de desarraigo, de desapego, de extrañeza, que invade a dos hombres entrenados para ser, en último lugar, un mecanismo más del vehículo espacial. ¿Qué pueden significar para ellos, en esos . momentos, los afectos familiares, las preocupaciones terrestres?" Por esa misma razón, probablemente, aunque Kubrick no lo dice, la mujer sólo aparece tangencialmente en 2001. un film por completo asexuado y en cierta medida frío, todo lo contrario de aquella bolita que terminó por consolidar la fama de Kubrick entre lo que él acaba de llamar "el público en general".
Su consagración definitiva, sin embargo, desde los dos puntos de vista, artístico y comercial, advino con Doctor Insólito o Cómo aprendí a amar la bomba, sobre la novela Alerta roja, de Peter George. El guión lo escribieron Kubrick, Georse y el humorista Terry Southern (Candy), aunque el director y Southern hasta ahora no se han puesto de acuerdo sobre la contribución de cada uno. Kubrick es un personaje legendario en Hollywood, donde se ha sanado un nada común respeto de colegas, actores y técnicos. Marlon Brando, que ha sido dirigido por él —y no siempre en buena armonía— opina: "Stanley es inusualmente sensible y delicadamente afinado con cada persona. Tiene una inteligencia deslumbradora y es un creador, no un repetidor o un coleccionista de hechos. Lo que aprende, lo digiere, y aporta puntos de vista originales y apasionados a los nuevos proyectos". Kirk Douglas (Espartaco) es menos retórico: "El éxito no puede estropear a ese muchacho. Stanley siempre supo lo que valía". Todavía sabe, al menos, lo que vale su tiempo. Cuando la escasa hora y media que concedió a Primera Plana se termina, su metro ochenta y tantos anuncia: "Bueno, adiós". A media hora de Borham Wood, en Soho, hay, sin embargo, un cine que no lo deja despedirse: allí exhiben 2001, cuyos planetas estremecedores, sus robots y sus fetos estelares hablan todas las tardes con la voz de este creador para quien Dios es el Hombre.

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primera metáfora del horror: el hombre, criatura omnipotente


la salida al vacío, cien millones de galaxias, mil millones de estrellas


"sentí que las astronaves bailaban el vals de los valses!

 


 

 

 

 

 

 


Periodista Schóó


Kubrick y su equipo


"nuestro planeta es un niño"

 

 

 

 

 

 

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