Revista Periscopio
18.08.1970 |
"Veracidad, objetividad, rapidez."
Con este lema en ristre cruzó las agitadas playas rioplatenses
Francesco Malgeri, presidente de una de las más dinámicas usinas
europeas de informaciones: la Agenzia Nazionale Stampa Associata
(ANSA). En medio de la conmoción producida por los estallidos de
guerrilla urbana, tomó contacto con las autoridades periodísticas
argentinas y uruguayas, charló media hora con el Presidente
Levingston y midió sobre el terreno la magnitud de ese gigantesco
nudo informativo mundial que es Buenos Aires.
Inmerso desde la adolescencia en la vorágine de la noticia, Malgeri
no tuvo mucho de qué asombrarse. Desde que a bordo del acorazado
Dante Alighieri asistió a la Conferencia de Rapallo, en la que el
Rey Vittorio Emanuele III y el Comisario soviético para las
Relaciones Exteriores Gueorgui Vasilievich Chicherin restablecieron
las relaciones diplomáticas entre ambos Estados, vivió
numerosos acontecimientos claves en la historia contemporánea. Fue
el primero en entrevistar, en 1921, a Benito Mussolini, entonces
jefe del escuálido bloque parlamentario fascista (apenas 37
Diputados), y estuvo presente en todas las entrevistas de alto nivel
escenificadas en Roma durante el tormentoso quinquenio 1936-40.
cuando el Premier laborista Mac Donald, los presidentes del Consejo
de Ministros francés, Laval y Flandin, el Canciller británico Edén y
el propio Führer desfilaban por los dominios del arrogante Duce. Uno
de sus recuerdos más nítidos es el de la tremenda repercusión que
tuvo en Italia el asesinato del Canciller austríaco Dolfuss. Los
nazis no le perdonaron su condena del crimen y en 1941, al ocupar la
capital italiana, luego del armisticio, las SS lo detuvieron. Conoce
al dedillo la cárcel de Regina Coeli, de donde consiguió evadirse
antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial. El 25 de julio de
1943 asistió por casualidad al arribo de Mussolini a la residencia
real, de la que salió en una ambulancia militar en estado de
arresto.
En la posguerra emigró a San Pablo, donde dirigió una de las más
importantes editoriales brasileñas, difusora de Arthur Koestler,
Jean-Paul Sartre, William Faulkner, John Steinbeck y otros autores.
Fue una pausa en su prolongada carrera periodística. De vuelta en
Italia dirigió La Gazzeta del Popolo, uno de los más antiguos y
tradicionales diarios de la península, y su edición vespertina, La
Gazzeta Sera. Hacia 1959 ingresó en Il Giorno de Milán y una década
más tarde fue designado presidente de ANSA.
DESCUBRIR AMERICA
Su viaje por América latina no es sino un síntoma más del creciente
interés despertado en la prensa mundial por esta parte del mundo. De
Buenos Aires partió hacia Chile, Perú, Venezuela, países antes
olímpicamente ignorados en Europa y hoy revestidos de una aureola de
futuro, como si algo insólito estuvieran por parir.
Desde estas y otras regiones nacidas hace pocos años a la vida
periodística internacional, la oficina central de ANSA en Roma
recibe un promedio de setecientas mil palabras diarias, de las que
rebotan al sector latinoamericano más de cien mil.
"Conocía Buenos Aires —recuerda— porque la visité hace veinte años,
pero lo que he podido presenciar en esta visita, superó todas mis
previsiones. Y añadió: "Nuestro propósito es mejorar y perfeccionar
al máximo el servicio latinoamericano, captando sus peculiaridades
específicas para satisfacer las cada vez mayores exigencias de
clientes y lectores".
Con respecto al periodismo argentino fue parco, pero elocuente:
"Nada de nuevo. La seriedad, la precisión la amplitud de sus
informaciones nacionales e internacionales, la ajustada objetividad
de sus comentarios políticos y la perfección técnica de su
presentación gráfica lo ubican en el primer plano de la prensa
mundial. Es más: ofrecen muchos ejemplos que ni nosotros podemos
imitar".
Cargado de agasajos, banquetes entrevistas oficiales, su programa no
dio tiempo más que para vinculaciones de alto nivel. Su contacto con
'la tropa' de las redacciones, donde se urde la noticia, le hubiera
hecho recordar quizás, aquellas épocas en que el tiempo no alcanzaba
para informar que la guerra, atroz e inmisericorde, había estallado.
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Francesco Malgeri |
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