Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Armando Manzanero
El fabricante de miel

Revista Gente y la actualidad
14 de marzo de 1968

 

Apenas mide un metro cincuenta, pero enternece a miles de corazones femeninos. Armando Manzanero bate records de venta discográfica. Es tímido, pero no deja de hacer bromas.

Se quedó allí, en la puerta del Alvear, metido en una remera azul y blanca que podía haberle quedado muy bien a un chico de 12 años. Las maderas talladas en forma de laberintos, los vidrios, la gente entrando y saliendo, el portero inmenso, todo, hicieron que Armando Manzanero se empequeñeciera más aun. Eran las once de la mañana de un día insoportablemente caluroso. Manzanero no parecía notarlo. Sonrió tímidamente. Tenía cara de sueño.
—¿ Caminamos un poco ?
—Bueno...

PRIMERA CUADRA
Iba casi pegado a la pared, tratando de pasar desapercibido. Tiene la cara de un color terroso y la voz es a veces un susurro. Cuesta bastante asociar su imagen con sus canciones. Si uno se pone a tararear "Esta tarde vi llover", con los ojos entornados y actitud de tener al lado una niña a la que se quiere mucho, tiene que pensar que el autor de eso es un señor muy apuesto que empuña la guitarra con ganas de romperla de a poco. Pero no. Detrás de las canciones repletas de azúcar se esconde alguien condensado en un metro cincuenta de estatura, nacido hace treinta y dos años en Yucatán, México, casado con una maestra, y padre de cuatro hijos: Armando (9), Malena (7), Marta (5) y Daniel (1).
—¿Mis hijos? Lo que más quiero en el mundo. Mi mayor felicidad la encuentro en mi familia,
—¿Cómo es tu mujer?
—Muy bonita. AI menos para mí. Es así, chiquita, cálida, dulce...
Se detiene frente a la Confitería Del Pilar.
—Es sensacional Buenos Aires, Hay mucho verde por todas partes. Creo que voy a componer algo sobre esta ciudad.
—¿A quién se dirigen tus canciones?
—Mira, es muy posible que la gente llegue a creer que compongo en estado de ensoñación, o algo parecido. No es cierto. Muchas de mis cosas, algunas tremendamente románticas, las compongo entre bromas. Yo soy muy bromista, ¿sabes? A veces creo que debería haber sido actor cómico.
—¿ Cómo fue tu infancia ?
—Muy alegre. Pobre, pero muy alegre. Era muy libre y eso es algo demasiado valioso. Una vez, más o menos a los diez años, me escapé de mi casa y me fui detrás de un circo. A los dos días me dieron trabajo.
—¿Qué trabajo?
—Alimentaba los animales y limpiaba el circo. Después comencé a trabajar en el trapecio, pero dejé porque era muy cortito y terminaba con mucha frecuencia en la red.
Llegamos a una plaza. Manzanero se pierde bajo un ombú descomunal.
—¿ No te preocupa tu estatura ?
Creo que por primera vez suelta una carcajada franca.
—No, hombre. Eso es parte de Manzanero. ¿No te parece?
—Si, claro, me parece. Una señora se acerca. Manzanero firma su primer autógrafo argentino. Se pone colorado.

SEGUNDA CUADRA
Acaba de encender un cigarro que le queda grande. Lo fuma con fruición, lo chupa, lo mastica.
—¿Te dieron mucho dinero tus temas ?
—No, no todavía. Es que en México los derechos de autor se cobran con mucha dificultad, cuando se cobran. A pesar del éxito que tienen no me dan plata. Ahora empecé a ganar, cantándolos personalmente. Hace mucho que estoy en esto, y recién ahora me da algún resultado económico.
—¿Cómo empezó todo ?
—Tocando el piano. Me fui de mi pueblo al Distrito Federal y me conseguí un trabajo de pianista en el bar Candilejas. Tocaba diez horas diarias.
Tiene que haber sido una época brava. Manzanero frunce el ceño cuando se acuerda. En aquel tiempo se conocieron sus primeras canciones. Los parroquianos del Candilejas se acostumbraron rápidamente a bailar bajo el influjo de música que recortaba el aire como un cuchillo sobre terciopelo y de letras de contenido íntimo y directo: "Voy a apagar la luz / para pensar en ti / y así dejar correr a la imaginación. / Me morderé los labios / me llenaré de ti".
—Lo demás vino muy rápido. Olga Guillot, y Antonio Prieto grabaron algunas cosas. Carlos Lico hizo un éxito tremendo de "No". Rubén Fuentes, director artístico general de la RCA mexicana me sugirió que cantara, y acepté.
El sabe que también cantando fue "boom". Tiene que saber que en las radios argentinas, de cada siete discos que se pasan, cuatro son de Manzanero y tres cantados por él.
—No sé si me vas a creer, pero el éxito me asusta un poco. Cuando me saludan por la calle o cuando tocan mis cosas pienso que es mucho, que se está dando un fenómeno que se me va de las manos.
Estábamos otra vez en la puerta del hotel. Manzanero parecía cansado. Se había puesto serio de pronto. Casi no hablamos en el ascensor. En la habitación tomó la guitarra y empezó a tocar como con miedo de hacerle daño. Cantó una canción casi sin letra, desconocida y compuesta de sonidos y tarareos. Después se paró, dejó la guitarra sobre la cama.
—Me parece que hoy me voy a aburrir bastante.
—¿Por qué?
Llegó hasta la ventana y miró para arriba. Cantó con una sonrisa de dientes blancos y parejos, dibujada sobre la cara color café.
—"Esta tarde va a llover..."
Y entonces, por segunda vez, se rio con ganas. Abajo, la ciudad derretida por 34 grados implacables derramaba la miel de Manzanero en miles de tocadiscos melancólicos.
Por Mario Mactas Fotos: Carlos de la Iglesia

 

Ir Arriba

 

Armando Manzanero
Armando Manzanero - Mario Mactas


 

 

 

 
Armando Manzanero
Armando Manzanero

 

 

Búsqueda personalizada