Apenas mide un metro cincuenta, pero enternece a
miles de corazones femeninos. Armando Manzanero bate records de
venta discográfica. Es tímido, pero no deja de hacer bromas.
Se quedó allí, en la puerta del Alvear, metido en una remera azul y
blanca que podía haberle quedado muy bien a un chico de 12 años. Las
maderas talladas en forma de laberintos, los vidrios, la gente
entrando y saliendo, el portero inmenso, todo, hicieron que Armando
Manzanero se empequeñeciera más aun. Eran las once de la mañana de
un día insoportablemente caluroso. Manzanero no parecía notarlo.
Sonrió tímidamente. Tenía cara de sueño.
—¿ Caminamos un poco ?
—Bueno...
PRIMERA CUADRA
Iba casi pegado a la pared, tratando de pasar desapercibido. Tiene
la cara de un color terroso y la voz es a veces un susurro. Cuesta
bastante asociar su imagen con sus canciones. Si uno se pone a
tararear "Esta tarde vi llover", con los ojos entornados y actitud
de tener al lado una niña a la que se quiere mucho, tiene que pensar
que el autor de eso es un señor muy apuesto que empuña la guitarra
con ganas de romperla de a poco. Pero no. Detrás de las canciones
repletas de azúcar se esconde alguien condensado en un metro
cincuenta de estatura, nacido hace treinta y dos años en Yucatán,
México, casado con una maestra, y padre de cuatro hijos: Armando
(9), Malena (7), Marta (5) y Daniel (1).
—¿Mis hijos? Lo que más quiero en el mundo. Mi mayor felicidad la
encuentro en mi familia,
—¿Cómo es tu mujer?
—Muy bonita. AI menos para mí. Es así, chiquita, cálida, dulce...
Se detiene frente a la Confitería Del Pilar.
—Es sensacional Buenos Aires, Hay mucho verde por todas partes. Creo
que voy a componer algo sobre esta ciudad.
—¿A quién se dirigen tus canciones?
—Mira, es muy posible que la gente llegue a creer que compongo en
estado de ensoñación, o algo parecido. No es cierto. Muchas de mis
cosas, algunas tremendamente románticas, las compongo entre bromas.
Yo soy muy bromista, ¿sabes? A veces creo que debería haber sido
actor cómico.
—¿ Cómo fue tu infancia ?
—Muy alegre. Pobre, pero muy alegre. Era muy libre y eso es algo
demasiado valioso. Una vez, más o menos a los diez años, me escapé
de mi casa y me fui detrás de un circo. A los dos días me dieron
trabajo.
—¿Qué trabajo?
—Alimentaba los animales y limpiaba el circo. Después comencé a
trabajar en el trapecio, pero dejé porque era muy cortito y
terminaba con mucha frecuencia en la red.
Llegamos a una plaza. Manzanero se pierde bajo un ombú descomunal.
—¿ No te preocupa tu estatura ?
Creo que por primera vez suelta una carcajada franca.
—No, hombre. Eso es parte de Manzanero. ¿No te parece?
—Si, claro, me parece. Una señora se acerca. Manzanero firma su
primer autógrafo argentino. Se pone colorado.
SEGUNDA CUADRA
Acaba de encender un cigarro que le queda grande. Lo fuma con
fruición, lo chupa, lo mastica.
—¿Te dieron mucho dinero tus temas ?
—No, no todavía. Es que en México los derechos de autor se cobran
con mucha dificultad, cuando se cobran. A pesar del éxito que tienen
no me dan plata. Ahora empecé a ganar, cantándolos personalmente.
Hace mucho que estoy en esto, y recién ahora me da algún resultado
económico.
—¿Cómo empezó todo ?
—Tocando el piano. Me fui de mi pueblo al Distrito Federal y me
conseguí un trabajo de pianista en el bar Candilejas. Tocaba diez
horas diarias.
Tiene que haber sido una época brava. Manzanero frunce el ceño
cuando se acuerda. En aquel tiempo se conocieron sus primeras
canciones. Los parroquianos del Candilejas se acostumbraron
rápidamente a bailar bajo el influjo de música que recortaba el aire
como un cuchillo sobre terciopelo y de letras de contenido íntimo y
directo: "Voy a apagar la luz / para pensar en ti / y así dejar
correr a la imaginación. / Me morderé los labios / me llenaré de
ti".
—Lo demás vino muy rápido. Olga Guillot, y Antonio Prieto grabaron
algunas cosas. Carlos Lico hizo un éxito tremendo de "No". Rubén
Fuentes, director artístico general de la RCA mexicana me sugirió
que cantara, y acepté.
El sabe que también cantando fue "boom". Tiene que saber que en las
radios argentinas, de cada siete discos que se pasan, cuatro son de
Manzanero y tres cantados por él.
—No sé si me vas a creer, pero el éxito me asusta un poco. Cuando me
saludan por la calle o cuando tocan mis cosas pienso que es mucho,
que se está dando un fenómeno que se me va de las manos.
Estábamos otra vez en la puerta del hotel. Manzanero parecía
cansado. Se había puesto serio de pronto. Casi no hablamos en el
ascensor. En la habitación tomó la guitarra y empezó a tocar como
con miedo de hacerle daño. Cantó una canción casi sin letra,
desconocida y compuesta de sonidos y tarareos. Después se paró, dejó
la guitarra sobre la cama.
—Me parece que hoy me voy a aburrir bastante.
—¿Por qué?
Llegó hasta la ventana y miró para arriba. Cantó con una sonrisa de
dientes blancos y parejos, dibujada sobre la cara color café.
—"Esta tarde va a llover..."
Y entonces, por segunda vez, se rio con ganas. Abajo, la ciudad
derretida por 34 grados implacables derramaba la miel de Manzanero
en miles de tocadiscos melancólicos.
Por Mario Mactas Fotos: Carlos de la Iglesia