Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Walter Gropius
El árbol de la vida

 

Revista Primera Plana
10 de diciembre de 1968

La última luz de la caliente tarde de diciembre se demora, como una pátina, en las hojas charoladas de las magnolias. Walter Gropius, sus 85 años apenas visibles en los hombros ligeramente vencidos, avanza, sin aceptar el apoyo de ningún brazo oficioso, desde los salones de la casa de su anfitrión, Amancio Williams, hacia la terraza abierta al jardín.
Tan sólo cuando está cerca se advierte que su piel parece un cuero fustigado y ennoblecido por el tiempo, donde las vetas oscuras alternan con zonas pulidas al modo de las piedras desgastadas por el agua. Vestido con un liviano ambo oscuro, camisa blanca y la perenne corbata de moño, esta vez a rayas horizontales negras y plateadas ("me las hace una señora que vive cerca de mi casa, en Cambridge, USA, con telas para ropa de mujer"), se sienta a la vera de su acompañante y colaborador Alexander Cvijanovic, y toma con desenvoltura un vaso de whisky.
Gropius es uno de los inventores del siglo XX, uno de los más lúcidos y perdurables protagonistas de los tiempos modernos, a los que contribuyó a modelar desde la Bauhaus, la formidable escuela de diseño integral que él capitaneó a partir de 1919: de ella brotaron casi todas las formas —hoy familiares— adoptadas, desde la primera posguerra, por los edificios y los muebles, los artefactos y los utensilios.
Y ahora está aquí, en Buenos Aires por primera vez, en una mansión de Belgrano, husmeando la ciudad y los árboles, la gente y el color del cielo, conocedor de todas las capitales del orbe, de todos los paisajes, sabedor de las secretas correspondencias entabladas entre la metrópoli y sus habitantes, entre una manera de conducir el automóvil y una manera de ataviarse, preocupado por averiguar si en la Argentina hay pena de muerte y por qué el voto es obligatorio.
También le preocupa Buenos Aires. "¿Cómo van a poder vivir ustedes aquí —se pregunta y pregunta a quienes lo rodean— cuando se duplique el número de automóviles?" La solución, dice, está en suprimir el estacionamiento en las calles, excavar grandes playas subterráneas "y edificar otra ciudad por encima de la que ya tienen, conservando estos magníficos espacios verdes y procurando no ocultar la luz".
Tal fue siempre su inquietud, desde que en 1903, a los 20 años, este berlinés, hijo y sobrino de arquitectos notables, inició en Munich sus estudios de la profesión paterna. "Siempre —afirma— quise construir sobre la base de una interpretación racional de las necesidades humanas." Desde 1907 se incorporó al taller de Peter Behrens, uno de los protagonistas del art nouveau en su faz rectilínea y final, maestro también de otros dos arquitectos célebres, Le Corbusier (Charles-Edouard Jeanneret) y Mies van der Rohe.
Por fin, en, 1910, el joven Gropius empieza a trabajar por su cuenta y al año siguiente produce su primera obra, en colaboración con Adolf Meyer, asombrosa para la época: la fábrica Fagus de cordones de zapatos, en Alfeld-an-der-Leine, donde la utilización del acero y el vidrio, ya difundida en tiempos del Jugendstil, alcanza un ápice: tres pisos sostenidos por la estructura metálica, con las paredes convertidas prácticamente en pantallas de vidrio.
Después vino, siempre con Meyer, el edificio administrativo exhibido en la Deutsche Werkbund, exposición hecha en Colonia en 1914: una construcción simétrica, con una vasta mampara de vidrio desde la planta baja hasta el primer piso, y dos escaleras de caracol encerradas en torres de cristal. Y luego fue la guerra, hasta 1918.

La lección del maestro
Gropius transcurrió la semana última en Buenos Aires a fin de esbozar con su colega argentino Williams el nuevo edificio de la Embajada alemana, a construirse en la plaza Alemania, en Palermo, sobre un terreno cedido por el Gobierno nacional a cambio del palacete tradicionalmente ocupado por aquella representación en avenida Quintana y Montevideo, valuado en 1963 —fecha del intercambio— en un millón de dólares. Entre 1964 y 1965 se dictaron las dos leyes respectivas; el Presidente Luebcke, durante su visita en 1964, puso la piedra fundamental en el predio de 80 metros por 40; y el 6 de abril de 1967 se perfeccionó el trámite mediante la escritura y la cesión definitiva por el municipio.
El Gobierno de la República Federal encargó a una comisión que designara a dos arquitectos, uno germano y otro argentino, para ejecutar la obra, y los elegidos fueron Gropius (residente desde 1937 en los Estados Unidos y ciudadano norteamericano) y Williams. "Será —explica Williams cuando ya su ilustra huésped se ha retirado— una superficie de aproximadamente 2 mil metros cuadrados, en la cual, con todos los refinamientos modernos y los materiales más nobles, se ubicarán la residencia del Embajador, sus salones de recepción y, muy especialmente, algo en lo que Gropius, yo y las autoridades alemanas estamos interesadísimos: los locales destinados a difusión e intercambio cultural." No quiere adelantar nada sobre los costos, "más bajos aquí que en USA, pero tal vez el metro cuadrado ronde los 100 mil pesos, más o menos", aventura con prudencia.
Naturalmente, el tema fundamental de conversación es la Bauhaus —que podría traducirse como "Casa de la Construcción"—, la academia a la que Gropius consagró sus talentos desde 1919 (el próximo 1º de abril se cumplirán 50 años de la firma del contrato entre él y la ciudad de Weimar para dirigirla) hasta 1928, los primeros seis años en Weiniar y los otros tres en Dessau, dónde la entidad alcanzó su culminación y donde Gropius le proporcionó una esplendorosa sede, considerada por los expertos como la más importante estructura edificada en el mundo en la década, construida en 1925 y 1926.
Ya en 1924 su autor había proyectado un fascinante edificio, todo horizontales y vidrio, para "una academia internacional de filosofía"; y en 1927 produjo la maqueta y todos los estudios necesarios para que Erwin Piscator, el eminente renovador del teatro, contara con una sala apropiada, que nunca se construyó pero que sigue inspirando, con su audaz funcionalismo, a los arquitectos que diseñan recintos similares.
"Este año —narra Gropius, entre un trago y otro de whisky— comenzaron ya las celebraciones del cincuentenario de la Bauhaus: una magnífica exposición recorre el mundo. Ahora se dirige a Nueva York, y tan sólo en Londres atrajo a 100 mil personas en cinco semanas de exhibición. Eso basta para probar que no estábamos equivocados.". No lo estaban, porque la escuela se proponía concretar la unidad del diseño, la artesanía y la técnica, eliminando —como lo había anticipado el art nouveau— la distinción entre artes "mayores" y "menores", o entre las "bellas" y las "aplicadas". Su influencia sobre la arquitectura, la decoración, la tipografía, la diagramación, el estampado para textiles, el diseño industrial, ha sido enorme y duradera. De allí salieron los muebles tubulares de acero, creados en 1925 por Marcel Breuer, y también las modestas sillas plegadizas de jardín, con asiento y respaldo de lona, y la lámpara portátil con brazo articulado y pantalla semiesférica, y todas las concepciones "funcionales", simples y rectilíneas, más tarde desarrolladas por los escandinavos.

La ayuda del vecino
El elenco de profesores de la Bauhaus fue impresionante; Para el cumpleaños de Gropius, en 1924 (cuando él acababa de diseñar la carrocería de los automóviles Adler para ese año, así como en 1914 dibujó una locomotora Diesel), el cuerpo docente decidió obsequiarle las variaciones, pintadas por los especialistas en varias disciplinas, sobre una fotografía que representaba a una multitud escuchando un altoparlante. De ese modo, la pinacoteca de Gropius se enriqueció con obras de estos autores: Paul Klee, Wassily Kandinsky, Laszlo Moholy-Nagy, Lyonel Feininger, George Muche y Oskar Schlemmer (este último también pionero del teatro moderno, muchas de cuyas experiencias brotaron en el centro de Dessau). No es de extrañar que los eruditos entiendan que allí se reunió "al mayor numero de hombres de genio del momento, como profesores".
"Quisimos —narra con vivacidad Gropius, mientras sorbe parsimoniosamente su consommé froid en el vasto comedor de los Williams— que el alumno fuese siempre él, y no un calco de sus maestros. Lo contrario de lo que ocurría con Frank Lloyd Wright, en cuyo taller encontré a un montón de Wrights de ínfima categoría." Evidentemente no se llevaba muy bien con su colega norteamericano, y narra una anécdota que lo demuestra: "Frank era un individualista acérrimo y yo, se sabe, soy partidario del trabajo en equipo. Durante una de nuestras discusiones, Wright, furioso, me increpó: «¡Pero mi querido Gropius, cuando usted hace un hijo no le va a pedir ayuda a su vecino!». Y yo le contesté: «Sí mi vecino es una señora, tal vez sí». Fue la única vez que pude dejarlo callado", concluye, con un retintín irónico en la voz y en los ojitos gris-azulados, perdidos tras los anteojos enormes.
Todo le interesa á Gropius, todo le fascina: con la misma intensidad admira a un LeParc en un saloncito de la casa de Williams y a una rama de magnolia, con una espléndida corola abierta, como de alabastro, que le obsequia Amancio. Irradia la vitalidad indeclinable que le permitió pilotear a la Bauhaus en medio de la hostilidad de los vecinos —a quienes molestaba "ese montón de chiflados que vaya uno a saber lo que estarán haciendo todos juntos, hombres y mujeres, en ese edificio espantoso"—, de los artistas académicos, de industriales y comerciantes irritados por la posible competencia de los productos refinadamente diseñados en la escuela, y de los aburguesados funcionarios de Turingia.
Cuando las presiones y la reticencia financiera de las autoridades se hicieron insoportables, los responsables de Bauhaus decidieron clausurarla, en 1925, y aceptaron la oferta del Alcalde de Dessau para instalarse allí. En 1928, Gropius abandonó, "físicamente pero nunca espiritualmente", a su criatura y retornó a la actividad privada, para construir sobre todo viviendas colectivas, un tema que, lo mismo que los edificios para casas de estudio (recientemente terminó las universidades de Bagdad y de Mossul, en el Irán), lo atrae siempre, por sus implicaciones sociales y educativas.
Ya en 1910, él y su maestro, Behrens, esbozaron un Memorándum acerca de la prefabricación industrial: de casas sobre una base artística unificada; y Gropius fue el primer arquitecto en Europa que promovió la edificación a partir de módulos unitarios, que al comienzo fueron de cobre y luego de madera. Su ideal, recogido por los encargados de erigir los actuales mono-bloques: "La casa de departamentos orientada según el sol y con espacios verdes entre los bloques".
El habitualmente silencioso Cvijanovic (uno de los más próximos auxiliares del maestro en The Architects Collaborative, TAC, el equipo de profesionales conducidos por Gropius, al que se debe, entre otros, el majestuoso edificio Pan-Am en Nueva York) explica ahora que su gurú vive en Lincoln, un poblado a unas 50 millas de Cambridge, la ciudad de Nueva Inglaterra donde se asienta la Universidad de Harvard. En sus claustros enseñó desde 1937, como Senior Professor de Arquitectura, y a partir de 1938 como Decano del Departamento de esa especialidad (se retiró hace quince años).
"Cuando llegué a Harvard —irrumpe Gropius—, alguien le dijo en una fiesta a una millonaria norteamericana, terrateniente de la región, que a mí me gustaría vivir allí. Eso bastó para que me regalara un lote, donde edifiqué mi casa. También me regaló un caballo árabe, cuando supo que me gusta cabalgar: el caballo me despidió por las orejas, la primera vez, pero después nos 'hicimos grandes amigos,"
Todos los inviernos, cuenta, él y su mujer pasan unos meses en el cálido desierto de Arizona, y salen diariamente a practicar equitación durante tres o cuatro horas. Alguien le observa que su mujer es muy bonita: "Era —rectifica él—, porque ya tiene 71 años. Ahora es simplemente buena moza". Ise es su segunda andanza matrimonial; la primera fue esa increíble coleccionista de talentos que sucesivamente se llamó Alma Mahler (al casarse con el músico Gustav), Alma Gropius y Alma Werfel (al casarse con el escritor Pranz; y no se llamó Alma Kokoschka porque con el célebre pintor expresionista no llegó a pasar por el Civil). Alma le dio al arquitecto una hija, que se llamó Manon y que murió pequeña; Alban Berg compuso en su memoria el Concierto a la muerte de un ángel. Con Ise, el arquitecto tuvo otra, hija, que vive casada en los Estados Unidos y le ha dado varios nietos.
En 1934, un año después que los nazis aventaran para siempre a la Bauhaus, acusándola de practicar "un arte degenerado y bolchevique", Gropius se radicó en Inglaterra, país en el que, en colaboración con E. Maxwell Pry, dejó varias muestras de su genio: una casa en Chelsea y otra en Sussex, los laboratorios de la London Film Productions en Denham, y el Impington Village College, en Cambridge. Ya en USA, y asociado con el húngaro Breuer (el de los muebles tubulares), diseñó el pabellón de Pennsylvania en la Feria de Nueva York de 1939, y casas colectivas en New Kensington, cerca de Pittsburgh, para los obreros de una fábrica de aluminio, además de varias residencias particulares y edificios públicos.
En 1945 nace TAC, un formidable team de arquitectos al que Gropius insufla su talento, "Somos 200 en total —informa Cvijanovic—, bajo la conducción de 12 cerebros, pero nada se hace sin la supervisión de 'Grope'." El cerebro mayor declara levantarse temprano, a las 7; a las 9 ya está en su oficina y vuelve a casa a las 4 de la tarde, "porque ya no puedo quedarme trabajando hasta altas horas de la noche, como antes".

Vivir en futuro
El sábado último partió Gropius al Brasil, ansioso de conocer su flamante capital, "porque cuando estuve allí en 1954, para recibir el Premio Matarazzo, aún no se había empezado Brasilia", Después aterrizará en Trinidad, donde TAC tiene obras —lo mismo que en Japón, Australia, Venezuela y USA,— y promete volver a la Argentina, "pronto, no sé cuándo, a mi edad no se debe pensar en términos de futuro". Ocurre, simplemente, que él ha vivido siempre en futuro: "Uno no se debe preocupar nunca de las observaciones y los consejos de quienes hacen advertencias sobre la base de lo que ocurrió en el pasado: hay que pensar por sí mismos y avanzar sin precaverse contra otra cosa que la rutina".
Quizá por eso mismo prefiere ser optimista ante las perspectivas de la sociedad industrializada, de consumo: "Llegará el día, no demasiado lejano, en que los Gobiernos, frente al inminente desastre ocasionado por el crecimiento de la población y la inercia que ahora impide adoptar medidas aunque se sepa lo que va a ocurrir, llamen a los especialistas en cada materia, les pidan consejos y los pongan en práctica, en lugar de archivarlos, como ahora. Si no, será el caos",
Pero sería necesario, entonces, que la educación proporcionara ciudadanos informados, capaces de ''pensar por sí mismos" y de pesar sobre las decisiones oficiales. "En Oriente —musita el gran viejo, con alguna melancolía, haciendo girar dulcemente la rama de magnolia entre las manos que han diseñado al mundo de hoy—, hubo siempre una jerarquía en la cual los sabios y los artistas ocupaban el primer lugar, y los comerciantes estaban muy abajo, en las últimas categorías. En la Alemania de mi juventud, los militares y los filósofos eran las clases dirigentes, y después venían los comerciantes. Pero ahora, ¿cómo impedir que ellos y los políticos utilicen mal los prodigiosos medios de comunicación creados por la técnica?"
Posiblemente no haya respuesta para su pregunta. El maestro consulta a la magnolia, acaricia la flor tan joven con sus dedos tan viejos. Acaso —se piensa en ese momento—, después de todo, los sabios no saben tanto. Pero surge la pregunta obligada: él, que ausculta a diario el corazón de Harvard, ¿qué piensa de la agitación estudiantil en el mundo entero? "Es difícil de contestar—reflexiona—, pero debo decir una cosa: esos rnuchachos, aunque se equivoquen en los medios, básicamente tienen razón, están contra lo establecido, y eso es saludable en todo tiempo y lugar." Y entonces se piensa que los sabios, al fin de cuentas, saben mucho. [E.S.]

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Walter Gropius
Walter Gropius

Walter Gropius
Con Ise y Le Corbusier en París 1930
con Amancio Williams en Buenos Aires 1968


 

 

 

 

 

 


Fábrica Fagus con Meyer en 1911


Edificio Pan-Am, Nueva York


La Bauhaus en Dessau, 1925-26

 

 

 

 

 

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