Revista Siete Días Ilustrados
09.11.1970 |
Por fin, salieron a la Alameda y la colmaron,
eludiendo entre gritos y apretones las rígidas medidas de seguridad
y los puestos de alcachofas, erizos y chirimoyas: después de las
tensiones vividas a raíz del asesinato del general Schneider, las
multitudes se lanzaron a las calles de Santiago iniciando un
jolgorio que culminó el jueves 5 en el Estadio Nacional, Por primera
vez en la historia de Chile, convivieron en las ceremonias oficiales
delegados de EE.UU., China comunista, Vietnam del Norte y Cuba. Es
que exactamente una hora antes del mediodía del martes 3, Frei cedió
la banda presidencial al primer mandatario marxista elegido
democráticamente en el continente. Ese día Chile emprendió el
incierto y sorprendente recorrido de una nueva etapa, encabezada por
un gobierno que reúne en su seno a tres ministros comunistas, cuatro
socialistas, tres radicales, dos socialdemócratas y tres
independientes. Allende aplacó la euforia desde su primer mensaje
como jefe de Estado: "La tarea será dura —dijo—; el pueblo sólo
progresa trabajando y produciendo más". SIETE DIAS lo entrevistó un
día antes de asumir el mando: la última noche que pasó Allende en su
antigua casa de la calle Guardia Vieja.
Se prohíbe fornicar, Se prohíbe excomulgar, Se prohíbe rezar, Se
prohíbe arrodillarse, Se prohíbe inocular, Se prohíbe fumar,
arrullaba un sinfín de cartelitos de ese tenor asimétricamente
dispuestos sobre las paredes laterales del teatro Camilo Henríquez,
en Santiago, donde se representa 'Todas las colorinas tienen pecas',
del poeta Nicanor Parra . Así, con ese insólito decorado, Salvador
Chicho Allende Gossens inauguraba a las 11.10 de la mañana del
jueves 29 su primera conferencia de prensa como presidente electo.
Más allá del jocundo delirio de Parra, lo que estaba realmente
prohibido para los 250 periodistas arrellanados en la platea era
hacer preguntas directas o contrapreguntar a las respuestas
presidenciales. Luciendo un fresco sentido del humor —acorde con el
decorado del recinto— Allende no tuvo dificultades para enfrentar
una mayoría de cuestiones adocenadas y formales que debieron ser
presentadas previamente por escrito. Hubo, claro, excepciones;
respondió en profundidad a dos temas que le interesan: las
nacionalizaciones y el mantenimiento irrestricto del régimen
democrático. Pero perdió los estribos —y las ganas de hacer bromas—
ante los dardos de la derecha y la extrema izquierda: se encabritó
con un periodista paraguayo porque le preguntó si Chile se encamina
hacia el comunismo, y lo trató de ignorante ("no hay ningún gobierno
comunista en el mundo —dijo—, y usted debería saberlo si fuera una
persona culta"); y cuando el representante de una publicación de la
izquierda chilena le sugirió que se habían extendido garantías a la
intranquilidad de la derecha, a los inversores nativos, a las FF.AA.
y a la actividad privada, "aun cuando todavía no están claras las
garantías que usted piensa darle al pueblo", Allende golpeó por
primera vez con e! puño la mesa atiborrada de micrófonos y
grabadores: "Todas —profirió—, porque será el pueblo quien va a
estar en el poder".
Fue una forma de eludir ciertas cuestiones de fondo, pero no un arma
especialmente implementada para esa reunión con la prensa. Porque lo
que caracteriza todos los pasos de la Unidad Popular desde el mismo
día de su triunfo es la prudencia, acaso el mejor instrumento
político ideado por la coalición izquierdista para arribar sana y
salva al palacio de La Moneda.
Ocurre que Chile es escenario de la mayor paradoja que se haya
registrado en ningún país de América latina: mientras la izquierda
se ha erigido en defensora acérrima del mantenimiento de la
democracia, la extrema derecha protagoniza la subversión y propicia
la violencia. Frente a la histeria, nada mejor que la fría calma
racionalista. Por eso la prudencia, como instrumento político
fundamental, fue garantía de victoria para las huestes allendistas.
A punto tal que el matutino 'El Mercurio, máximo exponente de la
derecha chilena, pegó un violento golpe de timón en su línea
editorial desde que en la mañana del sábado 24 de octubre el
Parlamento ungió presidente por amplísima mayoría al jefe de la UP.
Si hasta entonces había predicado la obstrucción al marxismo, a
partir de ese día viró hacia el respeto del veredicto popular y la
aceptación de la nueva etapa abierta en Chile. Ello permitió a los
comunistas resucitar el grito de Pasionaria (1936, Guerra Civil
Española) de 'No pasarán', refiriéndose a los intentos desesperados
de la extrema derecha por subvertir el orden. Desde el extremo
opuesto, Jaime Guzmán, capitoste del semanario anticomunista PEC,
proclamó el sábado 31 que "resulta desconcertante y desmoralizante
para quienes se sintieron identificados con El Mercurio en la
defensa de los postulados alessandristas, ver que en esas mismas
columnas ahora se ignora el contenido censurable "de los
planteamientos de la Unidad Popular y se califica al señor Allende
con términos elogiosos que no corresponden ni a la verdad ni a lo
que el mismo El Mercurio sostuvo anteriormente". Conclusión de
Guzmán: el "sector democrático que acompañó a Alessandri no tiene
prensa diaria para esta batalla".
No es para menos. Ideado como un rapto del que se culparía a la
extrema izquierda, el asesinato del entonces comandante en jefe del
Ejército, René Schneider Chereau devino en el reaseguro que le
faltaba a Allende para llegar al poder.
Quienes quedaron a la intemperie, entonces, fueron los verdaderos
culpables, un núcleo desesperado de militantes de extrema derecha
que fueron a parar a la cárcel, ante el beneplácito de la mayoría
del país y el asombro de los observadores extranjeros . Porque
quienes moran ahora entre rejas provienen de los ámbitos más rancios
de la oligarquía y la banca, son propietarios de grandes empresas
industriales. El autor de los disparos mortales, por ejemplo, es
Juan Luis Bulnes (25), hijo de Manuel Bulnes Sanfuentes, apodado El
Marqués, quien fue ministro de Defensa durante el gobierno de
Gabriel González Videla (1946-52). Sindicado como uno de los
principales instigadores del primer asesinato político que se
registra en Chile en los últimos 133 años, el ex general Roberto
Viaux Marambio, jefe del conato sedicioso abortado en octubre del
año pasado, también fue a dar con sus huesos a prisión en compañía
de su suegro, Raúl Igualt.
Es que la estrepitosa debacle del derechazo fue consecuencia de un
tremendo error de apreciación política por parte de sus
planificadores, y de la histeria de sus ejecutantes cuyo objetivo no
era asesinar al general, sino raptarlo: olvidaron que la
sorprendente peculiaridad distintiva de Chile es la vigencia plena
de la democracia. Contrariamente a lo que sucede en la mayoría de
los países latinoamericanos, las estructuras partidarias, lejos de
estar en crisis, son profundamente representativas y,
consecuentemente, funcionan a pleno las instituciones tradicionales
del régimen republicano. Es posible, por eso, que con la muerte de
Schneider los ultras hayan marcado a sangre y fuego el comienzo de
la derrota definitiva! de la derecha chilena.
LOS MODERADOS CAMBIOS
Porque a partir de ese trágico episodio asomaron coincidencias
asombrosas: el ejército y la policía llevaron a cabo la persecución
y captura de los implicados, merced a listas suministradas por
comandos de la UP y activistas del MIR (Movimiento de Izquierda
Revolucionaria), que pregonan la lucha armada como vía del cambio.
Un tácito (o secreto) pacto de no agresión fue consumado entre la
policía y los miristas, tenazmente combatidos a lo largo de todo el
gobierno de Frei. Sin abandonar totalmente la clandestinidad,
algunos guerrilleros urbanos (sobre quienes pesa la captura
recomendada), se alistaron en la guardia personal de Allende sin que
la policía los tocara. A cambio de ello, el MIR abrió un paréntesis
de "expectativa esperanzada" a la espera de las primeras medidas del
nuevo gobierno izquierdista. Aunque no descreen totalmente —como su
contraparte de la ultraderecha— de las bondades de la democracia,
los miristas constituyen la única falange de izquierda que se
apresta para choques violentos en el futuro y no confía en las
reglas de juego parlamentarias.
Es difícil que ello ocurra, sin embargo. Si en algún sentido se
puede hablar de hipertrofia política en Chile, ésta se manifiesta en
que el interés primordial de las grandes corrientes populares es
aumentar su caudal de votos. De ahí que los upistas aguarden el
apoyo de gran parte de la bancada democristiana para legislar los
cambios que se proponen realizar. Sin ese apoyo, la UP vería
seriamente entorpecida su acción de gobierno porque carece de
mayoría propia en el actual Parlamento o en el que vaya a formarse
en el futuro como Cámara única. Si careciera de ese apoyo, entonces
sí, Allende vería cerrado el camino de los cambios por la vía
democrática. Pero también es difícil —en una primera etapa, por lo
menos— que esto ocurra. Como señaló a SIETE DIAS el flamante
ministro de Agricultura, Jacques Chonchol Chait (44), jefe de una
escisión del Partido Demócrata Cristiano, "Frei no fue más allá en
los cambios no porque no pudiera, sino porque no quiso. Sólo se
propuso modernizar la sociedad tradicional, pero apoyado en la
derecha económica asentó el capitalismo". La fronda oligárquica,
como llama Chonchol a quienes se oponen al cambio, sólo podría
tronchar el proceso con ayuda de las FF.AA. Y con el asesinato de
Schneider quedó claramente en evidencia que éstas sólo actúan en la
preservación del cumplimiento de las normas democráticas, no para su
socavamiento.
De ahí el contento de los comunistas, uno de los partidos más
moderados (¿otra paradoja trasandina?) del conglomerado de la UP,
que recién se desplegó a partir del sábado 31 en las páginas del
diario El Siglo con trinos de euforia y aires de gesta,
cuidadosamente contenidos hasta entonces por la dramática situación
creada con el asesinato del comandante. Traspuesto el "período de
luto", los comunistas abrieron las compuertas del jolgorio, apenas
empañado por el duro tira y afloje que se dio dentro del upismo para
la designación del primer gabinete de Allende.
En larga charla con SIETE DIAS, el jefe del comunismo chileno, Luis
Lucho Corvalán, pequeño, nervioso, de ojos vivaces y cuidado bigote
blanco, explícito esa euforia: "La gracia de los partidos está en
descubrir todas las posibilidades de la democracia. Yo no descarto
que en el futuro pueda darse un enfrenta-miento armado, pero
nosotros no lo deseamos ni lo propiciamos. Todo lo contrario:
estamos empeñados en meter en cintura a las capas reaccionarias,
para obligarlas a que acepten el juego democrático". Y a
continuación, el elegante ex minero de 54 años pasó a exhibir su
alarde personal de la táctica de prudencia y calma; "No forma parte
de los principios comunistas la existencia de un partido único ni
siquiera durante la edificación del socialismo. Cierto que en la
Unión Soviética y en Cuba se dio de ese modo, pero son países
distintos, con otra tradición y otra historia".
—¿Usted definiría lo que está ocurriendo en Chile como el estallido
de una situación revolucionaria?
—Nosotros no le ponemos etiquetas al asunto.
—¿Los comunistas se preparan para hacer frente a una eventual
sedición de derecha?
—Prefiero hablar del presente.
—Ustedes acusaron al general Lanusse de haber propiciado el
asesinato de Schneider.
—Eso fue algo que publicó El Siglo.
—Es el vocero oficial de su partido .
—Sí, pero yo no dirijo el diario y creo que esa acusación fue un
error. Pienso que entre los militares argentinos hay gente con
afanes expansionistas, y no sería extraño que hayan dado algunos
pasos no precisamente en favor nuestro. Pero no hago acusaciones
concretas. Sé, por el contrario, que el presidente Levingston ha
declarado que la elección de Allende es un asunto chileno y que
acaba de enviar su saludo al nuevo gobernante. Ciertamente, me
alegro de ello.
EL PRESIDENTE QUE OUIERE SER CAUDILLO
Tal vez uno de los mayores orgullos que pudo exultar en las últimas
dos semanas Salvador Allende fue que la casa donde vivió hasta ahora
es incómoda. Cuando el sábado 24 de octubre, el entonces presidente
Frei cumplió con la formalidad protocolar de ir a saludarlo a su
domicilio, los jefes de las Fuerzas Armadas, que tuvieron que hacer
lo mismo pero después del mandatario, debieron aguardar en la puerta
de calle porque adentro no había dónde ponerlos: en la
mini-biblioteca conversaban los dos presidentes, y en el living sus
esposas. Su motivo de orgullo permanente es pertenecer a una familia
tradicional, de honda raigambre en la política chilena. Y su
aspiración: siendo que el presidente acumula en Chile amplísimos
poderes, Allende orienta su indiscutible habilidad política hacia la
imagen de un caudillo autoritario. Ello se evidenció en las
farragosas tratativas de formación del gabinete: Allende terminó
imponiendo su voluntad personal a todos los partidos de la UP,
incluido el suyo. Por eso, es posible que envidie a Fidel Castro,
pero aparenta sentirse más cerca de Perú y Bolivia que de Cuba, en
cuanto a identificaciones políticas se refiere. La segunda ruptura
de protocolo, tendiente a demostrar su índole popular, la produjo el
mismo día de la asunción: Frei y su gabinete lucían frac y
condecoraciones, y llegaron al Salón de Honor del Congreso en
carrozas tiradas por caballos. Allende y sus hombres lo hicieron en
traje de calle y fueron a pie.
Más allá de tales impactos, Chile comienza una etapa que no es sólo
novedosa: contiene ingredientes verdaderamente inéditos cuyo
desarrollo ya está empapado con la simultaneidad de signos
antagónicos: un climax popular euforizado bajo la promesa de
cristalizar una democracia de masas; la expectativa de la derecha
conciliadora que aspira a moderar y contener, a través de las reglas
de juego vigentes, la profundidad de los cambios; y, finalmente, la
tensa vigilia de armas en que se hallan sumergidos los ultras de
izquierda y derecha.
En las últimas horas de la tarde del pasado lunes 2, a menos de 24
horas de la ceremonia de asunción del mando, el médico de 62 años
que se erigió en líder de este proceso recibió a SIETE DIAS en la
minibiblioteca de su antigua casa de la calle Guardia Vieja, a punto
de mudarse a la amplia casona donde morará con su esposa, Hortensia
Tencha Bussi, mientras sea presidente de Chile. Su voluntad de
autoritarismo se evidenció con creces en el trascurso de este
reportaje, extrañamente tenso, abrupto, finalmente insólito.
—¿En qué año inició su carrera política, señor presidente?
—Antes de nacer. Porque mi padre, porque mi abuelo Ramón, que está
aquí (señala un inmenso retrato a sus espaldas), tuvieron una
trayectoria política. Mi abuelo fue senador radical, fundador de la
primera escuela laica en Chile, en el siglo pasado, fue serenísimo
Gran Maestre de la Orden Masónica, y como brillante médico, fue
fundador de los servicios médicos del Ejército de Chile. Mi padre y
mis tíos fueron radicales todos. Mi tío materno, Arsenio Gossens,
tiene, junto con otros jóvenes, un monumento en el Cementerio
General porque fue uno de los mártires del Ocaña, un hecho histórico
ocurrido durante el gobierno de José Manuel Balmaceda, en el 90,
donde murieron él y seis estudiantes de su misma promoción.
—¿Usted siempre militó en el socialismo?
—Soy fundador del Partido Socialista. Nunca milité antes en ningún
partido. Además, fui ministro de Salud Pública durante el gobierno
de Frente Popular presidido por Pedro Aguirre Cerdá de 1939 a 1942.
—Antes de ahora Chile tuvo dos experiencias de gobierno frentistas,
¿no es verdad?
—No. La actual no es una experiencia de ese tipo. En el Frente
Popular había un partido hegemónico, que era el partido Radical. Por
otra parte, no tenía como objetivo sustituir el régimen y el
sistema, sino que el FRAP luchaba por ser la izquierda dentro del
sistema. Hoy día, en cambio, luchamos para sustituir el régimen y
construir una nueva sociedad, que es una cosa totalmente distinta.
Seguramente usted cree que el de González Videla también fue un
gobierno del FRAP, pero eso es otro error: los socialistas no
formaron parte de ese gobierno. Además, allí estuvieron los
liberales junto a los comunistas.
—Quiere decir que la diferencia que hay ahora es que no sólo no
existe un partido hegemónico, sino que son todas fuerzas. . .
— ...que tienen un mismo programa y no son contradictorias. Usted
comprende que en un gobierno donde hay liberales, comunistas y
radicales, todo se desarrolla en medio de intensas contradicciones.
Aquí no.
—Pero ahora también están los radicales y los socialdemócratas.
—Sí, y constituyen fuerzas que coinciden con un pensamiento común:
el programa de la Unidad Popular, que es bastante claro y definido .
—Bastante quiere decir. . .
—Le aconsejo que lo lea y que lo estudie. Recién entonces tal vez
pueda intentar sutilezas.
—Usted ha dicho, señor presidente, que al elegirlo el pueblo chileno
votó contra el capitalismo. Sin embargo, el programa de la UP no
contempla la supresión del sistema capitalista
—El programa de la UP establece una serie de puntos muy
significativos y muy claros; la recuperación de las riquezas básicas
del país, que se hallan en manos de capitales foráneos; una intensa
y profunda reforma agraria; la nacionalización del crédito y el
control de todo el comercio exterior. Yo creo que nadie puede negar
que este programa significa cambios de fondo en la estructura
económica.
—¿Eso implica como objetivo la supresión total del capitalismo en
Chile?
—Eso implica como objetivo caminar hacia el socialismo. Como la UP
es un instrumento inédito que ha logrado agrupar a cristianos,
laicos y marxistas, nosotros hemos elaborado nuestra propia táctica
y nuestra propia estrategia, que también serán únicas.
—¿En qué consisten dichas táctica y estrategia?
—En que estamos actuando y actuaremos para la realidad de Chile; con
conceptos y métodos acordes con dicha realidad. Tenga claro que
nosotros hemos roto con esquemas que se suponían imposibles de
romper y hemos terminado con el dogmatismo de algunos. A pesar de
que si se lee con atención algunos trabajos de filósofos del
marxismo como Engels, por ejemplo, se pueden advertir algunos
párrafos donde se señala que en países donde se dan determinadas
condiciones (que Chile las tiene) es posible, por los cauces de la
ley y del sufragio, realizar las trasformaciones.
—Señor presidente, hay dos tipos de críticas que se le hacen a usted
desde dos extremos opuestos. Están quienes sostienen que su
aceptación del Estatuto de Garantías Democráticas, que se introdujo
como (modificación constitucional, no sería más que una maniobra
comunista tendiente a tranquilizar la situación, pero con el
objetivo ulterior de instaurar el comunismo. Y están, por el
contrario, quienes afirman que usted no va hacer la revolución en
Chile. Desde luego, usted no admite tales formulaciones, pero la
pregunta sería. . .
—Sí, pero yo le ruego que usted, al formular sus preguntas, piense
que está conversando con el presidente de Chile.
—Por supuesto, excelencia. Para eso vine.
—Es que parece que no lo ha pensado. Si yo firmé un documento, y he
ido al Congreso a votar lo que se ha llamado las garantías
constitucionales, no me parece prudente que usted afirme lo que
"algunos dicen". La palabra de un político que tiene una dilatada
vida pública, que se ha caracterizado siempre por la veracidad de
cuanto afirma, avalado por la forma como actúa, no lo autorizan a
preguntarme a mí de esa manera. Porque lo que yo le he dicho al país
se cumplirá. Y además quiero reiterarle que el presidente de la
República soy yo, señor periodista. En Chile habrá un gobierno pluripartidario, ningún partido tendrá hegemonía y ningún partido
impondrá su voluntad.
—Si usted me permite, yo deseo aclararle, señor presidente. . .
—No, no, no. No hace falta que me aclare nada. Pero es útil que en
lo sucesivo medite lo que me va a preguntar y la forma como me lo va
a preguntar.
—A usted le ha molestado la pregunta, pero yo necesito aclararle que
no hice más que suscitar un tema. . .
—Pero no, señor, yo no me he molestado. Simplemente lo he puesto en
su lugar. Usted está conversando con un presidente que ha firmado un
documento. Entonces usted no le puede decir al presidente de un país
soberano que su palabra y su firma no valen nada. ¿A juicio de
quién? ¿Cuántos pelafustanes hay en el país que "quieran decir eso?
Usted me ha dicho "a juicio de alguna gente". Y yo le pregunto: ¿a
juicio de quién, señor?
—De la derecha argentina, por ejemplo. Y creo que se ha podido
advertir con creces en algunos sectores de la derecha chilena. Eso
en lo que respecta a la primera parte de la pregunta.
—En ese caso yo le diría a la derecha argentina que no tiene derecho
a opinar sobre los problemas de Chile, como yo no opino sobre los
problemas de la Argentina, de modo que su pregunta carece igualmente
de validez. Además, ¿qué me importa a mí la derecha argentina si no
me interesa la derecha chilena? Bueno, dígame cómo sigue su
pregunta.
—Le decía que desde el extremo opuesto, es decir, la extrema
izquierda, se sostiene que usted no va a hacer la revolución. La
pregunta era...
—Usted continúa como si no escuchara lo que le digo. Señor, Chile
inicia un proceso de cambios profundos que se van a realizar
indefectiblemente. Entonces no me pueden interesar a mí las
especulaciones o las teorizaciones de la seudoizquierda o de la
extrema izquierda. Le reitero, señor periodista, que medite lo que
me va a preguntar.
—Doctor Allende, yo no he venido especialmente desde Buenos Aires
con el propósito de irritar al presidente de Chile.
—Pero es que yo no me he irritado. Le he dicho en el tono más calmo
y pacífico del mundo que medite con quién está conversando. Vamos,
adelante.
—En su edición del miércoles 28, el diario El Mercurio publicó un
editorial señalando que después de la reforma constitucional existen
menos diferencias que las que se creían entre los planes del
gobierno que termina y el suyo. ¿Usted también concibe este proceso
como una continuidad?
—Jamás. El gobierno que termina fue típicamente capitalista,
reformista. Y nosotros queremos hacer un gobierno destinado a
sustituir el régimen y crear una nueva convivencia social.
—En un reportaje reciente, usted ha declarado que el pueblo chileno
ganó una elección y que ahora se inicia la lucha por tomar el poder.
—Evidentemente. Muchos hombres llegaron al gobierno, pero en tanto
no han tomado, no han controlado los centros de poder económicos, no
tuvieron realmente el poder que en nuestros países se halla en manos
de capital foráneo, combinados con los centros de poder de la
oligarquía terrateniente, bancaria e industrial.
—Pero ese proceso de "toma del poder, ¿usted concibe que puede
realizarse siempre en el marco de la actual legalidad?
—Sí, señor. La ley actual y la constitución actual permiten, en el
terreno del agro, por ejemplo, hacer las expropiaciones. Y nosotros
buscaremos, desde el punto de vista jurídico, una similar
posibilidad en el campo industrial y bancario.
—¿Pero usted no considera que dada la magnitud de los cambios que
usted ha anunciado que se propone realizar, habrá un momento en que
las actuales reglas de juego deberán ser cambiadas?
—Eso también está previsto en los mecanismos actuales de la
constitución y de la ley. La constitución contiene las formas como
debe realizarse su propio cambio.
—Para ello necesita del consenso parlamentario.
—Desde luego. Pero también de acuerdo a las leyes vigentes, el
presidente de Chile tiene la facultad de plebiscitar al país, si
ello fuera necesario .
—Ahora, si todos esos mecanismos Legaran a ser insuficientes, ¿no
cree que en algún momento deberá apelar a la coerción del Estado
para cumplir con su programa?
—Creo que mi respuesta ha sido lo suficientemente clara como para
que no quepa la pregunta.
—Desde el punto de vista de lo que la ortodoxia izquierdista concibe
como diferencia entre reformismo y revolución, el proceso que usted
va a encabezar, ¿se podría definir como evolucionista, es decir,
reformista?
—A juicio nuestro, no. Ya le he dicho que no me inquieta la
ortodoxia seudoizquierdista, izquierdizante o de extrema izquierda.
—Me refería a lo siguiente: hasta ahora, todas las revoluciones
triunfantes de signo marxista han cumplimentado de diversos modos la
característica común de integrar organismos de poder, fuera del
viejo Estado, como los soviets en la URSS o el Ejército Rebelde en
Cuba; y suprimieron la legalidad vigente con anterioridad al momento
de la revolución. En este caso, no se da ninguno de esos rasgos.
—Vuelve usted a sentar una premisa que yo no le puedo dejar pasar.
Acaba de decir "las revoluciones triunfantes de signo marxista".
Usted tiene conciencia, porque se lo he dicho tres veces, de que en
Chile vamos a tener un gobierno pluripartidista, democrático,
nacional y revolucionario. Además, usted debe saber que no hay
gobiernos marxistas en el mundo. Hay gobiernos conservadores,
liberales o socialistas. El marxismo no es una receta para gobernar,
sino un método para interpretar la historia. En seguida le he dicho
hasta la saciedad que vamos a cambiar las estructuras y vamos a
crear el Estado popular, que será un Estado de derecho .
—¿Eso implica que el actual aparato estatal permanecerá intacto? Le
pregunto esto porque en la mañana de hoy, el senador Corvalán me
explicó que a diferencia de lo que ocurre con las revoluciones
violentas, Chile tiene la ventaja de que no será necesario desmontar
la actual maquinaria del Estado.
—Modificaciones tendrán que hacerse. Lo que el senador Corvalán
seguramente ha señalado es que el programa establece un Ejecutivo,
un Poder Legislativo y un Poder Judicial que existen en el país. En
ese sentido nada hay que modificar. Pero lo que sí habrá es un
Legislativo distinto desde el momento que nosotros propugnamos una
cámara única, un Poder Judicial autónomo, realmente autónomo, cosa
que no ocurre hoy día, en que el Poder Judicial depende del
Ejecutivo en la nominación de jueces y ministros, y un Poder
Ejecutivo con la responsabilidad superior de la marcha política,
económica y social del país. Le puedo asegurar categóricamente que
yo seré, dentro de estas leyes, el presidente de Chile. Con lo cual
le estoy significando que tengo sentido de la jerarquía del cargo y
de la dignidad de su desempeño.
—El hecho de que se vayan a producir, como usted dice, profundas
trasformaciones revolucionarias, hará inevitable serios choques de
intereses antagónicos.
—Seguramente que los habrá. Yo no conozco, y usted tampoco, el caso
de ningún país del mundo donde se hayan hecho trasformaciones sin
que se produjeran choques de intereses. Tendremos que chocar con los
intereses del capital foráneo, con los del latifundio y con los
monopolios. Son cosas elementales.
—Pareciera que ese choque ya se ha evidenciado con el asesinato del
general Schneider. Por eso le preguntaba si usted cree posible
desechar la violencia en algún momento de su gobierno.
—Es la tercera vez que me pregunta lo mismo. Ya es casi una
majadería. Le he dicho que lo vamos a resolver dentro de los marcos
legales, dentro del actual estado de derecho y dentro del futuro
estado de derecho. Y le contesto con tranquilidad porque es usted
muy joven; si tuviera más años le diría que aquí terminamos la
entrevista. Van tres veces que me pregunta lo mismo. Eso ocurre
porque no se da cuenta de lo que le estoy contestando o porque me
quiere sorprender en alguna contradicción. No lo va a conseguir,
señor periodista.
—Permítame que le vuelva a decir, señor presidente ...
—No lo va a conseguir.
—... que mi único objetivo es proponerle temas paira que usted los
desarrolle.
—Vamos adelante, vamos adelante. ¿Qué otra cosa desea saber?
—Durante su conferencia de prensa del jueves de la semana pasada
usted señaló que existe una similitud de lenguaje con los gobiernos
de Perú y Bolivia. ¿Ello indicaría la posibilidad de que se forme un
bloque común en esta región del Pacífico?
—Yo no puedo ponerme a predecir el futuro y creo, además, que hablar
de bloques es un anacronismo. Lo que sí me parece evidente es que en
América latina hay una situación nueva: pocas veces se ha visto que
haya una similitud no de lenguaje, sino de actitud frente a hechos
tan importantes como las inversiones extranjeras, la defensa de los
derechos de nuestros países, el sentido nacional y patriótico, al
margen del chauvinismo y en función de una conciencia de pueblo que
defiende su derecho a luchar por la independencia económica.
—¿Usted concibe como diferentes, en el fondo, los procesos de Perú y
Bolivia, respecto de Chile, dado que tienen un signo marcadamente
nacionalista que no se propone como fin el socialismo?
—Yo no entro a juzgar cuál será la meta de los gobiernos de Perú y
Bolivia. Sólo preciso la meta de mi gobierno.
—En cuanto a la actitud que pudieran tener países del Cono Sur,
sobre todo Brasil y Argentina, ¿piensa que constituyen un peligro
para el proceso interno de su país?
—Pienso que todos los pueblos y todos los gobiernos están obligados
a respetar la autodeterminación y el principio de no intervención.
Creo que eso sucederá en el caso nuestro porque nosotros
respetaremos esas normas y no intervendremos en la política interna
de otros países; ni limítrofes, ni no limítrofes.
—Si dentro de seis años la UP pierde las elecciones, ¿eso
significaría para usted el triunfo de una contrarrevolución?
—Eso significaría que el pueblo habrá elegido otro gobernante con
otra fórmula y otra base política, pero habrá hechos que serán
irreversibles. ¿Usted cree que en un país donde se va a realizar la
reforma agraria, podrá venir otro gobierno y anularla? ¿Cree que un
país que nacionaliza sus riquezas esenciales podrá tolerar un
gobierno que
venga a dar un paso o diez pasos atrás? A mí me parece muy difícil.
—¿Cuál será su primera medida de gobierno, señor presidente?
—Cumplir con el programa. Mi primera medida será esforzarme al
máximo punto por dar trabajo a un número alto de gente de nuestro
pueblo que no tiene cómo ganarse la vida. Y eso implica iniciar todo
un proceso de desarrollo económico y social.
—En la Argentina circuló la versión de que Juan Domingo Perón sería
invitado a la ceremonia de asunción del mando; y se dijo también que
eso había sido desmentido desde aquí. Originariamente, ¿el general
Perón había sido invitado?
—Vea la lista, que es pública, y podrá imponerse de la nómina de
invitados.
—¿Pero se había invitado a Perón?
—El señor Perón no ha sido invitado.
—¿Puedo preguntarle por qué, señor presidente?
—Le acabo de responder, simplemente, que no ha sido invitado.
—La pregunta era por qué.
—Y la respuesta es la que le acabo de dar.
—¿Tal vez para no irritar al gobierno argentino?
—Usted ha colmado la cuota de preguntas fuera de lugar que yo esté
dispuesto a soportarle a nadie. De modo que no sólo no le voy a
contestar, sino que aquí doy por terminada la entrevista.
OSVALDO TCHERKASKI
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Allende saluda, Frei aplaude
La multitud frente al Palacio de la Moneda el día de la
asunción saluda a Salvador Allende
En el Salón de Honor del Congreso, Frei se retira sonriente.
El presidente Allende aplaude.
A la salida de la ceremonia del Congreso, ungido presidente
de Chile, Allende hace su viaje triunfal hacia el palacio de
La Moneda
Primer saludo desde el deseado balcón de la Casa de Gobierno
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Amigo personal del nuevo presidente, el lisiado Jorge Payés
lo acompañó durante todo el día |
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