Revista Periscopio
17/02/1970 |
De acuerdo con cualquier canon (menos el de la
musculatura), Barbra Streisand es la más poderosa figura
norteamericana del espectáculo en la actualidad. Podría hacerse
financiar su próxima película aunque se le ocurriera basar el
argumento sobre la Enciclopedia Científica Van Nostrand ("No es una
idea tan mala: abrimos en la voz Fotosíntesis, con Barbra en el
invernáculo vestida con un jardinero de lame plateado ...").
En este momento se la ve en la pantalla en Hello, Dolly!, en Todd-AO
y 70 milímetros; se la escucha en discos 360 Stereo Sound y es
disecada por las columnas de chismes con un escalpelo de filosa
malignidad. La versión cinematográfica de Funny Girl, su primer
vehículo estelar, que le mereció un premio de la Academia, sigue
dándose en pleno corazón de Nueva York, en Times Square. En la
primavera próxima se distribuirá On a Clear Day You Can See Forever
(la versión de otro musical de Broadway), y Barbra filma ahora El
búho y la gatita, en Nueva York.
Varios de sus shows para la televisión han sido asombrosos. Sus
discos han vendido cerca de 9 millones de ejemplares. La Streisand
parece estar en todas partes, y es colosal el volumen de lo que se
imprime acerca de lo que dice y hace, y con quién lo hace. Cómo se
sirve de su potencial como persona, es una cosa. Cómo utiliza sus
cualidades artísticas es, sin embargo, otra, y ésta es la más
importante acerca de ella y siempre lo fue, desde que apareció por
pernera vez en Broadway hace más de siete años, como Miss
Marmelstein en 'I Can Get It for You Wholesale'. Lo que más importa
acerca de ella son sus dones, o su arte, o como quiera llamársele;
es la forma en que ella consigue que esos dones lleguen tan lejos.
APARECIO EN UNA SILLA
Su entrada en escena como Miss Marmelstein era en una silla
giratoria, de escritorio: Yetta Tessye Marmelstein, una desdeñada y
extraña criatura de 19 años, que se balanceaba y giraba en su silla
preguntándole al público por qué a otras chicas las llamaban en
seguida por su primer nombre, y en cambio ella ... "Oh, ¿por qué es
siempre Miss Marmelstein?" Barbra eligió esa curiosa forma de
ingresar en el escenario porque estaba demasiado asustada de
enfrentar a su público de pie y porque suponía que la mayoría de las
secretarias se pasaban la vida en una silla. Una gran interpretación
es una suma de tales elecciones precisas, justas: teatral,
extravagante peto, por encima de todo, verdadera. Entró sobre ruedas
en el escenario y entonces ocurrió lo más insólito. Esa vulgar chica
de oficina que realmente parecía salida de una oficina, interpretó
por sí sola una pequeña comedia musical. Fue heroico, a su manera, y
desesperadamente divertido.
La heroína en la que pronto se transformó Barbra tenía una
desesperación propia. "Planchaba" en los bailes, sufría el problema
judío y el problema afectivo. Nadie me hace proposiciones, cantó
para la grabación que festejaba el cuarto de siglo de "Alfileres y
Agujas", el show de un sindicato de trabajadores del vestido cuya
encantadora partitura era también obra de Harold Rome, el de
Wholesale. Era muy parecido al personaje que Rome había creado para
el número de Miss Marmelstein, sólo que Barbra arrojó en él nueva
furia, una cómica autodestrucción y un ríspido amor propio. "Como el
jabón Ivory —ululaba—, soy 99,44 por ciento pura"; y la palabra
"pura" sonaba en sus labios a mala palabra.
Ella era su pura invención, nada prefabricado, ninguna semejanza con
"estrellitas" vivas o muertas. Era una persona real, con un pasado
auténtico, surgida de un lugar verdadero que casualmente era
Brooklyn, lo que hacía reír a la gente. Era genuinamente pura ¿pero
exactamente pura qué? Su primer papel protagónico, Fanny Brice en
Funny Girl (versión original de Broadway), dio una respuesta: pura
excentricidad. Era una respuesta tan persuasiva que durante mucho
tiempo pareció la única.
"Cuando se es más joven —explicó Barbra, lenta y prudentemente, en
una larga discusión sobre su trabajo, desarrollada durante una noche
no muy lejana— no se tiene más que la imaginación como cantera, de
modo que lo que ocurre es que trasciende la realidad y casi produce
su propio arte." En ese momento estaba hablando de su labor como
estudiante de arte dramático, a los 16 o 17 años. (Según una amiga
que la conoció entonces, Streisand era la única de la clase que
hacía preguntas, que no era pasiva, que no se sentía atemorizada por
el profesor o el tema.) "A medida que uno envejece —concluyó
Barbra—, la realidad se instala."
Sean cuales fueren sus carencias como pieza coherente de teatro,
Funny Girl utilizó astutamente a su estrella. La coreografía le dio
ocasión de ser un payaso sublime en el número de la Hermosa novia,
en el cual Fanny, rodeada por esbeltas beldades, cantaba dulcemente
que ella era "el hermoso reflejo del afecto de su amado", lo que
habría sido perfecto si la muchacha no hubiera estado más que
visiblemente embarazada. El libreto de Isobel Lennart le dio una
fachada estrafalaria y un espíritu romántico, apasionado. La
partitura, de Jule Styne y Bob Merrill, le ofrendó dos baladas
notables; People y The Music that Makes Me Dance. Pero lo más astuto
de todo fue que la partitura tenía un número de apertura cantado no
por Fanny sino por sus amigos y vecinos, que directamente exploraba
el problema del éxito, el sexo y la chica hogareña. Si una chica no
es linda ("Si los accesorios de una chica no son más grandes que dos
lentejas....").
En su propio número inicial, Fanny/ Barbra cantaba —nostálgicamente,
cómicamente— que ella era la mayor estrella, aunque nadie lo sabía.
Cuando la versión cinematográfica de Funny Girl apareció, en 1968,
casi todo el mundo lo sabía ya. Mejor dicho, sabía con algo más que
un ligero escepticismo que se suponía que ella era la más grande.
Pero Barbra nunca había hecho una película, y las cámaras son
notorias reveladoras de fraudes. Las cámaras revelaron, en Funny
Girl, a una artista aún más dotada de lo que se suponía. El autor de
esta nota (Joseph Morgenstern) se recuerda preocupándose por el uso
de superlativos en su crítica del film. ¿Se pondría en ridículo si
la declaraba la más cabal, original y divertida interpretación jamás
vista en una comedia musical? Finalmente decidió que, simplemente,
era la mejor; y entonces ¿por qué no decirlo?
EL VENTRILOCUO Y SU MUÑECO
Pero ¿qué significaban esos superlativos? ¿Qué hacía que ella fuera
tan buena? Una excelente pregunta para formular y una muy difícil
para responder, desde que lo único que Barbra no hacía era quedarse
lo bastante quieta como para que los clasificadores inmediatamente
le pusieran un rótulo. Manejaba su propio material étnico con la
misma soltura en la comedia que en la parodia, más un poco de
tomarse el pelo a sí misma cuando se le antojaba ser a la vez el
muñeco y el ventrílocuo. Si al cantar su voz era cálida, romántica,
al hablar sonaba improbable y divertida. Sus transiciones de un
humor a otro eran instantáneas y brillantes. En la escena que
conduce a Don't Rain on My Parade, se ponía las manos en las orejas,
sacudía la cabeza y decía: "No me lo digan", mientras sus compañeras
de las Folies trataban de convencerla de que su hombre, Nicky
Arnstein, era un canalla. De pronto, sin aviso, estaba metida en su
canción, repitiendo: "No me lo digan" con un No explosivo que la
arrastraba hasta el intervalo.
Su energía parecía sin límites, su sentido del humor casi infalible.
Y al final de un film que carecía de su propio final dramático —un
pobre Nicky de cartón vuelve a Fanny, pero su matrimonio ya no tiene
destino—, Barbra cantaba 'Mi hombre'. Exigió que el sonido se
grabara en vivo, un riesgo artístico que la mayoría de las estrellas
del cine no se atreverían a correr. Se vistió de negro sobre fondo
negro, para que nada se viera de ella sino dos manos y una cara, más
una voz. Comenzó menuda, herida, toda transida de lágrimas. Antes
del final del primer coro, sin embargo, su "funny girl" tomó la
decisión de cantar hasta volver a la vida. Su voz brotaba
desafiante, un espíritu que se había perdido y encontrado en el
espacio de unos pocos compases; y puesto que el espectador había
pagado su entrada, podía ahora elegir entre dejarse arrastrar por el
puro y nada vergonzante sentimiento de la situación, o por el
virtuosismo de una actriz a la que se veía adorable, femenina y
vulnerable al tiempo que estaba arrojando una balada con la fuerza
de un lanzador de disco.
SOY MUCHAS COSAS
Se hablaba de la tipificación de los actores. Los públicos italianos
no tuvieron interés en apreciar la soberbia labor de Marcello
Mastroianni en 'Los compañeros': querían a su galán romántico, y no
a un sindicalista del ayer.
Los públicos norteamericanos permanecieron indiferentes ante la
refinada prestación de Cary Grant en 'Un desolado corazón', el film
de Clifford Odets acerca de un infortunado cockney.
"Supongo que el público no quiso comprar esas interpretaciones
porque sólo quiere lo que puede entender", dijo Barbra con
inseguridad y sin ningún regocijo ante esas perspectivas. "Pero yo
tampoco puedo comprar eso —agregó—. Siempre pienso que si algo es
realmente bueno y está bien hecho, eso es lo que el público tiene
que comprar. Quiero decir que anhelo interpretar toda clase de
papeles distintos, desde prostitutas hasta ingenuas, desde tilingas
hasta inteligentes, toda clase de mujeres. Porque yo misma tengo en
mí todas esas capacidades. Soy un poco tonta, soy muy viva. Soy
muchas cosas. Lo que quiero es usar esas cosas, expresarlas. Es
bastante divertido porque yo aparezco en esos grandes films y sin
embargo soy una curiosidad... una excéntrica. Quiero decir que no
soy Doris Day ni Julie Andrews. Eso es lo raro. No sé cómo estoy
metida en esto. De veras."
Streisand desconfía de la prensa pero confía en el público. "El
público es el mejor juez de cualquier cosa. No se le puede mentir.
Quiero decir, esto es algo que yo descubrí... no, no lo descubrí...
pero después de casi dos años en el escenario uno aprende eso. Al
menor indicio de falsedad, el público se aparta, se repliega. La
verdad los acerca. Lo que quiero decir es que en un momento pesado,
que se arrastra, van a toser. Cuando están atrapados, no tosen. No
saben por qué, no pueden intelectualizarlo, pero saben si está bien
o mal. Individualmente podrán ser unos asnos, pero en conjunto
son... lo más inteligente que hay."
De todos los chismes que se chismorrean sobre Streisand, el más
desconcertante es su reputación de difícil para trabajar con ella.
La gente dice que tiene la costumbre de dirigir a sus directores. La
gente dice esto a menudo sobre las estrellas. El poder es un tema
fascinante y a la gente le gusta pensar sobre la realización de
films en términos de poder y nada más, como una épica batalla entre
egomaníacos: de un lado, el director, con breeches, polainas, fusta,
monóculo y malevolencia; del otro lado, la estrella, alborotando con
el estado de su maquillaje y negándose terminantemente a filmar su
escena en la cárcel a menos que le permitan usar el Toisón de Oro.
Nunca se sabe la verdad de estas cosas. La relación director-actor
es única, e íntima. Sólo se pueden aventurar hipótesis, basadas
sobre el resultado final del film.
El director de Funny Girl fue William Wyler, un hombre de vasta
experiencia y de probada artesanía. Antes de éste, hizo unos 40
films; Barbra, ninguno. Ella, por su parte, había creado el papel de
la protagonista, representándolo 798 veces en Broadway y en Londres,
y sabía más acerca de él, instintivamente e intelectualmente, que
nadie en el mundo. Existían todas las razones para que estos dos
artistas, con un equipo auxiliar, cooperasen en la realización del
film; y existen todas las razones, basadas sobre el feliz resultado
final, para creer que cooperaron. No sin ira o dolor, seguramente,
puesto que estrellas y directores están ambos arriesgando mucho en
tan elaboradas producciones, pero tampoco sin un propósito.
Lo concreto es que si Barbra dirigió a Gene Kelly, su director en
Hello, Dolly! debió haber hecho un trabajo mejor. No hay ninguna
evidencia de que él, ni ninguna otra persona, haya dirigido este
film tan grande y pesado como un dinosaurio. Está ahí porque está
ahí, una impresionante obra industrial en la cual todos iban a
trabajar disciplinadamente cada mañana y retomaban en el punto en
que habían dejado el día anterior. El famoso número de la entrada de
Dolly al restaurante, con la canción que da título al musical,
resulta en el cine —con todo su esplendor material— tan sólo un
himno a su intérprete, una delicia verla, una casamentera madura
encarnada por una muchacha sexy con un deslumbrante vestido dorado.
La muchacha es humana, la producción no lo es.
Es raro que a una excéntrica se le pueda decir que se la ve joven y
sexy. A Barbra se la ve hermosa dentro y fuera de la pantalla, tanto
que uno llega a preguntarse qué le pasó y cuándo. ¿Estuvo tomando
píldoras de la fealdad para Funny Girl y después dejó de tomarlas?
La contestación, claro, es que su publicidad y su material de
trabajo, en los primeros años de su carrera, insistían en que ella
era un bicho raro, y eso es lo que la gente vio. Hasta en las más
clownescas secuencias de Funny Girl se la veía hermosa, pero la
publicidad seguía repitiendo "casera, fea, desahuciada", y uno lo
creía. En discos, ya cantaba 'Amado, vuelve a mí', con estupenda
sexualidad, cinco años antes de que Funny Girl llegara al cine, y
entonaba sus lentas, sensuales versiones de Happy Days Are Here
Again y ¿Quién le teme al lobo feroz?, seis meses antes. La fuente
principal de este equívoco está en que Barbra comenzó su carrera en
Broadway como una solterona, y tan sólo después se rejuveneció.
CONFIAR EN EL INSTINTO
¿Qué clase de actriz es Barbra? ¿Dónde residen sus fuerzas? "Elliott
(el marido de la Streisand, Elliott Gould) una vez llevó a su
bisabuela a verme, que tenía como 85 años, y ella después le comentó
que yo le gustaba porque era natural, 'so natchel'. Y eso me gustó.
Pienso que mi mayor virtud es mi instinto. Simplemente, me duele
cuando escucho algo así como un parlamento mal leído. Es como la
música. Quiero decir, actuar es como la música. Porque yo creo en el
ritmo, ¿sabe? Todo está tan dominado por nuestras pulsaciones, por
nuestra respiración, que cuando se va contra ciertos ritmos es
desagradable, es antinatural, a menos que utilicemos la disonancia."
En este momento estaba haciendo muecas y molesta consigo misma. "No
soy articulada y no soy elocuente. Todo lo que dije me suena a
tontería. Pero la verdad es que yo leo un guión y de inmediato
escucho y veo lo que la gente está haciendo, y se me ocurre algo y
siempre confío en mi primer impulso.
También soy muy perezosa, de modo que no me preocupo mucho más".
Cuando llegue su primer fracaso, ¿cómo le gustaría a ella que fuese?
"Uno muy grande —gesticula—. Así puedo volver a todos los honores."
¿Y qué hay de otros estilos de actuación? No se siente cercana a los
actores "que todo lo tienen calculado: saben exactamente dónde van
las inflexiones, cuál es la palabra clave de la oración, conocen los
objetivos y todas esas cosas. Me conmuevo más cuando lo veo a Marión
Brando, cuando me siento incapaz de definir sus procesos, cuando
simplemente contemplo una vida, una mente, una personalidad. Brando
es más fuerte que cualquiera de los personajes que interpreta. Hay
diferencia entre preconcebir todo y controlarlo, y lo que resulta
ligeramente fuera de control".
Se habló de trabajos específicos y se estuvo de acuerdo acerca de la
versatilidad de Jeanne Moreau en Jules et Jim, tan distinta de un
segundo al otro y, sin embargo, de una unidad perfecta. Barbra se
explayó con entusiasmo : "Cualquier cosa funciona cuando uno tiene
una convicción. Se puede ser totalmente distinto, o cambiar el humor
de lo serio a la comedia, y si uno cree en lo que está haciendo,
todo el mundo lo va a seguir. Sin embargo, la más mínima sombra de
duda y ya se pierde a los adeptos, ¿sabe? Uno, sencillamente, tiene
que hacerlo. Es brutal, ¿sabe? Quiero decir, la fuerza de la
voluntad, la fuerza de la convicción. No sé qué es convicción. No sé
si es azul o colorada. Es tan intangible, ¿Y qué operación química
se produce y se transmite cuando se duda? Una hilacha de duda, y
todo el mundo se pone... dubitativo. Y la mayoría de la gente se
limita a seguir. Necesitan que uno esté seguro. A lo mejor les
desagrada la seguridad de uno, pero la necesitan. Se caerían a
pedazos si no fuera así".
Tampoco Barbra es tan libre todavía como ella desearía serlo, en sus
interpretaciones sus ensayos son a veces mejores que las tomas.
Todavía se preocupa de su apariencia, y se preocupa de preocuparse
por eso. Todo actor, hombre o mujer, es por definición un
narcisista. El truco está en aceptar esta preocupación con el propio
cuerpo y ponerla en el lugar que le corresponde (la inquietud y el
cuerpo, ambos). Barbra piensa de ella misma, sobre todo, como tipa
actriz instintiva, sus instintos son realmente fenomenales.
No obstante, de pronto puede distraerse para atender a detalles
irrelevantes: si en tal escena debe o no mascar chicle, o algo así,
o el arcano simbolismo de algún traje. Y esta confusión es
compensada por el hecho de que los detalles irrelevantes pueden ser
críticos, a su manera. Barbra tiene un extraordinario sentido de
cómo la ropa puede definir al personaje, y una actriz a quien le
preocupa cómo mascar chicle en un momento particular puede, en
realidad, tratar de liberarse de algo que le molesta para hacer la
escena principal sin estar pensando en eso.
La filmografía completa de Streisand abarca hasta ahora tres
elaboradas comedias musicales: Funny Girl, Hello, Dolly! y On a
Clear Day You Can See Forever, ésta última dirigida por Vincente
Minnelli. Barbra y los musicales se han beneficiado mutuamente. Pero
ahora ella siente una ambivalencia acerca de su canto. Parecería
querer sugerir que ya no desea hacer más comedias de ese género; no
más espectáculos enormes y chatos, de esos con los fondos en primer
plano. Ella sabe que hay formas menos rígidas y predecibles de hacer
cine hoy en día, y le gustaría participar de la diversión. Aunque
First Artists, la flamante empresa cinematográfica que formó hace
seis meses con Sidney Poitier y Paul Newman no ha anunciado todavía
ni una sola producción, y los métodos de Barbra para buscar material
nuevo son insólitos.
PARA ADULTOS SOLAMENTE
Mientras tanto, está felizmente contratada para El búho y la gatita
(y muy bien pagada). Interpreta a una aventurera ("soy actriz y
modelo ..."), Doris, lanzada contra Félix, un seudo-intelectual,
representado por George Segal en esta versión de la pieza de Bill
Manhoff que tuvo tanto éxito en Broadway y en Europa. Ni Barbra, ni
el director, Herbert Ross, ni persona alguna conectada con el film,
lo ofrecería como ejemplo de vanguardia. Es una comedia romántica y
su propósito es hacer reír. Pero representa, sí, un paso
significativo en la carrera de la Streisand.
Es un film hecho en escala modesta, realizado a presión
extremadamente baja en varios lugares de Nueva York y principalmente
en un sórdido estudio de Manhattan, en el West Side. Sus personajes
y diálogos tienen alguna base en la realidad (aunque no
necesariamente en el naturalismo). No es un musical, aunque Barbra
tararea algo. Hay escenas de cuasidesnudo total y por eso, para gran
satisfacción y orgullo de la actriz, el film ha sido declarado "para
adultos solamente".
Barbra hasta disfruta de las escenas vestidas. Se siente cómoda
consigo misma en este film. Dice que cada vez se vuelve más perezosa
en su trabajo, pero lo que quiere decir es que cada vez es menos
compulsiva acerca de detalles sin importancia. Notoriamente morosa
en el pasado, es ahora un ejemplo de puntualidad. Respeta a su
director y a su galán y se complace en creer, con fundamento, que
este respeto es mutuo.
Le gusta trabajar en Nueva York, donde el equipo habla como ella y
después de la jornada se puede ir a su departamento, donde la espera
su hijo de 3 años, Jason. Hace poco, filmando una tarde en Central
Park, se la veía lindísima, con un tapado marrón y blanco imitación
lince, y botas blancas. Ella y Segal filmaban una escena en la cual
él la tira al suelo y la humilla hasta hacerla llorar. La escena era
difícil por varias razones. Hacía un frío atroz; un recipiente con
carbones encendidos colgaba de la cámara Panavisión para mantenerla
templada, pero no había carbón para los actores, quienes debían
luchar de manera que pareciese espontánea y libre, a la vez que
observaban cuidadosamente sus marcas para estar en foco. En fin,
Barbra debía llorar en el momento en que la cámara se acercaba para
su primer plano.
Aun la producción más modesta puede aplastar a un actor. El sol de
la tarde se estaba yendo y aquí estaba ella, con los ojos secos.
Llora y el mundo te sonreirá. Pero Barbra no podía llorar y no podía
olvidar que, pocas horas después, debía aparecer en la premiére de
Hello, Dolly! en el Rivoli de Broadway. Se devanaba los sesos en
busca de un truco que le permitiera llorar. Por fin lo encontró,
asegura: pensó en cuán culpable se sentiría si tuviera que ir a la
premiére de otro film sin haber trabajado bien en el que estaba
haciendo. Puede no ser verdad pero la historia es buena. El hecho es
que la cámara funcionó, las lágrimas fluyeron, la toma fue hecha y
la muchacha se fue a su casa. Sonriendo.
"No puedo decirle cuán maravillosa estuvo —informó Ross, un hombre
alto que habla suavemente y que conoce a Barbra desde que él hizo la
puesta de los números musicales de 'I Can Get It for You
Wholesale'—. Parecería que estoy diciendo lugares comunes, pero es
tan generosa ... tratando de hacerlo a mi manera o a la manera de
Segal. Ella siente que no todo el mundo la quiere, pero que es una
de nosotros." Mencionó una escena en la que Barbra está en la cama
con Segal y se quita el corpiño: "No fue fácil para ella al
principio, estaba llena de inhibiciones como qué pensará mi mamá y
cosas por el estilo. Pero cuando lo hizo la primera vez, el resto
fue fácil, aunque le costó mucho".
Ross dirigió a Peter O'Toole en Adiós, Mr. Chips, y afirma que
O'Toole y Barbra son los mejores intérpretes con los que ha
trabajado. "Ella no tiene la técnica de Peter, un actor altamente
disciplinado, altamente entrenado. Ella procede por elecciones
intuitivas, y acierta. Pero ambos se parecen en algo: nunca están
desprevenidos. Siempre saben quiénes son y qué están haciendo. Podrá
haber áreas de una escena en las que ella se siente un poco
quisquillosa, y a veces se queda atascada en una minucia, una
pavada,
pero en lo esencial es siempre muy clara." Antes de hacer este
película, confiesa Ross, no habría sabido qué responder acerca del
futuro de Barbra: "Pero ahora pienso que su gama es increíble. Ella
es precisamente aquello de que se trata cuando se actúa: es. Cuanto
más ponga a prueba la extensión de sus dones, más se extenderán
éstos".
Lo más temible del estrellato, super-estrellato o como se llame la
posición que Barbra ocupa ahora, es que inhibe el crecimiento. El
esquema histórico es simple: una estrella tiene éxito, repite el
éxito, modifica la repetición ligeramente pero no mucho, y termina
aprisionada en una parodia de sí misma.
Lo más promisorio en el caso de Barbra es que a lo mejor este
esquema no le es aplicable. Parece genuinamente ansiosa de poner a
prueba y extender su gama, de crecer en muchas direcciones. Si es
verdad que tan sólo ahora está empezando a liberarse como actriz,
entonces lo mejor está aún por venir.
Parecería haber una innegable lógica en lo que ella hace en estos
momentos: abandonar esas fachendosas comedias musicales mientras
todavía está a tiempo. Los estudios están desmoronándose y sus
directivos, en el frenesí de la autoconservación, arrojan todas las
culpas sobre las producciones de abultado presupuesto. Las
verdaderas culpables, sin embargo, son las malas producciones de
abultado presupuesto. Funny Girl hizo una fortuna para sus
productores, a pesar del costo inicial. Gracias a la presencia de
Streisand, hasta Hello, Dolly! tiene una chance de recuperar los 25
millones de dólares invertidos en ella, aunque la lógica de
semejante presupuesto sea indefinible, claro. A juzgar por las
fotografías, On A Clear Day You Can See Forever ha requerido el
rescate de una reina en ropas y en sueldos, pero no hay razón para
creer que el rescate no será recobrado.
Pero es de esperar que Barbra haga una cantidad de films menores que
la dejen libre para explorar carácter, realidad, la más sutil
textura de la vida. También se espera que sea capaz de pensar en
grande y cantar en grande y trabajar en grande otra vez, si lo
desea. Sería muy lindo verla inyectar nueva vida al género musical y
encontrar nuevas maneras de utilizar la música en los films,
cualquier film. Cuando una muchacha puede cantar 'Donde quiera
cuelgo mi sombrero, es mi hogar' como ella lo hace, su voz debería
ser libre de salir de la jaula a voluntad.
JOSEPH MORGENSTERN
Copyright Newsweek, 1970.
PERISCOPIO Nº 22 • 17/02/70
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