Revista Siete Días Ilustrados
23.08.1971 |
Ninguna de las estrellas contemporáneas del ajedrez revela tanta
agresividad y talento como el precoz Robert Fischer, un
norteamericano con fundadas pretensiones para arrebatar a los
soviéticos el título de campeón del mundo.
Acaba de dar una muestra de su capacidad al derrotar a otro
aspirante al cetro -el danés Bent Larsen- por un score insólito en
la. historia del juego ciencia. Jaime Emma, columnista de ajedrez de
SIETE DIAS, traza aquí un cuadro de la personalidad del joven gran
maestro y reproduce el análisis de una de sus mejores partidas.
No necesitaba levantar la vista del plato para saber que lo estaban
observando. Es cierto que empuñaba los cubiertos como un niño de
tres años, pero las miradas no eran de burla ni de reproche. En
todas partes le ocurría lo mismo: lo miraban con agresiva
curiosidad, como a un monstruo al que estuviera por brotarle un
cuerno en la mitad de la frente.
Esta vez no lo pudo soportar. Sin pronunciar palabra, apartó
bruscamente la silla y enfiló hacia la salida del restaurante.
Cuando sus ocasionales acompañantes reaccionaron, Robert Bobby
Fischer ya cruzaba a grandes zancadas la avenida Corrientes, en
Buenos Aires, en dirección a su hotel. Minutos más tarde intentaría
explicar su actitud con una letanía de dos palabras: "Mucha gente
..., mucha gente".
El episodio ingresó de inmediato al anecdotario del irascible
portento del ajedrez. Ocurrió en julio del año pasado, durante la
disputa del II Torneo Internacional Municipalidad de Buenos Aires, y
fue utilizado para actualizar una de las facetas más fustigadas del
ex niño-prodigio: su desprecio hacia casi todo el género humano.
Centenares de publicaciones, en todos los idiomas y dialectos, se
refocilaron durante años con la reiteración de los mismos hechos, de
las mismas "declaraciones", destacando siempre aquellos caprichos y
manías que acentuaran la antinomia entre el deslumbrante talento
ajedrecístico de Fischer y todas sus demás carencias intelectuales.
Una simplificación necesaria ante el celo con que Bobby defendía su
privacidad de las incursiones de cualquier comedido, pero suficiente
para cimentar el mito que le permite comer con las manos o hacer
alarde de malos modales sin escandalizar a su creciente legión de
adeptos.
Bobby se avino tácitamente a representar el papel que le
adjudicaron. Para esa gente seguirá siendo siempre el mismo enfant-terrible
que escalaba posiciones entre escándalos y desplantes. Pero quienes
lo conocen bien —muy pocos, por cierto— lo describen como un
muchacho tímido y reservado, cuyas excentricidades no serían sino el
reflejo de una sensación de abandono, de soledad, que lo acompaña
desde la infancia.
A TODA MARCHA
Nació el 9 de marzo de 1943, en los Estados Unidos, en una familia
de baja clase media, con todo el lastre que esa condición implica.
De padre cristiano y madre judía nunca pudo ofrecer la imagen de un
hogar feliz montado según las típicas pautas de la sociedad
americana: las de una pareja radiante, satisfecha, rodeada de
confort, muchos hijos y un perro. Su hermana mayor fue prácticamente
la única compañera de juegos de sus primeros años, y con ella se
inicia en la práctica del ajedrez.
Pocos saben que el padre los abandonó cuando el futuro ídolo tenía
apenas seis años o que tuvo serios problemas de aprendizaje durante
los primeros tramos de sus estudios elementales, cursados en una
escuela estatal del distrito de Brooklyn.
A principios de 1955 ya se registra su paso por el Manhattan Chess
Club de Nueva York. "Al principio no se diferenciaba de otros chicos
de su edad —explica Dan Beninson (40, casado, un aficionado que es
especialista en física nuclear)—. Rubio, casi rapado, andaba siempre
de vaquero y pulóver, masticando chicle." Al poco tiempo empezaron a
reconocerlo porque les daba jaque mate a todos con la misma
facilidad que superó a su hermana durante el comienzo de su
aprendizaje. En 1956 obtuvo un meritorio cuarto puesto en el
Campeonato Mundial Juvenil y culminó el año con un insospechado
séptimo lugar en el Campeonato de los Estados Unidos. Tenía apenas
trece años.
Al año siguiente ya era campeón de su país y alumno de primer año de
la Erasmo High School de Nueva York. A partir de entonces ganó el
campeonato de los Estados Unidos en las ocho oportunidades en que lo
jugó. Catapultado a la fama a una edad en que sus compañeros de
colegio encaraban un futuro todavía incierto, afirmó su personalidad
en el cerrado marco de un tablero de ajedrez. Cree que es el mejor e
intentará demostrarlo.
De esa época datan sus despectivas declaraciones sobre los maestros
de antaño, sobre la estupidez congénita de la mujer y la
inferioridad de la raza negra, que la prensa sigue reproduciendo con
una constancia digna de mejor causa. Debido a que cada tanda de
irreverencias venía abonada por otra no menos impresionante de
triunfos, sus desplazados adversarios comenzaron a hacerle el vacío.
Mal educado e irrespetuoso, alcanzó el título de gran maestro a los
quince años en el IV Torneo Interzonal de Portoroz, Yugoslavia, sin
asistentes que le ayudaran en sus análisis, sin amigos y sin saber
hacerse el nudo de la corbata.
Aficionados memoriosos aseveran que Bobby nunca tuvo un traje de
calle antes de 1960. Fue precisamente ese año, después del Torneo
Internacional de Mar del Plata, cuando el maestro Marcos Luckis (66,
lituano, soltero, radicado en la Argentina) le obsequió un par de
cortes, arrastrándolo al sastre. "Era un chico muy difícil —recuerda
el ex olímpico—, tímido pero muy orgulloso. En el hotel Provincial,
de Mar del Plata, bajaba a cenar disfrazado de arco iris, con
pulóveres multicolores. Pero prefirió hacer un escándalo antes que
confesar que no tenía ropa." Pero pocos meses más tarde Buenos Aires
recibía a un joven apuesto, atildado y elegante, aunque dispuesto a
llevarse por delante a sus adversarios en el Torneo Sesquicentenario
(1960), jugado en el aula magna de la Facultad de Medicina. Había
dejado el colegio para dedicarse de lleno a su pasión favorita. En
esta oportunidad defraudó a sus exaltados admiradores, quienes ya
veían en Fischer al sucesor de Mikhail Tal, el monstruo soviético
que acababa de conquistar el campeonato del mundo. Sucede que Bobby
aprovechó este viaje para aventar sus prejuicios misóginos y para
comprobar que el talento y las extravagancias no bastarían para
conducirlo a la meta. Huérfano de principios éticos serios y
abandonado a sus propios cuidados desde los trece años, aprendió a
valorar por sí mismo principios tan elementales como la constancia,
la responsabilidad ante su trabajo y el mérito del silencio. Se
volvió más desconfiado. Acosado por la prensa comercial, atenta
siempre a los desplantes y escándalos del niño prodigio, acuñó a los
dieciséis años su célebre expresión: "No soporto a los periodistas
porque preguntan cosas estúpidas y escriben sobre cosas más
estúpidas todavía". Desde esa época elude cuidadosamente todo
contacto con el periodismo.
La baja actuación de Fischer en el Torneo Sesquicentenario revivió
su rivalidad con otro ex niño prodigio, su compatriota Samuel
Reshevsky. Este había compartido el primer puesto en el citado
evento con el soviético Víctor Korchnoi, y ganó a continuación el
campeonato de los Estados Unidos. A principios de 1961 quedó
concretado el desafío, pero el match terminó ante, los estrados de
la justicia cuando el score estaba empatado en cuatro puntos: por un
nuevo capricho, Fischer se negó a respetar el shabat de su
contrincante, judío ortodoxo, exigiendo que la novena partida se
iniciara un día sábado antes de la puesta del sol. El episodio en sí
parece trivial, pero dos años más tarde Bobby sería atraído por los
rígidos principios de la Iglesia Cristiana Fundamental, una secta
ultra-conservadora que respeta los mandamientos al pie de la letra,
con tanto o más rigor que los judíos practicantes. Desde entonces
Fischer tampoco juega los sábados, y este apego a sus deberes
religiosos le valió la exclusión del VII Torneo Interzonal de la
FIDE, jugado en Sousse (Túnez), a fines de 1967, cuando llevaba
siete partidas ganadas y tres empates.
DE ESTO SE TRATA
A medida que crece se acentúa la antinomia entre la madurez de su
estilo ajedrecístico y las demás facetas de su personalidad. En 1961
finaliza segundo del soviético Tal en Bled (Yugoslavia),
conquistando tres puntos y medio sobre los cuatro en disputa contra
los maestros de la URSS; en 1962 gana holgadamente el Torneo
Interzonal de Estocolmo, invicto, con dos puntos y medio de ventaja
sobre Geller y Petrosian. Sigue siendo una especie de monstruo con
un brazo extraordinariamente desarrollado y el resto del cuerpo
enclenque, pero todavía no repara en ello. En cierta oportunidad
comentó satisfecho: "Para qué estudiar, si hay que levantarse
temprano y no se gana dinero". Según Oscar Panno, Bobby sólo tomaba
parte de una conversación cuando se hablaba de ajedrez: "Si
empezabas a hablar de cualquier otra cosa se quedaba mudo, con la
vista perdida en cualquier parte, porque de ahí no lo sacás. Es como
si te dijera: «Bueno, usted sabrá mucho de todo eso, pero yo le como
todas las piezas»".
Sus restos de incontrolado mal humor infantil estallaron tras su
derrota con Tigran Petrosian en el segundo turno del Torneo de la
Candidatura de Curaçao, también en 1962. En esa partida aplicó una
innovación recomendada por el teórico soviético Kopaev. La novedad
había sido publicada por la revista Shajmati, a la que Bobby está
suscripto desde que aprendió a descifrar los caracteres cirílicos:
"¡Los rusos editan una revista para Occidente, con análisis
incorrectos, y otra distinta para sus propios jugadores!", gritó
indignado mientras despedazaba el ejemplar ante un grupo de
curiosos.
Pero Fischer cambió. La mayoría de sus actuales desplantes
ajedrecísticos obedecen a razones atendibles, y sus exigencias en
materia de iluminación, silencio y distancia del público favorecen
por igual a todos los jugadores. Gracias a su despiadada crítica, la
Federación Internacional tuvo que cambiar el antiguo régimen
selectivo del campeonato mundial por el actual sistema de matches,
donde los rusos no pueden hacer valer su mayor número de finalistas.
También consiguió que se lo invite especialmente al último
Interzonal de Palma de Mallorca y se lo exima de jugar los sábados.
Sus controvertidas creencias motivaron un cáustico comentario del ex
campeón mundial Mikhail Botvinnik (61): "Pienso que las nuevas
convicciones religiosas de Fischer tienen un origen bastante más
prosaico... Los adventistas del Séptimo Día han tomado bajo su
tutela al muchacho aprovechándose de su ignorancia... Y han sido
hábiles: un feligrés de la fama de Fischer significa popularidad
para la secta". Sin entrar a discutir las motivaciones de la secta,
no cabe duda que ésta ha ejercido una influencia benéfica sobre el
genio, atenuando las facetas más desagradables de su carácter. La
pedantería descontrolada del niño prodigio fue suplantada por una
serena confianza en sí mismo; sus actitudes frente al público y la
prensa demuestran que no busca promocionarse a través del escándalo.
Respeta su arte, trabaja seriamente, y sólo exige que lo dejen en
paz. Ha conseguido hacer amigos, y todos concuerdan en que su
proverbial hostilidad ya no alcanza a los jóvenes, de quienes no
desconfía.
Se interesa por la mecánica, practica natación y lleva una vida
ordenada. No fuma, no consume bebidas alcohólicas ni gaseosas, y se
cuida en la alimentación. Si no ha evolucionado bastante en otros
aspectos es porque todavía no cumplió su principal objetivo: llegar
a campeón del mundo. El ajedrez lo absorbió por completo durante
muchos años y ahora le cuesta independizarse de las tendencias de su
precaria formación.
Hace poco publicó su primer libro: My 60 Memorable Games. A través
de su lectura se puede advertir una evolución tan acentuada como
para desterrar definitivamente los calificativos de "idiota" e "ínfradotado"
que le endilgaron diversas personalidades del ambiente
ajedrecístico. Aún dista mucho de ser una persona madura o
medianamente culta, pero sigue siendo el exterminador, el
trasnochado y pintoresco cowboy del ajedrez.
Si Stephan Zweig (La partida de ajedrez) permitió que su Mirko
Czentovic fuera campeón mundial, no hay razón para que no llegue
Fischer. La cultura general no parece ser un factor decisivo. Hace
un par de años Panno resumió así sus dudas: "No creo que se pueda
llegar a campeón del mundo sin haber desarrollado otras facetas de
la personalidad, pero Bobby puede ser la excepción".
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Con Reshevsky (izquierda) e 1961
Boris Spassky, actual campeón del mundo (1970) |
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Bobby a los 13 años, cuando se clasificó por primera vez
campeón de los Estados Unidos. |
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