Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


EL MUNDO
BOLIVIA: LOS HIJOS DEL CHE
Revista Periscopio
28.07.1970

Omar Sharif encabeza el grupo. Al frente de una campaña alfabetizadora recorre la provincia de Larecaja —150 kilómetros al Norte de La Paz—, enseñando los caracteres rúnicos, fórmulas de abracadabra, escritura jeroglífica y cuneiforme, palimpsestos, pozos de la dicha. En rigor, todas son excusas para salvar vallas y llegar al cañón que guarda El oro de Mackenna. Luego de remover el río Kaka —transcurrido ya más de la mitad del film—, Sharif y sus compañeros arrojan las cartillas y estrenan incansables fusiles.
Pero la semana pasada, en la misma zona donde se rodó la película, y con un argumento parecido, actores más serios inauguraban por segunda vez la guerrilla en Bolivia.
Hace quince días, los jóvenes de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB) que despejarían la ignorancia campesina se abrazaron con Alfredo Ovando y con el Ministro de Cultura, Mariano Baptista Gumucio. Ambos, sin imaginar las consecuencias, los bendijeron.
Cuajó su deseo en la madrugada del domingo 19, cuando el dirigente estudiantil Horacio Rueda Peña —el Sharif de la operación— extrajo la metralleta ; la asustada población de Teoponte (dos mil habitantes) no podía creer que esos muchachos de sucios rostros, aún con el brazalete del servicio de alfabetización, hubieran bajado los 3.500 metros de La Paz a los 2.000 del pueblo, tan sólo para anunciar un "foco" y llevarse a dos rehenes: los técnicos alemanes de la South American Placers, Eugene Schulthausen y Gunter Lerchl.
El Presidente también conoce a otros guerrilleros: a principios de junio, al festejar su cumpleaños, se deleitó con las estrofas del folklórico Benjo Cruz. Ahora, el payador reemplazó la guitarra por un fusil; junto a Rueda Peña y otros sesenta hombres —según se estima—, corretean por una selva virgen más allá de Los Yungas.
Una espesa niebla cubría "la tierra del jaguar", o de los reptiles venenosos; el manto, con intenso frío y elevada humedad, impedía el reconocimiento aéreo. Pero los oficiales no se preocupaban: "Hay que dejarlos solos, el mismo monte se encargará de desalojarlos", ambicionó el coronel José Sánchez.
"Volvimos a las montañas", revela el folleto. La proclama —la sexta, si se cuentan las emitidas por el Che en Nancahuazú— enturbia el panorama político. Desde luego, admiten el golpe de Estado: "El pueblo sabe que el próximo Gobierno militar es de corte fascista". En el frondoso comunicado no dejan títere con cabeza. Sobre el Partido Comunista, línea moscovita, dicen que "le teme a una guerra frontal contra el imperialismo"; a los trotskistas los ubican como "agentes solapados de usa" y al líder minero Juan Lechín Oquendo lo acusan de "burócrata sindical corrompido".
Al revés de La guerrilla del Che, que mantuvo un cautivante mutismo, los nuevos insurgentes resultan más verborrágicos y con visible afán de publicidad. el jefe ha firmado los partes; como se trata de una dinastía, no es otro que el médico Jorge Chato Peredo, graduado en la Universidad de Lumumba (Moscú) , hermano menor del Coco y del Inti, lugartenientes preferidos de Guevara. También se especula sobre la robusta cantidad de extranjeros; uno de ellos sería el conductor efectivo, ya que el Chato carece de experiencia en las áreas rurales. Se han difundido los nombres de seis chilenos, casi todos del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) ; el más prominente, Hilario Ampuero Ferrada, ex auxiliar del Senador socialista Carlos Altamirano, herido en 1964 al fabricar bombas caseras.
Nadie sabe cómo mantendrán el foco, a menos de 25 minutos de vuelo de la mayor guarnición boliviana. Casi ninguno, al parecer, posee el entrenamiento adecuado: la mayoría son universitarios que hasta hace una quincena disfrutaban del Paseo del Prado. Un jefe militar se preguntó: "No entiendo la forma en que saldrán del enredo"; aunque lo desvelaba la posibilidad de que "este fuera un señuelo para amparar otro foco más importante". En fin de cuentas, si se mira el mapa, la frontera peruana no parece tan lejana. El viernes, el Gobierno de Ovando desmintió que hubieran aparecido otros brotes guerrilleros.
El encargado de reprimir las audacias juveniles será Luis Reque Terán, el mismo general que acosó, hasta unos días antes de su muerte, al Che; no se duda de que su estrategia fue la que aislara al legendario médico argentino; pero, por un problema de jurisdicción, el tiro de gracia —y la fama— fueron de su colega y rival Joaquín Zenteno Anaya. Ahora, Reque Terán —quien habla mejor el inglés que el castellano— se propone "aniquilar a los rebeldes". Ovando, más contemporizador, ofreció el exilio: "Si rechazan la oferta —ha prometido—, la lucha será tan efímera como el estruendo de los cañones". El surgimiento del foco, según los más avisados observadores, apresurará el golpe de la derecha.

DESDE ARRIBA
Para el Gobierno, según alertara uno de sus Ministros militares a Periscopio, "lo más grave no es la guerrilla, sino la toma de la Universidad". El jueves pasado, cuando La Paz se inquietaba ante la agresiva huelga de los maestros, una pandilla de ultraderechistas ocupó la Universidad de San Andrés, en pleno centro. No encontraron mejor modo de llamar la atención que disparar sobre los estudiantes: 8 heridos; alucinados, exhibían con pedantería su moderno armamento mientras se tapaban los rostros. Se dicen miembros de mano o de la Liga Anticomunista Mundial y, aunque no pueden ser catalogados de estudiantes, pretendían "devolverle a la Universidad su razón académica".
Enemigos de la "tiranía rusa", pidieron la cabeza de varios Ministros. La posible presencia de algunos agentes de seguridad —inclusive de oficiales— hizo pensar que la acción había sido orquestada, como se dice peyorativamente, "desde arriba".
Para completar el crescendo del drama, el sino trágico que persigue a Bolivia, una multitud se apretó ante la plaza San Pedro: el pueblo paceño nunca pierde oportunidad para reunirse y gritar a favor o en contra de algo. Siempre es testigo. Frente al presidio, contemplaba la salida de 20 guerrilleros de la época del Che el precio exigido por el Chato para liberar a los dos rehenes.
En el aeropuerto, frente al avión que los conduciría a Arica (Chile), los alegres pasajeros filtraban declaraciones: "Hasta la victoria, siempre", "Estamos contigo, Chato"'' o "Volveremos a las montañas".
Entretanto, en el Palacio Quemado se respiraba con alivio: apenas despegó el avión, aparecían en Teoponte los cautivos alemanes. El canje había superado el peligro de una crisis; sin embargo, se gestaba otra: el Ministro de Planeamiento, el audaz José Ortiz Mercado, 40 —camarada de ruta de Marcelo Quiroga Santa Cruz—, presentó un plan de desarrollo que define la línea revolucionaria. Algunos integrantes del Gabinete han presumido su discrepancia, como el coronel Edmundo Valencia (Industria). Sin Ortiz, se desvanecería la tónica declinante de izquierda nacional; el impenetrable Ovando perdería, a su vez, la razón de ser.

LOYOLA: ALGO PARA RECORDAR
El camarada Ramón tomó la taza de café y dijo: "Me sirvo primero, no porque sea el jefe, sino porque me gusta amargo".
El párrafo, parte de las memorias de Loyola Guzmán, 25, casi tres años de cárcel, enlace vital de la guerrilla en 1967, pertenece a la única mujer entre los diez prisioneros liberados por la pareja de rehenes alemanes.
Morena, de acentuados rasgos aymarás, Loyola es una bomba de tiempo; cada paso que dé será un detonante: primero, algunas esquirlas salpicarán al Partido Comunista moscovita; luego, a personajes de la política boliviana. Pero el blanco es Antonio Arguedas, el ministro de René Barrientos que ha perdido el color de tanto representar a banderas distintas.
Cuando Loyola cayó detenida en agosto de 1967, el sátrapa Arguedas se encargó de asistir a las torturas que le infligieron en su propio Ministerio; desde una de las ventanas del tercer piso, la muchacha dio el salto que acabara con sus tormentos. Herida, sin embargo, la recluyeron en la cárcel de mujeres de Obrajes. Se estima que pronto viajará a Cuba: allí vive Arguedas, protegido por el generoso Fidel Castro.
La convidará con un daiquirí.
Primero la tentó su novio, Ricardo (Ricardo Aspuru), un combatiente caído en las escaramuzas de Nanca-huazú; después la sedujo el carisma del jefe, Ramón (Ernesto Che Guevara). Ahora la libertad de Loyola parece una histórica absolución; sus memorias, que empezaron a publicarse en el diario Hoy, descubren los entretelones de una publicitada, pero poco conocida saga. Desde que el Chato se instaló en la selva, se ha descubierto que también está inconclusa.
Loyola observa las aprehensiones de Mario Monje, Secretario General del PC en 1966 y hoy detenido en el Panóptico de La Paz. No quería llevar a su grupo a la guerrilla; los partidarios del "foquismo" vieron en esa actitud una traición. Pero las reservas que en ese momento expuso constituyen enseñanzas indirectas de cómo no debe hacerse la lucha armada en la montaña. Ni siquiera ahora se podría asegurar que los insurgentes de Teoponte sigan esos consejos.
Según Loyola, Monje creía más en la insurrección de las ciudades —estrategia uruguaya— que en la variante rural. Según él, que carecía de la confianza de otros partidos latinoamericanos, "no habría éxito en Bolivia si combatían camaradas cubanos". Supuso, lo que resultó cierto, que el pueblo se pondría en contra. Además exigió la participación de bolivianos en el control del contingente. "Es vital —infería— que un compatriota asuma la jefatura político-militar o, si no es posible, esté por encima de la dirección."
De esos encuentros entre Monje y el Che, Loyola —quien fracasó en el manejo de las finanzas— relata: "Ramón me explicó en febrero de 1967 los alcances de la lucha que se iniciaba; en cuanto a Monje, dijo que no era un dirigente «porque carecía de todas las cualidades para serlo». Cuando le comuniqué que Monje pensaba que lo habían engañado, Ramón admitió que 'en cierta medida eso era cierto'. Es que, para él, había que estar al margen de sectarismos y divergencias ideológicas; cada vez que se estirara la lucha en el tiempo, los revolucionarios bolivianos formarían en torno al pequeño grupo un nuevo partido".
Con palabras sencillas, y hasta con una endemoniada ingenuidad, Loyola Guzmán describe las equivocaciones de su admirado líder. Una parte de inconsciencia, otro de sinceridad, la llevaron a trabajar de enlace, intentar suicidarse, ser una mártir y, ahora, una heroína de la guerrilla. Quizá la historia, en cambio, postergue a Monje, a quien bastó una sola entrevista para convencer a Fidel Castro de que él era el hombre para hacer la revolución en América latina. Pero el continente pareció más necesitado de un ideal, de un emblema viril: el Che Guevara. [R. G.]
Desde La Paz, escribe el enviado especial Roberto García

 

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