Revista Periscopio
30.06.1970 |
Frank 'Frankie' De Paula tenía quince años cuando
ganó su primera pelea. Fue durante una gresca callejera en Nueva
Jersey. Desafortunadamente, su vencido era el hijo de un policía. Su
knock-out tuvo un penoso premio: el reformatorio. Allí terminó de
cimentar su fama de tipo duro. El año último llegó a pelear por el
título mundial de los semipesados. Hoy está recobrándose de las
heridas de bala recibidas hace un mes en un fallido intento de
asesinato. Pete Axthelm, de Newsweek, reunió las piezas de la
historia y elaboró un minucioso informe que muestra cómo los
promotores y los grupos clandestinos que controlan el juego
manejaron la carrera deportiva de Frankie.
Mucho antes de combatir en el Madison Square Garden, De Paula era
amigo de la alta sociedad de las calles de Jersey. En especial, de
los súbditos de un particular emperador: Joseph Zicarelli, conspicuo
miembro de la mafia. Frankie es blanco y buen mozo, condiciones más
que suficientes como para convertirlo en atracción para los latinos
residentes en los Estados Unidos. Tras varios años de combatir, sin
mayor suerte, en reducidos clubes, Gary Garáfola, dueño de un club
nocturno, lo contrató para ahuyentar a supuestos indeseables de su
local y, de paso, le abrió las puertas para pelear en el Madison.
Técnicamente mostró muy poco; sin embargo, Teddy Brenner.
match-maker del estadio, comprobó que los latinos seguían
fervorosamente a Frankie. En 1968, una lista de rivales
cuidadosamente seleccionados le posibilitó eslabonar una larga serie
de éxitos. Un día, sus pretensiones crecieron. Enfrente, le
colocaron al biafrano Dick Tiger, ex campeón mundial de los medianos
y los semipesados. La turula fue espectacular. Tiger lo vapuleó
durante ocho rounds; no importó. Un rápido estudio de mercado indicó
que biafranos había muy pocos y simpatizantes de Frankie,
muchísimos. Así, tuvo una nueva oportunidad. El adversario, más
calificado aún: Bob Foster, dueño del título mundial. En una vuelta,
la corona quedó con Foster y De Paula experimentó otra paliza. La
esperanza blanca no era sino un muchacho fuerte y buen mozo.
El revés no impidió que De Paula frecuentase a muchos amos de la
noche: Carmine 'Mister Gribs' Tramunti, Joseph 'Joe Carlo' Calabró y
James Napoli, aparte de su vieja amistad con Zicarelli, de quien
nunca se separó. Pero, según parece, Frankie cometió el error de
hablar mucho. Así, algunas maniobras de sus amigos quedaron al
descubierto. Frank Hogan, fiscal de distrito del condado de Nueva
York, quiso llevarlo ante un gran jurado. Los agentes federales le
arruinaron la gestión y lo encarcelaron por un supuesto robo de
cobre en los muelles de Jersey. No querían saber nada del cobre; sí,
que Frankie hablase.
Los investigadores federales sabían que Frankie estaba al tanto de
las maniobras de Zicarelli y sus contactos con la organización que
controla el juego en todo el territorio de la Unión, con Carlos
Marcello a la cabeza. Por un curioso sentido de la solidaridad, por
miedo, o por las dos cosas a la vez, De Paula calló. Mintió, esquivó
las preguntas y desilusionó a todos.
No tuvo premio. La mafia no creyó en su silencio. El mes último,
cuando acompañaba a su casa a una amiga, fue acorralado y le
dispararon dos tiros. Uno le entró por la espalda, el otro le
perforó un brazo. Se las arregló para salir con vida, pidió ayuda y
está internado. Los integrantes de la mafia se mostraron
sorprendidos. No se sabe bien si por el atentado o por el fracaso.
En tren de imprevistos y sorpresas, la mayor la dio Garáfola, su
manager, quien se confesó autor del hecho y se entregó a la policía.
Las autoridades están convencidas de la inocencia de Garáfola. Un
testigo calificado admitió haberlo visto a la hora en que Frankie
fue baleado. Aparentemente, se mezcló en el asunto para dispersar la
atención sobre De Paula y, de paso, convencer a la gente de
Zicarelli de su lealtad. Todos saben que quien habló con los
federales fue él. Durante un tiempo, manager y pupilo serán
protegidos. Sin embargo, un sino trágico los seguirá por todos
lados. El hampa tiene muy buena memoria y es improbable que Garáfola
o De Paula vuelvan a sentirse fuera de peligro alguna vez. Para
Frankie, las multitudes que lo aclamaban, los viejos días de gloria
pertenecen al pasado. Ya no volverán. Lo único que le queda es su
reputación de tipo duro, la misma que conquistó cuando tenía quince
años en las calles de Jersey.
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Un epílogo de tono policial: con dos balas en el cuerpo |
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Blanco, joven y buen mozo |
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