JULIO 4, 1919: DEMPSEY, CAMPEÓN DEL MUNDO


Los años de gloria: primera visita a los padres, ya campeón y siete años después (1926), en el cenit

 

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Dempsey en la víspera de la pelea

 

Desde la mañana, a pesar del calor sofocante, los hombres se arremolinan en la calle principal de Toledo, una ciudad del Estado de Ohio, próxima al lago Erie, en USA. Es el 4 de julio de 1919 —hace 50 años—, pero nadie se exalta por el aniversario de la independencia; ese día, otro acontecimiento monopoliza todos los comentarios y genera trifulcas en las atestadas tabernas: Jess Willard, el imbatible campeón mundial, sucesor de Jack Johnson, expone su título frente a Jack Dempsey, un boxeador novel que ha derribado a cuanto adversario se le cruzó en el camino. 
Al mediodía, el sol arranca vahos de resina a las tablas del ring y castiga a los entusiastas que comienzan a buscar sus lugares en los bancos de madera. Una multitud de curiosos que no quiere —o no puede— pagar sus entradas comienza a formar un anillo alrededor del estadio; esperan, al menos, escuchar los rumores de la pelea. Cada vez se hace más difícil entrar al local, pese a los esfuerzos de la Policía; junto a las puertas, se acumula una verdadera feria de tipos sociales: capitanes de industria junto a pillos dispuestos a mirar la hora en relojes ajenos; elegantes y ricachones se atrepellan con los que no poseen más techo que el de sus gorros.
El comandante John Paine, combatiente de la guerra hispano-americana, ha dejado su lecho de enfermo para asistir; se desmaya dos veces por el apretujamiento y el sol abrasador. Un médico que lo acompaña le aplica un par de inyecciones de estricnina y pretende hacerlo reaccionar. "Si voy a morir —argumenta Paine— no hay mejor sitio que éste, desde donde veré cómo Jack gana el campeonato."
A pesar del fervor, la temperatura y el precio de las entradas frustran las esperanzas de los organizadores: sólo se vende una cuarta parte de los 75 mil asientos disponibles. A las tres y media, cuando termina el encuentro preliminar, la mitad de las plateas del ring-side están vacías. Aunque los guardianes luchan por impedirlo, un torrente de fanáticos se abalanza sobre los lugares de privilegio y comienza a vitorear a sus favoritos. El combate coral lo gana Dempsey: la mayor parte del público está de su lado; los expertos también.
No los defrauda; y los sorprende, además, quebrando en tres rounds al gigantesco Willard como a una caña seca. Demuestra, también, que el ocaso de Bob Fitzimmons y John Sullivan no cierra la era de los grandes noqueadores. Aquella tarde, "El Matador de Manassa", como ya se lo llama, convence a todos de que es el heredero legítimo.

El ciclón de Salt Lake City
William Harrison Dempsey, nacido el 24 de junio de 1895 en la granja paterna de Manassa, un pueblito del Estado de Utah, tiene sangre irlandesa; su madre desciende, además, de escoceses e indios. La familia no es rica, y Jack debe trabajar desde la adolescencia; a los quince años ya es un mocetón fornido, de anchas espaldas y cuello de toro. El viejo Harrison espera que algún día el hijo lo suceda en la administración del campo; no sabe que las ambiciones del joven vuelan al mundo marginal de los combates: Jack Johnson, Battling Nelson, Tommy Burns, son los héroes a los que sueña emular.
Entre los 16 y los 18 años, trabaja como minero, cuando cumple 19, pelea por primera vez en un rancho cercano al de su familia. Su nombre empieza a popularizarse en los alrededores; cuando llega a la capital del Estado, Salt Lake City, lo desafían a celebrar un combate "formal"; hace las valijas a pesar de la oposición paterna y se lanza a la aventura.
Al principio, se topa con rivales de cierta experiencia, más pulidos que él. A pesar de la desventaja, gana sus primeros cuatro combates por nocaut: si bien es torpe, nadie puede soportar la fortaleza de ese jovencito de cara redonda, nariz roma y frente recta. Lo bautizan con el mote de "Ciclón de Salt Lake City".
Diez meses después, comienza a tomar lecciones con Chief Gordon, un viejo y mañoso boxeador que hace debutar a sus pupilos con una treta humillante: les calza unos enormes guantes y disfruta esquivando los ingenuos intentos de alcanzarlo. Durante media hora se entretiene con Jack, que aumenta su furia a medida que los golpes se pierden en el vacío. Por fin, en un descuido del maestro, acierta un gancho en la mandíbula y lo deja tendido largo rato. A la mañana siguiente, un cartel anuncia que el gimnasio de Gordon está cerrado; Dempsey ha firmado su primer contrato y tiene, ya, un representante.
En su primera pelea profesional, enfrenta a un amigo, Freddy Woods, a quien derrota en el segundo round; el encuentro se realiza en un salón de baile en Monrose, y los mismos boxeadores tienen que controlar las entradas. En 1915 participa en 24 combates: gana 18 por nocaut. En 1916 llega a Nueva York, punto final, de la gira prevista por Gordon; tienen hambre atrasada y aceptan bolsas minúsculas. Debuta frente a un rubio gigantesco, André Anderson, y le gana después de soportar un castigo intenso. Los 16 dólares que obtiene, sin embargo, lo consuelan. Cobra tres veces mas cuando derrota a "Wild" Bud Kenny y 100 al vencer al africano John Lester Johnson, quien le fractura tres costillas. Los críticos lo ignoran; Jack Dempsey es un desconocido todavía.
Desalentado, se va de Nueva York. En California vuelve a su antiguo oficio: trabaja en la "Unión de Minas de Hierro"; otra vez la paga escuálida, el trabajó agotador y esa oscuridad,irrespirable Jack Kearns, un manager de ojo de águila, lo convence de que abandone el empleo y se dedique sólo al box. "Usted y yo vamos a ganar mucha plata", le vaticina. En el Oeste, bate a Al Norton en el primer round, y dos veces a Willie Meehan, un rechoncho marinero que lo había derrotado por puntos pocos meses antes. A principios de 1917 padece un fracaso que no se repetirá: Jim Flynn le asesta el único nocaut de su historia. Antes de que termine el año. sin embargo, demuestra su temple de campeón: obtiene su primera victoria importante, frente a Gumboat "El Cañonero" Smith; y se venga de Flynn, aunque apelando a un recurso no muy honorable: cuando su vencedor le extiende los guantes, para saludarlo, Demnsey le dispara los puños con una rabia largamente acumulada; el gentil Flynn abandoha el cuadrado con los botines hacia adelante.
1918 es un año pródigo: obtiene 18 triunfos por fuera de combate, doce en el primer round. Pelea. en Buffalo, San Francisco, Reno, Filadelfia. Cuando elimina a Battling Levinsky —un buen atleta a quien inflige la primera derrota de su campaña—, Dempsey ya pretende medirse con Willard. Tiene dos obstáculos: la acusación de desertor de la Primera Guerra, un cargo que lo hace impopular, y Fred Fulton, el candidato "oficial" para el match por el título. Para noquear a Fulton le bastan 18 segundos; la absolución definitiva de los tribunales la obtendrá en junio de 1920, cuando ya tiene el título en sus manos.
Como Jack no tiene rivales a la vista —o los ha eliminado concienzudamente a todos—, el promotor Tev Richard lo manda a buscar a Nueva York; el contrato para la pelea con Willard se
firma en la estación de ferrocarril de Jersey City. Se estipulan 27 mü dólares para el retador Dempsey y 100 mil para el campeón.

Tres asaltos bajo el sol
A las cuatro de la tarde del 4 de julio, los dos púgiles asoman al ring. Willard, una mole de 1,94 de estatura y 115 kilos —10 centímetros y 20 kilos más que su rival—, subestima a Dempsey: está convencido de que no podrá resistirle tres asaltos siquiera. La llegada de los rivales provoca aclamaciones delirantes; a tal punto que el juez pide tranquilidad antes de dar la orden de comenzar. Willard tiene la piel reluciente, el pelo bien peinado y se acaba de afeitar.
Después del saludo inicial, el desafiante retrocede un paso y comienza un rápido juego de fintas, mientras estudia a su adversario; no se lanza sobre él, como todos esperan, y le deja
iniciar la primera acometida. A los veinte segundos, Dempsey coloca un furibundo directo a la mandíbula: las macizas piernas de Willard flaquean, se doblan sobre sus caderas; trata de sostenerse asiendo las cuerdas con la mano enguantada que se abre y se cierra como un cangrejo. Cae. El novelista Irving Cobb. testigo de la pelea, describe el momento: "Surge de todas partes un gran ruido, que es un aullido de júbilo y al mismo tiempo un ronquido de asombro". Pero el gigante vuelve a la lucha, aunque para desplomarse una vez más, ante otro directo de derecha a la mandíbula. Ya no hay muchas dudas acerca del destino de la corona.
En el descanso. Willard está sentado, inmóvil; parece tranquilo. Pero cuando suena la campana tiene que apoyarse en las manos para erguirse. En el segundo round cae siete veces: "Veo un hombre vacilante, que cae y vuelve a caer —relata Cobb—. Veo una mueca estúpida que se fija en una cara ancha y ofuscada. Una herida se abre en su frente y la sangre empieza a gotear,
surcando la mejilla". El ojo derecho del "Cowboy de Tejas" está cerrado; en cierto momento, la realidad se le esfuma: retrocede hasta uno de los asientos colocados para él en un rincón. Dempsey hace lo mismo, creyéndose vencedor; pero no hay proclamación del resultado y tiene que volver al centro del ring. El gong prolonga la agonía de Willard. "¡Detengan la pelea!". "¡Paren este asesinato", se oye.
Durante el tercer asalto, el martilleo de Dempsey se hace mortífero: "Echaba chispas desde su rincón —relata Nat Fleischer, el máximo cronista de boxeo en aquella época— y cuando tocaba el gong embestía con furia hacia su antagonista". Willard se mantiene en pie porque hace de Dempsey su punto de apoyo; parece un buey estaqueado, un porfiado leviatán que no quiere rendirse. Pero tiene la mandíbula rota, el vientre hinchado y su cara es una masa sanguinolenta. No va a haber cuarto asalto: cuando suena la campana, el campeón es una masa informe que no puede enfrentar a la figura danzante y desdeñosa que lo espera a pocos metros, preparado para dar el golpe final. Una toalla ensangrentada vuela hacia el centro del ring. "Denme un diente de este hombrón —se electriza una joven adicta—; quiero tener un diente de él." No le resulta difícil conseguir uno: Willard los ha perdido casi todos.
Quien descubre que no perdió nada es Albert Auerbach, un comerciante de Salt Lake City, que le había prestado seis mil dólares a Dempsey en 1915. Con ese dinero, el aspirante a campeón se había comprado ropa nueva y había pagado sus primeras clases en el gimnasio de Gordon. Ahora, esa fortuna es apenas una cosquilla en sus arcas opulentas.
Cuando Willard reacciona, después de seis minutos de fomentos y masajes aplicados por su esposa, sube con sus cinco hijos al Ford que lo espera en la puerta del estadio, y se resigna; "Se acabó. No pelearé más. No voy a necesitar ayuda. He invertido bien mi dinero y pasaré una vejez descansada". Y salé rumbo a su granja, en Kansas.
A las 4 y 15, un telegrama llega hasta el nuevo rey: "Te felicito, hijo mío —dice—. Hoy soy la madre más orgullosa de la tierra. Te envío miles de vivas de la familia y toneladas de afectos. Esperamos que te sientas bien y que vengas pronto. Mamá Dempsey".
Jack no tarda en gratificarlos: cuando reúne algún dinero —no pasa mucho tiempo—, les regala una suntuosa mansión junto al Lago Salado, en el Estado natal. Los visita invariablemente después de cada pelea y hasta cuando se casa con la actriz Estelle Taylor, una beldad que lo distrae de sus obligaciones deportivas.
Al perder el título frente a Gene Tunney, en 1927, se cierra el ciclo iniciado aquella tarde de julio de 1919. "Pues bien —se resignó—, soy ex camneón. Mi corona ha pasado a otro hombre mejor, el ganador de esta noche. Lamento la pérdida de mi viejo cinturón, pero no estoy triste.'' No tiene motivos para estarlo: Tunney, el mismo victimario, reconoció que Jack Dempsey "ha sido el mejor boxeador de todos los tiempos".
PRIMERA PLANA
1º de julio de 1969