Revista Periscopio
16.05.1970 |
El hombre ve la sucesión de rústicos palos con
trapos rojos en las puntas y aminora la marcha del tren; al
distinguir la barrera de piedras que clausura la vía, comprende la
señal de peligro y detiene la máquina. De pronto, entre los
matorrales, brota una multitud de harapientos. Piensa que es una
película de cowboys. No tiene por qué asustarse: pisa tierra yerma,
de ilusiones y ensueños, el sertao (monte de sécano).
Más tranquilo, recuerda que no lleva oro ni billetes de Banco.
Apenas, cajones con galletas, charque, farinha, rapadura (azúcar
negra) y porotos. Ávidas manos agotan las cajas; voraces estómagos
vacían las manos. Satisfechos, los campesinos cargan los restos y
desalojan la vía de piedras. "Puede seguir, señor; disculpe, es el
hambre", le grita un sonriente vejete de cabello cano.
No sería la última vez que el maquinista se encontrara con Luiz Paes
de Castro. Al otro día, en la comisaría de Santo Domingo, tuvo que
identificarlo. "Es el jefe", dijo un oficial. Durante el mes pasado,
turbas de hambrientos labradores limpiaron cuanto tren cruzaba por
el Noreste brasileño.
Por supuesto, Paes de Castro no comanda a nadie. "Simplemente, me
niego a ver morir a mis 12 hijos y a mis 16 nietos. Sólo he robado
para comer, igual que mis compañeros. Salimos todos, porque juntos
se torna más fácil el asalto", aclara.
Pero ya no es así: desde la semana pasada, guardias armados no
titubean en disparar sus metralletas cada vez que la chusma pretende
violar los vagones. A falta de pan, buenas son balas. Andrajosos,
desesperados, los famélicos retornan a sus miserables casuchas sin
un mendrugo para sus hijos.
Hace cinco meses que no ven una gota de agua; ahora muchos han
decidido huir de esa zona maldita, el Polígono das Secas. La mayor
sequía de todos los tiempos azota a 25 millones de almas (de las
cuales 16 viven en el área rural), repartidas en el 18 por ciento
del territorio brasileño. El castigo se extiende por nueve estados:
Bahia, Paraiba, Ceará, Rio Grande do Norte, Pernambuco, Piauí,
Sergipe, Alagoas y una parte de Minas Gerais.
La SUDENE (Superintendencia para el Desarrollo del Noreste), un
organismo creado por Celso Furtado, consideraba que la situación "no
era grave". Entretanto, en Quixada, el populacho recorre las calles
en busca de trabajo y comestibles; en Ceará, los comercios no abren
las puertas por temor a los saqueos. Mucha gente se enferma porque
las raíces no son un buen alimento. En Alagoas, el Gobernador
Lamenha Filho decretó el estado de calamidad. En fin, se necesitan
más de un billón y medio de cruceiros para impedir la desaparición
de un millón de campesinos desocupados. Muertos más, muertos menos,
igualito a Biafra.
Pero "el norestino es fuerte", por lo menos así escribió Rachel de
Queiroz en El 15, una novela que detalla la trágica sequía de 1915.
La fortaleza de los nativos ante las inclemencias ya la relataban
los colonizadores portugueses. "Los kakiris, indígenas sertanejos,
se enfrentan con tribus del Litoral por falta de comida", señaló un
conquistador lusitano en el siglo XVIII.
Tierra de iluminados, de personajes mesiánicos, tuvo en Bom Jesús
Conselheiro, un criollo que se supuso Dios, a su protagonista más
relevante. En el siglo pasado, en la ciudad de Canudos, el profeta
fundó una sociedad igualitaria, un socialismo teocrático. Según
cuenta Euclides Da Cunha, en su notable trabajo Los sertones, el
Gobierno central necesitó cuatro expediciones punitivas para
terminar con los rebeldes campesinos. La semana pasada, el
Secretario de Aviación, José María Mothelo, no podía conseguir un
avión para bombardear nubes y provocar lluvias.
Odilio, el párroco de la iglesia de Senador Pompeu, aconseja a sus
fieles: "Recuerden los tiempos de Cristo. Había sequía, miseria,
hambre, pero con la confianza en Dios todos obtuvieron la salvación.
Tengamos fe, oremos". Sólo tres devotos oyentes le hacían caso.
Seu Raimundo ya partió. Equivocado, puso proa hacia Quixeramobim.
"Me dijeron que había comida y trabajo", se justifica bajo un
puente. A su lado duermen "meus oito barriguinhos", que lo
siguieron. "Ahora iré a Fortaleza; allí hay caucho. Tengo que
conseguir trabajo para alimentar a mis hijos", se desespera
Raimundo.
Otros prefieren quedarse, como esperando a la muerte. En Piquet
Carneiro, una fuente de trabajo abastece a mil hombres; sin embargo,
otros 4.000 deambulan sin hacer nada, hambrientos. "Necesito ayuda
pronto —anunció el jueves el Prefecto—; creo que ya no podré
controlar la ciudad."
Eran demasiadas evidencias: hace diez días, en forma sorpresiva, el
Presidente Emilio Garrastazú Medici voló hacia el Noreste. Luego de
permanecer dos jornadas en el estéril territorio, reaccionó: "Esto
no puede ser". Adoctrinado por el Gobernador de Pernambuco, Nilo
Coelho, el mandatario proyecta robustecer la agricultura, gracias a
un plan de irrigación. Mientras, todos los Gobernadores del afectado
Noreste se reunían en Recife con los Ministros de Hacienda, Trabajo,
Planeamiento y Salud.
"Agradezco a Dios la inspiración de haber hecho este viaje de
emergencia. Vine a ver la sequía del 70 y encontré el sufrimiento y
la miseria de siempre. Vine a ver y vi el drama norestino, las
plantaciones perdidas, el sol, el calor, la desolación; también vi
el sufrimiento, la angustia en multitud de familias, vi la
impotencia en hombres fuertes con más de diez hijos, nunca menos de
cinco. Vi taperas, gente tirada a la vera del camino; vi hombres que
comían una miserable porción de farinha sin sal. sentados sobre una
tierra de salinas. Nada, en toda mi vida, me impresionó tanto",
proclamó Garrastazú en la emocionada primera parte de su discurso.
Pero esa misma voz que parecía reclamar justicia social, negó la
posibilidad de distribuir las tierras. Parece olvidar que esa
región, donde se soportan condiciones infrahumanas de vida,
concentra las mayores rentas de todo el país. También se niega a
movilizar poblaciones enteras: "Esa gente le tiene mucho amor a la
tierra", se excusa. En verdad, ya Getulio Vargas intentó esa
evacuación en 1940, cuando el apogeo de la guerra obligó a
incrementar la producción del caucho en la Amazonia, pero fue un
declarado fracaso.
Según contara el jueves pasado Joáo Paulo dos Reis Veloso, a cargo
de Planeamiento, el Gobierno ha previsto una serie de urgentes
trabajos públicos —construcción de represas y caminos— para reclutar
la desperdigada y abundante mano de obra. "Pronto habrá empleo para
medio millón de hombres", alardeó Medici. Pero quedan 500 mil en la
indigencia y toda la vasta población rural, remunerada con un mínimo
que ni siquiera es lo indispensable. Cada labrador percibe dos
cruceiros por día; un kilo de porotos cuesta un cruceiro y medio.
Correio da Manhá, repitiendo palabras de algunos observadores,
afirma: "Lo que sucede en el Noreste no es grave por la falta de las
lluvias, sino por la crisis económica. Los agricultores, con los
préstamos y las cosechas vencidas, no saben con qué pagar. Han
perdido la producción. Lo más que pueden hacer los Bancos es
transferir las deudas para el año próximo, pero eso no resuelve el
mayor problema del agricultor, quien debe mantener a su familia".
Ahora se piensa acelerar el proceso agrícola, mejorarlo. Será una
alteración parcial del programa "superdesarrollista" impuesto por
Furtado. Gracias a ciertas bondades fiscales, se elevó la inversión
en la zona. Pero ese proceso, que hizo aprobar más de 750 proyectos
de industrias y estableció un buen número de ellas, no soluciona los
problemas fundamentales del Noreste. Las fábricas, inscriptas en la
nueva era tecnológica, necesitan mano de obra especializada; es
decir, que el problema de la desocupación rural persiste.
Furtado concibió una reforma agraria limitada que acompañaría a sus
planes; la nueva gestión económica olvidó esa parte del plan,
favoreciendo aún más la inversión extranjera. Al exceptuar casi el
50 por ciento de los impuestos —que pagan otros contribuyentes del
Brasil— consiguió estimular el progreso industrial de la región;
pero, al mismo tiempo, ensanchó la brecha que lo separa del
subdesarrollo de los campesinos.
A pesar de los esfuerzos oficiales, el Noreste es el área de menor
desarrollo relativo de toda Iberoamérica. Lo será por mucho tiempo.
74 • PERISCOPIO Nº 39 • 16/VI/70
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