Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Enero 1º, 1959
Caída de Batista

 

Revista Primera Plana
31 de diciembre de 1968

La voz nerviosa de Fulgencio Batista propuso un brindis "por la paz y la prosperidad de Cuba". Los notables del régimen, congregados en el campo Columbia —cuartel general de las Fuerzas Armadas, construido en las afueras de La Habana—, levantaron sus copas sin entusiasmo. Transcurría el primer minuto de 1959, pero nadie se animó a saludar la llegada del Año Nuevo; hubiera resultado un sarcasmo insoportable.
Todos apuraron en silencio el champagne; Batista habló: "Me marcho para evitar más derramamientos de sangre". Excusa pueril para justificar la huida; no eran momentos, sin embargo, de pretextos ingeniosos: a las 3.30 partía el avión desde el aeropuerto de Rancho Boyeros y más valía ser puntual.
Sin muchas formalidades, una Junta Militar heredó el Gobierno; inútil artilugio para demorar la victoria de los guerrilleros de Fidel Castro, que ya controlaban la mitad de la isla. El general Eulogio Cantillo, titular de la Junta, nombró Presidente de la República al decano de los miembros de la Suprema Corte de Justicia, el doctor Carlos Piedra, quien inmediatamente lo designó Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
Mientras Porfirio Robirosa, mundano e impecable, despedía como Embajador dominicano al tránsfuga Batista (el avión aterrizó una hora después en Ciudad Trujillo. donde aguardaba el asilo), el Viejo Piedra —así lo despreciaban los barbudos— lanzó una orden de alto el fuego. Como nadie le hizo caso, era obvio, decidió eclipsarse sin más ruido.
Los seis millones y medio de cubanos conocieron la noticia a las 8 de la mañana de ese 1º de enero, con los primeros informativos. Enseguida brotaron bandas armadas de apoyo a los rebeldes; también turbas enardecidas que saquearon casinos y residencias "batistianas", y hasta consumaron algún linchamiento: llegaba la hora del ajuste de cuentas.
El fin había comenzado diez días atrás, al lanzar la columna Ciro Redondo (170 guerrilleros engrosados por centenares de voluntarios) la ofensiva contra Santa Clara, capital de la provincia de Las Villas. Era un golpe estratégico rotundo, urdido en agosto por Castro. De triunfar, Cuba quedaba dividida en dos y las fuerzas del Gobierno se estrellaban contra un parapeto militar que las alejaría de la Sierra Maestra, centro de operaciones de Fidel.
Ernesto Che Guevara quedó al mando de la operación y de la columna Ciro Redondo; Camilo Cienfuegos era el comandante de la columna Antonio Maceo; ambos grupos partieron en larga marcha a principios de setiembre. El Che atacó a los 10.000 soldados de Santa Clara convencido de que la desmoralización paralizaba al Ejército de Batista; no se equivocaba: los Estados Unidos habían suspendido la ayuda bélica al régimen. Un pacto firmado el 20 de julio entre Castro y los exiliados en Miami prometía amigos fieles a usa en el nuevo Gobierno. Las dudas que despertaban algunas declaraciones del líder rebelde en favor de medidas extremistas, fueron aventadas por el Departamento de Estado; el Pentágono, en cambio, ratificó su desconfianza ante el Presidente Eisenhower y reclamó aprestos para una invasión a la menor amenaza de comunismo.
Castro mismo anestesió esas alarmas al anunciar que el juez Manuel Urrutia —exiliado en Miami— asumiría el cargo de Presidente provisional. La furiosa embestida del Che Guevara sembró de escombros y cadáveres a Santa Clara; de nada valieron las bombas revientamanzanas que lanzaban los B-26 del Gobierno. La resistencia se agotó en la mañana del 1º de enero al huir Batista; una marejada de alegría conmovió a la tierra de Martí.
También en Buenos Aires hubo manifestaciones alrededor de la sede diplomática cubana. Julio Beruff Giménez se hizo cargo de la Embajada, como delegado del Movimiento 26 de Julio, en un acto de neto cuño liberal. Sin excepciones, los diarios destinaron sus columnas a largas apologías de Fidel Castro y Ernesto Guevara, de las cuales habrían pronto de arrepentirse. El Gobierno Frondizi se beneficiaba con la distracción: ese día fue implantado el mercado libre de cambios y el dólar voló a 70 pesos.
Guevara y Camilo Cienfuegos entraren en La Habana a las 5 de la tarde del día siguiente. Castro inició entonces un largo viaje por tierra desde Oriente, aclamado por las multitudes. Recién llegó a la capital en la mañana del 8; Urrutia ya había asumido corno Presidente. Su primer decreto nombraba al Gabinete. José Miró Cardona fue Primer Ministro; Fidel Castro, Jefe de las Fuerzas Armadas: "Los civiles deben gobernar", entusiasmó el líder guerrillero; Urrutia agregó: "Habrá elecciones dentro de meses". En Washington, todos suspiraron aliviados.

Ir Arriba

 

 

Cuba 1959
Alegres festejos en La Habana


 

 

 

 

 

 

Batista - Fidel Castro
Batista - Fidel Castro

 

 

 

 

 

Búsqueda personalizada