Su llegada a Buenos Aires, en noviembre del año
pasado, hubiera merecido la intervención de algún agente de la
Asociación de Ayuda a la Joven. Una de esas inevitables confusiones
que rodean a la organización de los certámenes artísticos la empujó
a sortear con candor, casi provinciano, las dificultades aduaneras,
a discar un número telefónico que permanentemente dio ocupado y a
decidirse, finalmente, a tomar un taxi que la trasladara de Ezeiza a
un "hotel limpio y honesto".
Sin resortes promocionales o cosa que se le parezca, la desvalida
Mirtha Pérez llegó por fin al estadio del Luna Park y tímidamente
presentó sus credenciales a imposibles factótums del Primer Festival
Buenos Aires de la Canción. Su condición de primera figura de la
canción en su país no pareció convencer demasiado a Dino Ramos,
autor de las reincidentes congojas líricas de 'La nave del olvido',
el tema que la presentaría ante el público argentino. No demasiado
dispuesto a arriesgar un posible éxito comercial a la garganta "de
una mujer que para colmo se llama Pérez", a su pesar dio el ok a la
atribulada intérprete. Lo que siguió a su último gorjeo fue el
delirio. A las pocas horas de aquella memorable noche triunfal, las
radios del país comenzaron a reiterar las acompasadas instancias de
"espérame un poquito más... a solicitar otro tipo de dilaciones en
el ánimo de los oyentes. Mirtha Pérez, en cambio, no debió esperar
casi nada para cobrarse el desquite por el abandono sufrido en el
aeropuerto y el todavía más antipático recibimiento de Dino Ramos.
Con algo más de 200.000 placas vendidas en pocos días llegó a hacer
tambalear los records de Libertad Lamarque, Mina y Rita Pavone,
hasta el momento las únicas gargantas femeninas capaces de competir
con los hits de Frank Sinatra y Los Beatles.
FELIZ RETORNO
Pero más allá de los best sellers, el fenómeno protagonizado por la
diminuta cantante merecería figurar en algún estudio de la ALALC,
como ejemplo acabado de las posibilidades que ofrecen nuevos
promisorios productos de exportación no tradicionales.
En su segundo viaje a la Argentina, esta vez acompañada por maternal
chaperona, el frío ambiente nada tenía que ver con los ánimos de sus
admiradores, sino más bien con la temperatura casi invernal con que
se descolgó febrero sobre Buenos Aires. Sin ropa apropiada para
soportar la repentina invernada, se la vio aparecer invariablemente
vestida de chaquetón y gorro guerrillero de cuero rojo, que para
peor le quedaba demasiado grande: "Es que ni tiempo tuve para salir
de compras. Mi representante salió a buscarme algo abrigado y no
encontró mi talle", explica burlándose de sí misma y exhibiendo,
chaplinesca, las mangas demasiado largas del conjunto. A los 23
años, la Pérez puede permitirse estos descuidos e incluso olvidarse
de las afiladas indicaciones de su manager, el corpulento Aldo
Fabré. Sus felices, candorosos aciertos, vuelven sin duda
inoperantes las recomendaciones para evitar desmayos en la escalada
que la aguarda. Una serie de espectaculares para el Canal 7,
apariciones varias en los bailes de carnaval, y el Festival de Río
Ceballos, la filmación de tres películas bajo la dirección de Emilio
Vieyra y la grabación de un long-play para el sello Music-Hall
amenazan convertirla en firme candidata a la histeria y caprichos
estelares tan frecuenten entre los divos locales. Pero el cobro de
inquietantes 15 mil dólares seguramente la apartarán de estos
caminos y la compensarán del frío, la colitis provocada por la
primera mayonesa consumida en prestigioso restaurante céntrico y los
afectos abandonados —temporariamente, insiste— en Caracas: el Topo
Gigio, cuyas querendonas reflexiones tiene el honor de poner en
cantarino castellano en la televisión venezolana y la troupe
familiar de siete hermanos, padre, madre y abuela incluidos, que
aloja y mantiene con todos los fuegos de su voz.