Cine: Catherine la Grande

Los principales directores del mundo escriben sus guiones en torno de ella, cada uno de ellos moldeándola en su propia imagen. Su rostro seráfico adorna las tapas de las revistas francesas. Sus admiradores, en París y en las provincias, pegan su retrato en las paredes de sus dormitorios, talleres y hogares. Y ahora, con sólo 24 años de edad, pero con 23 películas en su haber, Catherine Deneuve se ha lanzado a la conquista de USA.
Ha elegido la comedia como arma y a Jack Lemmon como compañero de combate. The April Fools (Los santos inocentes) trata de un marido acosado, dominado por su mujer, y de la esposa desatendida de un millonario neoyorquino, que pasan juntos una noche de encantamiento y luego se separan para siempre. La semana pasada, Catherine Deneuve estaba completando el film en Nueva York, luego de sobrevivir a diecisiete activísimos días de labor. A través de ellos, filmando en lugares como el Central Park, los departamentos del United Nations Plaza, el aeropuerto John F. Kennedy, un resturante del East Side, en Bedford Street, en Greenwich Village y durante sesiones de trabajo que duraron toda la noche en un castillo de hadas en Connecticut, la delicada actriz francesa se mostró firme como el acero. "Es una de las personas más profesionales con quienes yo haya trabajado", observa el director Stuart Rosenberg (La leyenda del indomable), quien voló a París expresamente para contratar a Deneuve para The April Fools. Añade Jack Lemmon: "La abofetea uno delante de las cámaras a las 5 de la mañana y ella no se queja. Es muy joven, pero es una mujer, con toda seguridad."
Fuera del set, esas autodisciplina y espartana seriedad se disuelven. Catherine Deneuve se convierte en otra chica linda más apasionada por los zapatos y las tiendas, encantada de hacer una exhaustiva y cansadora recorrida por los negocios clásicos neoyorquinos, comprando, comprando, comprando sin parar.
Sus antecedentes son impresionantes. Ya ha trabajado, con una sorprendente versatilidad, para los mejores directores europeos: los jóvenes románticos franceses Jacques Demy, Jean-Paul Rappenau y Michel Deville; el exótico y caprichoso enfant terrible polaco, Roman Polanski; la sofisticada Agnès Varda, y el gran patriarca español del surrealismo, Luis Buñuel. Y, al pasar de un director a otro, ha demostrado poseer el don de adaptarse a las características de cada uno.
Pero a pesar de toda su plasticidad y maleabilidad, Catherine Deneuve no es tan sólo un junco que se dobla al viento. "También aporta su propia personalidad al papel", opina Deville, de 37 años. Lo que ella proyecta sobre el público, más allá del puro poder de su belleza angelical, es una cierta reserva, fresca, independiente, un equilibrio y control que la distinguen de las nuevas actrices, más indolentes, imprevisibles, como Julie Christie y Faye Dunaway. Y ese control la rodea de un nimbo de misterio.
Catherine cultiva ese aire de misterio, tanto en la pantalla como fuera de ella, no simplemente como estratagema artística sino por su férrea convicción de que su vida privada sólo le concierne a ella. En realidad, guarda su intimidad con el mismo encarnizamiento de Greta Garbo, a quien admira. "Quiero estar sola", declaró citando inadvertidamente a la esfinge sueca, cuyas películas se apuró a ver en su primer fin de semana en Nueva York. "No soy un animal ni una máquina. Quiero paz y vida privada. La gente dice que no las tendré. Pero yo digo que si."
Parte de la enemistad de Catherine Deneuve hacia la prensa data de una sensual pose en colores que hizo en 1965 para Playboy, que la coronó "reina de las atracciones sexuales de París" y la mostró retorciéndose en el piso en Repulsión, desnuda hasta las negras raíces de su rubio pelo. "Fue un error terrible, terrible —opina ahora—. Nunca volveré a hacer nada como eso."

¿Felicidad?
Aparentemente, Catherine se crió como cualquiera del millón de chicas francesas de la Francia de posguerra. Nacida en octubre 22 de 1943, en el refinado distrito 16º de París, fue la tercera de cuatro hijas de Maurice Dorléac y Renée Deneuve, ambos actores de medica reputación. Según la tradición burguesa, sus padres la mantuvieron apartada de las tablas con tanto celo que ella sólo recuerda haber visto actuar a su padre en una o dos ocasiones. En cambio, concurrió a un colegio católico privado para niñas, La Mazou, y posteriormente pasó al Liceo La Fontaine, a los once años. Durante los fines de semana, su familia se unía al éxodo francés al campo, donde los Dorléac tenían una casa.
"Eramos tantos y siempre juntos, había tanta felicidad", recuerda Catherine, quien cobró un gran afecto por su hermana más próxima en edad, Francoise Dorléac. Pero, a diferencia de Francoise (quien antes de su muerte, el año pasado, en un accidente automovilístico, había protagonizado películas como La piel dulce, de François Truffaut, y El hombre de Río, de Philippe de Broca), Catherine no demostró interés en actuar. Siendo jovencita, en cambio, tuvo intenciones de hacerse decoradora de interiores.
Hay ciertos hechos escasos, no obstante, que alteran este cuadro de una niñez armónica y normal. Catherine era una chica enfermiza y, según una amiga, insistió en ser alimentada con mamadera hasta la edad de 9 años. Desde un principio, había algo de reservado y misterioso acerca de ella. "De chica siempre se mostraba huraña —observa su padre, quien se gana la vida hoy doblando al francés películas extranjeras—. Era algo hipócrita, también. Siempre resultaba difícil saber lo que realmente pensaba. En la escuela no le fue bien. La mayoría de las materias la aburrían. Es difícil para mí hablar de Catherine porque, aunque nos liga un gran cariño, siento que no la conozco lo suficientemente bien como para eso."
Desde los 13 ó 14 años, la futura estrella se movió lentamente en torno del mundo cinematográfico, como si estuviera al borde de un remolino, sin ser arrastrada por él. Su hermana Françoise filmaba una película de presupuesto económico y el director buscaba a alguien que desempeñase el papel de hermana menor de la Dorléac, y tropezó con Catherine, entonces de 16 años, que estaba en vacaciones. "Yo no me sentía desesperada por dejar el colegio —recuerda la actriz—. Simplemente sucedió." Y aun entonces no se consagró de lleno a actuar: "Tenía tanta vergüenza. No me sentía segura de que pudiera continuar exhibiéndome".
Pero siguió, por supuesto, y su adolescencia concluyó antes de haber comenzado. "Nunca fue joven —afirma David Bailey, el fotógrafo británico de modas con quien se casó en 1965 y de quien se ha separado—. Nunca fue una chica. A los 15, salía con hombres de 40 y 50 años."
A los 17, la Deneuve conoció al director Roger Vadim, marido e inventor de Brigitte Bardot, Annette Stroyberg y, ahora, Jane Fonda. La vida de Catherine cambió completamente. "Cuando la conocí nunca pensé ,que trabajaría con ella como actriz —recuerda el longilíneo director de 40 años—. Nunca se sintió impulsada a actuar en films. Es algo extraordinario, pero durante el primer año que vivimos juntos, ella apenas hablaba. Era increíblemente reservada."
Vadim reconoció en su prístina belleza un potencial erótico. Vio que era "muy limpia, aun cuando estuviera actuando a nivel erótico", y la hizo representar a la virtud en su 'El vicio y la virtud'. A los 19, tuvo un hijo de Vadim, Christian, que vive y viaja con ella a pesar de su frenético programa de actividades cinematográficas. Por razones celosamente guardadas por ellos, no se casaron aunque continúan siendo muy amigos. "Tener un hijo y negarse al matrimonio era una actitud valiente en nuestra sociedad —comenta Jacques Demy—. Todo estaba contra ella y no le importaba."

Nace una estrella
Fue en este momento crítico de su vida que conoció a Demy, quien se ha convertido —juntamente con su mujer, Agnés Varda— en uno de sus amigos más íntimos. Pasando por alto sus llorosas objeciones, Demy la hizo peinarse hacia atrás su cabello, ahora rubio, y la modeló como la dulce, desprejuiciada heroína de 'Los paraguas de Cherburgo'. El buen criterio del director quedó demostrado cuando ella obtuvo el premio a la mejor actriz en el Festival Cinematográfico de Cannes.
A partir de ese punto subordinó sus necesidades personales a las de su profesión. Demy quiso que bailase en su segunda película, Las señoritas de Rochefort, de modo que ella obedientemente se sometió a un año de aprendizaje de danza. Aprendió inglés en un curso relámpago de dos meses en Berlitz, en Nueva York. El verano pasado, mientras estaba filmando Benjamín, se enteró de la espantosa muerte de su hermana Françoise. "Lloró en su casa —recuerda Varda—, pero en el set se mostraba perfecta y llegaba por la mañana, hermosa y radiante."
"Jamás pienso en mi papel —confiesa Catherine—. Aprendo mi letra la noche anterior, de modo de tener espontaneidad. Trato de hacer las cosas con la mayor simplicidad y naturalidad posibles. Odio la palabra esfuerzo. Me gustan las cosas que no son obvias." Es justamente aquí donde se resuelve la aparenta contradicción entre Deneuve, el metal fraguado por el director, y Deneuve, la estrella con su propia personalidad. La concepción puede pertenecer al director, pero, como lo explica Deneuve misma, "él no puede decirme todo lo que tengo que hacer, por ejemplo, cuántos segundos lleva hacer algo. Eso me pertenece a mí. Eso, soy yo la que tengo que hacerlo". Pero aparte de ser una actriz dotada, Catherine proyecta la inefable presencia del estréllate, y cada director la define según su criterio propio. Para Polanski, quien la incluyó en el reparto de Repulsión porque "necesitaba una chica angelical que fuese capaz de matar a un hombre con una navaja", la calidad de estrella de Deneuve reside en su talento para reflejar una amalgama única de pureza y perversidad. Para Rosenberg, se trata de su misterio y vulnerabilidad: "Uno no quiere que se lastime". Roger Vadim atribuye su éxito a su contemporaneidad: "Encaja con lo que está sucediendo hoy en el mundo, ya sea la fría moda de Courréges, el aspecto bebota, o los estudiantes en las barricadas. .Hay muchas chicas en el Barrio Latino que se parecen a ella. Eso no es coincidencia".
Pero Catherine misma evalúa más sencillamente su atractivo. Es hermosa.
"La belleza de una mujer en la pantalla debe ser un sueño para los demás —reflexiona—. La gente va al cine para olvidar. Lo que quieren ver es una idealización de la vida. Necesitan encontrar allí belleza, porque sus vidas propias no son bellas."
Tal vez porque siente que su reputación se basa en su hermosura, Deneuve se siente particularmente intranquila acerca de su aspecto. "Leí en una revista que yo era la chica más linda del mundo, pero no dejé la revista a un lado y me lo creí." En momentos de duda acostumbra decir: "Tengo muslos excesivamente flacos y una cara afilada, pero en realidad no soy tan delgada". Suele también lamentarse: "¿Cuánto tiempo durará? No puede continuar". En público, es capaz de cambiarse de asiento en un restaurante en busca de un lugar escasamente iluminado, para ocultar un pequeño lunar en su mentón. Nunca se presenta en el set antes de estar completamente maquillada. Pero, después de una hora de habilidosa faena cosmética, se encuentra indudablemente entre las mujeres más sorprendentemente bellas del mundo. "Se hizo la cara", dice Alain Cavalier, quien dirigió su última película, La Chamade, basada en una novela de Françoise Sagan.

Darse el gusto
A diferencia de tantas actrices que confían sus vidas a algún administrador, agente, amigo o estudio cinematográfico, Catherine Deneuve administra su propio espectáculo. La decisión de ir a los Estados Unidos fue exclusivamente suya. En Francia hace, en grado apreciable, las cosas a su gusto. Altera el diálogo y a veces a los primeros actores que no le vienen bien. Más aún, las pequeñas, íntimas unidades de filmación de Francia, cuadran más a su gusto y temperamento que los vastos equipos estadounidenses.
¿Para qué, entonces, molestarse con la aventura norteamericana? Una razón, aunque tal vez no la principal, sea el dinero. A Catherine Deneuve le pagaron 5.000 dólares por Los paraguas de Cherburgo. The April Fools le garantiza 250.000 dólares. "No necesito dinero para incitarme a trabajar —admite—, pero siempre me han gustado el lujo y las cosas hermosas, como casas, joyas, ropas, pieles. Cuando tengo mucho dinero, en vez de comprar una cosa, compro diez."
El éxito también la ha apartado de su propia generación. El 23 de mayo pasado, Catherine Deneuve estaba filmando La Chamade cuando la rebelión estudiantil y las huelgas generales paralizaron el rodaje. "Realmente no sabía qué hacer —explica—. No podía pararme tras las barricadas y cantar o intervenir en manifestaciones. Era solidaria con la causa de los estudiantes, pero no me sentía íntimamente vinculada a ellos. Están tan llenos de esperanza y no tienen nada que perder. No es mi caso. La gente que ha conseguido cosas en la vida es diferente de los que tienen esperanzas. Podía estar completamente de acuerdo con los estudiantes, pero no podía hacer nada."

PRIMERA PLANA
3 de setiembre de 1968

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Deneuve

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Con Pigmalión Vadim
con su ex marido Bailey
con Françoise Dorléac

 

 

 

 

 

 

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