Aparta de mi ese cáliz padre

 

 

 

 

 

 

Se equivocó: no había aguacero. El cielo era azul ("azul de cuervo", según un testigo) y el sol brillaba con fuerza aquella mañana de primavera. Eso sí: como él mismo lo pronosticara en un soneto admirable, estaba muriéndose en París, iba a dejar sus huesos en la ciudad donde vivía desde mediados de 1923. Donde sobrevivía, mejor, en infames cuartos de hotel, herido por la pena, socavado por el hambre.
La ventana de su habitación, en la clínica del boulevard Arago Nº 95, da a la sordidez de Montparnasse, a sus moles grisáceas, a su infinita desolación, Pero ese barrio del Sur tiene, para él una vigencia suprema: apenas llegado a París, César Abraham Vallejo se albergó en un atelier de la calle Vercingetorix Nº 3, una especie de corralón sucio y vetusto; después, hendió el humo y las discusiones en el Dôme y la Rotonde, dos cafés de artistas; más tarde, en los últimos meses de 1937, exhaló buena parte de sus 'Poemas humanos' en la cervecería Le Lion, calle de la Gaîté, cerca de su hotel de la avenida Maine Nº 64.
Ahora, a las ocho y media del 15 de abril de 1938, entra en coma; lo rodean su mujer, Georgette Philippart; su amigo español Juan Larrea, y el chileno Ángel Custodio Oyarzún, Cuto, un cantor de poca monta. A las nueve y veinte, Vallejo, un esqueleto casi, entrega el alma. Hace ya treinta años y aún se ignoran las causas físicas de ese tránsito.

"Así fuese de barriga"
La salud de Vallejo empezó a quebrantarse en Europa, durante esos "inviernos ateridos, con domicilio intermitente, alimentación incierta, sin ropa con qué abrigarse", de los cuales habla Larrea. Hijo de la serranía peruana (nació en Santiago de Chuco el 16 de marzo de 1892) habitante de Trujillo y Lima, nada había mellado su organismo, En cambio, la cárcel y un par de dramas sentimentales golpearon su estabilidad psíquica. En París, las enfermedades lo acosan; la miseria se vuelve contra él, las angustias y la fiebre le caen encima, a dentelladas.
En octubre de 1924 se interna, atacado de hemorroides, en el hospital de la Charité. "Ayer hizo un mes que estoy en cama —cuenta a su mecenas Pablo Abril de Vivero, el 5 de noviembre—. Después de la operación, me vino de nuevo una hemorragia que por poco carga conmigo. La noche del domingo 27 pudo haber sido fatal. ¡Horrible!" Los días anteriores acumularon "dolores físicos y abatimientos espirituales increíbles", comenta.
Al parecer, es entonces cuando compone su célebre "Piedra negra sobre una piedra blanca": Me moriré en París con aguacero, / un día del cual ya tengo el recuerdo. / Me moriré en París ;—y no me corro— / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. El año 23 lo tumba una depresión nerviosa ("El trabajo a máquina me hace daño y cualquiera preocupación..."); el 26, es un mal específico el que lo llena de temores y de obleas.
El 28, sus eternos insomnios, su debilidad, la inanición, acaban en un surmenage. El 30 de mayo informa a Abril: "Le escribo en un estado de ánimo terrible. Hace un mes que estoy enfermo de una enfermedad de lo más complicada: estómago, corazón y pulmones. Estoy hecho un cadáver. No puedo ya ni pensar. Sufro también al cerebro. Un mes que no duermo". Una colecta le permite pasar tres meses en una quinta de Ris Orangis, nadar en el Sena, recuperar algunos kilos y algunas ganas de vivir.
Es que "me gustaría vivir siempre, así fuese de barriga", "con mi muerte querida y mi café / y viendo los castaños frondosos de Paris". Los deja de ver el año 31: expulsado de Francia por sus ideas, reside en Madrid, se afilia al Partido Comunista, hace su tercero y último viaje a la Unión Soviética. En febrero del 32 retorna a París, inicia el período más lúgubre de su calvario, la estación más gloriosa también.
Los fondos de Georgette se agotan: su fama literaria —que jamás persiguió— es sólo la certeza o el augurio de un puñado de admiradores. A comienzos del 33 vuelve a instalarse en un hotel del boulevard Garibaldi, aunque la pobreza lo deriva pronto a refugios más siniestros —calle Delambre, avenida Maine—, a las ollas benéficas del Cercle Ronsard o del Villon, al plato mendigado.
Esa sed de justicia que abrasa a Vallejo desde la adolescencia, ese brutal amor por los semejantes que en él es crístico (Hombre, en verdad te digo que eres el HIJO ETERNO...),
lo habían conducido al activismo marxista. Pero Vallejo consideró insuficientes, o demasiado lejanas, las respuestas del marxismo a sus obsesiones, porque esas obsesiones salían de lo político y lo social; él las resumió así en uno de sus primeros textos: Y cuándo nos veremos con los demás, al borde / de una mañana eterna, desayunados todos! / Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde / yo nunca dije que me trajeran.
Su retraimiento de la acción y de la propaganda es visible a partir de 1932; ordena viejos artículos, se demora en tres piezas teatrales y produce media docena de poemas. El letargo concluye en julio de 1936, al estallar la Guerra Civil Española: Vallejo toma partido por los republicanos, se asoma a Madrid, Valencia y Barcelona, se desencanta: la contienda, para él, no es ese choque de ideologías, ese ajuste de cuentas, sino el crisol de un nuevo mundo en el que 'volverán / los niños abortados a nacer perfectos, espaciales'. Se trata del segundo Diluvio, en el que 'Sólo la muerte morirá!'
De ahí que él necesite asumir la suya, porque él se desintegra con el viejo mundo. Y la asume, a fines de 1937, de un tirón salvaje, desgarrador, bíblico, al forjar España, 'aparta de mi este cáliz' y 'Poemas humanos' (que se editarán póstumamente). Tras esa catarata, es una sombra, una piltrafa, pero América ha encontrado en él su voz más alta, su máximo poeta hasta hoy.

"España, me voy a España"
"Vallejo —relata su viuda— se acostó el 13 de marzo de 1938, después de comer, entre las dos y las dos y media. Hoy todavía me acuerdo de esa comida porque fue excepcional, y es por eso que me recuerdo también la hora en que se acostó, sin imaginar que nunca iba a levantarse[...] Al día siguiente se sintió cansado, tan cansado que no se levantó. A partir de ese día supe que estaba perdido, y perdido porque no teníamos dinero..." El 26 de marzo, gracias a la ayuda de la Legación del Perú, es internado en la clínica del boulevard Arago, en la habitación 9; diagnóstico: infección intestinal aguda; médico de cabecera: doctor Lejars. Sin embargo, todos los análisis, todas las consultas, se estrellan contra el misterio. La fiebre consume a Vallejo: 40 a 41 grados; él delira con España, con su antiguo departamento de la calle Moliere. El 13 de abril, una punción lumbar sirve únicamente para maltratarlo. A esa altura, dice Gonzalo More, "no conocía a nadie y una «râle» imperceptible le cortaba las palabras".
El 15, a la madrugada, llama a su madre, balbucea "España, me voy a España" y muere al rato, con la boca abierta en "un rictus terrible de sufrimiento", añade More. Ese día es Viernes Santo y hay que esperar hasta el 19 para enterrarlo: el cuerpo de Vallejo sigue, entre tanto, en el cuarto de la clínica. El 19, de seis a doce, es velado en la Casa de la Cultura, calle de Anjou Nº 29; después, el cortejo parte hacia el cementerio de Montrouge, en las afueras, al Sur.
Abril 15, 1938, Muerte de Vallejo
PRIMERA PLANA Nº277
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