Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Checoslovaquia
El nido de serpientes

Parecía un sueño, pero la semana pasada, los tanques soviéticos se despedían de Praga. Entretanto, un enviado de Primera Plana, Osiris Troiani, completaba en Roma un reportaje con cuatro intelectuales checoslovacos que emprendieron el exilio como salvación.

A Pavel Kohout, poeta, escritor y dramaturgo (su última pieza, Augusto, triunfa este año en los escenarios alemanes), la invasión rusa lo sorprendió en Italia; su amigo Ludvik Vesely, subdirector de Literarny Listy (la revista varias veces clausurada que doblegó al grupo novotnista), pudo huir a Munich. Ambos recibieron a Primera Plana en un hotel romano antes de que Kohout volase a Berna, donde tal vez residirá, y la misma tarde en que Vesely llegó de la capital bávara. La primera entrevista, sin embargo, fue en Viena donde se había asilado Milan Kundera, el mayor novelista de los últimos años (La Farsa), y la última en Belgrado; Vlado Kaspar, presidente de la Unión de Periodistas, aún no había resuelto si volvería o no a Praga.
Vesely, de cara ancha y lentes, calvo —aunque está atravesando la cuarentena—, es pesimista. "De nada vale —dijo a su compañero, quien traducía en voluntarioso italiano que la potencia ocupante diga que no quiere inmiscuirse en las cuestiones internas: su presencia en nuestro territorio significa que pueden inmiscuirse cuando quieran. Nuestros dirigentes han sido forzados al compromiso; con una pistola en las sienes es difícil discutir; nosotros los apreciamos, pero sabemos que no son libres." En suma, "el camino que tomamos en enero [con el reemplazo de Novotny por Dubcek] está cortado".
Enjuto, físicamente anodino, gris, Kohout estima que, si bien "se ha interrumpido el proceso de renacimiento del socialismo, y no sólo en nuestra patria", existen hechos positivos e
irreversibles, como "la recuperación del PC checoslovaco por su propio pueblo". En ese partido, añadió, "tres generaciones de obreros e intelectuales aprendieron a amar la libertad social y espiritual"; después, en el poder, se corrompió, "arrebatando a los ciudadanos el poder de decisión, que también se le había arrebatado desde el extranjero". Hace unos meses, parecía que "nada podría salvarlo de la ruina moral", que "el socialismo es inseparable del aspecto que le imprimieron los sanguinarios procesos de los años 50 y la esterilidad conceptual del aparato staliniano". Sin embargó, bastaron unos pocos meses de política leal y valiente para que "los jóvenes comprendieran la posibilidad de intervenir realmente en un proceso del mayor significado histórico". A su juicio, "en una época en que el capitalismo y el socialismo dogmático se han engolfado en una crisis irresoluble, el socialismo democrático viene a corregir las distorsiones que la historia infligió a la doctrina de Marx".
Ambos son afiliados comunistas "hace muchos años", quizá desde antes de la toma del poder; sin embargo, el acento de Kohout suena más antiguo, y su terca fe en el triunfo final lo distingue nítidamente de su compañero, mente problemática, no necesitada de consuelo. En cierto momento, preguntado por qué no vuelve —a compartir con Dubcek y sus compañeros las penosas tareas que les aguardan—, Vesely respondió: "Estaría dispuesto a ponerme en manos de la policía checa, quizá por largo tiempo, con la esperanza de contribuir así a un cambio del régimen; pero si caigo en manos de la KGB [policía secreta rusa] desapareceré de la faz de la tierra, o me harán confesar cualquier monstruosidad".
Está claro que estos hombres no salieron inmediatamente del Partido al hacer, como dice Vesely, "el penoso descubrimiento de que el socialismo no dejaba al individuo la libertad de obrar como individuo y que, por el contrario, permitía a unos hombres hacer de otros hombres sus esclavos". Nadie puede averiguar —ni ellos mismos, tal vez— si se quedaron, porque la coerción ejercida sobre ellos se compensaba con la que ellos ejercieron sobre otros, o bien porque creían que no todo estaba perdido y que convenía luchar desde adentro. No es el momento de preguntárselo; pero si hicieran su examen de conciencia como escritores militantes, es casi seguro que Kohout hallaría una respuesta tranquilizadora, Vesely no, y que los dos dirían la verdad.

Los defectos del socialismo
Para Kundera, "el socialismo está amenazado hoy, más que por fuerzas externas, por sus propios defectos: mengua de las libertades individuales, desorden, defunciones". Más importante que reforzar el bloque y "salvarlo" de una agresión imposible, es crear finalmente un sistema en que se pueda vivir "como hombres". Esto significa, ante todo, que cada pueblo pueda ser él mismo.
"Checoslovaquia fue siempre un activo punto de encuentro de varias tradiciones culturales; el bloque socialista se esforzó por uniformarlo todo; así borró la cultura, la fisonomía propia de nuestro país". Lo que se llama el bloque socialista no es sólo una coercitiva alianza militar: "Es también una política interna, una prensa, un pensamiento, un lenguaje, igualmente impuestos de lo alto". Esa nivelación es anticultural, "como el americanismo en el otro campo", Cree, por lo tanto, que "si un pequeño pueblo halla fuerzas para rebelarse contra esas tendencias uniformadas, y ser autónomo, hará un bien a todos", porque tornará evidente "su carácter superfluo, anacrónico y brutal".
El novelista, camisa abierta sobre un sweater, negra aún la cabeza, pero con las sienes al descubierto, no cree que, en la nueva situación, "los ocupantes se expongan al ridículo de insistir en esas tendencias uniformadoras, las cuales "pudieron tener su justificación histórica en Rumania y Bulgaria, también en Hungría y Polonia, y ciertamente en el Este alemán, donde contribuyeron a eliminar situaciones de atraso y a menudo feudales". En Checoslovaquia, "algunos las aceptaron", por no desairar a Rusia, país al que se debía la expulsión de los alemanes; pero "ahora que nos traen sus valores culturales con un Ejército de ocupación, no hallarán a nadie dispuesto a escucharlos".
Ese carácter unánime de la resistencia fue, sin duda, la inspiración de Svoboda y de Dubcek cuando aceptaron "detener por un tiempo el nuevo curso ante la imposibilidad práctica de continuarlo"; pero Kundera, que rinde homenaje a su abnegación, no cree que su análisis fuera completamente "realista". Teme que, ante la falta de resultados prácticos, "los rusos se exasperen y terminen comportándose como ocupantes de la peor especie". Pero, ciertamente, piensa que la oposición intelectual —e incluye en ese deber a los emigrados— "ajustará sus actos a la necesidad de no ofrecer pretextos a los rusos".
Kaspar, el más joven de los cuatro, a despecho de los surcos que labran sus mejillas, y también el de estatura más ventajosa, estima que "por un tiempo, el Partido y el Gobierno deberán recurrir otra vez a las llamadas soluciones administrativas"; por ejemplo, la disolución de la Unión de Escritores y la de Periodistas; "pero ambas subsistirán igual, sin necesidad de que sus directivos se reúnan".
Asegura a Dubcek su comprensión: "No creo que hubiera otra cosa que hacer, con el país ocupado; es preciso demostrar a los otros países socialistas, cueste lo que cueste, que estaban equivocados al temer que Checoslovaquia, al democratizarse, ponía en peligro la seguridad común". Porque, a su juicio, "la comparación con Hungría en 1956 es antihistórica, es injusta: entonces habían estallado desórdenes"; en cambio, "nuestra revolución era tranquila, se cumplía con el consenso de todos".
Pravda ha calificado al órgano de la Unión de Escritores Checoslovacos, Literarmy Listy, como "un nido de serpientes venenosas". Esta imagen, a la que el diario ruso recurría a menudo en los tiempos de Stalin, no hace sino confirmar que los rusos invadieron para destruir no tanto una política exterior y una reforma económica aún vacilantes, que podían ser contenidas dentro de prudentes límites —con ayude los supérstites del grupo novotniano—, sino una febril actividad política cuyos principales animadores eran los intelectuales.

Las 2.000 palabras
En la URSS, como en los otros países regidos a su imagen y semejanza, no puede haber política sino en los órganos regulares del Partido o, en todo casó en las "alianzas" o "frentes" que el PC constituye para extender su influencia sobre otros que aceptan la "dictadura del proletariado". En Praga, por el contrario, era la Unión de Escritores, principalmente, la que asumía la iniciativa; luego, en el Comité Central se operaban cambios análogos en la relación de fuerzas. En ese sentido, los rusos dicen la verdad: la hegemonía del Partido estaba en quiebra. También es cierto que, si los intelectuales expresaban intereses de clase, eran los de la suya, no siempre coincidentes con los de la clase obrera, al menos para una mentalidad obrera o comunista. Basta leer el manifiesto de las "2.000 palabras", escrito por Ludvik Vaculik —un comunista expulsado por Novotny y readmitido por Dubcek—, o la intervención de Kundera ante el IV Congreso de la Unión de Escritores —el cual eligió una mesa directiva que no fue reconocida por el Gobierno, el año pasado—, para discernir no pocos elementos ideológicos que los comunistas siempre han vituperado como "nacionalismo pequeñoburgués", "aristocratismo intelectual" o "desviación de derecha".
Vesely no quiso hablar de Literarny Listy: "Me parecía hablar de mí mismo", dijo Kaspar, visiblemente, no comparte el "extremismo" de ese periódico. La calificación de Pravda es "deplorable", porque significa que los escritores "provocaban el envenenamiento de la opinión pública". Lo cual, añadió, está lejos de la verdad. Kohout respondió que" "el derecho a discutir, a saber, a participar, conquistado en modo impetuoso y casi embriagador" con la llegada de Dubcek a la Secretaría General del Partido, "no era tan sólo un distintivo aristocrático para subrayar la primacía de un determinado grupo social ni la supremacía del socialismo checo sobre el de otros países". Vesely interrumpió para dejar constancia de que, en todo caso, su país es el único, en el área, "con una secular tradición de derechos civiles", y que el escritor, sí algunas veces refleja "un mezquino espíritu de clase" como ocurre con hombres de todas las profesiones, dispone de un poder crítico que lo habilita para ser, por encima de todo, "un espíritu libre".
Kohout continuó: "Esos seis meses sin censura no condujeron a ningún estallido, a ninguna rebelión contra el socialismo. Esa es la prueba de que el socialismo en la libertad no es una herejía, la travesura de unos diletantes políticos, sino una concreta posibilidad histórica".
Es revelador, sin embargo, que ninguno de los tres —y tampoco Kundera— se haya decidido a ser explícito sobre su modo de concebir la pluralidad de opiniones en un régimen socialista - leninista. ¿Partido único? ¿Pluripartidismo? Y si el partido único tolera dividirse, ¿no terminará cada fracción por ser un partido?
Según Vesely, "no tiene sentido volver al sistema de partidos que conocimos antes de 1938. Nuestra tarea es más bien construir un nuevo sistema, en el que sea posible canalizar las exigencias e intereses de los grupos en armonía con el principio democrático, y sin luchas por el poder ni contrastes entre fracciones". Después de una definición tan vaga, tuvo la honradez de reconocer que "aún no se ha encontrado un sistema fundado en el principio de autodeterminación del hombre". Citó al director de Literarny Listy, Milan Jungman, para quien "la existencia de dos o más partidos no asegura tampoco la democracia, porque la historia enseña que intereses antihumanos saben también explotar el principio democrático para sus fines antihumanos".
Vesely añadió: "Hay que probar algo nuevo. El socialismo debe arriesgarse, no temer al futuro". Los políticos con mando, en Moscú y en las otras capitales socialistas, decidieron lo contrario: probar, arriesgarse, no temer al futuro, está bien para intelectuales, no para los que tienen una responsabilidad concreta. En todo caso —debió responderles, tal vez, el propio Dubcek—, hagan ustedes propuestas más precisas que esa simple invitación a "probar algo nuevo".
Ahora, bajo el rigor del ocupante y de la censura, ya no les hablará así: sólo puedo pedirles que eviten estos temas porque toda libertad que ellos se tomen es libertad que él perderá. Literarny Listy ha dejado de salir, lo mismo que el semanario universitario Student y la sensacionalista Report;. el Rude Pravó, órgano del partido, y Mlada Fronta, de la juventud, dosifican sagazmente sus informaciones y comentarios, ensayan un humor refinado, insisten con los valores entendidos que permitirán a la población leer entre líneas.
Pero no se hace ilusiones sobre el carácter "temporario" de la censura. "¿Qué sentido tiene —preguntó Vesely— anunciar que la regirá por tres meses? Es una artimaña para que nos quedemos tranquilos, haciendo penitencia. ¿Y qué sentido tiene no hablar sobre la URSS y los otros países socialistas? Lo que ellos quieren no es silencio; lo que ellos piden es amor, es amistad, y como no podemos, tendrán que obligarnos a mentir. Tampoco podemos hablar del marxismo, porque marxismo sólo hay uno, el de Ulbricht, el de Breznev; cualquier interpretación distinta es un ataque a la URSS y entra en las cuestiones que se resuelven por la fuerza."
Dócilmente, Praga lava sus muros: no más afiches ni leyendas mortificantes. A esa simulación de los sentimientos corresponde una ocupación más discreta: el Mando soviético espera a que la ciudad esté limpia para alejar de los centros poblados sus columnas de tanques. Del mismo modo, a medida que la prensa demuestre su carácter socialista —es decir, que vuelva a ser obediente y árida—, se le irán devolviendo los talleres de imprenta. Cada cosa a su debido tiempo.
El Primer Ministro Oldrich Cernik, al regresar de Moscú, había aconsejado el éxodo a los "mejores cerebros" del país, pues "no podemos —dijo— garantizar nuestra propia seguridad". Era una alarma excesiva: en las últimas semanas no han llegado noticias trágicas, salvo el suicidio de dos altos funcionarios del Ministerio del Interior que no quisieron entregar sus archivos a los rusos (o que cometieron abusos durante la lucha de Dubcek contra Novotny). La purga es de estilo post-stalinista: se aparta a los apestados, no se los asesina. Sin duda, las listas negras dejan sin empleo a los intelectuales "peligrosos"; Dubcek los reemplaza por otros amigos suyos, aunque menos comprometidos.
Las primeras noticias sobre fusilamientos y torturas, detenciones y raptos, han sido rectificadas. El 31 de agosto, un telegrama de Francfort a la Asociación Mundial de Escritores, con sede en Londres, pretendió que diez personalidades habían desaparecido, "golpeadas y drogadas por agentes soviéticos". Algunos, como el incisivo Vaculik (El hacha), llegaron incólumes al exilio; otros, Edvard Goldstücker (presidente de la Unión de Escritores, principal estudioso del "indeseable" Kafka) y Jan Prochazka (vicepresidente de la misma entidad, miembro suplente del Comité Central), siguen en Praga; a su vez, el tempestuoso novelista Ludvik Mnacko (que el año pasado se fugara a Israel por discrepar
con la política oficial en el Medio Oriente, luego regresó y fue reincorporado al Partido) se halla oculto.
En todo caso, la cultura checa sufrirá un nuevo eclipse. En los últimos años, mientras el sistema se relajaba, había recuperado su garbo y su mordacidad de hace medio siglo, de los tiempos de Kapek y Kafka, de Werfel y Brod. El renacimiento del cine checo fue patente en los certámenes internacionales. Forman (As de pique, Bomberos, al fuego, Los amores de una rubia), Nemec (Los diamantes de la noche, La fiesta y los invitados), Vera Chitilova (Las pequeñas margaritas), Jakubisko (Los desertores), aportaron una filmografía crítica desmistificante.
Los soldados de los "países hermanos" habrán traído la salud a la cultura checa: la salud y el tedio. Quizá la mayoría de los lectores y espectadores checos preferían la facilidad del realismo socialista; ahora, por razones patrióticas, no sólo añorarán, tal vez comprendan los refinados productos de su élite creadora, que intentaron descubrirle el por qué de su angustia, de su rabia, y la misteriosa presencia del mal en el mundo.
Otra vez, en los cafés, volverán a reunirse las "serpientes venenosas". ¿Para qué emigrar? La propaganda en el extranjero no desbaratará los planes del Kremlin; su puesto de combate está en el país. Los más sensatos no piensan en alentar la rebelión; sólo se trata de mantener encendida, por el tiempo que sea necesario, la fe en la victoria final.
En uno de los puentes sobre el Moldava se levanta la estatua de Ne Pomuk (por su nombre latinizado, San Juan Nepomuceno): es el patrono de Praga. Tiene el índice sobre los labios, como para reclamar silencio. Un Emperador lo mandó arrojar al río porque se negaba a revelar lo que la Reina le dijera en confesión. Ne Pomuk significa: Yo no hablo.
17 de setiembre de 1968
PRIMERA PLANA

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Checoslovaquia 1968
Las tropas rusas se retiran

La alegría checa


 

 

 

 

 

 


Dubcek
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Svoboda
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