La liberación por el Verbo


Recuerdos del Golpe de Praga: Novotny, Gottvoald y Zapatocky festejan la victoria. La toma del poder: Zapotocky (Primer Ministro) y Gottwald (Presidente). Masaryk, la primera víctima.
El derrocado Novotny. Dubcek y Ulbricht en Dresde. Svoboda, cuarto presidente.

 

 

 

 

 

 

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Una tarde, al comenzar la última semana de marzo, una pequeña bandera blanca, roja y amarilla, con el lema La Verdad Vence, fue retirada del techo del castillo Hradcany, antigua casa de los reyes de Bohemia que se a iza sobre el río Moldava. Pocos de los turistas que por allí pasaban, a la hora en que el último sol se desangra sobre los trece puentes de la ciudad, adivinaron que habían sido testigos de un dramático momento en la historia contemporánea de Checoslovaquia. Pues el pequeño pabellón es el estandarte personal del Presidente checo, y su desaparición significaba que Antonin Novotny, antiguo cerrajero, de 63 años, había pasado al olvido.
Después de veinte años de régimen comunista —el aniversario, que cayó el 27 de febrero, no tuvo sino una gélida conmemoración oficial—, el checo medio ha perdido la costumbre de los gestos espectaculares y las manifestaciones callejeras. Si acoge, evidentemente, con profunda satisfacción la agonía de la dictadura, apenas si se discierne otro síntoma que su vehemente interés por las noticias. Los diarios, cada día más indóciles a la censura, han doblado su tirada; el día siguiente a la renuncia de Novotny, todos publicaron ediciones especiales. A pesar de su carácter pacífico, este movimiento —que algunos de sus doctrinarios han bautizado ampulosamente como "liberación por el Verbo"— cobra una amplitud tal que ya compromete las bases mismas del sistema comunista unipartidario y dictatorial.
Una revolución incruenta. El jueves pasado, una delegación de comunistas "liberale" marchó al castillo Hradcany, donde se les informó que Novotny estaba enfermo: él mismo había dicho a un diario de Praga que sufría de
gripe y de inflamación a la próstata, y que, una vez restablecido, contestaría a los ataques contra él. Pero, antes de que pudiera hacerlo, el Presidium del comité se reunió para emitir un comunicado por el cual atendía el pedido de Antonin Novotny de ser relevado del cargo de Presidente de la República". No se había disparado un solo tiro.

El Kremlin dijo sí
El 5 de enero último, el comité central del P.C. "liberaba" a Antonin Novotny de sus funciones de Primer Secretario, para evitarle un exceso de tareas, pero también —según el comunicado oficial— para "devolver su brillo al cargo de Presidente de la República". La batalla terminaba con una transacción: los nuevos dirigentes, que disponían de una frágil mayoría en el Presidium, no creyeron prudente ir más lejos.
El equilibrio podría mantenerse con la condición de que Novotny tomase conciencia de que su ocaso era irremediable; debía participar de las ceremonias oficiales, dejando a los otros la tarea de gobernar. Pero no era hombre para resignarse a un papel decorativo: puesto que se le dejaba la magistratura suprema, y aun se insistía sobre la importancia de sus funciones, quiso recobrar el poder.
Durante ochenta días, el jefe del Estado promovió una corriente hostil a la nueva política, animada por los estudiantes, por los escritores y por los sindicatos, que comenzaron a destituir a sus dirigentes no representativos, simples funcionarios del Partido. En la última quincena, otros elementos levantaban la cabeza: desde las Juventudes Comunistas hasta el clero católico, que se sacudía los "camaradas de ruta" a cuya tutela debió confiarse en los tiempos difíciles. Finalmente, para encauzar la crisis, la mayoría del Politburó se había plegado al movimiento: Novotny debía sacrificarse para evitar que el Partido cayese con él.
En nombre de los principios "liberales" en que se inspira esa mayoría, conducida por el nuevo Primer Secretario, Alexander Dubcek, y el Primer Ministro, Josef Lenart, el grupo de Novotny tenía, ciertamente, el derecho de expresar también sus opiniones, de defender su idea del socialismo; pero no convenía dejar el aparato partidario a disposición de un hombre dispuesto a aprovecharse de él para organizar la oposición desde el poder. Era absurdo eliminar, entretanto, funcionarios a quienes se les reprochaba, sobre todo, su incondicionalidad para con quien seguía siendo Presidente de la República.
Su renuncia, el 22 de marzo, aclaró la situación, sobre todo porque la carta de Novotny al Presidium omitía la referencia a "razones' de salud", insinuada por la agencia oficial Ceteka al distribuir la noticia. Lo que había ocurrido era algo sin precedentes en un país comunista: el Presidente se retiraba ante el clamor popular.
Dos días antes, sin embargo, Novotny amenazaba todavía con resistir. A sus colegas del Presidium, que el martes lo instaban a dimitir, advirtiéndole que en caso contrario el comité central resolvería por su cuenta a la semana siguiente, les dijo: "Sí, al menos si ustedes siguen en su puesto para entonces". Aparentemente, aún tenía confianza. ¿Confianza en qué? Sin duda, en Moscú. Pero el jueves volvían de la URSS dos emisarios; Cernik, el número 2 del Presidium, y el general Pepich, jefe de la dirección política del Ejército desde la fuga de su antecesor, el general Jan Sejna. Los dos hombres habían respondido a las preguntas que les dirigieron el Primer Secretario Breznev, que a comienzos de año viajara infructuosamente a Praga con la esperanza de salvar la causa de Novotny, y el general Yakubovski, comandante
en jefe del Pacto de Varsovia. Esta gestión no fue mantenida en secreto: un comunicado del ministerio de Defensa anunció que Cernik y Pepich habían informado sobre "el desarrollo del proceso de democratización en Checoslovaquia, en los aspectos que interesan a la parte soviética". Ese comunicado, sin duda, hizo comprender a Novotny que sus últimas esperanzas se habían esfumado.
Los "liberales" tenían conciencia de la necesidad de ofrecer seguridades al Kremlin y a los Estados socialistas contiguos: Alemania del Este, Hungría y Polonia. Pero los otros sectores de la nueva política no disimulaban sus preferencias por una actitud "rumana", de independencia sin miramientos.' El miércoles, en un mitin juvenil, se necesitaron largas negociaciones —y la tenaz insistencia del anciano Josef Smrkovsky, Ministro de Forestación, víctima de una de las "purgas" del régimen y últimamente rehabilitado— para introducir en la moción aprobada la alusión ritual al aliado soviético. Texto edulcorado, que exaltaba unas relaciones "igualitarias" con todos los vecinos, "en particular con la URSS".
Que la prudencia del Gobierno no era superflua, se demostró el domingo 25, cuando Dubcek fue convocado repentinamente, en la ciudad alemana de Dresde, por el Presidente de la RDA, Walter Ulbricht, a quien acompañaban Kossyguin y Breznev (URSS), Kadar (Hungría), Gomulka (Polonia) y Zivkov (Bulgaria). El flamante Secretario General checoslovaco, de 46 años, debió acceder a que se mencionara la necesidad de "robustecer el Pacto de Varsovia y sus Fuerzas Armadas", pero obtuvo vía libre para "asegurar, con la dirección del Partido Comunista, un nuevo desarrollo de la construcción socialista en su país".
Con todo, el equívoco no se había despejado. El miércoles 27, el periódico sindical Prace —punta de lanza de los "liberales"— criticaba, abiertamente, la reunión de Dresde, que habría revelado indeseables "suspicacias" a propósito de la democratización checoslovaca. Algunos pasajes del comunicado suscripto por Dubcek, añadían, "dieron involuntariamente la impresión de que nuestra delegación fue a la conferencia a rendir cuentas de sus acciones, cuando debería quedar claro que, como comunistas, nuestros delegados son responsables ante su propio partido, y, como miembros del Gobierno, son responsables ante el Parlamento y el pueblo checoslovacos, la autoridad suprema". Esta neta afirmación de la doctrina comunista rumana dejaba, entrever el desencanto de que Dubcek no se hubiera retirado después de rechazar ese ensayo de intimidación. Radio Praga declaraba: "Checoslovaquia se reserva el derecho de proseguir su desarrollo según sus tradiciones".
La reacción que encontró Dubcek, a su regreso, puede colegirse por este hecho: el miércoles, Vaclav David llamó a su despacho al Embajador germano-oriental para expresar "las objeciones oficiales" a un discurso de Kurt Hager (Secretario del P.C. de ese país), quien había criticado a un Ministro checo por intervenir en la agitación democrática.

Las bocas se desatan
Pero la revolución continúa. Desde el jueves 28, el comité central delibera, en Praga, sobre las proposiciones que le ha sometido un Presidium donde los amigos de Novotny se muestran ahora más "comprensivos" que Dubcek y Lenart. La Asamblea Nacional, donde están representados dos partidos "burgueses" —aunque con hombres que habían sido seleccionados por los comunistas—, está, a su vez, dispuesta a restablecer la primacía de los poderes del Estado. Una recomendación del Presidium es, justamente, la de aplazar por 45 días los comicios municipales del 19 de mayo, para que la Asamblea pueda enmendar la ley electoral "de conformidad con el proceso de democratización actualmente en curso". Queda por ver si el equipo en el poder se resignará a cambiar la exigencia de "lista única"; sin ella, todo permite suponer que los candidatos comunistas se expondrían a la derrota. El Partido Popular (católico) ya anunció que desea establecer contactos "con los partidos y grupos políticos de Europa Occidental y, si es posible, de América latina".
Otras medidas que se recomienda adoptar se refieren a "una completa libertad creadora para los artistas", "amplia libertad de prensa", la creación de un Ministerio del Trabajo y la reapertura de otro para la Planificación Técnica, el resurgimiento de organizaciones autónomas para la postergada región eslovaca (que reclama un régimen federal) y rehabilitación de personas castigadas por delitos políticos.
Un indicio decisivo acerca de la amplitud de las reformas aceptadas por Dubcek y sus amigos fue, ciertamente, la elección de Ludwik Svoboda como cuarto Presidente de la República (después de Clement Gottwald, Antonin Zapbtocky y Antonin Novotny). La Asamblea está reunida desde el sábado; pero se supuso que no abordaría este problema hasta que entre en receso el comité central comunista, cuya sesión plenaria suele durar unos ocho días.
Los candidatos más probables eran Smrkovsky, comunista, y el general Svoboda, popularísima figura de la Resistencia griega. Pero el primero tenía el inconveniente de ser demasiado "izquierdista" en las actuales circunstancias, cuando el pueblo está sensibilizado con consignas tan "burguesas" como la libertad de prensa, de reunión, de creación artística. Svoboda, que en 1948 se abstuvo de lanzar a la batalla el Ejército regular para reprimir el famoso "Golpe de Praga", ejecutado por Gottwald y Zapotocky al frente de sus Milicias de obreros armados, no es miembro del partido. Mezclado en los procesos del período stalinista —mediante los cuales Novotny ascendió al poder—, pasó varios años en la cárcel en la década del 50.
En realidad, Svoboda —que hoy tiene 73 años— luce un pasado nacionalista y prosoviético a la vez. Esto se explica por el Tratado de Munich (1938): en aquella ocasión, Checoslovaquia fue entregada a Hitler por sus aliados occidentales (Gran Bretaña y Francia); la URSS ofreció cumplir sus compromisos. Durante la Segunda Guerra, Svoboda comandó una Legión Checa integrada en el Ejército Ruso, cuyo valor fue encomiado más de una vez por Stalin.
Sea lo que fuere, el cambio de Presidente debería conducir a Dubcek a definir claramente su política. Ya ha colocado en todos los niveles del Estado y del Partido a elementos favorables a la democratización; ya autorizó a los miembros de la profesión jurídica, a los escritores y periodistas, a los miembros del clero, a decir en voz alta todo lo malo que piensan de los últimos veinte años y de los métodos empleados por el comunismo para implantar la llamada "dictadura de clase". Ahora deberá indicar al país los límites del "liberalismo" comunista.
Si el apoyo que su grupo prestó a la nueva política no es sino una maniobra para disolver la impopularidad del régimen concentrándola en un personaje obsoleto, no tardará, él también, en verse jaqueado por las vanguardias intelectuales del movimiento de "liberación por el Verbo". Pero ya no se puede dudar: el movimiento de democratización es irreversible.
La perspectiva de que estallen disturbios, espontáneos o provocados por los resabios de oposición anticomunista, y de que los rusos adjudiquen la responsabilidad al nuevo Secretario General, lo inducirá, tal vez, a restablecer el orden, aunque poniéndolo en manos menos duras que en el pasado.

Un programa original
Pero se ha obligado a probar, nada menos, que democracia y socialismo no son términos excluyentes; ésa es, a lo que parece, la originalidad de su programa.
El diario del partido, Rude Pravo, afirma: "Se necesita un cambio radical. En los últimos años, ninguna declaración o documento oficial olvidaba hablar de la democracia socialista, de su desarrollo, de su progreso; era una palabra mágica que velaba, a menudo, las prácticas menos democráticas; una fraseología que enmascaraba el poder personal y paralizaba la iniciativa del pueblo conduciéndolo a la apatía política". Ahora, en cambio, se veía claro: "El socialismo puede crear una democracia nueva, más real que la otorgada a los trabajadores en los países capitalistas desarrollados. Lo primero será devolver la confianza a todo el pueblo, inculcarle una nueva certidumbre, la fe en el socialismo".
El último acto del Presidente Novotny, antes de su "abdicación", consistió en indultar —él también intentaba sumarse al "liberalismo"— a un escritor que había sido condenado a cinco años de prisión por mantener relaciones con grupos de emigrados. El escritor se llama Jan Benes. Un caso simbólico; Benes (Eduard) fue el Presidente "burgués" que en 1948 debió someterse a la imposición violenta del comunismo, y Jan (Masaryk), el hijo del fundador de la República que en aquel mismo trance ocupaba el Ministerio de Relaciones Exteriores. El Ministro, pocos días después se arrojaba —o fue arrojado— por una ventana del Palacio Czernin, donde tenía su despacho; fue la primera victima del terror rojo.
A los veinte años, exactamente, Checoslovaquia intenta reanudar su tradición democrática sin renegar del socialismo. 
PRIMERA PLANA
2 de abril de 1968 - Nº 275
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