China
Lo que esconde la Gran Muralla
Damos a continuación la síntesis de un informe sobre la actualidad de China Continental, producido por los corresponsales de Newsweek:


En tres lustros, un poderoso ejército defensivo y una bomba nuclear

 

Mágicas Ruinas
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Ayub Khan y Chou En-lai, apretón de manos frente a la Gran Muralla

 

 

Un año atrás, nadie hubiera supuesto que tanta fuerza iba a perderse en forma tan tonta: Moscú decidió entonces convocar a una reunión del comunismo mundial y zanjar su disputa con China en términos rígidos, irreversibles. Pero hace tres semanas, al terminar la reunión (ver Nº 123), los observadores señalaron unánimemente la humillación soviética y un hecho notable de la política contemporánea: en la tremenda lucha, son los chinos los que están triunfando.
Cuando Mao Tse-tung, ahora de 71 años, se atrevió a desafiar la autoridad moscovita, algunos lo creyeron cercano a la locura: su país dependía en gran medida de la ayuda económica y militar soviética. Nadie supuso que tuviese la garra necesaria para pretender la dirección del movimiento marxista internacional que la URSS controla desde 1917.
Hoy, debido a Mao, Rusia sufre graves aprietos diplomáticos en todos los campos. No es que el autócrata chino se haya convertido, finalmente, en el líder de la internacional comunista. Ni que haya conseguido ponerse a la cabeza de un sector disidente. Su obra es más devastadora: ha sacudido el monolitismo y, al ofrecer otro centro de doctrina y poder como alternativa a los satélites soviéticos, contribuyó a su paulatina liberación de la influencia rusa.
Hay en todo esto una lección para las potencias occidentales, que han subestimado siempre a Mao Tse-tung. En 1949, cuando el líder chino se adueñó del poder luego de expulsar a Chiang Kai-shek, encontró una nación empobrecida espiritual y materialmente por dos siglos de explotación e intervención extranjera. Hasta no hace más de cinco años, el país seguía en condiciones lastimosas. En el campo internacional, China era un paria: excluida de las Naciones Unidas, de la vida diplomática corriente, sin contacto con la mayor parte del mundo exterior. Como en la época ancestral de la Muralla.
En su interior, sólo se avizoraba un panorama lúgubre: setecientos millones de seres al borde de la muerte, a causa de una situación económica que amenazaba con el colapso total. Aun así, Mao decidió cortar la ayuda soviética, como si se hubiera propuesto ahogar nuevamente a la república dentro de la Gran Muralla. Lo increíble es que China superó obstáculo tras obstáculo.
Su economía, aunque no floreciente, se recobró y avanza sin detenerse. Su ejército, que en 1960 carecía de espíritu combativo, arrasó a los indios en 1962, en una guerra que sólo sirvió para demostrar la superioridad china sobre su vecino más poderoso. Y a pesar de la suspensión de la ayuda soviética, China hizo explotar en octubre de 1964 su primer artefacto atómico, y está a punto de repetir la experiencia.
Quizá el mayor de los éxitos chinos haya sido el diplomático, sin embargo. Si bien fuera de la UN todavía, cada año se acerca más a ella en la votación de la Asamblea General. Mientras tanto, Pekín se ha convertido en escala obligada de todo político afro-asiático que quiere ganar prestigio. Recientemente estuvieron allí Julius Nyerere, de Tanzania, y el canciller Subandrio, de Indonesia; el presidente egipcio planea un viaje para los próximos meses; Mohammed Ayub Khan, presidente pakistano, acaba de ser agasajado por Mao (Ayub Khan fue siempre uno de los mejores aliados de Estados Unidos en Asia).
La lista de invitados sugiere claramente que China tiene especial interés en el tercer mundo: Asia, África y América latina. Los resultados demuestran que su política cosechó enorme suceso en África; allí, con muy poco dinero desembolsado, un mínimo de halagos y gran presteza para distribuir armas entre los grupos nacionalistas, aparece como alternativa inevitable a las otras dos potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.
Además, Pekín acapara adherentes en América latina, donde todo movimiento marxista se ha escindido y cuenta ahora con un ala maoísta, fenómeno explicable por la atracción que ejerce la doctrina china entre los grupos embarcados en la violencia como única salida para la liberación nacional y el progreso.

Aislar a USA
Pero China se preocupa también de temas clásicos, e intenta sutilmente introducir cuñas en las fisuras de la alianza atlántica. Tal vez su objetivo primordial consiste en aislar a Estados Unidos de sus aliados occidentales. Después de todo, China no puede tener más competidores en el Pacífico que Estados Unidos y Japón. Por eso ha cambiado su táctica y ya no despotrica contra el mundo occidental en bloque. Hoy desarrolla su teoría de "zona intermedia", es decir, coquetea con naciones como Francia y Gran Bretaña, pero se ceba en sus ataques a USA. El resultado: mientras Washington no soporta ni la mención de algo que tenga que ver con Pekín, Charles de Gaulle reconoce a su gobierno y rompe la enclenque unidad de las potencias occidentales. Canadá, Australia, Japón y otros países europeos comercian activamente con China. Sutilezas como la de la ''zona intermedia" carecen de sentido para los dirigentes chinos cuando se trata del Sudeste asiático, región que consideran dentro de su órbita de influencia. Si el Vietcong triunfa en Vietnam del Sur —cosa de la que están seguros—, entonces su hipótesis de que debe respaldarse toda "guerra de liberación" estará confirmada. Mientras tanto, la practican, y en Laos, en Tailandia, en Birmania, los guerrilleros comunistas, siguiendo tácticas diferentes, miran poco a poco la firmeza occidental.
Claro que el mayor prestigio —o notoriedad— en el exterior llega a China por su desafío a la URSS, que no es producto de un cálculo político, sino de una discrepancia ideológica y, sobre todo, de un proceso histórico que culmina así.
A diferencia de los otros gobiernos comunistas, el de Mao Tse-tung tomó el poder sin ayuda alguna de sus vecinos soviéticos, y hasta con un poco de oposición por parte de ellos: por eso China nunca fue un satélite. Por otro lado, no era lógico esperar que los dirigentes del país más poblado del mundo (las estimaciones le adjudican entre 680 y 700 millones de habitantes) permanecieran bajo la tutela de Moscú. El entendimiento de Kruschev con USA, y su carencia de "militancia revolucionaria" proveyeron el pretexto ideológico necesario para precipitar el estallido que, tarde o temprano, debía producirse.
En su disputa, los chinos exhibieron una apreciable habilidad táctica. Ganaron simpatía entre los satélites de Europa oriental al respaldarlos en su aspiración de independencia, apoyo que acumularon ofreciéndoles otro centro de doctrina marxista, aunque en su fuero interno el stalinista Mao sólo crea en una ortodoxia dogmática al extremo. En África y Asia, los rusos fueron apareciendo como vulgares imperialistas blancos, y entre las naciones subdesarrolladas creció la admiración por un país que consiguió su fabuloso potencial sin ayuda externa.

Un ejército defensivo
Lo que los chinos no proclaman es que sus logros provienen, en gran medida, del control policíaco de su sistema político. El régimen tiene absoluta autoridad sobre el pueblo; descansa, principalmente, en la estructura militar. Curiosamente, las fuerzas armadas permanecieron leales a los dirigentes comunistas, a pesar de haber sentido en carne propia el peor de los castigos, al cancelarse la ayuda militar soviética.
Occidente conoce bien la capacidad de este ejército, a despecho de los esfuerzos de Pekín por impedirlo. El espionaje y los vuelos continuos de aviones U-2 revelan continuamente todo movimiento, por menor que sea. "China no es una sociedad encerrada en sí misma, como lo fue siempre —explican los oficiales del Pentágono norteamericano—. Es muy poco lo que puede ocultarnos." He aquí lo que no oculta:
• El Ejército es de 2.300.000 hombres (el mayor del mundo, según estimación de USA), pero casi la mitad se halla estacionado en la frontera con Rusia. Bien equipado, con armas livianas automáticas, carece de artillería pesada, tanques, camiones y personal de transporte. "Es un ejército endurecido para el terreno montañoso o selvático —comentan los expertos occidentales—. Pero no podría hacer frente a un ejército moderno en una guerra convencional." Lo completa una milicia de trabajadores que, si bien no dedicada full-time a la disciplina militar, fue la que rechazó todas las incursiones de los nacionalistas de Taiwan. 
• La Fuerza Aérea cuenta con alrededor de 2.000 aviones. Unos 1.500 son cazas, la mayoría viejos MIG-15 y MIG-17. Los bombarderos no pasan de 150 11-20 de fabricación rusa y unos pocos Tu-4. Les faltan repuestos y combustible.
La Marina es nada más que una unidad defensiva preparada para operar en aguas costeras; la integran cuatro viejos destructores soviéticos, 24 submarinos y un millar de cañoneras, barcas torpederas, barreminas, juncos armados y una fuerza anfibia capaz de desembarcar apenas dos batallones.
En cuanto a su poderío nuclear, el sólo hecho de que hayan estallado un artefacto construido con Uranium 235 parece un tributo a la ciencia china.
En Occidente sigue en pie la controversia entre los expertos sobre si los chinos están o no técnicamente avanzados en el campo atómico. Si ellos fabricaron el Uranio 235, entonces podrían tener una bomba de hidrógeno dentro de cinco años más. Si, en cambio, emplearon Uranio 235 abandonado por los rusos, necesitarían dos décadas para poseerla. La próxima explosión china zanjará la polémica.
Al margen de la cuestión nuclear, el signo distintivo de las fuerzas militares chinas reside en que están organizadas casi exclusivamente para la defensa, no para el ataque. Los expertos militares se asombran de esa organización, ya que convierte a China en un bastión regional.

Atrás y adelante
Tanto progreso fue posible después que China se recuperó del desastre del Gran Paso Adelante (1958), un intento de movilización masiva destinado a multiplicar la escasa producción agrícola con el fin de obtener un excedente y poder comerciar con el mercado internacional. Pero el método elegido —comunas populares— entrañó un fracaso. Aunque el campesino chino es el ser más sufrido, su moral se desintegró. No pudo soportar la vida separado de su mujer y sus hijos, privado de la tierra y los animales. La producción se derrumbó, la población enfrentó el hambre. 
En 1960, el gobierno de Pekín dio el Gran Paso Atrás, porque relajó la disciplina, redujo las vastas zonas productivas a comunas menores y distribuyó un cinco por ciento de la tierra entre los agricultores. Al mismo tiempo, cedió el énfasis sobre la industrialización pesada: aumentó la fabricación de tractores, que invadieron los campos.
Finalmente, en diciembre de 1964, Chou En-lai pudo afirmar ante el Congreso Nacional del Pueblo que la producción per cápita había alcanzado el nivel de 1957, lo que significa que la cosecha de granos llegó a 185 millones de toneladas; claro que el consumo se igualó merced a la importación de cereales, ya que desde 1957 la población creció entre 80 y 105 millones de habitantes.
La agricultura es la base de la economía china, en términos alimenticios y en términos económicos. Las usinas textiles, por ejemplo, trabajan a medias, pues los campesinos no producen algodón suficiente. El algodón, a su vez, no se importa, porque la poca monta de la cosecha de granos impide la obtención de divisas con las cuales comprarlo.
De tal suerte, pese a que el desarrollo económico parece afianzarse, China sigue siendo un país atrasado. Únicamente el 10 por ciento de la tierra se rotura con tractores; el resto, se labra con los mismos métodos y las mismas herramientas de hace milenios. Y por más que decenas de plantas químicas inunden la nación de fertilizantes, el gobierno premia a los campesinos que obtienen la mayor cantidad de estiércol animal y humano para sus cultivos. El transporte es malo: muchos productos se pudren. Faltan fábricas de enlatar, un vacío que contribuye a que las verduras y los huevos deban venderse en horas para evitar su pérdida.
Frente a tales estrecheces, el nivel de vida es más alto que nunca, una certeza que provoca entre los líderes el temor de que la sociedad china se incline hacia el conservadorismo, como en el caso ruso. La respuesta es la mayor campaña de "lavado de cerebro" colectivo que se conozca. Día y noche, por todos los medios, el gobierno predica el envangelio de Mao Tse-tung, y no cabe duda de que, cuando muera, ocupará el lugar de un dios, y como tal será venerado.
Para un occidental, estos sistemas constituyen una esclavitud en masa. Pero las técnicas de Mao se basan sobre un aspecto del carácter chino, que no tiene necesidad de libertad individual. Durante los últimos 2.000 años, fueron un pueblo regimentado, dirigido, convencido de que la persona sólo puede hallar la felicidad conformándose con una ética impuesta por el Estado. Durante siglos, esa ética fue el confucianismo; muy posiblemente, el maoísmo habrá de reemplazarlo. Si Mao Tse-tung lo consigue, entonces quizá se realice su teoría y China sea, en medio siglo más, una sólida potencia mundial. Mientras tanto, Estados Unidos intenta utilizar con ella la misma táctica que empleó con la URSS: la política de contención. El tiempo dirá si le da mejor resultado o no. 
revista Primera Plana
23 de marzo de 1965