Cine
La resurrección de Jean Renoir


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película La regla del juego

 

 

El viejo Jean empezó a sollozar en la sala oscura, sin importarle que lo estuviesen oyendo sus amigos y que las lágrimas ya le hubiesen manchado el cuello de la camisa. Allí, delante, en la pantalla del cine Médicis, se desplazaba su propia imagen desordenada, con el pelo revuelto y la nariz — su nariz en forma de nudo marinero, alzada, husmeante— rojiza de borracheras.
A Jean Renoir quizá le parecía mentira ese film que estaba viendo, el viernes pasado, en su París neblinosa; era 'La regla del juego' (La regle du jeu), pero sin mutilaciones, tal como él la había concebido 26 años antes. Esta primera exhibición pública de una obra casi mítica no sólo hizo sollozar a Renoir, que al fin de cuentas es apenas un maravilloso viejo de 70 años. También, en las butacas vecinas, la mitad del cine francés estaba acompañándolo en el llanto: el movedizo François Truffaut, el helado Jean-Luc Godard, el triste y bondadoso Alain Resnais, sus hijos, "los muchachos de mi sangre."
No era para menos. La historia de 'La regla del juego' es la más increíble que haya nacido en el universo del cine. Por de pronto, hay que reflexionar cómo esta obra, que duraba originalmente una hora y 53 minutos, y a la que poquísimos críticos conocían en versiones más extensas que la de una hora y 25, resultaba incluida tenazmente en todas las listas de los diez mejores film. En la votación de
1952 —de la que participaron más de cien historiadores—, 'La regla del juego' compartió el décimo lugar con 'El millón' (1930), de Rene Clair, y con 'Lo que no fue' (1945), de David Lean. En la compulsa organizada desde hace dos años por la revista inglesa Sight & Sound, a la que respondieron los 45 críticos más influyentes del mundo, esos dos competidores habían desaparecido, y 'La regla del juego' ascendió hasta el tercer lugar, precedida sólo por 'El ciudadano', de Orson Welles, y por 'La aventura', de Michelangelo Antonioni.
Es una impresionante aureola de santidad para un film que casi carece de anécdota. Su historia, apenas, es la de un fin de semana en el campo. Quien la convoca, en su castillo de La Colinière, es el marqués de la Chesnaye, un coleccionista de complicados juguetes mecánicos. Entre los huéspedes se desplaza la amante del marqués —Geneviève de Marras—, a quien su anfitrión quisiera abandonar para siempre, valiéndose del auxilio de un amigo común, Octavio (encarnado por Renoir). Los juegos de amor cruzado no cesan desde entonces: la esposa del marqués, enamorada de un joven aviador, debe cederlo a su mucama: Octavio, a duras penas, se apodera del corazón vacante. El ajedrez se cierra en una luminosa, inolvidable partida de caza.

El lento vía crucis
Fue en mayo de 1939 cuando empezó el desastre: el 12, Renoir ya había filmado 42 mil metros de película (unas 25 horas de proyección) y trabajaba con su hermana, Marguerite en el montaje definitivo. La hora y 53 minutos, más 20 segundos, que habían conferido a la copia final, tuvo que ser reducida antes del estreno por exigencia del productor y del distribuidor. Los cortes estaban repartidos a lo largo de toda la obra, pero se ensañaban particularmente con la escena final. El personaje de Octavio, después de esa primera castración, casi había desaparecido; era una tardía venganza, porque los dos detestaban a Renoir actor y se habían esforzado en imponer a Michel Simón para el papel. El viejo Jean aceptó los cortes: "Señores, el comercio habló por vuestras bocas", les dijo famosamente. La regla del juego había perdido trece minutos en esa batalla.
El 7 de julio, el film se estrenó en el cine Coliseo, entre un cataclismo de silbidos. Los productores de la Nouvelle Edition Française se aprovecharon para exigir más cortes. Renoir no se amedrentó: con todo su sentido del humor a cuestas, asistió junto al compaginador de la empresa a catorce funciones consecutivas, en el Coliseo. Tomó cuidadosa nota de las reacciones del público y ordenó cortes en los fragmentos donde los gritos de protesta se volvían más agudos. La obra perdió otros 12 minutos, y en ese estado era ya casi incomprensible. No fue el golpe de gracia; en octubre, el gobierno de Daladier prohibió la exhibición, porque "es una historia muy desmoralizante".
Los alemanes, ocupantes de París, no desdeñaron tampoco la ocasión da ensañarse: secuestraron la única copia en circulación de una salita de Versailles, donde se proyectaba clandestinamente. Pero los aliados tampoco quisieron ser menos: en 1942, durante un bombardeo a Boulogne, destruyeron los laboratorios G. M., y el negativo completo de 'La regla del juego' dejó de existir.
Poco a poco, después de la liberación, algunas perdidas copias empezaron a renacer en los sótanos provincianos. Registrándolas minuciosamente en un mapa, con puntitos rojos y azules, según la duración (los puntos amarillos, sólo dos entre 22, indicaban las copias de más de una hora y 25), los aficionados Jean Gaborit y Jacques Marechal se propusieron reconstruir la agonizante ruina. Desde 1958, día tras día, enviaron y recibieron 8.400 cartas de toda Europa y el norte africano, para averiguar el estado de las copias sobrevivientes.
Hacia fines de enero de 1960, una mañana de nieve, Marechal descubrió, en los archivos de la Nouvelle Edition Francaise, entre un centenar de expedientes llenos de polvo, una carta de la señorita Camille François, fechada en mayo de 1946; allí se informaba que 224 latas de material positivo y negativo "fueron despachadas hacia nuestro depósito de Lilas luego de rescatarlas entre las ruinas del bombardeo". Marechal corrió hacia Lilas (la Porte de Lilas un barrio obrero, en París), pero no encontró sino 200 latas; en 80 de ellas reposaban los restos de La regla del juego.

La increíble revelación
Con todo ese cementerio entre las manos, y eligiendo con una minucia de joyero los fragmentos no deteriorados, Marechal y Gaborit reconstruyeron la copia de una hora y 40 minutos que se había estrenado, 21 años atrás, ante los enardecidos espectadores del Coliseo.
La Navidad de 1960 les arrimó otros prodigios: en un desván, Marguerite Renoir había encontrado los retazos aniquilados después de la primera mutilación; estaban amarillentos, y en algunos tramos, casi reducidos a pasta. Con la ayuda del propio Jean —y la de su fabulosa, sobrenatural paciencia—, los dos fanáticos fueron reinventando la versión original, hasta alcanzar la hora y 53 minutos del primer día. Trabajaron en ese rompecabezas más de 612 horas, según el cálculo de Gaborit: casi cuatro semanas íntegras, con sus noches.
Les faltaban unos 20 segundos, que quizá sean irrecuperables. Por lo que se acuerda Renoir, era un diálogo entre su personaje Octave y el aviador André (Roland Toutain), en el que recordaban sus antiguos amores. Sus palabras melancólicas ("que caían como un terciopelo", según memoró Marguerite) abrían la maravillosa escena de la caza. La cámara se movía entonces en una larga panorámica, mientras André y Octave iban a tomar los puestos que les asignaba el director de la partida.
En julio de 1962, curiosamente, la última maldición se cernió sobre 'La regla del juego', la empresa distribuidora Gaumont compró la opción para explotar el film por una suma minúscula, 5 mil francos (unos 150 mil pesos argentinos), pero jamás lo incluyó en sus programaciones. Fue Gaborit el primero en sospechar que la Gaumont (cuyos resentimientos con Renoir son proverbiales) sólo quería bloquear el reestreno. En enero del 63, devolvieron los 5 mil francos y decidieron esperar el momento propicio para el lanzamiento. Ahora, la sala del Medicis ha de estar cubriéndose con la yerta gloria de 'La regla del juego'. La publicidad elegida para esta resurrección es la misma que se desplegó en 1939: 'Un film que no se parece a ningún otro'. Ese slogan ya no es justo, porque la obra maestra de Renoir alimentó a centenares de herederos, dejó fluir su sangre por todas las venas jóvenes del cine francés. Pese a lo cual —quizá porque su sangre era mucha— no perdió ni un soplo de su lozanía.
Primera Plana
11 de mayo de 1965