Revista Periscopio
11/XI/1969 |
EL NOMBRE DEL CHE EN VANO
Algunas precisiones son necesarias. Todas las exhibiciones fueron
públicas y, por realizarse en una de las salas de Cine Arte,
dependientes de la Universidad (ya hay dos y pronto abrirá la
tercera), no estaban sometidas a ninguna censura previa. (Por otra
parte, la censura chilena sólo califica las edades de admisión pero
no puede cortar: para muchos argentinos, un par de días en Santiago
fue la ocasión de conocer las versiones completas de tantos films
cuyos restos se exhiben en Buenos Aires.) También debe señalarse que
la delegación cubana asistió en el mismo plano que las demás, y sus
miembros hablaron por televisión sin censura previa cuando se los
invitó.
Parecería mezquino presentar objeciones, desde el punto de vista de
un observador sin voz ni voto en los encuentros, a una reunión
protegida por un clima cívico relativamente sano. Sin embargo, basta
revisar las resoluciones del primer encuentro (1967) para comprobar
que sus propósitos ni empezaron a cumplirse en los dos años
siguientes: las medidas de difusión internacional conjunta, tanto
como las que hubieran favorecido la circulación de films entre
distintos países del continente. En la reunión de 1969 ni siquiera
se intentó proponer soluciones prácticas. Tras colocar la reunión
"bajo la conducción espiritual del Comandante Che Guevara", se
prefirió declamar contra el imperialismo norteamericano en un
verdadero torneo de buenas conciencias revolucionarias, con lugar
para el arrebato lírico-ideológico: "Soy un agitador
cinematográfico, pero en primer término un agitador político"
(Santiago Álvarez); "Para matar al enemigo no se precisa el mejor
fusil; para combatir contra el imperialismo no necesitamos los
mejores films sino los más eficaces" (Joris Ivens).
Que el continente no es la víctima indiferenciada implícita en
tantas alocuciones lo demuestra, aun modestamente, la coexistencia
de climas políticos tan distintos como los de Chile y la Argentina.
Al hacer de la Revolución un principio moral, una entidad
trascendente, los debates perdieron toda tensión dialéctica y, aun
cuando todos sus participantes no hubieran estado fundamentalmente
de acuerdo, se contribuyó a instaurar una jerarquía dogmática de
rigidez casi eclesiástica. El resultado fue, curiosamente, proponer
una América latina no tanto al gusto cubano como al europeo: una
encuesta de la Radio Televisión Italiana (Viaggio nell' America
Latina) ilustró el punto de vista europeo inmejorablemente. En que
la delegación cubana asistió en el mismo plano que las demás, y sus
miembros hablaron por televisión sin censura previa cuando se los
invitó.
Italia, país burgués apenas liberal, los medios oficiales de
comunicación difunden una información que en la Argentina sería
considerada subversiva a pesar de las varias personalidades
oficiales que se prestan a sus entrevistas.
De las muchas muestras exhibidas, cortometrajes casi todas, de cine
clandestino, basta decir que su mérito es el de existir: testimonios
de una realidad negada por quienes detentan el poder, elementos que
la historia ordenará o interpretará. Los ejemplos uruguayos y
colombianos, simples balbuceos, sinceros pero invenciblemente
retóricos, plantearon un problema mayor, que los debates ni siquiera
rozaron: qué sentido tiene intentar un cine político, hasta dónde el
carácter político le presta determinado contexto a obras que no lo
reclaman en primer término, hasta dónde la elección de una actitud
combativa debe medirse con la realidad de un lenguaje (el cine), una
comunicación convencional como la que instaura la existencia de
imágenes proyectadas y un espectador ante ellas. Quienes suelen
asistir a estas muestras clandestinas no las necesitan para
convencerse de lo que propalan; quienes no profesan su punto de
vista, no se enteran siquiera de su existencia o permanecen
indiferentes a su prédica. Quizá sea el placer que produce el cine
(mayor, más inmediato que cualquier otra forma de creación o
entretenimiento) lo que suele someterlo más irremediablemente a
muchos raptos moralizantes que no parecen provenir de verdaderos
revolucionarios sino de burócratas de cualquier sistema.
El único film que incluye el problema de su propia naturaleza y
eficacia es el argentino 'La hora de los hornos' (Fernando Ezequiel
Solanas), tan premiado y difundido internacionalmente como invisible
en su país de origen. Sólo cuando se intente hacerlo público en su
patria podrá discutírselo con la dedicación y la sinceridad que
suscita en el espectador argentino. Baste señalar, en esta ocasión,
que por incluir ''espacios para discusión", al presentarse como
"acto" y no como espectáculo, implanta dentro de sí mismo un
movimiento dialéctico y se convierte en una experiencia sin
comparación posible en el cine. Obra llena de contradicciones no
resueltas (entre una supuesta objetividad histórica y la necesidad
de violarla para que su prédica sea eficaz; entre su rechazo de la
condición de espectáculo y su exhibición no en sindicatos o
universidades sino en un balneario, en París o Estocolmo, sin las
pausas correspondientes y para una élite politizada; entre su empleo
de rudimentos de teoría marxista y un ímpetu operístico netamente
romántico), son precisamente estas contradicciones las que le
confieren interés y no sus posibles valores objetivos, pues es un
film que rehúsa (desprecia) poseerlos.
SOUVENIRS FROM CUBA
La presencia de un nutrido contingente de films cubanos constituía
la mayor atracción del Festival para delegados u observadores de
países donde esa producción está proscripta. Es una opinión repetida
que los triunfos más significativos del cine cubano están en el
campo del cortometraje, no del largo; que la urgente actualidad
postergaría la elaboración mediata que el film de ficción supone.
Casi todos los concurrentes a Viña del Mar reservaron, dentro de
esta opinión, sus entusiasmos para Santiago Álvarez, cortometrajista
y director del noticiero del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e
Industrias Cinematográficas). Puede ser útil, por lo tanto, formular
una opinión disidente.
Los cortos de Álvarez pertenecen a la categoría de lo brillante:
composiciones que se sirven con maestría de todos los recursos del
montaje, de la animación, de la alteración de velocidades, del
contrapunto visual, en las cuales se resume toda la herencia de
Kuleshov y Dzigá Vertov más los aportes canadienses y polacos en el
género. Su brevedad misma, su perfecta terminación, contribuyen a
limitar estas proezas cuyos alardes de malicia y compasión caen
sobre blancos ideológicamente previsibles: éstos no reciben ninguna
luz nueva, sólo sirven para el juego de Álvarez, cuya coartada
política resguarda de toda sospecha de frivolidad.
Más modestos, dos cortos de Octavio Cortázar resultan menos
fabricados. Sobre un personaje que unos llaman San Lázaro y otros
Babalú examina la contaminación del catolicismo cubano por
supersticiones yorubas y la persistencia de esa confusión en medio
del socialismo. Aunque resuelto en un chato positivismo, el planteo
es interesantísimo. Por primera vez registra la llegada de un camión
del ICAIC a un aislado villorrio de la provincia de Oriente, para
exhibir cine "por primera vez" ante los ojos deslumbrados de unos
campesinos cuyas ideas previas sobre lo que puede ser el cine y sus
reacciones durante la proyección integran el film. Menos fresco,
pero con un humor particular, Nuestra Olimpíada en La Habana (José
Massip) es un collage de actitudes, observaciones y episodios, que
ocasionalmente emplea técnicas de historieta, en torno a un torneo
de ajedrez.
Estos y otros cortos exhibidos alcanzan (como los largos cubanos) un
altísimo nivel técnico, advertible sobre todo por lo que tienen no
tanto de experimentales sino de verdaderos frutos de laboratorio:
lujos de un cine estatal, donde no existen los plazos ni las
prudencias financieras de la producción comercial. Pero, si se
exceptúa Despegue a las 18 (Álvarez), cuyo tema es la agricultura,
esa producción elude en su mayor parte la vida cubana actual, esos
conflictos no resueltos de una sociedad que han alimentado
precisamente lo más vital del cine italiano y norteamericano, tanto
como la expresión personal: muchos de sus ejemplos experimentan en
términos puramente técnicos (como la fotografía altamente
contrastada, que sugiere el daguerrotipo, en el primer episodio de
Lucía o en la casi totalidad de La primera carga al machete), no
siempre elevados con felicidad al plano del lenguaje.
Una preocupación mayor parece la revisión de la historia cubana en
términos de la gesta guerrillera, para crear una conciencia nacional
revolucionaria. Odisea del general José (Jorge Fraga) es un relato
de acción, escueto, eficaz: La primera carga al machete (Manuel
Octavio Gómez) es una encuesta fingida que simula procedimientos de
cine directo (encuestas, entrevistas, noticieros) para internarse en
todos los niveles de un episodio de 1866; De la guerra americana
(Pastor Vega) parece un pretensioso remedo de Diamantes de la noche
de Nemec. Pero en todos ellos, la realidad histórica (guerra contra
los españoles en los dos primeros films, guerrilla en un país
latinoamericano no identificado en el tercero) tiene como referencia
concreta el proceso revolucionario cubano. El último ejemplo se
asocia con otras obras (Medina Boe de Massip; La guerra olvidada de
Álvarez), donde las luchas del "tercer mundo" reciben la solidaridad
de la Cuba actual.
Los largos cubanos más representativos fueron Lucía (Humberto Solás)
y Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea). El primero es
un equivalente del film espectacular: 161 minutos, tres episodios en
claves estilísticas netamente diferentes, que apuntan a satisfacer
gustos también distintos, pero unidos por una metafórica "historia
de la mujer cubana" a través de momentos críticos: (a) 1898 y la
independencia de España, (b) 1932, la caída de Machado y la
frustración revolucionaria por una democracia corrupta, (c) 196...
El primer episodio tiene por modelo Senso, filtrado a través de
Sonatas de Bardem: la actriz Raquel Revuelta recuerda a la María
Félix en la imitación mexicano-española del original de Visconti; el
tono, a pesar de su culturalización obvia, es el del tradicional
melodrama azteca, ausente desde hace tiempo de las pantallas
cubanas. Es muy coherente la impostación operística elegida por
Solás, pero el desborde es tal que (entre los excesivos contrastes
fotográficos y los espasmos de una cámara histérica), su
exacerbación desemboca en mero amaneramiento.
El segundo episodio también tiene su clave fotográfica coherente: el
flou de los años 30. Es el menos extenso del film, pero quizás el
más perfecto, a pesar de sus reiteraciones, y posee un discreto
refinamiento. El tercero es una regocijante comedia a lo Pietro
Germi y el único momento en que aparece, aunque livianamente
esbozado, un problema de la Cuba actual. El tema es la contradicción
entre los tics del machismo latino y la liberación de la mujer por
el socialismo; el pretexto son los celos de un marido joven y
fogoso, cuya mujer debe aprender las primeras letras con un
"compañero alfabetizador" rubio y pulcro, llegado a una comunidad
rural desde la capital. El tono all'italiana es dominante, pero la
vulgaridad del modelo ya ha fatigado mientras el ímpetu cubano
resulta comparativamente novedoso: acentos coloridos, voces
incesantes, actores desbordantes (excelentes en todos los films
cubanos, excepto en el primer episodio de Lucía). El interés del
film es el de verter en su molde ideológico algunas recetas del cine
internacional y obtener un producto industrial de primer orden.
Memorias del subdesarrollo es un film menos simpático, nada
demagógico, que disgustó a quienes esperaban un mensaje
revolucionario tanto como a quienes buscan pintoresquismo tropical.
Esta versión del relato de Edmundo Desnoes emplea un lenguaje que
recordaría al Antonioni de El eclipse si Antonioni tuviera algún
sentido del humor o conociera la ironía. Con sutileza pero sin
afectación, expone la experiencia de un intelectual burgués que
permanece en Cuba cuando su familia y amigos se exilan, y a través
de episodios mínimos (la relación con una adolescente, una visita a
la casa de Hemingway, una mesa redonda donde hablan el mismo Desnoes
y el argentino
David Viñas, un encendedor para el que ya no hay repuestos) va
revelando su relación con la cambiante realidad de una sociedad en
formación. La exactitud de cada observación, de cada matiz, el
respeto ( ideológico, por lo tanto humano, por lo tanto estético)
que trasunta son sorprendentes, sobre todo en el final abierto,
inconcluso. El film no es original pero sí excelente, como su
intérprete Sergio Corrieri. Al admitir que la realidad es compleja,
resulta pobre como obra de agitación pero quizá más auténticamente
revolucionaria, en un sentido integral, que el conformismo con los
tiempos nuevos exhibido, entre tantos, por los noticieros de un
Álvarez, donde se recomiendan las virtudes del trabajo al aire
libre.
LA ESTETICA DEL HAMBRE
Una de las obras mayores conocidas en Viña es la más reciente de
Glauber Rocha: O santo guerreiro contra o dragao da maldade, más
conocida por Antonio das Mortes, su título europeo. Los personajes y
el paisaje son los de su film más famoso (Deus e o diabo na térra do
sol) ; el hambre, los bandidos, el sexo y el misticismo silvestres
se manifiestan (sin neutralizarse) en el común denominador de la
violencia. Como en su obra anterior, la virtud de Rocha, su
modernidad inalienable reside en no aspirar a la "seriedad" del
sociólogo o el político sino en operar como poeta. Su material
recibe, de este modo, no las luces opacas de la estadística sino la
vida plena del mito. Quizá sea éste un film complaciente con sus
propias claves, comparado con el rigor más evidente de Deus e o
diabo; pero para entregarse al exceso es necesario el genio del
exceso y Rocha lo tiene. Su mirada es la del visionario; su film,
que se atreve constantemente a bordear el ridículo, es a menudo
sublime.
Rocha, patriarca juvenil del cinema novo brasileño y su más
distinguido embajador, ingresa con este film en la producción
internacional: sus coproductores son Claude Antoine, distribuidor
francés del cinema novo, y la TV alemana. El film tiene el exotismo
(visual, humano, político), y en este caso los colores detonantes
necesarios para cautivar a Europa; pero el autor devuelve a Europa
casi con furia esa imagen convencional del trópico. En esto reside
su importancia dentro de esa sensibilidad (más que movimiento)
encarnada en Brasil por el llamado "tropicalismo". Toda convención
deriva (depende) de una realidad y a veces la expresa más
plenamente, en más niveles, que cualquier naturalismo; el
tropicalismo, tal como Rocha lo cultiva, es la única manera de
expresar al Brasil en su totalidad: los datos transfigurados por la
imaginación, ésta como un dato más de la realidad.
Por comparación, en Brasil ano 2000 (Walter Lima jr.) el
tropicalismo decae en laboriosa alegoría, con un humor político de
cabaret centroeuropeo. En cambio. Um sonho de vampiros (Iberé
Cavalcanti), film modestísimo, descubre una clave inédita:
historieta en una Transilvania subdesarrollada de nombre Paraíso
Tropical, donde todos se muerden mutuamente entre filtros de colores
y situaciones de sainete plebeyo.
La reivindicación por la izquierda de los mitos tradicionales de la
derecha (la raza, la sangre, la tradición, el culto del líder y el
pavor ante lo foráneo: en resumen, el irracionalismo) se advirtió en
muchos films exhibidos en Viña. En el nivel más poético, está en
Rocha; aparentemente razonada, alienta en Solanas; pon franco
oportunismo, en Yawar Mallku, film boliviano de Jorge Sanjinés que
mereció elogios en el pasado festival de Venecia, el premio Georges
Sadoul (entregado por Joris Ivens a madame Sanjinés durante el
Festival) y la compra a precio altísimo por un distribuidor francés.
El film de Sanjinés posee un primitivismo sin encanto, pues no
reivindica su pobreza en el plano del estilo: deficiencias técnicas,
límites de producción, coexisten con una sintaxis y una retórica
regidas por la busca de la exacción emotiva e ideológica, a cuyo
lado el De Sica de ayer o el Pontecorvo de hoy parecerían dignos.
El interés está en haber propuesto una ficción flagrante como
anécdota verosímil, una historia de vampiros como costumbrismo: en
el altiplano, un grupo norteamericano de ayuda médica —que remeda al
Peace Corps sin arriesgarse a invocarlo— esteriliza a las indias
para diezmar su raza, La meta de la operación es obvia: asociar a
norteamericanos con nazis; pero el método es novedoso: aprobar a
Pablo VI contra el family planning, deliberadamente confundido con
las prácticas nazis en Ucrania; enrolar en la lucha el misticismo
indio, haciendo que la verdad sea revelada por las hojas de coca,
que así aparecen reducidas a una mera función informativa,
periodística. Un espectador de Viña, evidentemente atrasado, quiso
demostrar su "progresismo" silbando cuando el mensaje papal apareció
antes de los títulos; otro espectador, que quizá conociera el film y
en todo caso estaba a la page, le espetó un sonoro: '"Callate,
pavote" para enseñarle cómo debía entenderlo . . .
De los films chilenos, el más valioso y uno de los más importantes
del Festival es Tres tristes tigres (Raúl Ruíz) ; como ha sido
adquirido para la Argentina, cuando se estrene se estudiará
detenidamente su admirable elaboración de puesta en escena.
Valparaíso mi amor (Aldo Francia) es un fruto tardío del
neorrealismo, pero resulta estimable por la delicadeza de
sensibilidad que trasmite el autor. Caliche sangriento (Helvio Soto)
es un maquinoso western histórico, en colores, que aspira en el
contexto chileno al éxito del Martín Fierro de Torre Nilsson en la
Argentina; El chacal de Nahuel Toro (Miguel Littin), biografía de un
bandido temido y bienamado, diluye sus intermitentes hallazgos en
una estructura errática.
Dos films mexicanos no acertaron con la sensibilidad predominante
del Festival: Fando y Lis (Alejandro Jodorosvky) practica un
fatigado surrealismo sobre un texto de Arrabal; Juego de mentiras
(Archibaldo Burns) orquesta una ceremonia digna de Jean Genet para
la visita de una sirvienta a su ex patrona. Varios films argentinos
también quedaron abrasados por los fuegos de La hora de los hornos.
Breve cielo (Kohon), Mosaico (Paternostro), Palo y hueso (Sarquis).
Los festivales mundanos diluyen en su frivolidad las obras difíciles
al no permitirles recibir la atención seria que requieren. La
paradoja de este festival "de oposición" es que en su culto de un
cine de combate y agitación también pueda crear su propio
invernadero, en cuya atmósfera caldeada perezcan todas las
manifestaciones que no invocan para justificarse los honorables
servicios prestados a la Causa.
Edgardo Cozarinsky
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Fernando Solanas filmando
'La Hora de los Hornos' |
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Memorias del
subdesarrollo
Lucía: fierecilla alfabetizada |
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