Comunismo
El desafío de Praga

A contados pasos del parque Stromovka, donde las flores del verano deliran, se encorvan irisados chorros de agua, y obreros de la orilla izquierda prolongan el almuerzo caliente que les traen sus mujeres, la medieval y gótica Praga (un millón de habitantes) vio abrirse la semana pasada un colosal emporio de productos de belleza. No hay otro mayor en el mundo. Nace como resultado de un contrato entre la empresa para-estatal checoslovaca Kosmetika Bratislava, y una firma canadiense, Harper Method Cosmetic International. El proyecto supone la importación (desde Canadá) de 28 millones de dólares por año; los productos locales —manufacturados bajo licencia de Kosmetika— se exportarán a todos los países socialistas, por valor de cinco millones; además, se establecerán filiales en Bélgica, Turquía y la India, dividiendo en partes iguales los gastos de instalación.
"Este contrato es un símbolo", dice la canadiense Judy LaMarsh, que se puso al frente de la Harper después de renunciar como Secretaria de Estado en el Gobierno Lester Pearson. "Estoy convencida de que le seguirán muchos. Los años 70 van a acabar con los prejuicios en que ha vivido nuestra generación. No hay Este ni Oeste: todo depende del sitio en que uno se coloca." Sonríe; "El hombre —y la mujer, desde luego— son iguales en todas partes". Judy no se abstiene de confesar que un tercio del capital de la Harper proviene de la compañía American Cinamid, de USA.
Tal vez Judy peque de impaciencia, pero éste no es el único indicio de que otro sistema de vida penetra calladamente entre los pueblos socialistas.
Los moscovitas que aprenden inglés, —un 40 por ciento de los jóvenes— leen ya un diario anticomunista norteamericano. Desde 1920, sólo se podía encontrar en los quioscos el órgano del PC, The Worker, Un buen día comenzó la apertura; primero fue el suizo y aséptico Neue Zuercher Zeitung; después, los "respetables The Times y Le Monde; desde el mes de mayo, junto a los ejemplares de Pravda e Izvestia —y junto a los retratos de Lenin, que mira indignado—, el Herald Tribune, de París, ostenta sus robustas páginas de cotizaciones de Bolsa. Al principio estaba reservado a los turistas extranjeros; ahora puede adquirirlo cualquier ciudadano soviético que consienta en gastar unos kopeks más: después de repasar los dicterios de Breznev contra la guerra en Vietnam, puede saborear las opiniones de Joseph Alsop, por ejemplo. Tal vez acabe por no entender nada.
Lo mismo ocurre en Bucarest, en Budapest, en Praga; y, naturalmente, en Belgrado, El bloque oriental se ha vuelto más permeable a la prensa extranjera desde que estallaron, en marzo, "los sucesos de Checoslovaquia".
No se ha reparado bastante en el hecho de que la rebelión contra el régimen despótico de Antonin Novotny reivindico esencialmente libertades "burguesas": la de reunión, la de asociación, la de petición, la de prensa. El vuelco yugoslavo de 1948 y el rumano, quince años después, invocaron la soberanía nacional; los movimientos de Berlín Este en 1953, de Poznan y Budapest tres años más tarde, reflejaban la insatisfacción obrera. En Praga, actualmente, la última esperanza del grupo Novotny es la fidelidad de los obreros, que hace veinte años creyeren conquistar el poder. Detrás de Alexandre Dubcek hay estudiantes, intelectuales, artistas; su primer triunfo consistió en desbaratar la censura.
Lo que alarma al Kremlin —y a los otros Gobiernos de la "línea dura"— es la discusión abierta, que amenaza con extenderse a todo el bloque. Pero es también en la discusión abierta donde Dubcek y sus amigos hallan la fuerza necesaria para resistir la presión extranjera. Checoslovaquia intenta algo nunca visto: la creación de una "democracia socialista". Ese es el desafío que lanza a sus vecinos. No intenta separarse de ellos; los invita a transformarse.

"Esto no es la OEA"
No es extraño que la protesta intelectual y artística haya brotado de Praga, una ciudad-museo de majestuosa arquitectura, envuelta en cierto aire feérico. Vista desde las colinas circundantes, que en otoño la arropan en una niebla dorada, las mil agujas de sus torres cuentan una leyenda que en estos días
vuelve a repetirse.
El Moldava (en checo se pronuncia Mltvá) la divide en dos partes, e inclusive se interna por algunas callejas, formando canales venecianos. Un cinturón de barrios fabriles, limpios, de amplias avenidas, trepa hacia los castillos, restos de las dominaciones que padeció a través de los tiempos esta nación eslava levemente germanizada.
La capital ofrece tres paisajes espirituales. Uno es el de la Ciudad Vieja, en cuyo centro se alza la estatua de Juan Huss, monje comunista del siglo XIV: sucuchos de alquimistas, muros decorados con frescos y el gigantesco cementerio judío, donde duerme Franz Kafka. En cuanto a la Ciudad Nueva, está poblada de tiendas de estilo moscovita —aunque mejor aderezadas—, de reparticiones públicas y hoteles. Cruzando el puente del Rey Carolus, flanqueado por estatuas, se llega a la Malá Strana, el antiguo barrio de poetas y pintores en cuya cúspide se divisa la residencia del Primer Ministro. En sus angostas callejuelas con escalones, tenues viejecitas se detienen a murmurar una plegaría.
La semana pasada, mientras la prensa occidental sollozaba por la suerte de una tierna niña atrapada en las garras del oso ruso, en las redacciones de Praga, frente a los micrófonos y a las cámaras, se ofrecía a la URSS una imagen serena y firme. Es necesario —explicaban los periodistas checos— que las tropas extranjeras se retiren de una vez por todas; cuanto más tarden en hacerlo, más alentarán los sentimientos antisoviéticos que pueden abrigar las capas menos politizadas de la población; si hay un peligro contrarrevolucionario, es el que promueven los que se alarman demasiado.
Los que rodean a Dubcek, socialistas convencidos, no olvidan tampoco que, sin la alianza rusa, Checoslovaquia volvería a caer en la esfera de influencia alemana, atávicamente intolerable. Pero si ellos se sometieran a la intimación que proviene de Varsovia —una carta de los PC soviético, polaco, germano-oriental, húngaro y búlgaro al PC checoslovaco—, entonces sí, identificados como agentes extranjeros, serían desbordados por la furia popular.
"No nos emocionan demasiado las condolencias occidentales", escribía un columnista. "La URSS sacó de aquí sus soldados hace tiempo, pero USA mantiene los suyos en los países situados más allá del Elba. Hay escuadras navales y aéreas norteamericanas en todo el «mundo libre»; hay 450 bases norteamericanas en el extranjero."
Durante el último día —añadía—, por un acuerdo de 1967, la organización del Pacto de Varsovia introdujo en Checoslovaquia 17.000 hombres para un ejercicio de Estado Mayor; los combatientes no alcanzan a la mitad; la otra mitad está formada por servicios auxiliares (telegrafistas, técnicos ferroviarios, enfermeros). La capacidad de esta fuerza para reprimir un movimiento popular no es mayor que si los rusos irrumpieran a través de la frontera. Pero nos pareció que el mariscal Yakubovski, en un momento dado, prolongaba la evacuación de sus tropas, quizá para subrayar la advertencia que nos dirigen nuestros aliados a propósito de una posible contrarrevolución, la actitud del pueblo checoslovaco hizo comprender a los dirigentes rusos que cometían un error.
El PC checo no acepta sentarse en el banquillo de los acusados. Todo cambio de impresiones —respondió, la semana pasada— será bienvenido, pero debe llevarse a cabo en Praga y no asumir la forma multilateral.
El aludido artículo concluía incisivamente: "Tal como nosotros concebimos el Pacto de Varsovia, nadie puede ser juzgado ni expulsado. Esto no es la OEA, donde una potencia obliga a sus protegidos a sancionar a un miembro con distinta opinión, sea la Dominicana de Trujillo o la Cuba de Castro. Desgraciadamente, el Pacto de Varsovia, concertado durante la guerra fría, cuando ambos bloques tenían motivos para temer por su seguridad, se presta a un uso insincero, como la alianza atlántica. Están dirigidos no contra el «agresor eventual», sino contra la soberanía de los países menores. Nosotros proponemos abolirlo, pero no sin que la NATO también desaparezca. Quienes están salvando el Pacto de Varsovia son quienes se obstinan en no disolver la NATO y viceversa. Las grandes potencias tienen un interés común en conservar esos instrumentos de presión; pero los italianos, por ejemplo, necesitan afianzar su soberanía tanto como los checos".

La tutela innecesaria
No parece discutible el realismo de este análisis.
Entre Washington y Moscú se han establecido las relaciones más íntimas (ver página 28). Esto no significa que renuncien a debilitarse mutuamente. Los rusos no disimularon su júbilo cuando de Gaulle, sin marginarse de la NATO, limpió de tropas extranjeras el territorio francés. A su vez, los norteamericanos asisten complacidos al deterioró del bloque soviético.
En menos de un año, los gobiernos comunistas europeos se reunieron seis veces. La primera (Varsovia, 19 de diciembre de 1967) trató sobre el Pacto: los rumanos disintieron con la mayoría. Dos fueron consagradas (Budapest, 24 de febrero; Sofía, 6 de marzo) a preparar la conferencia comunista mundial que, en octubre próximo, tratará definitivamente la cuestión china: en una se retiró Rumania, en la otra estuvo ausente. Las restantes (Dresde, 23 de marzo; Moscú, 8 de abril; Varsovia, 14 de julio) debatieron la situación checa: en un caso se prescindió de Hungría y Bulgaria; en el otro, de Checoslovaquia y Rumania; por último, no sólo estos dos países se abstuvieron de concurrir —porque niegan a la organización del Pacto el derecho a interferir en asuntos internos—, sino que Janos Kadar, el "hombre fuerte" húngaro, se distanció claramente de la mayoría.
No se identifica con Rumania, que acata el Pacto sólo de palabra, ni con Yugoslavia, que se separó hace veinte años. Pero tampoco admite la "línea dura", en la que perseveran Alemania Oriental y Polonia, además de Bulgaria. El régimen de Budapest garantiza la solvencia de Dubcek: no alterará su política exterior, no permitirá socavar los fundamentos del socialismo. El "cerco" imperialista, el "revanchismo" alemán son expresiones retóricas, valores entendidos. La incredulidad de Breznev, como la de Ulbricht y Gomulka, disimula otros temores; al contagio reformista, al "liberalismo" checo.
Lenin y sus sucesores invocaron la voluntad del pueblo; pero no del pueblo que es, sino del que será, una vez sustraído a la alienación capitalista; entretanto, para liberarlo de ella, lo someten a la tutela del PC. El socialismo checo, en. cambio, presume que esa tutela —y, por ende, el monopartidismo— es ya innecesaria, pues las clases hostiles han sido desposeídas.
Sin embargo, los cambios ideológicos son mucho más lentos que los económicos. Cuando se han ejecutado por la fuerza, la fuerza debe mantenerse hasta alcanzar la persuasión; pero no obtienen fácilmente la persuasión quienes han provocado resentimiento. Éste es el escollo ante el cual vacila el Politburó soviético, que también desea aliviar el régimen, pero no se siente seguro de poder hacerlo.
Sin duda, está dividido. Algunos, cultores de la realpolitik, tienden a prolongar la tutela hasta que su pueblo se asimile a la nueva sociedad: pesimistas acerca de la condición humana, son optimistas en el sentido de que la consideran más maleable o plástica de lo que es. Otros profesan el optimismo y el pesimismo opuestos. Piensan, como los dirigentes checos, que la nueva sociedad puede ser producto —y debe serlo, para soslayar la distorsión stalinista— de la voluntad del pueblo.
Pero ni Dubcek, Secretario General del partido; ni el Primer Ministro Ordlich Cernik; ni Cestmar Cisar, su prestigioso ideólogo; ni Ota Sik, que teorizó la reforma económica, se han definido sobre este punto: ¿cómo conciliar democracia y monopartidismo?.
Pregunta que resume la misiva enviada a Dubcek desde Varsovia. Hay en ella tres pasajes que no deben leerse por separado, porque aparecerían contradictorios: "No tuvimos ni tenemos intención de interferir en asuntos que son estrictamente internos". Pero "tampoco pueden [los «otros países»], convenir con los presentes sucesos" de Praga. Y finalmente: "Sabemos que existen en Checoslovaquia fuerzas capaces de defender el sistema socialista".
Dicho de otro modo, la distinción entre asuntos internos y externos es bizantina. Se admite que el Gobierno checo ensaye cambios, menos los que pudieran alentar, en el resto del bloque, a los que esperan romper con el partido único y la restricción de las libertades "burguesas". Si Dubcek no rechaza esas demandas en su país, rusos, polacos y alemanes entenderán que su deber de solidaridad no es con él, ni con una mayoría accidental del Comité Central: la fracción de Novotny representaría al "verdadero" PC checo. Para los comunistas, el Partido encarna la voluntad histórica del proletariado, no la voluntad actual de todo el pueblo, a la que cortejan otros partidos. Se puede repudiar esta opinión; el que lo haga no es comunista. La respuesta del Presidium checo —un organismo de 11 miembros que actúa en nombre del Comité Central—, fue cordial y levemente irónica. Tomaba nota, "complacido", del primero de los tres pasajes; pero no veía razones para hablar de una situación "contrarrevolucionaria", como si los disidentes no encontrasen "la debida resistencia del Partido y del pueblo". Esa situación se formó porque la camarilla desplazada no toleraba críticas: al parecer, "todo estaba en orden", pero el pueblo sabía que no era verdad. Insistir con los métodos "burocráticos" y "policiales" pondría en peligro, justamente, "el papel dirigente del Partido", pues "suscitaría una lucha por el poder".
Dubcek acompañó esta respuesta con un discurso de 10 minutos por TV, la noche del jueves. "Pagamos muy cara —insistió— la antigua costumbre de tomar decisiones sin tener en cuenta la opinión del pueblo." Ahora se trata de erigir "un socialismo humano". Desde ya, en su país, "el socialismo empieza a recobrar unas facciones que todo el mundo reconoce". Preguntó a sus críticos extranjeros: "¿Quién puede trabajar en ello mejor que nuestro PC? ¿Quién puede juzgar mejor que el Gobierno de este país las necesidades del pueblo checoslovaco?" Aún confiaba en una transacción honorable: "Quiero creer que podremos salvar esta r situación, no sólo ante nuestra Nación, sino ante el movimiento comunista en su conjunto".
El viernes por la mañana, el Secretario General y sus diez compañeros comparecían ante el Comité Central, ampliado con una invitación a los delegados electos para el próximo Congreso, a celebrarse en setiembre. En el Comité Central, el equilibrio era incierto: se sabe que 40 de sus miembros son "liberales", 40 "ortodoxos" y 30 restantes oscilantes. Los delegados al Congreso son adictos a Dubcek.
Con un intervalo de pocos minutos, la agencia oficial CETEKA informó que la carta de respuesta había sido "aprobada incondicionalmente" —sin aclarar cuál fue la actitud del grupo Novotny—, y que Dubcek había aceptado, en principio, una reunión con Breznev, quien, por lo visto, tenía interés en celebrarla antes de que el último soldado soviético abandonase Checoslovaquia, la noche del domingo.
El Kremlin no juzga satisfactorias las seguridades ofrecidas por el joven líder checo en Dresde y en Moscú. Reclama otras más concretas: consolidación del papel dirigente del Partido, prudente dosificación del pleno goce de las libertades públicas, aplazamiento del Congreso (con miras a salvar a Novotny). Dubcek no puede "aceptar todo esto sin arriesgar su apoyo popular y, en consecuencia, la capacidad del PC para evitar un desborde.
Los rusos también necesitan ese compromiso. El sábado, los círculos diplomáticos de Praga especulaban con los hechos que podrían seguir a la invasión de Checoslovaquia: Rumania abandona el bloque oriental, identificándose definitivamente con Yugoslavia; si Kadar no imita a Ceaucescu, destruye su recuperado prestigio y los sublevados de 1956 encuentran su segunda oportunidad; estallan disturbios, inmediatamente, en Berlín-Este y Varsovia. Los PC francés e italiano, que se han definido con claridad en favor de Praga, rompen sus vínculos con Moscú. Ya no habría más movimiento comunista internacional que el patrocinado por Mao Tse-tung.
El descubrimiento de un escondite de armas de origen occidental puso una nota dramática: Breznev podía alegar que hay "complot imperialista". Contra lo que se suponía, Praga confirmó la noticia, que carece de importancia en sí misma, pero se presta a un uso malicioso

PRIMERA PLANA
23 de Julio de 1968

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Presidente Johnson. Cancilleres Rusk y Gromyko

Página 28
USA-URSS
El mundo es ancho y tiene dos dueños

El Presidente Johnson pasó el último fin de semana en la ya familiar bahía de Honolulú (Hawaii), aplacando a su colega survietnamita Nguyen Van Thieu, quien teme ser sacrificado a la necesidad del entendimiento con Vietnam del Norte y los guerrilleros del Vietcong. Aunque las conversaciones de París continúan estancadas, en USA prevalece la impresión de que el trámite iniciado el 13 de mayo es irreversible.
Los observadores norteamericanos se guardan, pues, de dramatizar el acuerdo del 4 de julio, por el cual los rusos robustecerán su ayuda militar a Hanoi; comprenden que no se podía evitarlo. De todos modos —presumen—, la URSS hará cuanto esté en su mano para abreviar una guerra que le cuesta 1.000 millones de dólares por año en ayuda militar sin cargo.
Tampoco preocupan demasiado las diatribas de Leonid Breznev contra la "sociedad corrompida y decadente" de los Estados Unidos, como dijo el lunes 8 ante la última promoción de graduados en academias militares. "El Pentágono —recordó— ha solicitado, para el próximo año fiscal, el más elevado presupuesto militar de la historia norteamericana" (80.000 millones de dólares). Aparentemente, la economía soviética soporta la sangría armamentista con esfuerzo.
El hecho de que los combatientes norteamericanos en Vietnam sean segados por armas soviéticas, gratuitamente entregadas a los enemigos de los Estados Unidos, no modifica la tendencia a procurar un entendimiento entre las dos mayores potencias, un entendimiento sin el cual no es posible concebir el futuro,
El 27 de junio, Andrei Gromyko, en un discurso ante el Soviet Supremo, amplió inesperadamente el radio de las negociaciones en curso sobre desarme. "El Gobierno soviético —declaró el Ministro de Relaciones Exteriores de la URSS— está dispuesto a iniciar conversaciones con los Estados Unidos para detener la carrera de fabricación de armamentos nucleares, tanto defensivos como ofensivos."
Para los observadores norteamericanos, la disyuntiva se plantea así: ¿los rusos solicitan una tregua porque están exhaustos o porque ya han descontado su atraso? El presidente del Estado Mayor Conjunto, general Earle G. Wheeler, que acompañó a Johnson en su viaje a Honolulú, favorece la segunda hipótesis. Recientemente declaró ante una subcomisión del Senado: "En los últimos años, los rusos mejoraron su capacidad militar, comparada con la nuestra". La opinión pública norteamericana, aleccionada por repetidas experiencias, no excluye la posibilidad de que el Pentágono —como indicó Breznev— insista en la fábula de la primacía soviética para colocar más y más contratos en la industria bélica, a la que se subordinan los oficiales norteamericanos.
La semana pasada se reanudaron, en Ginebra, las negociaciones de desarme, con asistencia de 17 potencias (cinco de la NATO, cinco del Pacto de Varsovia, seis neutrales). El temario es vasto; se propone prohibir los ensayos nucleares subterráneos y la preparación de la guerra química y bacteriológica. Estas iniciativas no prosperarán sino por vía bilateral: la comisión de desarme de la UN aprobará, a la larga, lo que convengan los rusos con los norteamericanos.
Uno de estos acuerdos ya existe: es el que se refiere a la no proliferación de armas nucleares. La semana pasada fue ratificado por el Senado norteamericano; se supone que, después de Washington, no tardará en ser adoptado por los dos tercios de los signatarios. El otro, sobre la renuncia de ambas potencias a erigir sistemas defensivos antibalísticos, es una propuesta norteamericana; la URSS, por intermedio de Gromyko, aceptó discutirlo; aún no se sabe cuándo, dónde y en qué nivel se entablará esa negociación. El costo de una red de tal índole ha sido estimado por los norteamericanos en 50.000 millones de dólares.
Johnson no esperó el restablecimiento de la paz en Vietnam para responder al discurso de Gromyko acerca del desarme y para ordenar que se entablen negociaciones bilaterales, en Washington y Moscú, "sobre la limitación y la reducción del sistema actual de los armamentos estratégicos nucleares". Vasto programa: aunque las dos partes están decididas a marchar hacia adelante, no será fácil organizar la verificación de las medidas restrictivas que se convengan; menos aún, la destrucción de ciertas ojivas atómicas: hay actualmente en el mundo unas 50.000 cargas nucleares o termo-nucleares, que podrían volar el planeta.
Las conversaciones, en esta materia, serán estrictamente bilaterales; en Ginebra sólo se mantiene la ficción de un debate internacional; oportunamente, los otros quince países tomarán nota del arreglo concertado entre los grandes. Así vuelve a configurarse, en cierto modo, otra partición del mundo en esferas de influencia, un "nuevo Yalta". Pero los problemas que dominan la escena política—Vietnam, Berlín-Oeste, el Medio Oriente, Cuba, Checoslovaquia— influirán sobre el estatuto de la "coexistencia pacífica", favoreciéndola o dificultándola. En todo caso, la coexistencia ha dejado de ser tema de propaganda para convertirse en realidad concreta.
La semana pasada se inauguró la doble línea aérea (Panamerican-Aeroflot) entre Moscú y Nueva York: el intercambio comercial y cultural había alcanzado un volumen suficiente para plantear la exigencia de estos vuelos directos. Dos pueblos, sólo dos, comienzan a internarse en el siglo XXI.
PRIMERA PLANA
23 de julio de 1968

 

 

 

Alexandre Dubcek. Gomulka entre Kossyguin y Cyrankiewics. Janos Kadar
Alexandre Dubcek. Gomulka entre Kossyguin y Cyrankiewics. Janos Kadar


Ubicación geográfica y composición de Checoslovaquia. La tumba de Kafka en el cementerio judío


Ordlich Cernik. Oficiales rusos cerca de Praga


 

 

 

 

 

 

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