Iglesia: Los dos Concilios de Medellín

Desde Medellín escribe Tomás Eloy Martínez, sobre informes propios y de Juan José Rossi.

Se miran pero no se tocan. Hacia el norte de Medellín, en lo alto de una carretera florida que cruza el barrio aristocrático de El Poblado, la cúpula del Seminario no quiere distraerse, descender hacia los tumultos del mundo: a sus pies, doscientos Cardenales y Obispos de América latina (más cincuenta observadores de otras partes), rodeados por una corte de peritos y teólogos, servidos por monjitas hacendosas y almibarados por las ofrendas de café, bizcochos y agua destilada con que los rocían diariamente los industriales colombianos, discuten sobre la pobreza del continente y sobre los caminos que recorrerá la Iglesia para aliviarla. Hacia el sur, al extremo de un sendero de barro donde no se aventuran los taxis, los siete mil habitantes del barrio Piedras Blancas preparan simultáneamente un Congreso de la No Violencia, cuyos participantes (treinta Obispos y laicos) vivirán entre los pobres. Desde la casa comunal se divisa, apenas, la mole fastuosa del Seminario, turbada siempre por la niebla. Las galerías donde bulle la segunda Conferencia del CELAM (la primera fue en Río de Janeiro, hace una década) son un mirador más precario: los pinos y las gardenias impiden ver las luces de Medellín, los alborotos de sus "áreas calientes" donde el tango es todavía la liturgia de prostitutas y matones.
Hace un año y medio, el padre Gabriel Díaz Duque ascendió por la región de Manrique Oriental y se instaló en un campo miserable, donde cuatro mil personas se hacinaban en medio centenar de chozas. Cuando se paseó con su hábito talar, brotaron de entre las cuevas de caña tribus enteras de viejas y criaturas que reclamaban sus medallas y sus bendiciones. "Al principio se las di —cuenta Díaz—, a pesar de mí mismo. Había trepado a Piedras Blancas para llevarles otra cosa, pero necesitaba de esos fetiches si quería acercarme a ellos." Una semana después había regalado su sotana para que sirviera de colcha a una moribunda y se había reunido con los jefes de familia, dispuesto a pelear con ellos contra la pobreza.
Mientras habla, sentado junto a una cama de tablas en su cuartucho de tres por dos, bajo un crucifijo . hecho con un par de ladrillos cruzados, ladran los perros y lloran los chicos de la habitación vecina. Los cadáveres de los gatos y de los cachorros se apilan en la ladera; los chicos mueren de hambre, a razón de dos por mes. Pero los que sobreviven aprenden a defenderse.
Cuando Díaz llegó, los terrenos de Piedras Blancas estaban en litigio: un señor feudal (cuyo nombre callan todos, como si atrajera los maleficios) se arrogaba a sí mismo la propiedad de las haciendas y el tutelaje de las vidas. Sus títulos eran oscuros, y el sacerdote aconsejó que los desconocieran. Para ablandarlo, el señor feudal le ofreció en donación dos grandes predios para la capilla y la casa parroquial. "Aceptarlos (recuerda Díaz) hubiera sido reconocer sus derechos. Preferí correr la suerte del invasor. Unido con la gente, nos instalamos aquí sin su permiso. Hemos mejorado el barrio desde entonces: arreglamos las calles, prolongamos un acueducto, edificamos escuelas y una Casa de la Comunidad (con capilla, farmacia, dentistería y almacén comunes). Por primera vez en Colombia vivimos la experiencia de una invasión organizada. El pueblo se rige por cuatro reglas básicas, dictadas por nosotros mismos. La primera: Nadie puede tomar para sí y su familia más de diez varas por veinticinco (unos 8 metros por 20); la segunda: Nadie puede cobrar dinero a nadie por ningún concepto, para evitar especulaciones; la tercera: Nadie puede invadir las calles ya trazadas por la comunidad; la última: Nadie puede ocupar una tierra que haya sido mejorada por otros.
Allí, en esa isla donde la llegada de los ómnibus o las travesías al cementerio retumban más que el primer vuelo del sputnik, los no violentos de América latina se reunirán desde el 8 al 13 de octubre. "Queremos que no sea un mero congreso de palabras bellas —se exalta Díaz—, de esos que al acabar dejan la realidad tal como estaba. Los que vengan aquí convivirán con la miseria, se dejarán marcar por sus lamentos."
Estarán Helder Cámara, Dom Antonio Fragosso (Obispo de Crateus, Brasil), José Antonio Dammert (Obispo de Cajamarca, Perú), el sacerdote chileno Andrés Opazo (líder de la revuelta en la Catedral de Santiago, el 11 de agosto), delegados de Australia y de la Argentina, de Francia y de USA. "Ha terminado el diálogo con los poderes constituidos —sostiene Díaz—, y éste es el momento de pasar a la acción no violenta. Cuando también se agote ese camino, tendremos que lanzarnos a la guerrilla. Pero es temprano todavía, y quizá la Iglesia impida la hecatombe."
Es lo que procuran desde hace Una semana los príncipes y pastores reunidos en el Seminario. Sin salir de sus claustros, sin acercarse al mundo sino a través de los periodistas y de los raros visitantes que se cuelan por el filtro carcelario de la entrada, los clérigos del CELAM están a punto de llegar a un doble acuerdo: condenarán la "violencia injusta de los opresores" y la violencia con que responden los oprimidos; irán todavía más lejos que los discursos del Papa en su denuncia de las alianzas que la Iglesia del pasado concertó con los poderosos. Pero nadie sabe de qué manera esas llamaradas de buena voluntad desembocarán en actos de protesta pública y en presiones a los Gobiernos.
Una de las señales más inequívocas; de esta nueva dirección de los vientos es la respuesta que el Cardenal Juan Landázuri, Arzobispo de Lima, dio a Primera Plana en su refugio de Medellín. Hace una semana, Newsweek había sostenido que "Landázuri, junto con el Cardenal Antonio Samoré", era "uno de los pilares ultraconservadores del Vaticano". Esto es lo que dijo el Arzobispo, sin embargo: "América latina es un continente sub desarrollado. Los grandes porcentajes de analfabetismo y de mortalidad infantil, la desnutrición de las masas, son índices claros de una situación anormal. Estas condiciones de vida injusta no son simple resultado de la fatalidad, sino de conductas y acciones del hombre. Ciertos sectores privilegiados pueden ejercer de hecho una violencia, pero ellos mismos están insertos en un esquema de dominación que tiene su centro más allá de nuestro continente latinoamericano".
La exaltación que hizo Landázuri de una Iglesia pobre es también un síntoma de los cambios radicales que se avecinan: "El pueblo de Dios debe vivir la pobreza —dijo— renunciando a toda clase de privilegios sociales y económicos. No se trata en estos momentos históricos, y creo que tampoco en ningún otro momento, de una Iglesia de los pobres a quienes ella acoge misericordiosamente; se trata de una Iglesia pobre ella misma, esperanzada no en el mundo y en sus riquezas, en su prestigio o en sus obras, sino sólo en Cristo Jesús".
La del Cardenal peruano no fue la única voz que clamó en el desierto, ni tampoco la más leve. Otros padres a quienes se juzgaba como puntales de un catolicismo esclerosado, ciego a los cambios y sordo ante las protestas, se unieron a la suya en un coro que casi no admitió fisuras. Juan Carlos Aramburu, Coadjutor de la Arquidiócesis de Buenos Aires, señaló que la situación argentina difiere de la del continente "por su clase de población (de origen europeo), por su bajo índice de analfabetismo, por la solidez y extensión de su clase media". Pero a la vez admitió que la misión de la Iglesia es denunciar las lagunas de "una conducción injusta, sin intervenir en lo político a través de partidos afines, ni en lo económico mediante la canonización de un sistema". "La Iglesia —dijo— debe cuidar de las almas, sin embarcarse en una determinada clase social, aunque prefiera a los pobres. Es preciso revelar las injusticias de los privilegiados y de los violentos, enseñar a todos por igual los deberes de armonía, paz, justicia y amor."
En Piedras Blancas y en Medellín, en los recodos de Bogotá, donde las infecciones de la miseria y dé la falsa caridad volvieron a despuntar la semana pasada —como antes de la visita del Papa—, las preguntas sobre el valor de las palabras no se borraron de ninguna boca. Henri Fesquet, de Le Monde, postuló que se arrojaran al canasto de los papeles estos 15 días de diálogo en el Seminario, a menos que sirvan para evitar en América latina las muertes por hambre, los rancios oropeles de la Iglesia y los besamanos de los poderosos. Y no mañana, o pasado mañana. Sino ahora mismo.

El Papa y el Arzobispo
En mayo, cuando salió de Recife hacia París, para hablar en la Mutualité Latino-Americaine sobre la violencia y la miseria, el Arzobispo Helder Cámara tuvo que desviarse hasta Roma, convocado por Pablo VI. El Papa quería saber lo que diría en su conferencia, y Dom Helder quería explicárselo, para no introducir ningún recelo, ninguna deslealtad en una relación que data de 1950, y que al cabo de 18 encuentros sigue siendo "afectuosa y franca".
"Era mayo, y Roma andaba descalza en medio de la primavera —sonríe el Arzobispo—. Las floristas se peleaban en la Plaza de España. Los peregrinos rezaban por Biafra en la Plaza de San Pedro. A las diez de la mañana, subí al cuarto piso de la residencia papal. El Santo padre me tendió los brazos y me saludó en francés, como siempre: «Mon cher, Dom Helder». Me preguntó por la gente de Recife, por mí mismo, y luego dijo: «Estoy muy preocupado por el destino de América latina. Siento el peligro de que se convierta en un polvorín, de que sea arrasada por nuevas guerras. Quiero que usted, cuando vuelva, sea allí un apóstol de la no violencia». Adviértase que no me pidió ser el Apóstol, sino uno de tantos, otro más que debía unirse a las voces no violentas del Pueblo de Dios. Le respondí que su deseo era una orden fácil de cumplir, porque soy no violento por naturaleza. Pero antes procuré explicarle qué entendía yo por violencia en nuestro continente. Como cristiano —le dije—, la rechazo con todo mi corazón. No puedo aceptar la violencia de los privilegiados y de los opresores que ya está instalada en América latina y que es la causa de casi todas las revueltas armadas. Es la violencia de una minoría que siembra la esclavitud y la ignorancia, que empobrece sin misericordia a las mayorías. Estoy seguro de que el Santo Padre aceptó lo que yo decía en el fondo de su corazón."
Esmirriado; extendiendo unas manos que parecen vacías de huesos o acariciando con ellas su cruz de madera, el Arzobispo de Recife apareció en Bogotá y en Medellín, la semana pasada, como un trueno incómodo, insolente. Para hablar de los opresores, apeló a una metáfora que pierde la mitad de su sentido al borrársele los movimientos de cabeza con que la acompañaba, los vaivenes de la frente, el brillo socarrón de los ojos: "Hay dos maneras de pisar un pie —dijo—. Una consiste en pisarlo a propósito. Voy, y piso el pie. Pero también puedo pisar el pie sin darme cuenta; puedo ser un opresor que no sabe lo que está haciendo. La tarea de la. Iglesia, por lo tanto, es humanizar a la América latina, ayudando a las masas a convertirse en pueblo, en una comunidad consciente de sus derechos. Ya sabemos que las masas de nuestro continente están sub-humanizadas por la miseria. Pero por otro lado, debemos intentar que se humanicen los poderosos cariados por el egoísmo y por el exceso de lujo. Se dirá que esta misión de la Iglesia, así planteada, parece vaga, imprecisa; se dirá que no es una denuncia franca de los opresores. Pero cada uno de nosotros conoce, en su propio país, a las 40 ó 50 grandes familias que de modo culpable o inconsciente constituyen el grupo esclavizador. A ellas hay que enseñarles que no son cristianas".
Sentado en un banco del Seminario de Medellín, sin alzar los ojos hacia las sombras moradas y episcopales que van y vienen por las galerías, Dom Helder no cree posible el triunfo de ninguna revolución armada en América latina. "Los Estados Unidos la aplastarían al día siguiente. Los insurrectos entregarían su sangre de manera inútil, insensata. El gran imperio de Occidente no va a tolerar la aparición de una nueva Cuba. El camino es otro, y la Iglesia está llamada a señalarlo. En Brasil ya lo hemos iniciado. Le hemos dado hasta un nombre: Presión Moral Libertadora. Tres veces en lo que resta de 1968 (y por última vez el 2 de noviembre, día de los muertos), los Obispos de Brasil nos reuniremos para exigir al Gobierno el cumplimiento de los Derechos del Hombre, la eliminación de toda forma de esclavitud, de toda ignorancia, de toda servidumbre económica. E inclinaremos nuestra cabeza para honrar a los que han muerto por esta causa, a Camilo Torres, a Ernesto Guevara."
Dom Helder Cámara no cree que Pablo VI haya desahuciado, esos combates en su discurso del sábado 24, en la Catedral de Bogotá. Supone que es un error interpretar sus palabras literalmente; que su "santo temor por la violencia" no es menos fuerte ni profundo que su repugnancia ante las injusticias. 
PRIMERA PLANA
3 de setiembre de 1968

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Pablo ante el CELAM

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Dom Helder
padre Díaz
Padre Díaz
Landásuri
Cardenal Landásuri

 

 

 

 

 

 

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