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INTERNACIONAL

 



el de los bigotes

¿artista o charlatán?
aquí se explica como el pintor español, que a los 6 años aspiraba a ser cocinero, y a los 7, Napoleón, llego a convertirse en un sorprendente "personaje" que influyo en el gusto de nuestro tiempo
Por
GUIDO VERGANI

revista Vea y Lea
1959

 



Dalí conoció a Gala cuando era esposa del poeta surrealista Paul Eluard

durante una recepción en el Real Tenis Club de Barcelona, Salvador Dalí felicita a la joven Brigit Marten después de su elección como "la Kim Novak española"

 

 

LOS PUNTIAGUDOS bigotes de Salvador Dalí soportan desde hace mas de veinte años el peso de la crónica periodística y han entrado ya en esa particular zona del mito que comprende el bastón curvo de Carlitos y el paraguas de Chamberlain. Fueron fotografiados en todas las formas posibles, inspiraron columnas enteras de plomo tipográfico y vivieron como protagonistas las polémicas y los entusiasmos mas furibundos, precisamente porque son el símbolo más característico del personaje Dalí. Se diría casi que Dalí está tan compenetrado con sus bigotes que se puede establecer en la sucesión de su variado aspecto (puntas caldas a lo Gengis Khan, puntas rizadas, puntas engominadas) un diagrama de los altibajos de su moral.
Desde los bigotes comenzó la marcha de Dalí hacia el personaje, la que podríamos llamar la conquista del rotograbado por parte de un hombre que, como ningún otro, sabe administrarse en dos distintas proyecciones: la primera, la del artista bastante prodigioso; la segunda, la del clown que intenta deslumbrar y la del don Quijote moderno que ha intuido cuáles son los ingredientes requeridos por la realidad y las costumbres actuales. Ambas, reunidas en un solo amasijo, constituyen uno de los personajes más sorprendentes de nuestra época: un hombre en que se sintetizan la poesía, el sentido del público, la charlatanería, cierto descaro romántico, el cálculo veteado de locura y un profundo narcisismo.
Desde hace algunas semanas Salvador Dalí viaja por Europa llevando como un tabernáculo un cuerno de rinoceronte sobre la cabeza, y entreteniendo al público de las capitales con largas conferencias rebosantes de paradojas y ocurrencias como en los tiempos (era el auge del periodo surrealista) en que presentaba ante sus admiradores londinenses un escafandro de buzo para "alcanzar mejor la profundidad del
subconciente".
En la época de la conferencia del escafandro, la cual, debido a que el casco estaba demasiado bien cerrado concluyó con una semiasfixia, Dalí tenia apenas 30 años. Ahora tiene 55 y dice, con la sencillez de quien manifiesta ser oficinista:
—Soy el genio que representa todo un siglo. Si se juega a ser genio, uno se convierte en genio.
Si se volviera hacia atrás, quizá Dalí ni siquiera llegaría a encontrar en su memoria los signos ya inconfundibles de sus primeras representaciones funambulescas. Sin darse cuenta, nació con los estigmas de su personaje. "A los 6 años —escribe en su autobiografía—, quería ser cocinero. A los 7 años, Napoleón. Desde entonces mis ambiciones han ido siempre en aumento. Adoro la publicidad, inclusive porque mi obra se halla esencialmente ligada con mi personaje y es muy importante que yo crea en Dalí.

PRIMER PASO HACIA LA GLORIA
El primer y verdadero paso hacia la conquista de la gloria lo dio Dalí con una especie de autocoronación, en un altillo-lavadero de su casa natal. Sin duda el pequeño había hojeado algún libro sagrado o mirado con atención alguna imagen del bautismo de Juan Bautista. En efecto, con un sentido casi sacerdotal del acto, se impuso una corona de carnaval mientras se hallaba sumergido hasta medio busto en la tina de lavar. La ceremonia concluyó con el bosquejo de su primer cuadro, "Elena de Troya", que Dalí pintó como un endemoniado, sentado en la pileta llena de agua.
En la escuela, el "enfant terrible" encontró su primer público: si sus compañeros, una vez terminada la clase, descienden una empinada escalinata de piedra, Dalí tiene que lanzarse rodando por los escalones ante la admiración de sus condiscípulos y la llegada presurosa de algún aterrorizado maestro.
El lavadero sigue siendo el reino de los ensueños, de los vuelos pindáricos y del trabajo de Salvador Dalí. Entre los fregaderos y el agua de los paños transcurre toda su infancia, durante la cual pinta con una disciplina militar y se estudia horas enteras en cualquier actitud y con cualquier expresión del rostro, como un símbolo del genio. En su narración, aquellos años mágicos, enteramente dedicados a una vida frenética.
Ahora, en cambio, si uno mira con atención, se vislumbra la infancia triste de un muchacho lleno de complejos que arde en medio de una decadencia intelectual colmada de cálculos y morbosidad. Muerde murciélagos, juega con las vísceras de pequeños animales y desafía las leyes físicas con el invento del contra-submarino, una especie de artefacto que permite quedar suspendido en el vacío con la cabeza metida en el agua.
Pero ya esos primeros años suyos de actividad, bajo el barniz del "clown" y del "charlatán" de feria, se revela en él un soplo de genialidad y un ansia de nuevos horizontes, siempre apuntalada por una extraordinaria capacidad de trabajo. En la técnica de la autopublicidad ya es inaccesible y halla en toda ocasión el modo de no pasar inadvertido. Viste con una elegancia calculada al milímetro. Se hace confeccionar camisas de seda cruda muy escotadas y con mangas largas. Se pinta los cabellos de un color negro ébano. El hombre que definió a Coco Chanel como "el alma y el cuerpo mejor vestidos del mundo" tenía ya entonces una precisa idea de la elegancia femenina, aunque toda su intuición se bañe, como siempre, en un mar de paradojas. He aquí sus propias palabras:
—Jamás encontré a una mujer que fuese a un tiempo muy hermosa y elegante. Son ésas dos cualidades que se excluyen a menudo. La mujer elegante debe prescindir de todo esplendor continuo y persistente, como un toque de corneta, al menos por lo que hace al rostro. Porque la mujer elegante debe llevar en su rostro los estigmas, exactamente proporcionados, de la fealdad, el cansancio y la falta de equilibrio. En cambio, las manos, los brazos, los pies y las axilas habrán de ser de una belleza deslumbrante. En cuanto al resto del cuerpo, un solo detalle tiene importancia, y es que la conformación de las caderas debe ser tal que resalten irrevocablemente los huesos. Huesos puntiagudos, bajo cualquier vestimenta, siempre presentes e inolvidables. No se concibe una mujer elegante con ojos estúpidos. Mientras que la muy hermosa tiene mirada idiota. La nariz... ¡Las elegantes no tienen nariz! Los cabellos son muy sanos. Son ellos la única concesión de la mujer elegante a la salud.
Finalmente, al cabo de diez años de trabajo y de estudio cuidadoso del arte dramático llega para el joven pintor una recompensa ideal: Dalí gana su primer certificado de gloria. García Lorca, al que conoció en los círculos artísticos de vanguardia de Madrid, le dedica un soneto que constituye hasta hoy la mejor interpretación crítica de toda su obra y de su espíritu:
¡Oh Salvador Dalí de la voz olivácea!
No alabo tu perfecto pincel de adolescente
ni tu color que corteja el color de tu tiempo, 
pero alabo tus ansias de eterno limitado".
El "enfant terrible" ya no tiene qué aprender en Madrid. Ya sus representaciones no impresionan más en el restringido ambiente que vive en torno a la Academia. El llamado de París se hace cada día más insistente. Antes de marcharse se dirige en peregrinación a visitar a Picasso:
—Vengo a veros, antes de visitar el Louvre.
—Habéis hecho bien —le contesta el maestro del cubismo.

LA PAREJA SURREALISTA
Transcurren muy pocos meses antes de que Dalí encuentre el ambiente adecuado para sus cualidades de histrión. Comienza la época de oro del pintor español, que coincide con la revolución del movimiento surrealista. En aquel año 1928 el surrealismo se hallaba en su auge, con Max Ernst, André Bretón y Paul Eluard. Fué precisamente en el grupo surrealista donde Salvador Dalí, con sus cabellos laqueados por el fijador y la tintura, conoció a la mujer del poeta Eluard, Gala.
Parece que Gala era algo así como el centro sentimental de todo el movimiento y que se sentía dueña y señora de esa extraña baronía intelectual. Lo demuestra la arrogancia con que apostrofó al alucinado novato con motivo de su ingreso en el cenáculo surrealista:
—Usted rebosa una untuosidad de profesional del tango argentino.
Pero también es cierto que Dalí llevó un soplo estival a un ambiente ya inclinado hacia el otoño. Además, para deslumbrar a esos iniciados, el pintor debió cargarse al máximo. Llevaba brazaletes de perlas, exhibía un pecho velludo, lucía camisas desgarradas con un particular cuidado estético, se rociaba el cuerpo con gotas de sangre coagulada para contrarrestar el color del cutis y se perfumaba con una mezcla de estiércol caprino y cola de pescado. Al cabo de pocos días, Gala y Dalí se encendieron en el fuego de la pasión. Finalmente el poeta Eluard tuvo que poner a mal tiempo buena cara y volver solo a su casa.
Eran tiempos de pobreza y la "pareja surrealista" pasó su luna de miel en una cabaña de Port Lligat, pequeña ensenada a pocos kilómetros de Cadaqués. Allí, en el mismo lugar de la vieja cabaña, Dalí, que con el transcurrir de los años se ha convertido también en un avisado corredor de sus obras, ha construido una casa de estilo tradicional y pintada a la cal. Apoyada en la casa se levanta una torre que sirve como palomar, adornada por fuera con horcones para el heno, clavados en las pequeñas aberturas por las que entran y salen las palomas.
Al volver a París, la vida se torna cada vez más difícil para los enamorados. Dalí se cree perseguido. Los surrealistas y Picasso inauguran, oficialmente el reinado del arte negro y Dalí ofrece como antídoto los objetos pasados de moda del estilo 1900, el llamado "modern style". Y la polémica crea la nueva moda. Triunfa el estilo 1900. El famoso restaurante "Chez Maxim's" renuncia a modernizarse y retornan los espectáculos teatrales y las canciones de la época superada. Hasta el gusto 1900 llega a influir sobre la moda.
Elsa Schiaparelli lanza e impone el peinado hacia arriba, tal como se usaba en 1900. El hecho de haber hecho escuela pone alas a la fantasía del joven pintor, que luce ahora un primer esbozo de bigotes. Comienza la larga serie de los inventos: uñas artificiales, con espejitos reductores; anteojos con caleidoscopio para ponerse durante los viajes aburridos en automóvil; maniquíes de cristal con un sistema de venas que se llenan con agua y pececillos rojos para imitar la circulación de la sangre; móviles de bakelita; jardines zoológicos con esculturas animadas; zapatos provistos de muelles y fuelles de aire caliente y trío, según las estaciones, para aumentar el placer de los paseos; el cine táctil, que permite tocar todo lo que se ve; supermóviles de pésimo gusto para romper en las escenas de celos; vestidos con senos postizos a media espalda; divanes en forma de labios y bañeras sin fondo.

UN BASTÓN DE PAN
La popularidad de Dalí no tiene un comienzo determinado. Surge de improviso sin que él mismo pueda darse cuenta. Más que en sus cuadros, el mundo entero comienza a interesarse en el "fenómeno". Paro cuando Dalí siente que lo están mirando ya no hay fuerza alguna que pueda contenerlo. Desde el día de su estreno surrealista sólo han pasado algunas estaciones, pero no vacila un instante en afirmar: 
—El surrealismo soy yo.
De modo que su fama se extiende al galope. Cuando llega a Nueva York, apoyándose en un bastón de pan de dos metros de alto, lo reciben como si se tratara de una estrella. Los periodistas le preguntan por qué diablos se le ocurrió pintar a Gala con dos "bifes" sanguinolentos en los hombros, y él responde sin inmutarse:
—Me gustan los bifes y me gusta mi mujer. No veo por qué no podría pintar los primeros sobre la última.
Y los Estados Unidos quedan pasmados. Dalí es un gran personaje. Además es europeo y produce gran impresión sobre el provincialismo norteamericano. Una gran tienda neoyorquina lo contrata como vidrierista. Dalí acepta y se pone a trabajar en una composición que consta de un maniquí con la cabeza hecha de rosas rojas y las uñas cubiertas con armiño blanco, de un teléfono encerrado en una caparazón de langosta y de un saco afrodisíaco. El "saco afrodisíaco" es un saco común de "smoking", decorado con 80 copitas de licor que lo cubren entero, llenos hasta el borde de una verde crema de menta. En cada copita hay una boquilla y una mosca muerta.
Luego llega la guerra y el surrealismo se entibia. Dalí considera terminado todo experimento abstracto y surrealista y afirma que la pintura debe moverse en un ambiente de renacimiento clásico. Sus apariciones en esta última postguerra ya no tienen las repercusiones de antaño. Quizá el público se ha acostumbrado a ese hombre que da una conferencia sobre las papas de Paul Cézanne como única ''expresión del estremecimiento total y absoluto de la monarquía cosmogónica", rodeado por 10 asistentes que mantienen enhiesto un "panecillo" de ocho metros.
Salvador Dalí ya trabaja mucho de oficio. Un cuadro suyo ha sido pagado 4 millones de pesos y las damas de la alta sociedad aguardan pacientemente que el pintor tenga ganas de hacer su retrato. Dalí tiene 55 años, pero todavía no ha abandonado su bandera de personaje fenómeno. Dice que las mujeres sólo son capaces de dar hijos, pero que podrían desempeñar el gobierno del mundo, y que sus bigotes son antenas de radio que condensan las cosmogonías.
En su estudio de Port Lligat Dalí trabajó el año pasado en los grabados para el Don Quijote, en la edición de esa obra de Cervantes más cara del mundo. Aparecieron en todos los diarios las fotografías tomadas al comienzo de la tarea, con el disparo de un arcabuz cargado con tinta sobre la piedra litográfica.
Gala vive con él en la casa de Port Lligat y dícese que maneja a su esposo con el látigo como un despiadado "manager". No hay "espectáculo" de Dalí en que no esté presente, asintiendo con la cabeza a cada una de sus salidas. Sin embargo, parece que Salvador la soporta difícilmente, pero no pueden ya separarse, al igual que dos viejos actores que logran "hacer compañía" sólo estando juntos, acostumbrados como están a las ocurrencias de un diálogo que ya está fuera de tiempo.