De Gaulle: Otro golpe de Estado

Si bien se mira, es un golpe de Estado. Las elecciones francesas del 23 al 30 de junio fueron elecciones legislativas; la autoridad del Presidente no estaba en juego; se votaba por un Gobierno y por un Partido. Pero a los pocos días el Primer Ministro Georges Pompidou, conductor de la UDR a la victoria, es despedido. El miércoles pasado, después de una entrevista de 55 minutos, salió cariacontecido del despacho del Presidente: por la tarde, firmaba la renuncia. El jueves, de Gaulle se la aceptó con una carta comedida. Le pide que esté listo "para asumir todos los mandatos que un día puedan serle conferidos por la Nación": vaga promesa de no olvidarlo para una candidatura presidencial.
Lo más picante es que Pompidou llevo a la Cámara de Diputados la más vasta y sólida mayoría que hayan conocido las cinco Repúblicas francesas, mientras que los dividendos políticos de Charles de Gaulle no dejaron de bajar continuamente en los diez años de su régimen. En el referéndum de 1958 obtuvo un 79 por ciento; en el de 1961, el 75; al año siguiente, el 62; en los comicios presidenciales de 1965, el 55 por ciento, después de desempatar con Mitterrand. En 1961, a los 50 años, Pompidou era un desconocido en el mundo político: nunca había ocupado una banca parlamentaría, nunca un pupitre ministerial. Más tarde se supo que, a los pocos meses de ingresar como técnico en la Banca Rotschild, llegaba a la dirección general. Un día, durante un almuerzo, el Presidente le dijo: "Pronto será usted Primer Ministro".
Desde su retorno al Elíseo, de Gaulle no tuvo sino un Primer Ministro; Michel Debré, después de tres años y tres meses, se sentía seguro; de pronto, en medio de una legislatura, fue reemplazado. Pompidou retuvo el cargo seis años y tres meses, record absoluto en la historia moderna de Francia. Pero ahora, tras una victoria sensacional, le llegó su turno, en forma tan sorpresiva como al otro.
Maurice Couve de Murville, que se instala en el Matignon a los 61 años, no es tampoco un político. Vástago de una familia calvinista de Reims, licenciado en Letras, doctor en Derecho, graduado en Ciencias Políticas, ganó en 1930 un concurso para entrar en el cuerpo de la Inspección de Hacienda: una década más tarde llegaba a la cúspide de su carrera, como Director de Finanzas Exteriores y Cambios.
En realidad, comenzaba otra carrera. En 1943 se une a de Gaulle en Argel y el jefe de la Francia Libre lo nombra Comisionado de Hacienda. De ahí pasa a la diplomacia: Embajador en Roma Director Político de la Cancillería. Durante el ostracismo de de Gaulle, es Embajador en El Cairo, ante el Consejo de la NATO y en Washington. Desde la implantación de la V República, conduce las relaciones exteriores: el único Ministro que ha permanecido diez años junto a de Gaulle. Luego de la Revolución de Mayo trueca su cartera con Debré, titular de Economía.
La semana próxima solicitará a la Asamblea su investidura como Primer Ministro. La nómina de sus colaboradores no difiere mucho de la que compuso Pompidou. No hay sino dos cambios importantes: un joven tecnócrata, Francois Ortoli, lo reemplaza como Ministro de Hacienda, cediendo la de Educación —peligrosa en estas circunstancias— al veterano Edgar Faure, que viene de Agricultura.
Couve es el hombre de la "mutation".
De Gaulle empleó esta palabra en su discurso del 24 de mayo; la opinión supuso que no era sino una añagaza electoral. Tampoco prestó atención a un largo pasaje de sus declaraciones del 7 de junio a Michel Droit, redactor-jefe del Figaro Litteraire y colaborador ocasional de la tv. En esa oportunidad, sin embargo, dialogando ante las cámaras con el periodista, el Presidente se extendió, con más insistencia que, nunca, sobre su antigua idea de la asociación capital-trabajo, pieza esencial de su filosofía política.
Aquí está el pasaje:
DROIT- ¿Cómo promover en Francia ese cambio de que usted habló?
DE GAULLE — Hay, naturalmente, respuestas distintas y opuestas. Yo veo tres esenciales.
En primer lugar, el comunismo dice: "Creemos el mayor número de bienes materiales y repartámoslos de tal suerte que nadie disponga de ellos, a menos que se le autorice". ¿Cómo? Por la presión, la presión moral y material constante; dicho de otro modo, por una dictadura implacable, perpetua. Desde que este sistema está en vigor en determinados países, los jefes, a medida que se suceden, se condenan unos a otros: quieren probar que son los hombres quienes fracasan, no el sistema. Desde el punto de vista humano, la solución comunista es mala.
El capitalismo dice: "Gracias al beneficio que se deriva de la iniciativa, produzcamos más y más riquezas, de modo que, repartiéndose por el mercado libre, eleven el nivel del cuerpo social todo. Pero la propiedad, la dirección, el beneficio de las empresas capitalistas, no pertenecen sino al capital. Entonces, los que no lo poseen se encuentran en una especie de alienación, aun en el interior de la actividad a la que contribuyen. El capitalismo, desde el punto de vista del hombre, no ofrece solución satisfactoria".
Hay una tercera fórmula, la asociación, que cambia la condición del hombre en la civilización moderna. En cuanto unas personas se juntan para una obra común, para hacer marchar una industria —aportando los capitales necesarios, o la capacidad de dirección, de gestión, la tecnología, o el trabajo—, forman una sociedad en la que todos tienen un interés directo. Este supone que, por ley, se asigne a cada uno parte de las utilidades; que todos estarán bien informados sobre la marcha de la empresa, y que podrán, por representantes directamente elegidos, participar en la sociedad y en sus órganos de dirección, para hacer valer sus intereses. Esta es la vía que siempre he creído buena. Ya hemos dado algunos pasos por ella: por ejemplo, en 1945, cuando mi Gobierno instituyó los comités de empresa; o en 1959 y 1967, cuando dictamos dos ordenanzas sobre la participación obrera en la financiación y en el programa de inversiones.
DROIT — ¿Por qué no se hizo la reforma de una vez?
DE GAULLE — Porque nadie, tampoco yo, puede hacer semejante reforma por sí solo. Es menester que sea suficientemente consentida y que las circunstancias se presten a ella. Puesto que es justo, vital, y que ahora —gracias a esta sacudida—, las circunstancias son propicias, creo que es posible marchar resueltamente. Hay que decirlo: en lo que a mí respecta, estoy muy decidido."
Durante el Gobierno Debré, estas ideas —que afloraron en varios libros de Charles de Gaulle y en los manifiestos del RPF (Rassemblement du Peuple Francais), el partido derechista, con que asedió a la IV República durante doce años— no cristalizaron sino en una medida ínfima (la ordenanza de 1959). Las fuerzas económicas, los socialistas y comunistas la combatían con diversas razones. No interesaron sino al gaullismo de izquierda, la UDT (Unión Democrática del Trabajo), que llegó a formar un bloque de 29 Diputados. Uno de ellos, el ex comunista Louis Vallon, presentó un proyecto que hoy se conoce como "enmienda Vallon". El Gobierno Pompidou, después de alguna finta (ordenanza de 1967), lo olvidó; impuso la disciplina al "grupo de los 29" —que ha debido disolverse en el partido gaullista, la Unión por la Defensa de la V República—, y maniobró de tal manera que Vallon no ha podido, siquiera, conservar su escaño.
En la reorganización ministerial posterior a los sucesos de mayo, cuatro miembros de la izquierda gaullista, encabezados por el veterano jurista René Capitant, se ubicaron junto a Pompidou. Sin duda, ellos abogaron por la rápida aplicación de las reformas que prometía de Gaulle; se presume que Pompidou se mostraba reacio, y que Couve, aunque tenía a su cargo la conducción económica, las encontró factibles.
Temperamento sereno y decidido, ejecutor de la firme política exterior que ha permitido a Francia eliminar su dependencia de Washington, sin otro vínculo político que el de su lealtad a de Gaulle, de palabra sobria y precisa, deberá acometer una obra histórica; no sólo para Francia, quizá para todo el mundo occidental.
Como Debré y Pompidou, tiene un privilegio que ningún otro Primer Ministro había logrado en Francia: el Parlamento, según la reforma constitucional de 1958, no puede derribarlo; si votase una moción de censura, el Presidente lo disolvería, apelando inmediatamente al cuerpo electoral. Aún así, la oposición, suscitando debates de exclusivo interés político, derramaba arena entre los cojinetes de la acción gubernativa. Esto no será posible durante la actual legislatura. Los 57 Diputados de izquierda, dirigidos por François Mitterrand, Guy Mollet y Gastón Defferre, los 34 comunistas congregados en torno a Waldeck-Rochet y a Jeannette Veermersch —viuda del extinto Maurice Thorez—, los 29 centristas y los 15 representantes del extremismo de derecha e izquierda, nada podrán contra los 355 votos gaullistas en la Asamblea Nacional. Entre ellos, el medio centenar sobre los cuales señorea Valéry Giscard d'Estaing —favorito de las fuerzas patronales—, combatirá, por cierto la "enmienda Vallon", o sus sucedáneos, y buena parte de ese sector se trasladará á la oposición. Pero el Gobierno tiene mayoría sin ellos.
Couve sabe, pues, que conservará el poder durante años, sin preocuparse por la obstrucción parlamentaria; el único peligro es la posibilidad de que de Gaulle le retire su confianza tan bruscamente como a Debré y Pompidou. Pero si se mantiene hasta 1972, y si de Gaulle (que entonces habrá cumplido 82 años), no solicita un nuevo mandato, nadie mejor situado para la sucesión.
El jueves pasado, el bloque parlamentario de la UDR aclamaba por jefe a Pompidou. ¿Deberá, entonces, defender la reforma en el Palais Bourbon? Si lo hace, perderá la confianza de las fuerzas económicas.
En cuanto a su rival, necesita tener éxito en la misión que se le confía: hacer una verdadera Revolución, aunque pacífica. No son muchas, en la historia mundial, las que se han cumplido "desde arriba". Pero entonces el mérito correspondería, además del Presidente y su Primer Ministro, a los díscolos estudiantes que desataron los motines de mayo.
El Comité Central del PC, al analizar su catástrofe electoral, los condenó como "políticos sin experiencia", como atolondrados e inconscientes agentes de la derecha. Es posible que tenga razón. Sólo que se equivoca —y se equivoca desde 1945— en suponer que la derecha es de Gaulle.
PRIMERA PLANA
16 de Julio de 1968

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Pompidou, Couve - Giscard, Debré
Waldeck, Jeannette - Miterrand, Mollet

 

 

 

 

 

 

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