la policía griega considera que el ridículo puede ser un arma
eficaz para combatir el auge del bandolerismo juvenil. Así estos
patoteros han sido rapados a lo Yul Brinner, y se les hace
circular, bien custodiados, por las calles de Atenas. Uno lleva al
cuello un cartel que dice: "Soy un patotero. Le arrojé
cuajada en la cara a una señora"
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LOS SOCIÓLOGOS, los expertos en
criminología y hasta los psicólogos están
tratando de explicar en todas partes a qué se debe el auge de la delincuencia
infantil, un mal que no es triste privilegio de nadie y por lo visto ataca a
muchachones de cualquier parte del mundo, como el acné juvenil o el cambio de
la voz.
Los típicos "patoteros" aparecen tanto en las calles de Londres como en los
laberintos de callejuelas de Roma, cerca de las estaciones ferroviarias en
Munich o en las soleadas avenidas de Buenos Aires. Ni siquiera la utópica
perfección de los países comunistas ha demostrado tener inmunidad contra
este moderno mal. Se les reconoce por su típico atuendo, que consiste en una
corta chaqueta de cuero, ajustados pantalones de vaquero, zapatones
llamativos y una cabellera que comienza a confundirse con la melena femenina;
hasta su modo de actuar —el ataque a mansalva, en grupos nutridos, y la pronta
huida— es idéntico en todos los casos. Las armas empleadas suelen diferir,
pues mientras unos, como los londinenses, prefieren los grandes anzuelos para
herir la cara del rival, otros, como los grupos de Tokio, inclinan sus preferencias
por la cachiporra o el puñal; pero más de una vez las bandas emplean un
variado surtido de esos utensilios criminales.
Algunas bandas se formaron para autoelogiar el orgullo de sus integrantes,
otras para disputar un territorio, o para castigar a alguien y dañar la propiedad
ajena, cuando para convertir a sus miembros en nuevos Césares de
imaginarios imperios, nada más que para divertirse. Pero las más de las veces
no deben buscarse tantas explicaciones, y mucho menos procurar motivos
ocultos y aun freudianos, ya que las bandas o patotas se han organizado para el
simple, viejo y puro propósito de asaltar a mano armada.
NOMBRES, COSTUMBRES, Y UN ENSAYO DE EXPLICACIÓN
Las agrupaciones de delincuentes juveniles, un tipo de asociación ilícita que
linda ya con lo criminal, adoptan desde su formación nombres más o menos
raros, de ser posible tremebundos, que parecerían sugeridos por un comité
formado por Zane Grey, sir Arthur Conan Doyle y Edgar Alan Poe. Así están los
Apaches y los Blackhaws, en Manila; los Leopardos de Paddington, en esa
zona de Londres; el Club de las Tres Guindas, en Tokio; la Banda de los Cinco
Dedos, aquí en nuestro Buenos Aires, y el grupo Tony Curtis en Singapur.
Y no se crea que son bandas pequeñas, porque rara vez sus integrantes son
menos de 30, y en Londres hay algunas con más de 600. Las más organizadas
son las japonesas, algunas con sucursales y todo, y las más amigas del ritual las
alemanas, donde una obligaba a sus miembros a tatuarse una "Z" en la axila.
¿Los patoteros más inclinados al robo? Los italianos, sin ninguna duda. Circula
una leyenda asegurando que una patota napolitana desmanteló un barco y
vendió sus piezas separadamente, como chatarra... pero es una leyenda.
La mayoría de las explicaciones sugeridas con respecto al auge de este
bandolerismo se conocen bien: promiscuidad en la vivienda, miseria ambiente,
hogares mal constituidos, negligencia paterna, injusticias sociales. Pero hay
también teorías nuevas y particulares. Los sociólogos nipones atribuyen la
delincuencia juvenil al cambio operado en el país desde que el emperador
renunció a su divinidad, y los filipinos afirman que todo se debe al desorden
introducido por los japoneses durante la ocupación.
En cuanto a soluciones, también se parecen mucho en todas partes: más
acción policial, leyes más severas, supresión de los conventillos, mayor
estabilidad familiar. Hay algunas peculiares: los rusos han organizado bandas
contra las patotas, pero terminan algunas veces por confundirse con ellas; en
Tailandia llegó a sugerirse un método drástico pero sin duda bárbaro: esterilizar
a los jóvenes delincuentes que fueran apresados. Y el más pintoresco es el
usado en Atenas, donde se rapa a los muchachones infractores y se les hace
circular bajo custodia por las calles con un cartel donde se explica su delito.
LA DELINCUENCIA JUVENIL EN LOS PAÍSES COMUNISTAS
La delincuencia juvenil ha dado un salto y se ha presentado del otro lado de la
cortina de hierro. En la mismísima Unión Soviética han aparecido bandas de
jovencitos con chaqueta de cuero y pantalones ajustados, como si estuvieran en
Nueva York, que roban, asaltan y beben excesivamente. Son los "stilyagi"
soviéticos, a quienes la policía trata de suprimir lanzándoles bandas bien
organizadas de otros muchachones que se supone obedecen la ley.
En Kharkov, hace unos pocos meses, un joven ebrio atacó a golpes a un viejo y
se presentó la patrulla de voluntarios, uno de cuyos miembros cayó muerto de
una cuchillada en la pelea que se suscitó. No obstante, el autor fué apresado,
juzgado y ejecutado. Y "Pravda" informó recientemente que, en vista de la
afición por la bebida que se está despertando entre los jóvenes soviéticos, más
de una vez la policía debe estar presente en fiestas, que hasta ahora eran
completamente inocentes, "para garantizar la seguridad pública".
Se cree que en Polonia han terminado con la delincuencia juvenil, pero las
autoridades dicen que "durante la era stalinista" esas bandas existían, y los
jóvenes "buscaban una válvula de escape a sus represiones anímicas"
organizando agrupaciones que terminaron en la cárcel por tratarse de
"organizaciones antisociales".
Los países comunistas se han preocupado mucho por hacer aparecer la
delincuencia juvenil como un mal moderno exportado de los Estados Unidos, y
este detalle debe tenerse en cuenta al considerar un anuncio de Alemania
Oriental, diciendo que las tres bandas que fueron aplastadas el año pasado en
Leipzig se llamaban —"casualmente"— Broadway, Capitol y Calle 42. La
especialidad de esos jovencitos era el asalto a viandantes desprevenidos, el
ultraje y aun la violación de mujeres, la preparación de accidentes de tránsito y
el robo de coches.
Los comunistas búlgaros fueron más pintorescos y prácticos. Entendieron que
la delincuencia juvenil no podía existir sin el típico uniforme, y prohibieron a los
sastres cortar pantalones estrechos, de esos que no pueden quitarse con los
zapatos puestos. A los empleados en negocios checoslovacos que son
propiedad del Estado se les ordenó no atender a quien luciera "pantalones
vaqueros", y hasta se designaron expertos para vigilar el asunto.
¿QUE SON LOS "TEDDY BOYS"?
Hemos llegado a la conclusión de que hay delincuencia juvenil en todo el mundo,
y que no se salvan de ella los comunistas ni los asiáticos, por muy curiosos
métodos que traten de aplicar en contra del moderno sarampión. Pero donde el
fenómeno adquiere proporciones de catástrofe es en Inglaterra.
Las autoridades policiales calculan que sólo en Londres florecen más de 200
bandas diferentes, cuya única relación recíproca es la pelea eventual y más o
menos periódica. Cada banda tiene para sí un "manor", o territorio exclusivo, y
las más nutridas y mejor organizadas son la Banda del Elefante, los Leopardos
de Paddington y la Pandilla del Ángel, con no menos de 400 integrantes y
algunas veces con más de 600.
Chocan y pelean unos con otros, cerca de los salones de baile o en los trenes a
Brighton. Pelean disputando la posesión de chicas tan delincuentes como los
miembros de las bandas, o porque un afiliado al Elefante pasó por territorio del
Leopardo. Y las más de las veces disputan por puro gusto y se matan porque
sí...
Para llegar a jefe hay que ganarles a todos. El habitual uniforme está formado
por la réplica británica del "blue jean", el estrecho pantalón que estuvo de moda
en tiempos de Eduardo VII, y que difiere del vaquero en que carece de
botamangas. Además, la clásica chaqueta de cuero es, preferentemente, negra,
y tiene cuello y puños de piel o terciopelo. Así visten los patoteros londinenses,
más conocidos como "Teddy boys", nombre que podría traducirse por
"Eduarditos".
Y como hasta en material de delincuencia influye la moda, en los últimos
tiempos se observa la tendencia a abandonar la chaqueta de cuero y
reemplazarla por un saco muy ajustado, con varios tajitos, tres o cuatro botones
y solapas estrechas. Ese es el estilo italiano de vestir, y se está popularizando
cada vez más entre los "Teddy boys".
Estos delincuentes se entregan a toda clase de excesos, pero lo hacen con
gran organización. Hasta tienen un "armero", el miembro del grupo encargado
de cuidar las armas, que varían desde anzuelos cosidos a la manga del saco
hasta barretas de metal o madera muy dura forradas de caucho, navajas de las
llamadas sevillanas, puños de hierro, trozos de botella y el elemento más
popularizado de todos; un pedazo de cadena de bicicleta.
JÓVENES DELINCUENTES EN TODAS PARTES
Pero ya vimos que el fenómeno no es exclusivo de ninguna parte del mundo. En
Italia también abundan las pandillas de patoteros, más pequeñas que las
inglesas, pero entregadas a un comercio más deshonesto: el robo en gran
escala. Los patoteros itálicos roban coches —unos 200 en varios meses robó
un grupito de 17 miembros—; asaltan parejas que intercambian ternuras en la
penumbra de la vía Appia, y roban a los transeúntes desprevenidos en alguna
oscura callejuela. Se visten como todos, y prefieren para su traslado la práctica
motoneta, tan popular en Italia, que más de una vez les permite arrancar el bolso
a una señora parada junto al cordón de la acera, y desaparecer en medio del
endiablado tránsito romano.
Y lo que hacen hoy los pandilleros es nada comparado con lo que hicieron sus
maestros durante los últimos meses de la guerra. De entonces viene aquella
leyenda de la banda que desmanteló un barco en Nápoles, digna de emparejar
otra que asegura que en Roma un grupo de delincuentes desvalijó todo un tren
de carga y vendió lo que valía la pena venderse.
Los patoteros están muy bien organizados en Tokio, donde la central de
pandilleros se llama "Sanseikai", y cuenta incluso con abogados propios para
casos de necesidad. De esa central dependen las sucursales, de pintorescos
nombres nipones: "Sannokai" (Tres Guindas), "Fubukikai" (Niebla Estival),
"Chuokai" (Banda del Ferrocarril Chuo), "Santokai" (Las Tres Islas), etcétera.
Estos delincuentes explotan hoy la línea que popularizaron los pistoleros de
Chicago hace más de veinte años. Venden su "protección" a los negocios, de
preferencia los que expenden bebidas.
Si el dueño no acepta, le rompen cristales, espejos y botellas; pero si acepta
tendrá un cordón permanente de "teddy boys" de ojos oblicuos para defenderlo
de otras bandas. Algunos patoteros han agregado otra prenda a su clásico
atuendo: un chaleco metálico para protegerse de las balas.
LOS "PREMATUROS" ALEMANES
Los patoteros germanos han sido clasificados con una precisión muy propia del
espíritu científico alemán. No sin cierto humor se los ha rebautizado con el
nombre de "Halbstarken", que equivale a los "de media fuerza", "desarrollados
a medias" o, simplemente, "prematuros". Dicen los expertos alemanes que
esos delincuentes se han inspirado evidentemente en la costumbre
norteamericana, y dan como prueba que la banda más importante ha sido "La
Pandilla del Zorro", que floreció en Stuttgart allá por 1953, y cuyos miembros se
tatuaban la "Z" en la axila. Eran sólo once muchachones, de 15 a 24 años, que
sabían utilizar muy bien las armas de fuego de que disponían, al estilo de los
pistoleros de las películas.
La Pandilla del Zorro se especializaba en asaltar granjas, donde robaban
animales, los faenaban y los llevaban a vender en camiones. Una organización
muy alemana, como puede verse.
Hoy las principales agrupaciones de delincuentes juveniles de Alemania se
encuentran en Munich, alrededor de las estaciones, donde se dedican sobre
todo al robo de rodados pequeños.
LO MISMO EN MANILA QUE EN BUENOS AIRES
La decidida influencia ejercida por los norteamericanos, que rigieron los
destinos de las Filipinas durante medio siglo, se advierte ahora en la
organización de sus bandas juveniles. Esas pandillas en nada se diferencian de
las neoyorquinas, como no sea por su mayor osadía. Se identifican entre sí con
nombres pintorescos, tomados de las películas y las novelas baratas: "Los
Atómicos", "La Banda de las Cobras", "Los Apaches", "Los Dragones" o "Los
Blackhawks".
Cuando dominan un territorio, pintan el nombre de la banda en las paredes para
que nadie dude de su hegemonía, y algunas pandillas hasta disponen de
tarjetas de identidad con la correspondiente fotografía. Hay bandas pobres y
bandas poderosas; las primeras roban lo que pueden, y las otras, las más de
las veces actúan por mera diversión, disponen de coches de último modelo,
usan armas de fuego, reverencian la memoria de James Dean y cometen actos
de vandalismo por el mero gusto de hacerlo.
Y en Buenos Aires, por fin, desde hace años recrudece la delincuencia juvenil
como edición moderna de las antiguas patotas orilleras. También aquí se visten
al estilo de sus "héroes" de la pantalla y se dejan crecer el cabello luciendo
largas patillas. Se han bautizado como las bandas del Gato, de los Cinco
Dedos, del Gaucho y del Cuchillo. Disponen de buenas armas, asaltan
departamentos, roban en casas desocupadas momentáneamente o atacan a
pequeños negocios. Debido a la intensa actividad de los delincuentes juveniles
porteños, se ha dicho que nadie debería dejar su casa durante las vacaciones
sin contratar los servicios de una persona de confianza que la vigile.... pero
también para esta precaución los delincuentes han hallado hace tiempo una
salida. La ola de robos y asaltos lo está demostrando bien a las claras.
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