Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Vida Profana de Piaf
Los fragmentos que se publican esta semana comienzan cuando Edith Piaf, de regreso en París,
cuenta a su hermana, Momone, lo que pasó en Nueva York con Marcel Cerdan,
el famoso boxeador, a quien ella ya había conocido en Francia.
(Traducción de Julio Ardiles Gray)

Revista Periscopio
11/XI/1969

El teléfono suena. Era Marcel. Le hice repetir:
—¿Marcel, qué?
—Cerdan. El boxeador. ¿No se acuerda? Nos conocimos en el Club de los Cinco. Estoy aquí.
Qué gracioso, no lo podés saber. Había espacios en blanco en la conversación. Debía sudar la gota gorda.
—Pero sí —le dije—, no lo he olvidado.
—Y bien: yo tampoco. (Se puso a reír, estaba aliviado). ¿Y si esta noche cenáramos juntos? Voy a buscarla.
¡Pensás que iba a decir que no! Me maquillé bien. Me puse mi vestido más chic, vos sabés, de lo más simple, que cuesta caro.
Apenas había terminado cuando llegó. No es un pituco.
—¡Rápido —me dijo—, tengo un hambre que bueno, bueno!
—Nada de coche ni de taxi.
—Es muy cerca —me dijo Marcel.
Partimos a patacón por cuadra. No llegaba a seguirlo. Yo daba tres pasos cuando él daba uno. En ese tren, yo no iba a durar. No era posible. Tendría que haberme convertido en un corredor de fondo. Él no veía nada. Ese muchacho es espeso como un muro.
Entramos en un drugstore apolillado. Me subo sobre un taburete. ¡Después de la marcha, el alpinismo! Y me encuentro de nariz con un plato de pastrami: carne de vaca secada y hervida, un morfi que no me atrevería a dárselo a un linyera.
La mostaza comenzaba a picarme la nariz. Me tiran después un ice-cream sundae, de menta. Todo regado con un vaso de cerveza. Como para hacer vomitar a los reos de la Guayana. Ahí no más, alarga 40 centavos de dólar (200 francos, más o menos).
Nada de modales y amarrete, además. Yo tenía buena pinta con mi vestido y mi maquillaje.
Marcel me mira con una sonrisa de chico bueno. No había visto nada.
-¿Nos vamos?
—¡Ah, bueno! ¡Era el aperitivo! Y bien, no le ha costado caro. Si a esto le llama salir con una mujer...
Se puso colorado. Me tomó el brazo sin apretármelo, pero lo mantenía fuerte sin embargo. Yo no corría ningún peligro de que el viento me llevara.
—Perdón, no lo sabía. Así es como ceno yo. Pero tiene razón: para usted no puede ser igual.
Taxi. Ni una palabra durante el trayecto. Hasta evitaba mirarme. Bajamos en el Pavillon, el restaurante más chic de Nueva York.
Fue así cómo, en mi primera salida con Marcel, me morfé dos comidas.
Después no nos dejamos.
¡Para Edith, este hombre que la adora, que hace todo lo que quiere, no porque tenga necesidad de ella para comer, que tiene miedo de sus gritos, de sus escenas, pero porque la ama, es demasiado hermoso!
Es tan célebre como ella. Tiene su público, ella el suyo. Nunca verán su nombre sobre un mismo afiche.
Los periodistas hicieron tanto, tanto nos persiguieron, que un día Marcel aceptó una conferencia de prensa. El idilio de dos vedettes francesas ,en Nueva York, para la prensa era un plato fuerte.
No hubo periodista que no asistiera. Todos estaban masticando su chicle, fumando, con o sin lapicera en la mano.
Marcel no anduvo con vueltas. Siempre derecho. ¡Hubieras sentido cómo los puso! Me dijo: "Vos no tenés nada que decir; me gustaría que no estuvieras". Pero yo quería escuchar.
Como había una puerta de emergencia, me planté detrás. Marcel estaba delante. No era posible que un curioso pasara para abrirla.
—Bueno. No hay sino una cosa que Ies interesa. No vamos a perder el tiempo. ¿Ustedes quieren saber si yo amo a Edith Piaf? ¡Sí! ¿Y si ella es mi amante? Lo es, porque soy casado. Si no fuera casado y no tuviera hijos, la habría hecho mi mujer. Y ahora, aquel que no haya engañado a su mujer que levante el dedo.
Los muchachos estaban patitiesos.
—Ustedes pueden hacerme todas las preguntas que quieran; pero sobre ese tema, ya he dicho todo. Mañana veré si ustedes son caballeros.
Al día siguiente no había ni una sola palabra sobre nosotros en la prensa, y yo recibía una canasta de flores, grande como un rascacielos, con una tarjeta: "De parte de los caballeros a la mujer más amada".
¡En Francia no me hubieran hecho eso!

 

 

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Edith Piaf y Marcel Cerdan
Edith Piaf y Marcel Cerdan


 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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