Revista Siete Días Ilustrados
15.10.1973 |
Dos escenarios de la lucha: Port Said
(superior) antes de ser bombardeado por Israel; soldados judíos en
Sinaí (arriba y derecha). Abajo: una bomba que no llegó a estallar,
en Damasco.
Por cuarta vez, en los últimos 25 años, la guerra sacude al Levante
y amenaza la paz mundial Mientras ambos bandos se atribuyen
importantes victorias, las grandes potencias buscan lograr una
solución al conflicto.
El sábado 6, luego de una precaria, periódicamente violada tregua de
seis años, la muerte volvió a entronizarse en el desangrado Levante.
Como si se tratara de una trágica paradoja, tropas árabes (egipcias
y sirias) e israelíes volvieron a enfrentarle en el día de su máxima
festividad religiosa: Ramadan y Yom Kippur, respectivamente. En un
primer momento, dos frentes monopolizaron las operaciones militares:
la península de Sinaí (donde penetraron tropas egipcias) y las
colinas del Golan, al Noreste de Israel (donde Incursionaron los
sirios). A partir de entonces, la opinión pública internacional
comenzó a transitar el terreno de las conjeturas y suposiciones: las
informaciones de ambos bandos, contradictorias e imprecisas, no
permitían trazar un cuadro objetivo de la realidad.
El domingo 7, en Nueva York, el ministro de Relaciones Exteriores
egipcio, informaba a la prensa que los árabes no se proponían atacar
posiciones dentro del territorio judío (desde la Guerra de los Seis
Días, en 1967, Israel ocupó militarmente las colinas de
Golan y el Sinaí, amén de otras porciones de territorio árabe; ver
recuadro). Para entonces, otros estados ofrecían sus fuerzas para
enfrentar a Israel: Túnez e Irak, primero, Sudán, Argelia y Libia
poco después. A propósito, el presidente de este último Estado —
coronel Muammar Gaddafi— acusó de cobarde al rey Husseim, de
Jordania por no entrar en la contienda.
Según los partes provenientes de los frentes de batalla, árabes y
judíos se adjudicaban importantes victorias. Mientras en El Cairo se
afirmaba que los blindados egipcios hacían retroceder a las unidades
enemigas, en Tel Aviv, el general David Eleazar, jefe del Estado
Mayor israelí, advertía: "Destruiremos completamente a las fuerzas
árabes y nuestro ejército cruzará las líneas del cese del fuego de
1967. Les aseguro —amenazó— que les romperemos los huesos."
No obstante el optimismo de Eleazar, la intensidad y características
de la lucha diferían de las registradas en la Guerra de los Seis
Días: por lo pronto, al tercer día de combate los israelíes habían
sufrido pérdidas más graves que las experimentadas en todo el
anterior conflicto. A propósito, un famoso militar israelí retirado,
el mayor general Haim Herzog, comentaba el lunes 8 a través de la
Radio Nacional de Tel Aviv: "La lucha que nos espera no será fácil.
No me engañaré creyendo que será una operación rápida y muy
sencilla. No nos enfrentamos con un enemigo en fuga, con un enemigo
que ha sido deshecho, con un enemigo que en este mismo momento es
derrotado fácilmente."
Entre los árabes, la prudencia y la euforia también parecían
disputar un combate aparte: "Estamos aplastando a los judíos
—exageraba el lunes 8 un afiebrado comentarista de Radio El Cairo—.
Ya no tienen poder de respuesta a nuestros ataques." Al día
siguiente, los Phantom de la fuerza aérea israelí bombardeaban Port
Said, en la desembocadura del Canal de Suez, la retaguardia árabe y
los cuarteles generales sirios, en Damasco. Más cercano a la
realidad que su colega, un columnista del diario egipcio Al Ahram
aclaraba: "Es difícil vaticinar el resultado final de las actuales
operaciones militares. Lo que sí se ha logrado hasta ahora es
bastante para destruir el mito de que Israel es invencible en la
mente de los árabes."
Al margen de las especulaciones de ambas partes, los observadores
internacionales coincidían en una apreciación: Israel forzará en
rápido desenlace de la lucha, pues no está en condiciones de
sostener una guerra prolongada. El estado de movilización general a
que la obliga el conflicto paraliza su economía. Un enfoque que se
complementa con el de quienes —analizando la actitud árabe— también
estiman que el combate no puede dilatarse demasiado: los árabes
—aseguran— desataron esta contienda a fin de sacudir el status quo
reinante en Medio Oriente, obligando a las grandes potencias a
ocuparse de la espinosa cuestión; además, al recuperar los
territorios perdidos en 1967, estarían en mejores condiciones para
sentarse a una mesa de negociaciones con Israel. Claro que esto
último no parece ser considerado con mucho entusiasmo por el
ministro de Defensa judío: Moshe Dayan: "No creo que se vuelva a los
antiguos límites, eso debe quedar bien claro", sostuvo poco antes de
iniciarse la lucha. Al parecer, Dayan estaría de acuerdo con ceder
parte del Sinaí, pero no admitiría reintegrar las colinas del Golan
ni la franja de Gaza.
Al cierre de esta edición, mientras Estados Unidos, China y la URSS
anunciaban su propósito de aunar esfuerzos para lograr frenar el
derramamiento de sangre en Levante, la guerra parecía arreciar en
ferocidad. Versiones extraoficiales elevaban el número de bajas a
cifras estremecedoras y rumores no confirmados sugerían que El Cairo
sería bombardeada de un momento a otro.
LA TREGUA HA TERMINADO
Desde hace 25 años el estado de guerra ha pasado a convertirse en el
entorno natural para Medio Oriente. Una larga historia que comenzó
el 14 de mayo de 1948, cuando la Asamblea General de las Naciones
Unidas resolvió reconocer al flamante estado de Israel, creado con
una porción del antiguo protectorado británico de Palestina. Claro
está que los países árabes no aceptaron esa decisión y, de
inmediato, sus ejércitos se lanzaron al ataque para reconquistar
esos territorios. Concluido el conflicto bélico las negociaciones
posteriores redituaron un nuevo triunfo para el gobierno de Tel
Aviv: el establecimiento de las primeras fronteras le significó a la
incipiente nación incrementar en un tercio más su área territorial,
respecto a lo señalado en la primitiva resolución de la UN.
La precaria tregua —no se firmó ningún tratado de paz— fue
interrumpida en 1956 cuando Egipto, conducido por el entonces
presidente, Gamal Abdel Nasser, decretó la nacionalización del Canal
de Suez. Entonces, fuerzas israelíes, en combinación con Francia e
Inglaterra, invadieron la península de Sinaí. No obstante, las
presiones ejercidas por las Naciones Unidas obligaron a Israel a
evacuar el territorio conquistado y se estableció —a instancias del
organismo internacional— un cuerpo militar permanente para
garantizar el mantenimiento de la paz en esa zona.
El tercer enfrentamiento —que se populariza como Guerra de los Seis
Días— se produjo en junio de 1967. Ambos bandos se acusaron
mutuamente de haber iniciado la agresión; pero lo cierto es que, al
término del conflicto armado, Israel había ocupado una gran
extensión de tierra, hasta entonces bajo el dominio árabe: la
península de Sinaí, una porción de Jordania en la ribera occidental
del río Jordán, la totalidad de Jerusalén (anteriormente estaba
dividida en un sector israelí y otro jordano) y las colinas de Golán
—pertenecientes a Siria—. Esos territorios aparecen rayados en el
mapa superior.
Las hostilidades no cesaron desde entonces y culminaron el sábado 6
con el estallido de un nuevo brote bélico —el cuarto de la serie—,
cuya definición resultaba incierta a mediados de la semana.
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Un tanque israelí
(arriba) en marcha hacia las colinas de Golan. Blindados
árabes (abajo) cruzando el Canal de Suez. Derecha: restos de
un cazabombardero skyhawk judío, abatido en Damasco
-El general Eleazar (a la derecha) visita uno de los
frentes.
-El presidente egipcio, Anwar Sadat (a la izquierda),
dialoga con el primer ministro libio., Abdel Galloud, el
primer día de la lucha.
-Moshe Dayan bebe una
gaseosa en su Estado Mayor. |
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