Revista Siete Días Ilustrados
24 de noviembre de 1969 |
Venerable Khan en el homenaje
ante la tumba de Gandhi
Un octogenario líder
musulmán asume en la India los fervores reivindicatorios del
legendario Mahatma Gandhi. Encarcelado durante quince años en
Pakistán, Khan Abdul Ghaffar Khan, discípulo predilecto del Mahatma,
volvió a Nueva Delhi para honrar a su maestro y proseguir con su
lucha
Primero, con el perfil inclinado hacia La Meca, recitó algunos
versículos del Corán; después aleteó las manos nerviosas por las
cuentas de su rosario y se aletargó en una meditación prolongada. A
su alrededor, la multitud imitó los gestos del venerable anciano:
ensayó una súplica a los dioses y cubrió de flores el mausoleo del
Mahatma Gandhi. Al cabo de su plegaria, musitada en voz baja, el
octogenario luchador fue invitado a trepar al podio atosigado de
micrófonos: su discurso formaba parte de los homenajes organizados
en la India —no hace mucho—, para recordar el primer centenario del
nacimiento del Mahatma Gandhi.
Pero cuando Khan Abdul Ghaffar Khan —antiguo amigo del Mahatma, y
uno de sus discípulos predilectos—, afirmó que en la India se estaba
traicionando el espíritu del líder hindú, un gesto de sorpresa —y
luego de zozobra— recorrió las abigarradas filas de los presentes.
Muchos, entonces, vieron que la primera ministra Indira Gandhi no
podía disimular los arreboles que coloreaban sus mejillas y que
Gopal Pathak —vicepresidente de la India— amenazaba desplomarse
agobiado por un soponcio. El Dalai Lama —destronado monarca
religioso del Tibet, también invitado especial del gobierno indio—,
menos poderoso que sus ilustres anfitriones, prefirió taparse el
rostro con su túnica amarilla: una actitud que —sin embargo— no
evitó que el anciano de la barba cenicienta lo señalara con un
ademán admonitorio.
"Si cada uno de nosotros —reprochó Khan—, desde los primeros
ministros hasta los presidentes, desde los jerarcas religiosos hasta
el más humilde de los hombres, examináramos con honestidad los odios
y las pasiones que nos arrebatan en este mismo momento, llegaríamos
a una triste conclusión: estamos traicionando el espíritu del
venerado maestro y cada día que pasa nos alejamos más de su justo
camino. Este homenaje a su memoria es una farsa, una comedia que no
tiene nada que ver con el Mahatma Gandhi; por eso, desde este mismo
instante —anunció—, comienzo una huelga de hambre de dos semanas y
los invito a todos ustedes a que ayunemos juntos."
Según Khan su actitud se justificaba: "La India —opinó horas después
de su discurso— es una madeja de odios y violencias y está muy lejos
de vivir de acuerdo con los ideales del Mahatma. Pero no me hago
ilusiones —confesó—, pues muy pocos habrán de seguir mi llamado de
protesta". No se equivocaba: sólo algunos de sus más fieles
sostenedores acataron la vigilia, aunque muchos fueron los curiosos
que se movilizaron para ver al viejo león en abstinencia. Lo cual,
no obstante, era más o menos previsible: cuando un pueblo se aleja
de los mandatos del maestro, es difícil que opte por cumplir las
indicaciones de uno de sus discípulos. Una opinión de Khan que se
asemejaba demasiado a un boomerang.
Pero el anciano pareció no desanimarse: un veterano luchador como él
—claro— tanto está acostumbrado al triunfo como a la derrota.
Tampoco aparentó preocuparse —a los ochenta años— por la falta de
alimentos: ocurre que el ascetismo es una de las alegrías que
aprendió de su maestro. Quizá sea por eso que Khan se ufana de tener
una sola túnica, un mísero turbante y nada más que un par de
sandalias muy usadas: un magro equipaje al que sólo se permitió
agregar un paraguas cuando subió al avión que lo condujo a la India
—después de 22 años de ausencia— para participar en los homenajes
del centenario de Gandhi.
En las décadas del veinte y del treinta, Khan se distinguió en las
luchas por la liberación de su patria, organizando numerosos actos
de resistencia pasiva contra la dominación británica. De origen
humilde y de religión musulmana, Khan tomó partido por las minorías
religiosas del noroeste (las que a partir de la independencia de la
India, en 1947, se constituyeron en el Estado de Pakistán) y no cesó
de combatir por la creación de una república autónoma que nucleara
al pueblo Phatan: una minoría musulmana que puebla la frontera de
Pakistán con Afganistán y que sueña con su propio país: el
Pakunistán.
Estos afanes libertarios de Khan le costaron, con todo, más de 15
años de cárcel, trascurridos nada cómodamente en las prisiones de
Rawalpindi y de Karachi, en Pakistán occidental. Una circunstancia,
sin embargo, que sirvió para multiplicar las huestes de sus
seguidores entre los musulmanes. Esa legión de adeptos lo aclamó a
su llegada a la India y deambuló frente a su alojamiento durante las
dos semanas que duró el ayuno. También fueron los paquistanos
refugiados en Delhi quienes lo bautizaron con un nuevo apodo: el de
"el otro Gandhi". Un mote excesivo que —según los acólitos de Khan—
lo aproxima aún más al maestro y contribuye a mantener vivo el
espíritu del Mahatma en la India. Es también —sin embargo— una
manera de desdeñar las tinieblas del escepticismo ecuménico que lo
rodea, para avanzar hacia la luz difusa de la memoria: cuando la
sola presencia de Gandhi galvanizaba a las masas hindúes y hacía que
regimientos enteros de cipayos abandonaran las armas para plegarse a
la tibia pero urticante resistencia pasiva.
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Khan Abdul Ghaffar Khan |
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