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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL


Morris West, uno de los escritores más leídos en todo el mundo ("El abogado del diablo", "Las sandalias del pescador"), ejerce plenamente e | derecho de usar su pluma como un escalpelo e incursiona con agudeza en la conciencia del hombre actual. Fascinado, bucea en la región de sus fuerzas acicateantes: la política, la moral, la religión.
por RUBI RUBENS
revista Vea y Lea
agosto 1964


Morris West, 48 años

Con vista a esta playa, se levanta sobre los cerros boscosos de Avalon la casa de la familia West: Joy, Morris y cuatro hijos

 

 

 

—SOY ESCRITOR; y soy católico. Pero hay que considerar ambos hechos independientemente.
—¿Acaso no opina usted que su conciencia religiosa influye en su obra?
—Así debe ser. Un hombre escribe con aquello que es. Yo soy, en el pleno sentido de la palabra, un creyente. Creo en un Dios personal: esto no significa que yo sea un hombre malo o un hombre bueno, simplemente define mi idea religiosa, la que inspira mi punto de vista sobre la vida. Y desde ese punto de vista escribo.
—¿Podría esto, tal vez, dar lugar a un paralelo entre usted y Claudel?
—¡Ah, no! ¡No, yo no soy un Claudel! El se mueve en un área de misticismo. Yo soy un pragmático.
—¿Tal afirmación no contradice sus ocho años de noviciado en el Roman Catholic Order of Christian Brothers, donde usted estuvo a punto de ordenarse?
—Esa no fue una experiencia mística, sino pragmática. Aun dentro de los monasterios los místicos son excepcionales. Además, en lo que a mí se refiere, descubrí que la práctica de la religión, en forma monástica, no era mi vocación.
Morris West volvió a la vida secular cuando corría el segundo año de la última guerra mundial. Era un joven de 25 años, cuya completa ignorancia de la mecánica de la vida civil se traducía en hechos como detenerse, fascinado, a observar una pelea callejera de perros, no saber adquirir un boleto de tren y tener que aprender cosas tan elementales como hacerse el nudo de la corbata. Del monasterio pasó, directamente, a formar parte del ejército australiano, en una experiencia que él define como "impacto emocional". Su asiento fue la ciudad de Victoria; allí escribió el primer libro, "La luna en mi bolsillo".
Con la llegada de la paz, su destino lo enfrentó con una serie de decisiones; la elección que hizo en cada caso le fue abriendo el camino que habría de llevarlo a ser (en la actualidad) uno de los seis primeros escritores del mundo en cuanto a recaudación de derechos de autor.
Fue secretario del ex primer ministro William Morris Hughes; jefe de publicidad de Radio Melbourne, de donde salió para ser productor y escritor independiente de programas radiales; publicó historias de aventuras con el cardinalmente opuesto seudónimo de Michael East. Se casó ("Joy lo arriesgó todo al unirse a mí cuando yo estaba tocando fondo. Me sentía inseguro de mí mismo, no sabía de dónde iba a sacar el dinero para nuestra próxima comedia... Es una maravillosa compañera: sin ella, no me hubieran podido suceder ninguna de las cosas buenas"); tiene cuatro hijos.
Un buen día, con el cheque que recibió por su novela "Kundu" —que se desarrolla en Nueva Guinea—, Morris y Joy partieron de Australia rumbo a Europa. Era una suma modesta, pero suficiente para lanzarse a la gran aventura: la liberación de compromisos, horarios y burocracia.
En Nápoles, Morris West reunió el material para "Hijos del Sol". La noche de Año Nuevo, de 1955, estaban fundidos. El libro fue publicado. Con éste, su primer éxito, ganó reputación internacional. Entre otros títulos, se sucedieron luego "La hija del silencio", "El abogado del diablo" y "Las sandalias del Pescador".
—¿Si el éxito me tomó por sorpresa? Bueno, no; una cosa así no sucede de un día para el otro. Da esa impresión... si uno se guía por los reportajes periodísticos. Pero en realidad es de lento crecimiento, algo que se va afirmando poco a poco. Mientras tanto, se está tan absorto escribiendo, que los hechos se materializan antes de que uno se dé cuenta cabal de lo que sucede. Además, tenía fe. Y necesitaba continuar con lo que estaba haciendo, aunque fuera un sucederse de estados de tensión. Yo definiría esta tarea como un aumento de tensiones que, cuando alcanzan un nivel dado, me obligan a liberarme. Pero ese es un azar lógico de la vida. Nada se consigue sin neurosis. Porque al fin y al cabo, una neurosis es una parte normal del ser humano; psicosis, ésa es la enfermedad.

Vive en el barrio residencial de Avalon, a 22 millas del centro de Sidney, rodeado de bosques de gomeros, en la cima de una loma, con vista a la playa. Ha transformado una de las habitaciones de la casa en su escritorio. Hay dos mesas de trabajo: una para él y otra para su secretaria, la hermana de Joy.
Es un hombre alto, fuerte, con rostro de marino y ojos escrutadores. Directo para hablar, rápido para la respuesta, firme en sus opiniones.
Bronceado por el sol, con aspecto de deportista, parece un tanto fuera de lugar en este ambiente de papeles, libros y máquinas de escribir. Está sentado, con los codos apoyados sobre la mesa escritorio. A un costado, un libro abierto: "Israel, años de desafío", de David Ben Gurion. Lo toma: lo hojea con un ademán seguro, como para demostrar un ya existente lazo de intima relación; y lo vuelve a dejar.
—Lo estoy leyendo, adentrándome en el tema de mi próxima obra. Pienso salir del marco de Europa. Además, el tema que tengo entre manos no lo voy a situar en un ambiente católico. No, de ninguna manera. Va a ser un libro con un pie puesto dentro de la historia de los judíos sefarditas de Asia, y el otro en el campo de creencias distantes del cristianismo: el budismo.
"Estoy convencido de que el futuro del mundo depende de nuestra relación con el Lejano Oriente. Y en la confrontación de Este y Oeste he buscado, como puente, al judío sefardita,: a través de los siglos ha sido él el nexo entre Asia y Europa.
Pero esto no es una idea nueva. Morris West empezó la batalla en "Las sandalias del Pescador", cuando se arrogó el derecho de todo el Cónclave y eligió un papa ucraniano. Proclamó, así, primer pontífice no italiano que se sienta en la silla de San Pedro, después de cuatro siglos y medio, al más joven de los cardenales (pelo negro, barba cuadrada; del cuello, colgado junto a la cruz, un icono pectoral; persignación de derecha a izquierda, a la manera eslava). De tal realismo supo dotar a su personaje, que muchos de sus lectores confunden hoy la personalidad del papa literario con la del papa real, y más difícil aún les resulta definir cuál es la senda filosófico-político-religiosa que actualmente marcan las sandalias del Pescador.
Morris West dio vida a un papa que algunos podrían catalogar como "de izquierda", y frente a él, o más bien identificado con él, a Kamenev, jerarca comunista con ciertas inclinaciones liberales. ¿Religión? ¿Política? ¿Acaso conforman una sola filosofía? ¿Dónde corresponde marcar el límite?
—En la mente del hombre, este interrogante crea un gran problema de lealtad al identificarse a la Iglesia con grupos políticos, cuando en realidad debería limitarse esa identificación a principios sociales. En este sentido, el papa Juan XXIII llegó muy lejos al afirmar que existían enfoques en la aplicación de la "acción comunista" que podrían recomendarse a los cristianos, si bien se niega la "filosofía" sobre la que se apoya la misma. Juan el Bueno estaba resuelto a enfrentar las consecuencias de la aplicación de ese principio. No es cuestión de seguir esperando y esperando siempre. La inacción es lo que anula. Eso, eso es lo que pasa en toda comunidad de ideas religiosas: se llega a un estado en el que se afirma "Todos son mis hermanos", pero nadie responde a sus propias obligaciones. Siempre usamos la misma excusa: "Tengo que hacer algo, pero todavía no ha llegado el momento propicio. Es cierto que mi hermano se está muriendo, pero aún no me conviene ayudarlo".
—Existe una estrecha relación entre estas palabras suyas y lo que usted, con referencia al Brasil, le hace decir al cardenal Clemente Platino, prefecto de la Congregación para la Propagación de la Fe: que "no se puede predicar desde el pulpito no robarás, y luego permanecer inactivos cuando se cometen injusticias políticas o sociales contra aquellos que se sientan a escuchar tales prédicas".
—Por supuesto. Creo, en forma clara y firme, que la Iglesia existe para la salvación de las almas de sus fieles, mediante la aplicación de principios morales, relacionados con las actividades normales de la vida diaria. Para preservar su autoridad moral, la Iglesia jamás debe identificarse con un partido o con un sistema político. Pero ha de conservar siempre, en su propia acción, el derecho de decir a los políticos: "En lo que realizan, esto está bien hecho, aquello está mal; por su parte, los hombres que se oponen a vuestra acción, hacen bien en aquello y mal en esto".
—En tal caso, ¿admite que la Iglesia juzgue a la política?
—Claro, porque la Iglesia nunca puede desligarse de este aspecto político, ya que él hombre es un "animal político" que tiene un alma inmortal. Por lo tanto, cada acto político es, en el fondo, un acto moral. Por ejemplo, dar o negar vivienda a gente que lo necesita es, fundamentalmente, un acto político basado en los conceptos morales que establecen si un hombre debe o no recibir vivienda adecuada a su dignidad humana. Pero en tal caso, decir: "Los peronistas dieron viviendas, por lo tanto apoyamos a los peronistas", haciendo referencia a la Argentina, o "El Frente Obrero otorgará seguro social gratuito, por lo tanto favoreceremos al Frente Obrero", ésta es una acción política que la Iglesia no debe tomar. Sólo le cabe afirmar: "En lo que respecta al hecho de que el peronismo se ocupó en solucionar el problema de la vivienda, estuvo bien. Otras partes de su programa pueden considerarse negativas". Hay que aclarar bien este punto, para que no existan confusiones al respecto. Y debe actuarse en forma rápida y critica para prevenir una desubicación de la Iglesia.
—¿Puede uno situarse, entonces, en posición de crítico de la Iglesia?
—Bueno, por empezar, hay que dejar establecido que la Iglesia es sólo un aspecto de la religión, y por más perfecta que sea, es una organización formada por seres humanos falibles. Eso da lugar a críticas... como la mía. Yo nunca he pedido "imprimata" para mis libros, jamás he solicitado el visto bueno a una autoridad eclesiástica. Sencillamente, los escribo y los publico: considero que están de acuerdo con la fe que profeso, la cristiana. Tal o cual católico puede desaprobarlos, pero la Iglesia en sí no se ha pronunciado sobre los mismos. Claro que dentro de ella hay quienes no aceptan mis puntos de vista, como el caso de un crítico católico que en un comentario sobre "El abogado del diablo" afirmaba que es un libro donde priva el problema del sexo, "calculado para corromper la moral de los jóvenes". Era un loco, por supuesto. Yo, por mi parte, poseo un derecho fundamental, garantizado por mi conciencia y por la autoridad de la Iglesia; de decir la verdad como yo la veo.
—Sin embargo, las autoridades eclesiásticas se niegan a aceptar ciertos interrogantes.
—Tal vez ésa sea la experiencia que usted tiene en Sudamérica, donde hay una Iglesia un tanto provinciana y regida en forma medieval. Pero tal actitud es tan sólo un defecto de algunos católicos en su calidad de seres humanos, pero no en la verdad que ellos representan.
—Me está señalando divisiones políticas, nacionales y hasta localistas. ¿Pero la Iglesia no es, acaso universal?
—Si.
—Entonces, ¿lo que es valedero en un lugar no debería serlo también en los demás?
—No. Lo que se profesa creer es universal, pero lo que se puede pensar y practicar diverge muchas veces de los fundamentos de la verdad.
—¿No le corresponde al Vaticano custodiar la esencia de la religión?
—Sí, y puede aprobar o no una acción local de tal o cual arquidiócesis. Aconseja, y a veces se equivoca. Pero aclaremos: el Vaticano no es la Iglesia. Es un cuerpo, una corte cuya cabeza es el Papa, y cuyos ministros son ministros de la Iglesia.
—¿Cuál es, en tal caso, su definición de la Iglesia?
—La Iglesia es Cristo y los hombres a través de Cristo. Lo fundamental es no permitir que la Iglesia cometa el error de construir primordialmente alrededor de sí misma, en vez de hacerlo sobre Cristo.
—¿Y el hombre?
—Para mí él hombre es, en su forma natural, un animal religioso en el sentido más amplio que se pueda dar a la palabra "religioso". Creo que es el producto de un acto divino de la creación: por lo tanto, cada uno de sus actos tiene un aspecto religioso, tanto en lo referente a si mismo como a su destino.
—Desde la Iglesia y entre los hombres, ¿cuál es la posición del Papa?
—Precisamente ésa, venir "desde" y estar "entre", porque la razón de su existencia son Cristo y la gente. Es "el Siervo de los siervos de Dios".
West se levanta, camina hacia una de las repisas agobiadas de libros y toma un ejemplar de su último "best seller". De pie, lo abre e indica:
—Aquí, en el segundo capítulo, el nuevo papa ha reunido a todos los cardenales, en la víspera, de su coronación. Y así explica Kiril I su oficio: "Os preguntáis dónde quiero conduciros, dónde quiero conducir a la Iglesia. Os lo diré. Quiero conducirlos nuevamente hacia Dios, a través de los hombres. Comprendedlo así, comprendedlo en vuestras mentes y en vuestros corazones, con obediente voluntad. Somos lo que somos para servir a Dios sirviendo al hombre. Si perdemos contacto con el ser humano, con hombres que lloran atormentados en la oscuridad, pecadores, perdidos y confusos, con mujeres angustiadas y niños que sollozan, entonces nosotros también estamos perdidos, porque habremos sido pastores negligentes, que lo han hecho todo, excepto lo que era necesario".
—¿Es él, para usted, la personificación del papa ideal?
—Sí.
—¿Y la idea que él representa, la perfección del pontificio?
—Eso pienso.
—¿Usted habla a través de Kiril I?
—Así es. Y de cada uno y de todos los otros personajes. ¿Que hay opiniones opuestas, caracteres contradictorios, enfrentamientos? El hombre es una criatura plena de contradicciones. Yo me atengo a la paradoja, a la dialéctica de la naturaleza humana que se desarrolla dentro de todo hombre.
—¿Ha tratado usted de marcar soluciones definitivas con "Las sandalias"?
—Bueno, no: el libro no resuelve los problemas. Por ejemplo; aquí, al final, Kiril I escribe en su diario... "El misterio del mal es el más profundo de los misterios. Es el misterio del primer acto creador, cuando Dios dio existencia al alma humana, hecha a su propia imagen, y la enfrentó a una aterradora elección: centrarse en sí misma, o centrarse en El, sin quien no podría subsistir... El misterio se renueva diariamente en mí, como lo hace en cada hombre nacido de mujer. ¿Dónde voy? ¿Hacia dónde me vuelvo? Se me llama como a Moisés para que interceda por mi pueblo en lo alto de la montaña. Y aquí toma forma, otro misterio: que yo, a quien se le pide que dé tanto, me encuentra tan pobre en las cosas que son de Dios...". Ya ve, como broche de una obra no se lo puede catalogar como una declaración revolucionaria. Pero otras cosas sí han despertado cierto asombro: un adelantarme a los acontecimientos, casualidades...
"Introduje en el Vaticano a un personaje como Kiril Cardenal Lakota, antes del arribo a Roma del cardenal Agaganian, figura que presenta características muy similares...; menciono la creciente desconfianza entre Rusia y China; planeo para el papa viajes al extranjero ("Quiero cruzar las fronteras de Europa y los océanos del mundo para ver a mi pueblo"), y. ..
"Aquí, en este cajón, está el original de "Las sandalias". Fíjese... en la carta que Kamenes le envía a Kiril I, marcándole los límites a los que aceptaría llegar con el fin de preservar la paz: "No volveríamos a presionar en Berlín y dejaríamos de lado, por el momento, el problema de Alemania Oriental. Interrumpiríamos las pruebas nucleares a cambio de la seguridad de que los Estados Unidos también las suspendieran Y lea esto: "Aceptaríamos desmantelar nuestras bases de cohetes en Cuba".
"Terminé de escribir el libro en agosto de 1962. Antes de mandar la prueba final a la imprenta, resolví suprimir esta última frase: nadie hubiera creído que era anterior a los hechos reales.
"El tiempo va concretando mis palabras. Me quejo de que "con demasiada frecuencia, la tradición es un obstáculo al esfuerzo apostólico"; e insistí que "a menudo se dejan de hacer cosas por hábito y por tradición más que por falta de buena voluntad... Burocracia... Veamos si podemos hallar más sacerdotes y menos burócratas, menos funcionarios y más almas sencillas que comprendan el corazón humano". Y ahora, en el Concilio Ecuménico, ¿no se está, acaso, tratando de ir salvando esos escollos?
—Entre los puntos tratados en el Concilio, ¿cuál considera usted el de mayor importancia?
—El de la libertad de conciencia, garantizando la libertad individual. Se ha criticado muchas veces a la Iglesia por fallar en este aspecto. Basta tomar como ejemplo lo que sucede en España: en la práctica, sólo exige libertad para la conciencia cristiana, cuando en realidad debe reclamarla para todas las conciencias. La ecuanimidad cristiana tiene como base el concepto de que todos los hombres, sea cual fuere el tono de su creencia, son hermanos entre sí e hijos del mismo Padre. Cada paso qué se dé en esa dirección es valiosísimo. Y en este sentido, es de capital importancia la recuperación del Concilio por las actitudes antisemitas.
—Otro tema que usted ha tratado, y que estudia el Concilio, es la colegiabilidad, con el restablecimiento de la autoridad individual de los obispos y su participación, junto al Papa, en la dirección de la Iglesia. Al mismo tiempo, este hecho les dotaría de mayor autoridad en la zona de influencia de su propia diócesis, y limitaría el poder de la Curia.
—Efectivamente, y es algo a lo que he dado mucha importancia en "Las sandalias del Pescador". El Concilio aún no ha tomado decisión a este respecto. Pero... quisiera aclarar algo. Cuando escribí el libro, ésa era mi opinión: consideraba que eran resoluciones necesarias, fundamentales. Desde mi punto de vista, no cabían concesiones para dudas. Sin embargo, tras un viaje que hice posteriormente a Vietnam del Sur, ya no me sentí tan seguro. Allí pude observar qué puede suceder cuando una iglesia regional ejerce demasiada autoridad. Teniendo a su frente al arzobispo Ngo Tinh Thuch, hermano del presidente Ngo Dinh Dien, era una iglesia de tendencias reaccionarias que, con su persecución al budismo, negaba la esencia de la ecuanimidad cristiana. Comprendo ahora que la solución no es sencilla. Si las fuerzas que controlan la iglesia local son reaccionarias, admito que hace falta una fuerza externa para crear un equilibrio justo. Por otra parte, no habría de requerirlo en caso de que fuera, de por sí, de real tendencia progresista.
—¿Qué es, para usted, una iglesia progresista?
—Aquella cuya enseñanza y cuya acción se basan sobre el desarrollo consecuente de los principios cristianos primitivos. Resulta difícil generalizar, pero podría señalarse como ejemplo algunos lugares de Alemania; también, sorprendentemente, se presenta en ciertas áreas norteamericanas, aunque al mismo tiempo se observan allí otras zonas de contraste en las que privan fuerzas de extrema reacción. También en Francia... pero es bien sabido que donde existe una acción progresista se halla siempre, como contrapunto, una tendencia reaccionaria. Paralelamente a la estructura histórica y medieval que prevalece en un sector de la Iglesia, se está haciendo notar un movimiento crítico reformador y vivo, aunque tal vez aún no suficientemente desarrollado. Haciendo un balance general, creo que las fuerzas del progreso están ganando terreno. No dudo que algunos de los trabajos más valiosos que se están realizando en Sudamérica, en la misma Argentina, se hallan a cargo de sacerdotes que desarrollan su obra en base a nuevos conceptos que divergen de los de sus colegas más tradicionalistas. Esa fuerza vivificadora es el fenómeno de la naturaleza humana y de la Iglesia, y es lo que nos preserva del caos de la selva. En ella hay, a mi entender, una chispa divina que siempre la mantiene en conflicto con la fuerza autodestructora que constituye parte de la esencia del mundo. En otras palabras: nunca, ni aún en las más monstruosas manifestaciones del mal, como por ejemplo, la matanza de seis millones de judíos en los campos de concentración alemanes, ni aun allí, se apagaron las luces titilantes que mantienen viva la visión del hombre como un ser hecho a la imagen de Dios. Eso es lo que creo. Si así no fuera, uno se saltaría la tapa de los sesos. 

 

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