El caso Solyenitsihn
Después de una larga lucha contra el régimen soviético, Alexander Solyenitsihn debió emprender el camino del destierro a Alemania Occidental. El punto crítico fue su novela "Archipiélago Gulag" que provocó injustas acusaciones sobre el gran escritor ruso y produjo su alejamiento de la URSS. Una personalidad brillante, para muchos un símbolo de la lucha por la verdad.

 

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Llega a casa de su amigo Heinrich Boll, en Alemania Occidental.


Junto a Boll Premio Nobel de Literatura 1972


 

Barba "collar" sin bigote; fina mano que ajusta la "chafka" en la cabeza; cara escapada de un cuadro holandés: Alexander "Sasha" Solyenitsihn es desde hace unos meses amigo de uno sin saberlo. Cómo no serlo si desde hace ya 30 años viene peleando solo contra todas las Rusias o, por lo menos, contra aquellas que no dejan que él siga siendo un ruso total. Ese que por encima de zares y stalines reclama la mínima postulación de cada ruso: convertirse en icono, sentir toda la condición humana (no el pedacito que digita el comisario de turno). Ese que tanto en la épica como en la mística hace suyo el compromiso de ser contemporáneo de dioses y demonios, es decir un pariente de todos. Cuesta imaginarlo ahora al ex Siberia deambulando por Europa en busca de una 'dacha' occidental. Y en Suiza, nada menos. Cuesta verlo viajar con el cáncer en la entraña (el que hasta podría curarse) empujado fuera de las fronteras de su patria que no abandonó en 55 años. Remitido del pabellón de cancerosos al pabellón de exiliados. Esa enfermedad mayor que por alguna razón los antiguos griegos solían inocular como pena capital, dado que era, y es, a nivel de los auténticos, más agobiante y final que el garrote o el vodka. O que la muerte: el exilio.
Sasha repite así, casi 100 años después, el destino de otro padre de la infinita literatura rusa. Como él, Fedor Dostoievski osó describir los pies de barro del zar, tratarlo como hombre, como ruso común. Le valió una larga temporada en el invierno-infierno ruso, protagonizar la escenografía de una fusilasión que por poco lo alcanza. Le valió la desesperanza cuando también una enfermedad de fondo (esta vez la epilepsia) le hacía galopar la sangre hasta los límites del delirio. Tanto Sasha como Fedor se habían iniciado en la disciplina científica y elegido la palabra pravda (verdad) para mostrar a su pueblo cómo era la Rusia que ellos vivían. Y ambos espiritualistas, cristianos últimos, sintieron que la realidad no terminaba en la aldea del siglo 19 o en el koljos de siglo 20. A un siglo de distancia rechazaron el clásico aforismo ruso que dice: "Quien quiera decir la verdad más le valga hacerlo fuera de la ciudad". Se quedaron y la asumieron. Comprendieron que su destino estaba en esa tarea fulgurante, generadora, de repasar uno a uno los huesos de los doloridos, de los marginados, de los injustamente azotados por las corrientes díscolas de la historia. Uno y otro fueron servidores de la política de lo permanente y ocuparon su papel de testigos hasta el final. Hasta casi la muerte. No por otra cosa hace una semana Alexander Sasha Solyenitsihn fue metido a la fuerza en un avión y a las pocas horas, abotagado, sintió como pesadilla que el cartel "Frankfurt" le estaba diciendo a sus ojos que Rusia había quedado atrás. ¿Por qué?

RETRATO DE FAMILIA
Kislovodsk es una ciudad estival del norte caucasiano. Escritores aristócratas y rebeldes como Lermontov, Pushkin y Tolstoi han dejado allí las huellas de su paso.
9 meses después de terminada la primera guerra mundial y 13 después de surgida la revolución, el 11 de diciembre de 1918, nace en un hogar de intelectuales de origen campesino, Alexander Issaíevitch Solyenitsihn. Su padre, un estudiante de filosofía, muere tras batirse bravamente en la Prusia Oriental. Sasha no conoció a su padre. Su madre quiso evitarle el rigor de un padrastro y optó por la viudez permanente. Solyenitsihn lo lamentaría más tarde: "Afrontar la severidad en una edad temprana es, en general, saludable para un muchacho". Otras severidades lo aguardaban. A los 4 años su madre encuentra un trabajo de taquidactilógrafa en Rostov, en las riberas del Don, donde él inicia sus estudios y viven en condiciones pobrísimas. "En verdad no he sabido hasta hace poco lo que es el agua corriente en una casa". Obstinado, brillante, minucioso, se acostumbra muy pronto a la duda. Su infancia y adolescencia cabalgan sobre una época que muere y otra que nace, y en el marco austero del primer plan quinquenal tiene tiempo de ir analizando a su país mientras aguarda en las interminables colas frente a los almacenes que su cupón se convierta en la comida que falta. En esa edad rebelde lo alcanza una noticia que rebela a media Rusia: el asesinato de Kirov, con el que comienza el período de los grandes procesos. Es en ese momento en el que Sasha empieza a medir la distancia que separaba los dogmas de Stalin de las ideas de Lenin. "A los 13 ó 14 años no solía ir a corretear por las calles una vez acabados los deberes sino que me quedaba en casa leyendo los periódicos. Sabía los nombres de todos los jefes del partido, conocía sus cargos, los nombres de los jefes militares soviéticos, de los embajadores soviéticos en todos los países y los de los extranjeros en la Unión Soviética. Leía todos los discursos pronunciados en el Congreso, había leído las memorias de los viejos bolcheviques y la ondulante historia del partido. Sea porque tuviese el oído virgen, sea porque leyese más que lo que había en los periódicos, notaba con claridad lo que había de falso en esta manera sofocante y abusiva de poner siempre por las nubes a un solo hombre, y siempre el mismo. Si él era todo, ¿no significaba esto que los demás no eran nada? Era algo tan exagerado, tan increíble, tan descomunal, que sólo una oreja de piedra podía no comprender que se trataba de una mentira..." Esto dice el personaje Gleb Nerjin en "El Primer Círculo", una novela autobiográfica donde Gleb es Sasha. Donde comienza a gestarse, seguramente, la respuesta al ¿por qué? de medio siglo después.

EL SOLDADO, EL PRISIONERO, EL ESCRITOR
En 1936 ingresa en la Universidad, donde es aventajado estudiante de física y matemáticas. Pero ese mundo equilibrado le demandará muy pronto otra búsqueda: la del "2 más 2 son, a veces, 5", como decía Dostoievski. Así, en 1939 emprende estudios literarios por correspondencia en el célebre Instituto de Moscú. ("Estaba ansioso de escribir pero (...) no sabia sobre qué tema.") Aquí se desprende otra clave de su obra: no se trata de un autor de mundos subjetivos, ajenos a lo real. Se alimenta de lo que le pasa a su alrededor, de la experiencia, del gesto y el acto de los otros, de Rusia, en suma. Y es Rusia la que le pide empuñe las armas. En la primavera de 1940 Sasha asumirá tres realidades que vivirá en un solo plano: el conocimiento de su patria, la guerra y el amor en una estudiante de química de 20 años, con quien se casa.
El flamante físico matemático es movilizado en una unidad de transporte y por "razones de salud" puesto como soldado a cuidar los caballos del cuerpo. Dos años después se especializa como artillero y en 1943 toma el mando de una batería. Su actuación bélica es meritoria y concluye con la paz. Pero otros enemigos habría de conocer en esta etapa. Una carta suya a un amigo es interceptada por la policía secreta. En enero de 1945 es llamado por un comandante y el general, visiblemente incómodo, le pide la pistola Solyenitsihn se la entrega y dos oficiales le arrancan los galones de capitán y las condecoraciones. "Todavía oigo el tronar de los cañones —recordaría después—. Mientras me llevaban prisionero el general Travkin tuvo el gesto de estrecharme la mano. Ese sacudón de manos fue uno de los actos más valientes que presencié en la guerra". En las cartas al amigo había reflexionado críticamente sobre la manera de abordar la guerra y otros temas, inclusive Stalin, aunque sin nombrarlo. "Hacía mucho que yo tenía puntos de vista críticos. Tenía la impresión de que se había alejado del leninismo, que era responsable de las derrotas de la primera mitad de la guerra, que era un teórico mediocre, que usaba un lenguaje grosero. Todo eso lo puse en mis cartas por atolondramiento juvenil". Está "infantil ingenuidad" seria "condecorada" con 8 años de campos de concentración o "de trabajo". Los 5 primeros en la famosa Lubianka de Moscú, y los otros 3 en una gran cuenca carbonífera del norte de Kazajstan, república asiática de la URSS. Allí trabajó como minero, albañil y más tarde como fundidor. Allí aprende la soledad. Su madre había muerto en 1944; de su mujer se había divorciado en 1951. En la cumbre de la madurez su mundo se reduce a tener un número en la frente, sobre el pecho, en las rodillas, en la espalda. "El mío era Ch. 232". Allí nace "Un día en la vida de Iván Denissevich",
Lo liberan un mes después de cumplir su condena, en febrero de 1953. Y un mes después, mientras caminaba por primera vez libremente por una aldea, desde un altoparlante escucha la noticia más estremecedora desde la muerte del zar. La de que Stalin acababa de morir. Un año más tarde el cáncer de estómago que lo mina lo lleva al hospital de Tashkent, donde con un pie en la muerte cura espectacularmente en pocos meses. Sasha vuelve a vivir. Su nueva etapa estará sellada por la aparición de un nuevo hombre ruso: el del deshielo. Nikita Kruschev surge en la cresta de la ola que hace temblar a todo el aparato stalinista. Para Sasha su reciente libertad, su triunfo sobre el cáncer, son símbolos de un deshielo interior. Inicia un ciclo creador que da en 1955 "El primer círculo". Se instala en las mismas entrañas de la Rusia Central, en casa de una vieja labriega, y reinicia su labor de profesor. También sin esperanza de que fueran publicadas alguna vez, acomete "La casa de Matriona" y "Un día en la vida de Iván Denissovich". Su figura comienza a perfilarse públicamente. Se lo rehabilita en 1957 y un año después vuelve a casarse con su primera mujer. Súbitamente la aparición de "Un día en la vida..." se transforma en trampolín, en el portavoz de las víctimas de Stalin que Kruschev necesita. Sus libros revierten su destino. De testigo pasa a ser acusador, de perseguido a mártir. No será una lucha fácil: los altercados con la Unión de Escritores concluirán con su expulsión, en 1969. Otro momento clave de su vida.

APUNTEN A SOLYENITSIHN
El 4 de noviembre de 1969, con la presencia de 6 de los 7 miembros de la filial Riazan de la Unión de Escritores se enjuicia "la relación del camarada Solyenitsihn con la literatura y nuestra organización". Tras destacar que todos esperaban que Sasha se convertiría "en la estrella de nuestra filial", le achacan: 1) Inasistencia a las reuniones; 2) No prestar colaboración a los escritores jóvenes; 3) Publicar en el extranjero; 4) Creerse más inteligente que sus colegas; 5) No leer manuscritos de los demás, etc. Uno de los fiscales literarios se ensaña con su obra "La casa de Matriona" y dice: "¿Dónde vio Solzhenitsyn a una mujer sola como ésa, con esas melancolías y ese gato, sin que nadie venga a ayudarla? ¿Dónde se encuentra esa Matriona? Yo esperaba que él escribiera las obras que el pueblo necesita. Pero ¿dónde hace publicar esas obras? ¿De qué hablan? No lo sabemos. Solyenitsihn se ha apartado de la filial y manifiestamente habrá que separarse". Se le ceden a Sasha 10 minutos para replicar. Y replica: "Nadie conoce mis novelas y puede decirse de ellas lo que se quiera. Se dice, por ejemplo, que "El primer círculo" es una "pérfida calumnia a nuestro sistema social", que ¿quién ha probado eso, quién lo ha mostrado, quién lo ha ilustrado? He aquí cómo se procede con mis escritos, por lo general: si hay alguno del que yo mismo reniego, como "El banquete de los vencedores", entonces procuran hablar de él y "explicarlo" lo más posible. Si, por el contrario, hay otros cuya publicación inmediata solicito, como "Pabellón de cancerosos" o "El primer círculo", se las disimula y silencia. Y el libro de actas registra en seguida lo siguiente:
Barartov (presidente de la sesión). —Se le ha terminado el tiempo.
Solyenitsihn —¿Cómo se puede mencionar el reglamento? Me va la vida en esto.
Matuchkin —Tengo que hacerle una pregunta: ¿cómo explica que Occidente lo publique con tantas ganas?
Solyenitsihn —¿Y cómo me explicaría usted que se nieguen con tantas ganas a publicarme en mí país?
Se vota, y por 5 votos a favor y uno en contra se echa a Solyenitsihn de esa filial y días más tarde de la Central de Escritores de la URSS.
Este capítulo de su drama había comenzado dos años antes, al ser cuestionado técnicamente entre sus colegas. Uno de ellos, Alejandro Surkov, dejó nítida otra clave al decir: "Las obras de Solyenitsihn son más peligrosas para nosotros que las de Pasternak. Pasternak era un hombre desencantado de la vida, mientras que Solzhenitsyn tiene un temperamento vivo, batallador, determinado ideológicamente". Expulsado, vuelto al silencio de donde el triunfo literario y la estrella fugaz de Kruschev lo habían sacado, se convierte en un paria. En 1969, retirado de oficial, con su magra pensión de inválido de guerra, se instala en la dacha del violoncelista Rostropovitch. Vive desde entonces con Natalia Svetlova, una joven matemática que en diciembre de 1970 le da su primer hijo. Un mes antes había renunciado a viajar a Estocolmo para recibir el Premio Nobel de Literatura que se le había otorgado. ¿Por qué no va? En su respuesta está otra vez su grandeza rusa: "Temo no poder regresar". Y se queda.

EL PREMIO NOBEL DE LA VERDAD
Tolstoi escribió: "El héroe de mi cuento, al que yo amo con todo el poder de mi alma... es la Verdad". Paradoja: verdad se dice "pravda" en ruso. Y fue el "Pravda" quien supo ensañarse con mayor celo contra este continuador de la ética tolstoiana. No de otra forma se explica la tozuda insistencia en enmarcar cada paso de su vida en la búsqueda de las claves de la realidad de su patria. En este sentido Solzhenitsyn se alza como un censor, como un faro que ilumina los grandes pedazos últimos de la historia rusa, poniendo el dedo en la llaga de la ética no de la estética. Por lo mismo su prosa es satírica, punzante, difícilmente asimilable para los burócratas literarios o políticos del sistema. Tras ser galardonado con el Premio Nobel se alzan contra él furiosamente, lo califican con los epítetos más graves y lo acosan policialmente. Inmutable, dueño de una serenidad victoriosa, Sasha continúa su obra permanente, la que lo llevaría a iniciar el gigantesco "Agosto 1914", o a responder con todo su fuego a las diatribas: "Limpiad la esfera de vuestros relojes, están atrasados respecto a nuestro tiempo. Corred las cortinas que tanto os gustan. Ni siquiera suponéis que afuera es de día".

UNA MUJER LLAMADA ELIZABETH
El "Archipiélago Gulag" colmaría el vaso. El drama comenzó a precipitarse medio año atrás. Una mujer llamada Yelizaveta Veronyanskaya tenía consigo para guardar en Leningrado una copia manuscrita del libro. La KBG, según Solzhenitsyn, detuvo a la mujer y tras 120 horas de mantenerla sin dormir consiguió que revelara el lugar dónde estaba escondido el texto. Sasha ya había hecho sacar otra copia al Oeste. La mujer, arrepentida por no haber podido cuidar el secreto, volvió a su casa y se ahorcó, Solzhenitsyn contraatacó: dispuso que se publicaran los dos primeros volúmenes de los 7 que integran la obra, y así se hizo en París. El 28 de diciembre último salió a la venta el primer tomo de 606 páginas y el 2 de enero los medios periodísticos rusos lanzaron su ofensiva de verano contra el traidor que acababa de dar "un regalo de fin de año a los enemigos de la Unión Soviética", De "prozarista" a "prohitlerista", todos los denuestos cayeron sobre el inmutable Sasha, quien, ante los que escribieron que había publicado "Archipiélago Gulag" por dinero, respondió: "Al sugerir esto, mis adversarios han osado escribir en los ojos cerrados de los muertos". La campaña se atenuó y tomó un rumbo más drástico. El 8 de este mes la policía golpeó la puerta de su casa, citándolo a presentarse ante el fiscal. Su esposa los rechazó. Volvieron a citarlo dos veces más, sin éxito. Llegó entonces la orden final. Siete policías irrumpieron violentamente y lo llevaron detenido. Occidente supo antes que la exhausta Natalia Svetlova que Sasha había sido puesto en un avión y depositado en el aeropuerto de Frankfurt. Heinrich Boll, premio Nobel de Literatura de 1972, fue el primero en acudir en auxilio de su colega. Tras unas horas en Alemania el detonante escritor se albergó en Suiza, en la que espera el arribo de su mujer y sus cuatro hijos. En su pasaporte las autoridades suizas sellaron una permanencia de tres meses, pero muchos
países del globo se disputan ahora el hospedaje. Sereno, sin quitarse su clásica "chafka" de la cabeza, Sasha no parece alterarse por los picos dramáticos a los que lo conduce su búsqueda, su "crónica de la verdad", como él la llama. Suele, sí, detenerse para insistir en una frase suya que resulta el andamiaje donde ha levantado una de las obras literarias más polémicas, de este siglo: "Si década tras década no se permite a nadie contar la realidad tal como es, los cerebros humanos se harán irreparablemente oblicuos, hasta que resulte más difícil comprender a un compatriota que a un hombre de Marte". Una frase que evidentemente desborda a Rusia y sirve de llamador para las conciencias de todos los terrestres.
ESTEBAN PEICOVITCH
Revista Siete Días Ilustrados
21/02/1974


El libro que desató la tormenta
Acosado por su historia personal y la ripiosa política oficial soviética, Solyenitsihn se decide y publica en Occidente las páginas que en su país sólo se conocen en samizdat, esto es, versiones hechas en máquina de escribir que van de mano en mano como una tea, preocupando a los dueños de la ortodoxia, "Dedico este libro a todos aquellos que murieron sin hablar, y a ellos les pido que me perdonen por no haberlo visto todo, por no haberlo recordado todo, por no haber adivinado todo".
Tal el comienzo de "Archipiélago Gulag", su último detonante y causa del reciente exilio. "Archipiélago Gulag", esto es el mapa intermitente de los campos de concentración en los que miles de rusos, durante el stalinismo, sucumbieron por no decir que sí al no de turno. El testimonio de decenas de miles de sacrificados en pos de una idea personal más que la idea de un pueblo. "Archipiélago Gulag", recuento de las islas donde ocurrió una de las más terribles represiones del siglo. Geografía salvaje de prisiones donde el hambre llegaba a límites fantásticos y donde fue posible que más de un preso la mitigara comiendo lagartos prehistóricos descongelados que el hielo había conservado de 10.000 años atrás. "Este libro jamás lo hubiera escrito una sola persona. Además de las experiencias que viví en el archipiélago, este libro contiene —en la piel de mi espalda y en el ojo de mi mente— materia adicional: las historias, las memorias y las cartas de otros 227 seres humanos. Pero aún no llega el momento en que yo me atreva a dar sus nombres". Todo el libro es un recuento, un minucioso trabajo de científico para desarmar en el presente soviético de 1974 la tremenda, ominosa realidad que les fuera contemporánea cuando Stalin y que la historia silenció. Aquí puede encontrarse otra vez la línea ética que mueve la pluma de Solzhenitsyn. Antes que detenerse a reflejar lo que pasa en la actualidad es importante desmontar las mentiras del pasado. Sólo así podrá levantarse una Rusia justa, ajena por igual a las arbitrariedades de un zar o un Stalin. Y otra vez aquí el símil inevitable con Fedor Dostoievski, quien en su "Diario de un Escritor" sentenció: "Pero, sobre todo, no os asustéis de vosotros mismos. No digáis: 'un hombre solo no es lo mismo que un ejército', y cosa por el estilo. Quienquiera que desee sinceramente la verdad es terriblemente fuerte".
Si un libro —"Un día en la vida de Iván Denissovich"— introdujo a Solyenitsihn en el pueblo ruso, otro —"Archipiélago Gulag"— es el que lo lleva fuera de Rusia. Aquél fue sinónimo de un deshielo y duró lo que tal. Este es sinónimo de un congelamiento que, según se sabe, es condición más habitual del hielo. El hecho que Sasha terminara en Occidente y no en Siberia tiene su significación paralela. Las antenas de la geopolítica registran más irritativamente la destrucción de un gran hombre qué su marginación.
Queda en pie un interrogante que late en toda la obra de este escritor: ¿Es posible fundar un hormiguero y al mismo tiempo darle a cada hormiga un crédito personal? Tolstoi, Pasternak y muchos otros de Oriente y Occidente piensan que sí.