Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Estudiantes
Un paso adelante, dos atrás

 

Revista Primera Plana
26 de noviembre de 1968

Polonia
Rebelión en Londres

Pasó octubre, noviembre declina, y "la Internacional de los veinteañeros" —como califica L'Espresso, de Roma, al movimiento estudiantil de la última primavera— ya no asusta a Europa, que miraba con recelo el fin de las vacaciones. La fiera está postrada: aún insinúa algún zarpazo, pero no puede ocultar su desgano.
Ni las presurosas incursiones de Daniel Cohn-Bendit (por Italia, Inglaterra, Escandinavia), han encendido los ánimos; tres días de cárcel en su país natal no le brindaron el ansiado martirologio. De nada sirvieron, tampoco, los Congresos estudiantiles de Bolonia y de Bruselas, que anunciaron un "Octubre rojo". Unas pocas marchas pacifistas florecieron las calles, pero la guerrilla urbana se ha desnudado como un mito más. No queda sino la gracia de los slogans; por ejemplo, "Sagrado Corazón de Lenin, haz que siempre venza Ho Chi Minh".

Francia: Todo se ha diluido. Es cierto que la experta policía puso a buen recaudo a la mayoría de los revoltosos, pero la reforma educacional del Ministro Edgar Faure aisló de la mayoría al grupo refractario, que ve en las algaradas una simple escuela para futuros dirigentes políticos.
El 25 de octubre, L'Action, órgano de los estudiantes marxistas, fue saqueado por los jóvenes fascistas del grupo Occident; al día siguiente, un comando punitivo salió a vengar la afrenta incendiando el Relais Odeon, un café de la orilla izquierda, donde se reúnen los tardíos adeptos de Maurras. Pero marxistas y fascistas, por lo menos en Francia, aman la longevidad; no hubo una sola víctima. Usan el plástico para hacer barullo, pero procuran no lastimarse.

Gran Bretaña: La juventud dorada de Oxford y Cambridge —más radicales que las adustas escuelas públicas bajo dirección socialista— tardó hasta el 27 de octubre para soltar amarras. Una multitud de 30.000 personas se concentró en Grosvenor Square, frente a la Embajada norteamericana, para protestar contra la guerra vietnamita. Fue la manifestación más numerosa que recuerden los londinenses de edad madura y expresó, sin duda, la decepción popular causada por Harold Wilson y su Gobierno laborista; pero —irritante sarcasmo— el jefe de policía felicitó a los organizadores del acto por "su disciplina y orden".
Al grito de "¡Ho, Ho.. Ho Chi Minh!", los azuzadores embistieron un cordón de 7.000 bobbies sin armas, que pronto los redujeron a la, inmovilidad. El pakistano Tarik Alí, caudillo de los estudiantes, no quería violencia: pero hubo petardos, piedras, bombas de humo.
Prudentemente, los 26.000 soldados norteamericanos apostados en Gran Bretaña no salieron ese día de sus cuarteles. En Runnymede, a 45 kilómetros de la capital, una mano terrorista hizo estallar la losa que sustenta el monumento a John F. Kennedy. La rotura de los escaparates en el barrio elegante de Mayfair no logró disimular el hecho de que, ocupada la Facultad de Ciencias Económicas, la autoridad académica lograba una avenencia con los representantes estudiantiles.

Alemania: Los regimentados partidarios del lúcido Rudi Dutschke estaban en calma, atragantándose de filosofía revolucionaria, cuando llegó Cohn-Bendit a predicar el frenesí. Arrestado por desorden durante la entrega de un premio pacifista al Presidente Leopold S. Senghor, poeta senegalés afrancesado, roció copiosamente de injurias a su juez, que lo retuvo tres días detrás de unos barrotes.

España: La excusa fue insignificante. El 1º de noviembre, el Gobierno denegó un permiso para evocar al poeta León Felipe, fallecido. Las puertas de la Facultad de Derecho cedieron al empuje juvenil; se oyeron discursos exaltados en el Aula Magna; luego, con los puños en alto y vivas al Che Guevara, los iracundos cruzaron hasta el campus de Filosofía. Estandartes trotzkistas y falangistas flameaban juntos. La policía los dispersó a fuerza de garrotazos. Nuevas demostraciones, clausura de la Universidad de Madrid.
Las verdaderas causas de la agitación —escasez de recursos, profesores dogmáticos, educación clasista, caducos planes de estudio— se confunden con la crisis política latente. El Gobierno aún consigue, sin recurrir a medios excepcionales, mantener a raya a la Universidad y a los sindicatos; pero no puede evitar el crecimiento de la izquierda, cada día más beligerante. Los mineros de Asturias, como siempre, forman la vanguardia; los estudiantes proclaman su solidaridad con ellos y su desdén hacia un tal Franfran (Francisco Franco).
Un reciente decreto permite las asociaciones estudiantiles, pero les veda la actividad política; algunos infractores han sido procesados, otros purgan unos meses de prisión. En definitiva, el decreto trae al Gobierno más dolores de cabeza.

Japón: En el hirviente archipiélago (100 millones de almas), la combativa central obrera apoya a los estudiantes del movimiento Zengakuren, que se protegen con cascos militares y enarbolan bastones. Los une el rencor contra el uniforme norteamericano.
El 8 de octubre, 4.000 muchachos invadieron la estación de Shinjuku para impedir la salida de trenes que llevaban combustible a las bases de USA. Corrió sangre: casi mil heridos. El 21, día de conmemoración antibélica, 700.000 personas reclamaron la devolución de Okinawa, la partida de las tropas extranjeras: su grito fue respondido en 363 ciudades y aldeas. La policía detuvo a otro millar de estudiantes; pero la mayoría de los 500 heridos eran agentes del orden.
El Gobierno extrajo las "leyes especiales" —condenas de seis meses a un año.—, que no aplicaba desde 1952, y el Primer Ministro Eisaku Sato se atrevió a decir: "Respaldamos a los Estados Unidos en Vietnam". Al día siguiente, 8 de noviembre, 4.000 exaltados pusieron sitio a su residencia; fueron dispersados por medio de gases y chorros de agua. La población carcelaria siguió creciendo.

América latina: La mayor inquietud se divisa en el Brasil, con la particularidad de que allí hay un fuerte, movimiento estudiantil de derecha, decidido a emplear centra el otro bando todos los medios, aun el asesinato. La brega es áspera en San Pablo, donde la progresista Facultad de Filosofía y la conservadora Universidad de Mackenzie intercambian a menudo expediciones punitivas. La policía ha debido ocupar las dos.
El 12 de octubre, en Río, puso las manos sobre 1.240 delegados a un Congreso de la proscripta Unión Nacional de Estudiantes; entre ellos estaba su líder máximo, Vladimir Palmeira. Fueron liberados paulatinamente, pero a una docena de cabecillas se les abrió proceso. La "campaña de liberación" estaba lanzada: brotaron los disturbios en Brasilia, Belem, Fortaleza, Recife. El 22, los estudiantes de Medicina de la antigua capital levantaron un cartel con un gorila disfrazado de militar; a los gorilas no les gustó la idea: dos futuros galenos cayeron muertos. La lucha prosiguió durante 48 horas; frente a las veredas del aborrecido O Globo se recogieron otros dos cadáveres: eran peatones que no tenían nada que ver.
Los estudiantes del Uruguay han agotado, al parecer, sus invectivas contra las medidas de excepción; en México, después de la feroz matanza consumada en vísperas de inaugurarse los Juegos Olímpicos, el Gobierno y los universitarios negocian con el dedo en el gatillo.
Así, en todos los países, de Portugal hasta Líbano, una porción de la clase estudiantil intenta repetir la radiante insurrección parisiense; otra, quizá mayor, se integra dócilmente en la sociedad. El motivo de la queja puede ser bien o mal escogido; la mejor fundada es la que enfoca el hecho de que, tal como van las cosas, la Universidad está produciendo más profesionales de los que la sociedad necesita: serán desocupados o tendrán que emplearse en tareas menos nobles. Los Gobiernos no tienen respuesta para ese problema: sólo pueden ganar tiempo. A veces, basta una mínima concesión para que los ambiciosos jóvenes claudiquen: a pesar de su vocinglería revolucionaria, tal vez no buscan sino un lugar bajo el sol.

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Daniel Cohen-Bendit
Daniel Cohn-Bendit en el juzgado

 


 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

 

 

 

 

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