Estudiantes
Un 10 en disturbios

"Mi marido, que hizo la guerra en Argelia, no tuvo tanto miedo como anoche", confiaba la esposa de uno de los gendarmes parisienses heridos por los estudiantes más revoltosos de la historia francesa. Como si la primavera hubiera hecho brotar un impulso virulento, el hemisferio norte se agita al compás de estribillos estudiantiles. Sobre fines de abril, los norteamericanos se conmovieron por los disturbios de la Universidad de Columbia; la primera semana de mayo arrastró consigo el cierre de la Sorbona.
"El Gobierno instruyó a las fuerzas del orden para que dieran prueba de gran paciencia." El comunicado oficial lanzado en París ensoberbecía a los 20.000 jóvenes que habían tomado el Barrio Latino por centro de maniobras. El 2 de mayo, un millar de policías expulsaba a los estudiantes que se habían hecho dueños de la Universidad de Columbia; al día siguiente, una veintena de camiones policiales franceses cargaba con los primeros revoltosos de la Sorbona.
Ese 3 de mayo, París había amanecido como cualquier viernes; los empleados, camino de la oficina, hacían sus planes para el fin de semana; los diarios dedicaban sus títulos principales a la conferencia de la Paz; sólo en las primeras horas de la tarde, la inquietud comenzaba a invadir los ámbitos de la Sorbona. Las protestas de los estudiantes por el cierre de la Facultad de Nanterre, a causa de un movimiento izquierdista, crecían de tono y, a las 4 de la tarde del día 3, las fuerzas policiales desembocaron en la Sorbona: trescientos revoltosos fueron portados mediante un trámite que duró tres horas. Al día siguiente, Jean Roche, Rector de la Academia de París, anunciaba el cierre de la Sorbona, a setenta y dos horas de los exámenes,
Durante una semana, la protesta estudiantil se fue solidificando; el 12 de mayo, la explosión juvenil envolvía a la zona de la Sorbona y la Facultad de Derecho en una nube de gases lacrimógenos como nunca había visto la V República. Amanecía el domingo y aún los estudiantes hacían frente a 2.400 hombres puestos en pie de guerra por el Prefecto Maurice Grimaud. La calle Gay-Lussac se desintegraba y, adoquín por adoquín, pasaba de las manos de los estudiantes a estrellarse contra los cascos policiales. Entre automóviles incendiados y heridos diseminados por el suelo sin atención, las jóvenes gozaban al sacar la lengua ante los furibundos rostros de los uniformados. La agitación pasaba a ser una fiesta; las perspectivas eran aún mejores: las aulas seguirían desiertas mientras quedara un adoquín suelto. El 14 de mayo, cuando la batalla de seis horas del Barrio Latino había sido incorporada a la historia parisiense, el Primer Ministro, Georges Pompidou, anunciaba en la Asamblea Nacional, un proyecto de amnistía para los revoltosos; cuadrillas municipales trabajaban en el reacondicionamiento de las calles. Un censo policial efectuado luego que todas las cabezas heridas fueron vendadas, reveló que el grupo de choque estudiantil está compuesto por 150 desaforados que no son estudiantes, 2.500 combatientes de grupos izquierdistas familiarizados con los métodos de guerrilla urbana, 2.000 estudiantes regulares politizados y una masa cercana a los 10.000, siempre dispuesta a apoyar cualquier motín que signifique la evasión de las aulas.
Este es, finalmente, uno de los motivos principales de los disturbios que azotan a Europa y los Estados Unidos; cansados de conseguir todo lo que quieren, los estudiantes se hallan ante el problema insoluble de no tener problemas. Una ola de insatisfacción social invade a 600.000 estudiantes franceses, a 6 millones de estadounidenses y se extiende por Alemania, Checoslovaquia, Polonia, España, Italia. En Francia, donde los desórdenes alcanzaron una gravedad inusitada, los movimientos están impulsados por la Juventud Comunista Revolucionaria; es un grupo escindido de la organización comunista ortodoxa, y cuenta con un millar de miembros disciplinados que deshojan la margarita entre Castro y Trotsky. A su lado marcha la Federación de Estudiantes Revolucionarios, también con el emblema de Trotsky. Finalmente, está la Unión de Juventudes Comunistas-Marxistas-Leninistas, conectada con las organizaciones obreras y activa distribuidora del librito rojo de Mao Tse-tung.
Estos grupos se alzan contra de Gaulle, contra Pompidou, contra Grimaud y contra los mismos intereses del Partido Comunista francés. Eso fue lo que llevó a la Municipalidad (comunista) de Nanterre, cuna de los desórdenes franceses, a declarar: "Ciertos grupos anarquistas, maoístas, trotskystas y castristas, compuestos por hijos de la alta burguesía y dirigidos por el anarquista alemán Cohn-Bendit, toman como pretexto las debilidades gubernamentales para lanzarse a una tarea de agitación que únicamente sirve para empañar el normal desarrollo de las universidades".
Daniel Cohn-Bendit (23 años), cabecilla de la revuelta en Nanterre y en París, quedó demorado por la policía después de los desórdenes de la Sorbona. Si para los comunistas de Nanterre él es el culpable, también lo es para los parlamentarios degaullistas. Si en Francia fue Cohn-Bendit el que pidió "una Facultad actualizada para los estudiantes", en usa, el ex boy scout Mark Rudd (20 años) lanzó desde la escalinata de la Universidad de Columbia: "Nuestra política es la de descubrir al enemigo y ponerlo contra la pared". Ambos se consideran pioneros del Poder Estudiantil. Ambos están cansados de que a los estudiantes les digan qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. En otro idioma (alemán) pero con el mismo significado, Hanfried Brenner (25 años) explotaba en Berlín; "Nosotros luchamos para hacer que los que son víctimas de las manipulaciones no sean más manipulados". Brenner es uno de los lugartenientes de Rudi Dutschke, jefe de la Liga de Estudiantes Socialistas Alemanes, de la extrema izquierda.
Un atentado contra la vida de Dutschke hizo más duras las batallas de mayo en Berlín; dos muertos coronaron la revuelta estudiantil, que allí tiene como blanco de la rebelión la cadena de diarios de Axel Springer, "un verdadero manipulador de la opinión popular, tendiente a despersonalizar a la población de Berlín", según las acusaciones del grupo de Dutschke.
En Alemania son los diarios; en Francia, la sordidez del edificio de la Sorbona y la vetustez de los programas motivos de protesta estudiantil; en Checoslovaquia es la escasez de luz y calefacción en los dormitorios, y en Italia, la pequeñez de las aulas.
Sin embargo, los disturbios, aunque con raíz parecida, fueron recibidos de distinta manera por la población mayor de 30 años; para el 61 por ciento de los románticos parisienses, los desmanes estudiantiles están justificados; el 71 por ciento de los encuestados, si no los justifica, los comprende. Más realistas, los neoyorquinos se colocan en contra de los revoltosos de la Universidad de Columbia; el 55 por ciento de los habitantes de Nueva York y sus suburbios considera que los estudiantes se han levantado contra la autoridad universitaria sin motivo alguno; más aun, el 83 por ciento aprueba la reacción policial ante la ocupación, por parte de los estudiantes, de cinco edificios de la Universidad. Pero el 57 por ciento considera excesivo el castigo de expulsión de los revoltosos, aunque la Universidad esté financiada por dinero del Estado.
El primer paso de la protesta perpetrada por los grupos comandados por Mark Rudd, apologista del Che Guevara, se refirió al uso y ampliación del gimnasio; después la revuelta se extendió a causa del castigo aplicado a los que realizaron el movimiento inicial. En cinco días, 200 revolucionarios coparon edificios de la Universidad organizaron batallones de vigilancia y de aprovisionamiento, mientras un grupo menor, pero extremadamente feroz, destrozó metro por metro todo lo que componía la oficina de Grayson Kirk, rector de la Universidad. Milagrosamente, los guardianes del establecimiento pusieron en lugar seguro un Rembrandt (450.000 dólares), que es el orgullo de la Universidad y daba carácter a la oficina de Kirk. Por lo demás, orinaron dentro de un fichero terminaron con el stock de licores y cigarros, desparramaron el archivo personal del Rector y robaron todos los documentos.
Luego de esas lindezas, en las que participaban blancos y negros por igual, la Universidad se fue poblando por grupos de apoyo a los desvelos estudiantiles: militantes de movimientos negros del Harlem, que responden a las directivas de Charles 37X, fueron copando la organización. Luego se sumaron los maoístas de Rudd. Mientras la revuelta crecía, los vecinos del Morningside Park y comisiones de ex alumnos de Columbia se preguntaban por qué el Rector Kirk no pedía la intervención policial para poner orden Kirk no quería recurrir a la violencia, para no agravar la situación; mientras se esperaba que la tensión disminuyera, algunos grupos de moderados, capitaneados por el instructor de basquetbol, Jack Rohan, trataban de calmar los ánimos. Al mismo tiempo, David Epstein de la última promoción de antropología, declaraba a la prensa: "La Universidad está regida por una dictadura; es hora que los estudiantes tomen parte del poder".
Pero el 2 de mayo a Grayson Kirk se te acababa la paciencia y pedía la desocupación de los edificios a Howard Leary, Jefe de Policía de Nueva York horas después, 250 estudiantes detenidos cerraban este acto al tiempo que se abría el de París. La semana pasada, mientras Kirk ofrecía formar un comité disciplinario, con la participación de estudiantes, para juzgar a los rebeldes, Mark Rudd era intransigente; el ex boy scout exigía al Rector la amnistía total para los revoltosos: "Acceder a integrar un comité de castigo equivale a reconocer que hemos hecho algo punible, cuando en realidad sólo ejercimos nuestros derechos".
Rudd, Cohn-Bendit y Dutschke tienen un curioso método para esgrimir sus derechos; en todo caso, eso les posibilito encontrar un par de semanas de vacaciones primaverales. Y en tanto Kirj y Rudd cambiaban notas altisonantes, en París los estudiantes, al abrir Pompidou las puertas de la Sorbona declaraban a la vieja casa de estudios como Universidad libre y exigían la renuncia del Jefe de Policía, el Ministro de Educación y el de Interior por fin, para dar a sus actos un tono aun más popular, el jueves anclaban en el Teatro Odeón, dispuestos a que su protesta ingresara también en la sección espectáculos de los diarios. Y todo adquirió mayor trascendencia internacional cuando los obreros franceses se metieron en la brecha abierta por los estudiantes; al tiempo que se ocupaban fábricas —Renault—, paraban los ferroviarios y no se vendían diarios, un grupo de la CGT apoyaba la incursión estudiantil por el teatro de Jean-Louis Barrault.
Primera Plana
21 de mayo de 1968

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Revoltosos en Columbia
El otro lado de la Sorbona
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