Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Noviembre 11, 1918
Fin de la Gran Guerra

Revista Primera Plana
12 de noviembre de 1968

"Una gran pacifista, la miseria, nos secundará con fuerza. El grito de ¡paz!, este grito tan simple, tan elocuente, tan humano, brotará mañana de todos los pechos porque el pan será negro y faltará carbón," El manifiesto del pequeño sindicato francés de maestros, emitido el 23 de mayo de 1917, señalaba cuál sería el rumbo que tomaría la guerra más terrible que la humanidad había padecido.
Desde el 28 de julio de 1914, cuando Servia fue invadida por fuerzas de Austria-Hungría, Europa se agitaba bajo los cañoneos y veía surgir los primeros tanques y derribarse los primeros aeroplanos al compás de las batallas. Los vehículos blindados fueron lanzados al campo por los ingleses en la batalla del Somme, el 15 de setiembre: de 1916, y la aviación cobró un auge insospechado. Pero el fantasma de la miseria fue el que sobrevoló todos los campos para influir en las últimas decisiones de las fuerzas en contienda.
Cuatro meses antes de la reunión de Compiegne, ninguno de los dos bandos podía denunciar una supremacía decisiva. Alemania y Austria-Hungría estaban habituadas a las derrotas parciales; Guillermo II, fracasada la blitzkrieg del 3 de agosto de 1914 'nach' París, había tenido que echar mano de lo que no poseía para frenar el avance ruso contra Prusia Oriental. El caso fue que hacia fines de 1914 la guerra se estabilizaba y los ejércitos comenzaban a disputar el terreno palmo a palmo, habitando trincheras en las que los soldados morían más por las plagas que por los tiros.
El vuelco importante se produjo el 6 de abril de 1917, cuando Woodrow Wilson encontró al fin apoyo interno suficiente y Estados Unidos pudo declarar la guerra a Alemania y secundar así los esfuerzos de la Entente (Francia, Gran Bretaña y Rusia). La aparición norteamericana en las costas de Europa pesó demasiado y Alemania, ya con conflictos internos, no pudo resistir el embate. Ese debilitamiento interno de los germanos fue quizá más importante para acelerar el fin de la guerra que la estrategia del mariscal Ferdinand Foch, comandante de los aliados a partir del 26 de marzo de 1918. Porque si la presión norteamericana era importante, divisiones alemanas seguían pisando suelo francés en pleno 1918 y Bélgica y Luxemburgo aún sufrían la presencia germana.
Sin embargo, el alto mando alemán notaba ya que sus fuerzas flaqueaban y el mariscal Erich von Ludendorff anunciaba el fin cercano cuando exclamó: "En la historia de la Guerra Mundial, el 8 de agosto de 1918 es el día más negro para el Ejército alemán". En esa fecha, las divisiones inglesas, apoyadas por los tanques y la aviación, habían quebrado el frente Oeste y rompieron las fortificaciones de la línea Sigfrido a la altura de Amiens. 
Seis días después, Guillermo II deslizaba las primeras palabras sobre negociaciones para la paz. Sin embargo, al mes siguiente, Foch lanzó una ofensiva a fondo y obligó al Kaiser a ser más explícito; éste recurrió a Wilson para que la Entente atendiera a sus negociadores. Así respondía al plan pacifista que el Presidente norteamericano había iniciado el 4 de julio de 1918 con su documento de 14 Puntos.
Estados Unidos proponía una paz sin anexiones, la fundación de la Sociedad de las Naciones y un proyecto de indemnizaciones de guerra no demasiado pesado. La mano del Primer Ministro francés Georges Clemenceau dio un toque más severo a las condiciones del armisticio. Es que los aliados tenían que asestar un golpe de gracia al ya alicaído poderío germano; a mediados de octubre quedaban pocas ganas para discutir en Berlín; el Gabinete presidido por el príncipe Max von Bade discute acaloradamente con Ludendorff y con el almirante Scheer la necesidad de apresurarse a aceptar los Catorce Puntos de Wilson, para evitar una derrota definitiva; como había párrafos que dolían, especialmente a los militares (evacuación de Bélgica, entrega de Alsacia y Lorena a Francia, creación de Polonia independiente), no hubo manera de que se llegara a un acuerdo: "Tendríamos que decirle al enemigo que esas condiciones que quiere imponernos hay que ganarlas peleando", lanza Ludendorff; von Bade replica: "Y una vez que las gane ¿no nos impondrá otras peores?"
Finalmente, el alto mando, buscando una justificación, declara que si Alemania ha llegado a esa situación desesperada es porque el pueblo no se ha batido con suficiente ardor. Ludendorff entonces estalla: "Levanten al pueblo". Es inútil, porque la población se mueve, pero en contra de la guerra. La miseria, que hace estragos en Alemania, lleva a la gente a crear soviets, al estilo ruso, donde se unen obreros, campesinos y soldados: la huelga se transforma en insurrección.
Casi a lo largo de toda la guerra, el pueblo europeo, o fracciones de él, había montado organizaciones o lanzado movimientos en contra de la conflagración. Aunque la Segunda Internacional se había disuelto al comienzo de la Guerra Mundial, los esfuerzos de intelectuales y obreros por resquebrajar internamente el poderío bélico de sus países no habían claudicado. El 1º de mayo de 1916, Berlín se veía conmovida por una manifestación pacifista sin precedentes; dos días antes hubo un levantamiento popular en Irlanda; en febrero de 1917 estalló la revolución rusa y en noviembre de ese año los bolcheviques llegaron al poder. Rusos, franceses y alemanes hacían la guerra a la Guerra,
Presionado de afuera y de adentro, el 6 de noviembre, Guillermo II abdica y se refugia en Holanda. Dos días después llega a Compiegne la delegación germana encargada de hablar de paz. Su jefe, von Erzberger, lleva instrucciones indefinidas; la negociación es un formulismo; antes de partir le habían recomendado: "Trate de que los aliados moderen sus exigencias. Si no lo logra, firme lo mismo". No había otro camino: el 9 de noviembre, los huelguistas insurrectos ocupan el Palacio Imperial. El 11, a las 5 de la mañana, se firma el armisticio. Hasta ese momento habían muerto 8.700.000 personas; quedaban más de 10 millones de mutilados. Además, el mapa de Europa registraba novedades: nacían como países independientes Austria, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia; por otra parte, Francia y Gran Bretaña ganaban las posesiones de Alemania en Asia y África.
Europa, devastada y al borde de la miseria total, necesitó veinte años para montar otro demonio más aterrador: la Segunda Guerra Mundial.

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