ABRIL 12, 1919
Arresto de Henri Landru

 

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pie de fotos
-El seductor del siglo, durante el proceso: Dibujos de L'Illustration
-Landru: su hora más gloriosa
-Cinco de las víctimas: por amor

 

 

Uno de los dos policías que se acercan a la puerta no ha dormido en toda la noche: sólo cedió a una leve modorra, entre las tres y cuatro de la madrugada, y para ahuyentarla entró al baño de la portera y se refrescó la cara. A las siete menos cuarto, cuando llama por teléfono a la Primera Brigada Móvil de la Sureté, puede afirmar sin vacilaciones que el hombre a quien vigila sigue allí. A las nueve llega el inspector Brandenperger para relevarlo. Los dos, el insomne y el recién llegado, celebran consejo de guerra bajo el hueco de la escalera, en la planta baja. Deciden que es mejor intentar juntos la detención del sospechoso. Al inspector Belin le duelen las piernas después de diez horas de vigilia. De todos modos, adelante. Llegan al primer piso. Brandenperger golpea dos veces con los nudillos.
—¿Quién es? —pregunta una voz grave, del otro lado de la puerta.
—Quisiera verlo un momento, señor Guillet. 
—¿Para qué?
—Tengo un espléndido automóvil usado para venderle. Una ganga.
—¿Podría pasar al mediodía? Estoy en la cama.
—No será posible, señor Guillet. Debo tomar un tren en seguida.
La puerta se entorna. El inspector Brandenperger queda encandilado por la lujosa calvicie que acaba de adelantarse. Luego reconoce las cejas espesas y altaneras, y los ojos que relampaguean bajo aquel alero feroz. Dos años después, los periodistas gastarán toda su artillería de metáforas para describir esos ojos: los compararán a perlas negras, a uvas de Corinto, a cuevas de lobo. Una barba en punta, moteada por resplandores rojizos, concede a la cara su único toque de mansedumbre.
Brandenperger, que mantiene las manos cruzadas en la espalda, chasquea los dedos. Es la señal. Belin salta hacia un costado y de un empellón abre la puerta por completo.
—No se resista, Guillet —ordena—, y acompáñenos a las oficinas de la Brigada. El comisario quiere hacerle algunas preguntas.
El hombre no pierde la calma.
—Hagan el favor de entrar, señores —les dice cortésmente—. ¿Pueden esperarme algunos minutos? Voy a ponerme presentable.
Una mujer sale del dormitorio. Es joven, de una belleza fresca y desenvuelta. El pelo rubio y vaporoso se le desparrama por el camisón de satín rosado. La orden de los visitantes la ha dejado estupefacta.
—¡No es posible! ¿Por qué lo arrestan? —atina a protestar.
—Usted también debe venir con nosotros, señora —responde Belin.
En la calle, aguarda un taxi. Un tercer inspector está sentado junto al chofer. Brandenperger se instala junto a una de las ventanillas y ordena a Guillet que suba. Pero él, con una delicada reverencia, le cede el paso a su amiga. En su acto final de galantería, el 'allegro maestoso' de su largo recital erótico.
Afuera, la mañana crece gris en Montmartre. Los techos del Folies-Bergère están envueltos en bruma. Una paloma (contará más tarde Brandenperger) se posó sobre las ventanas del primer piso, en el 76 de la rue Rochechouart, justo cuando el taxi arrancaba. El señor Guillet sonrió al verla. Era su ventana. A nadie parecía importarle aquella caída de telón, el 12 de abril de 1919, hace cincuenta años. Los diarios de París no mencionarían la aventura ni al día siguiente, ni una semana más tarde. Sólo un pequeño suelto de 7 centímetros, en el Petit Journal del 13 de abril, daría cuenta de la noticia. El nombre del protagonista estaba equivocado: "La primera brigada móvil arrestó ayer, en París, el pleno Montmartre, gracias a denuncias anónimas, a un individuo vestido con elegancia, casi completamente calvo. Este hombre, que habría puesto —según se cree— la ciencia del hipnotismo al servicio de sus malos instintos, era buscado por más de diez tribunales". Una vez recluido en la Sureté, terminó por identificarse como Henri Landru".
El autor del suelto era Marcel Danglure, un reportero de 52 años, relegado a la perrera del Petit Journal, donde se barajaban las noticias de cuarto orden. El 15 de abril, Danglure dispuso de fotografías y nuevos datos. El 25, la historia de Landru mantenía en vilo a toda Francia.

Los años de aprendizaje
El falso Guillet nació hace un siglo exacto, el 12 de abril de 1869, en la calle de Puebla (actual avenida Bolívar), París. Se llamaba, en verdad, Henri-Désiré Landru y era hijo de una costurera y un vendedor de libros. A los 19 años, sedujo a la lavandera del barrio, Marie-Catherine Rémy, y la dejó encinta. A su vuelta del servicio militar decidió casarse con ella y reconocer a su hija, Marie. Tuvo otros tres: Maurice, Suzanne, Charles.
En 1900, Landru es arrestado por primera vez: se lo acusa de hurto y sale libre luego de pagar una multa. En 1902 se le impone una condena de año y medio, por "abuso de confianza". Tardará casi una década en descubrir que la seducción era su elemento natural, su único as de triunfo.
Su primer experimento fracasa: disfrazado con el nombre de Paul Morel estafa a una dama en Lille, con falsas promesas de matrimonio. La estrategia de su conquista es burda, apresurada, y termina otra vez en la cárcel. Durante los dos años de reclusión, Landru cincela su estilo, comprende que es preciso elegir mujeres viudas o solitarias, que el engaño en pequeña escala, alimentado a fuego lento, ofrece menos riesgos que un solo golpe gigantesco. Tiene todas las cualidades necesarias para intentar una aventura de esa clase: es paciente, refinado, minucioso en la cuenta de sus pérdidas y ganancias. Esas virtudes acabarán también por perderlo. Un mes después de su detención en la rue Rochechouart, la Policía descubrirá un garaje alquilado a nombre de monsieur Frémyet, en Clichy. Hay media docena de cajones saturados de cartas perfumadas, recortes de diarios, libretas de contabilidad llevadas con escrúpulo. "Una auténtica caja de Pandora", escribirá Danglure. El primero de los recortes corresponde a los avisos clasificados del Petit Journal: había aparecido el 1º de mayo de 1915, en la sección Matrimonios. Decía: "Señor de 45 años, solo, sin familia, con 4 mil francos de renta, desea casarse con dama de edad y situación económica similares. Responder a C.T.45 Jal".
Célestine Buisson tiene la misma edad del caballero solitario. Las fotografías exhibirán luego una cara insulsa bajo el pelo castaño, recogido hacia arriba. La carta con que responde a Landrú es también una revelación de su carácter: "Perdóneme, señor, por haber leído su anuncio en el diario. Tengo 12 mil francos, un hijo en la guerra, estoy sola y quisiera rehacer mi vida. Si desea escribirme, hágalo a Poste Restante B.L. 42".
El 14 de mayo, después de la primera cita, Henri abrirá una carpeta caratulada 'Affaires en reserve'. Su anotación inicial delata el celo científico que concedía a la empresa: "Buisson. Tiene un hijo de 19 años en Bayona. Se casó con un hotelero. Era criada para todo servicio, sin fondos. A la muerte del viejo, liquidó los muebles y se llevó consigo el dinero ahorrado en cuenta bancaria. Celos de familia. Entrevistada el 14. Escribirá". Su propia máscara personal está anotada a continuación, para no olvidarla: Landru se llama Frémyet, y fue dueño de una fábrica en el norte, hasta la ocupación alemana. Le bastan diez días para enloquecer de amor a la viuda. El 26 de mayo, ella deja caer todas sus murallas de Jericó y le escribe, febrilmente: "Querido mío, mi hermana acepta que mi hijo vaya a vivir con ella. Sabes que lo quiero mucho, pero mi amor por ti es todavía más fuerte".
Un silencio de año y medio se abre entonces en los archivos de Landrú. Los movimientos de Célestine pueden reconstruirse sólo a través de unos pocos rastros oficiales: el 6 de agosto de 1917 retira todos los bienes depositados en el Crédit Lyonnais. El 8, Landru los coloca a nombre del señor Frémyet. El 13, por fin, invita a la viuda a pasar unos días en Tric, la villa que ha instalado en Gambais. En las libretas de cuero negro el seductor anota: "Agosto 19. Un boleto de ida y vuelta a Gambais, 4 fr. 95. Un boleto de ida, 3 fr. 10". Las mismas cifras se inscribirán —con variaciones leves— otras diez veces: ida y vuelta para él; ida, simplemente, para la mujer que lo acompañaba. Ni siquiera el aroma de la víctima frenaba la prolija avaricia de Landru.

Discurso del método
Aunque es una hermana de Célestine, la señora Lacoste, quien desenreda el ovillo al denunciar la desaparición de la viuda al Alcalde de Gambais, el rosario de muertes y boletos fatídicos había comenzado por lo menos tres años antes. La estrategia de Landru es siempre la misma: un aviso en el Petit Journal, una entrevista, cartas, la seducción, una final travesía campestre. Y en todos los casos, debajo de las cifras que corresponden al viaje en tren, otro dato cabalístico: tres números, o cuatro, que la Policía imagina —aunque jamás llegará a saberlo— es el de la hora de cada asesinato. Si la conjetura era cierta, la viuda Buisson había perecido a las diez y cuarto de la mañana.
Cada víctima calcará la aventura de otra: Jeanne Cuchet, de 39 años, madre de un hijo de 17, parece haber sido la primera. Henri-Désiré se le presenta con la máscara de Raymond Diard, fabricante de hélices para avión. Fecha del crimen: julio de 1914. Ganancias: cinco mil francos. Lugar: una casa cerca de Chantilly. Landru no alquilaría la mansión de Gambais sino un año más tarde.
Las otras son Mythèse, una ex prostituta de 38 años; Annette Pascal, viuda sin hijos, de 36; Louise-Josephine Jaume, de 38, contemporánea de la viuda Buisson en el amor de Landrú y en la muerte; Marie-Angélíque Guillin, gobernanta retirada de 52 años y 75 kilos: un demonio de voluptuosidad; Berthe-Anna Héon, viuda de 55 años, ex mucama; Andrée Babelay, de 19, criada para todo servicio; Anna Colomb, una dactilógrafa. No son todas. La única qué escapa a esa lotería mortal es Fernande Segret, a quien Landru conoció en julio de 1917, cuando ella viajaba en un ómnibus, rumbo a las Galerías Lafayette. Henri la llevaba a la ópera, le recitaba poemas de Musset antes de dormir, lloraba con los ojos cerrados cuando oía la Meditación de Massenet. "Era un artista", iba a declarar Fernande a los inspectores de la Primera Brigada. Nada de eso: Henri-Désiré se había enamorado de aquella criatura magra, adversaria del matrimonio, que el 12 de abril de 1919 permaneció junto a él, con el pelo rubio desparramado sobre el camisón de satin.
Desde la apertura del proceso, el 7 de noviembre de 1921, hasta su ajusticiamiento en la guillotina, el 25 de febrero del año siguiente, Landru exhibirá ante los jueces una megalomanía radiante, insistirá en que le exhiban los cadáveres de sus víctimas, y cuando los inspectores descubren los esqueletos de tres perros (llevados a Gambais por la "belle Mythèse"), declarará, suelto de cuerpo: "Ella misma me rogó que los matara. Gastaba demasiado en alimentarlos. Quise ayudarla y los estrangulé. Elegí la más dulce de las muertes".
Las once mujeres parecían haberse volatilizado. Cuando los expertos acaban sus excavaciones en Gambais, el resultado es aluvional, pero procesalmente inocuo: en la cocina de la casa se recogen cien kilos de cenizas, 996 gramos de huesos humanos que pertenecen a tres sujetos por lo menos. Son falanges, rótulas, fragmentos de mandíbula: imposible precisar el sexo. La libreta dé Landrú es más elocuente: el Fiscal revela que los crímenes produjeron al asesino 35.642 francos con 50 centavos: unos 745 francos por mes, durante cuatro años.
Sus últimas palabras, ante la guillotina, son de una suprema soberbia: cuando el capellán Loisel, de la prisión Saint-Pierre, en Versalles, le pregunta si quiere oír misa antes de morir, Landru adelanta la barba y le contesta desdeñosamente: "Me gustaría terminar cuanto antes este asunto enojoso. No quiero hacer esperar a mi verdugo".
Alguien, sin embargo, debió esperar 49 años para ahuyentar de su vida el fantasma del seductor: el 25 de enero de 1968, en Flers-de l'Orne, Francia, Fernande Segret amaneció ahogada en una laguna. En la ribera más próxima a la aldea, bajo un roble, la Policía encontró este mensaje: "A nadie culpen de mi muerte. Sufrí por Landru, y todavía sigo amándolo. Ahora, por fin me reuniré con él". Parecería el último acto de un melodrama si no se pensara que Fernande tenía entonces 72 años.
PRIMERA PLANA
15 de abril de 1969