Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

GOBIERNOS
Los 400 golpes

"El lunes todo habrá terminado." Era la tarde del sábado 12, y Arnulfo Arias, en mangas de camisa, grababa en cinta magnetofónica un llamado a la huelga general contra los militares que lo derrocaron a los once días de su tercer Gobierno. La noche anterior, al salir de un cine y enterarse de que ya no era Presidente, no se le ocurrió nada mejor que internarse en la Zona del Canal, junto con un centenar de funcionarios y legisladores. Ahora se entregaba a una actividad sediciosa bajo la protección de la bandera de las barras y las estrellas, esa misma a la que amenaza con el puño cuando sale a cosechar votos.
Transmitida su proclama por una emisora clandestina, el lunes, efectivamente, todo había terminado: sólo un puñado de estudiantes —sus enemigos de siempre— osó una refriega con la Guardia Nacional. Los centenares de miles de trabajadores que cuatro meses atrás votaban por él procedieron como las otras dos veces en que partió al exilio: se encogieron de hombros.
Tres días antes del golpe panameño, el arquitecto Fernando Belaúnde Terry llegaba a Nueva York, dispuesto a comportarse sensiblemente mejor que en Buenos Aires. Ya no emitía decretos, pero anunció que regresará a su patria.
Tal vez influiría el hecho de que su exhortación a la resistencia, concertada telefónicamente desde la capital argentina con su inveterado rival Haya de la Torre —en París, como siempre, a la hora del peligro—, no había interesado sino a los izquierdistas de la Universidad, que una semana atrás lo declaraban "vendido", al consorcio petrolero. Pero ellos también, el jueves 10, se plegaron a la euforia patriótica con que el país recibió la expropiación total de los bienes de la International Petroleum Company, Una medida que él había prometido como medio de llegar al Gobierno y que, después de cinco años, se transformó en su contrario.
"Los Estados Unidos y las naciones hermanas del hemisferio occidental —dijo Dean Rusk en rueda de prensa el 10 de octubre— están inquietos y decepcionados por los acontecimientos que acaban de producirse en Lima."
Aún más seria, al menos para el Secretario de Estado, es la situación creada en la Zona, la cual, si sigue administrada por USA desde principios de siglo —como premio por su ayuda a la "liberación" de los panameños, que entonces eran colombianos—, está bajo la soberanía nominal de Panamá, cuyo nuevo Gobierno tiene todo el derecho del mundo a protestar por el refugio concedido a un ex Presidente que lo aprovecha para predicar heroísmo a los otros.
La semana pasada, los asesores de Rusk buscaban febrilmente un artificio legal que permitiera salir del embrollo. En Washington se hallaban dos delegados de Panamá ante el Consejo de la OEA: uno representa al Gobierno fugitivo, otro a la Junta presidida por el coronel José María Pinilla. ¿Qué hacer? Ninguna de las "naciones hermanas" que han continuado sus relaciones con Lima se decidió a tratar con las gorras panameñas: es un caso especial, tal vez porque allí están en juego intereses directos de la hermana mayor, que ocupa una parte del país. La dificultad de mantener en pie la ficción jurídica de la autodeterminación de los pueblos iberoamericanos se torna más y más ardua para los Estados Unidos desde que, en 1964, con el derrocamiento de un Gobierno constitucional brasileño —triunfo que el Presidente Johnson saludara con un memorable telegrama de felicitación—, se inició en todo el continente una nueva ofensiva de la clase militar contra la clase política.
Ese mismo año, Bolivia perdió la estabilidad jurídica, que se había prolongado excepcionalmente por doce años. En 1966 fue el turno de la Argentina. Y desde entonces los Gobiernos civiles supérstites se sienten amenazados por un supuesto eje militar de las dos mayores potencias sudamericanas, cuyos señores de la guerra se habrían confabulado para favorecer las ambicionas de sus camaradas panamericanos.
La caída simultánea de Belaúnde y Arias alienta esas especulaciones y esos temores, sobre todo en Chile, Colombia y Venezuela, que en los próximos dos años deberán ventilar intrincados procesos electorales, a las que las Fuerzas Armadas no permanecen indiferentes.
El peligro más candente es el que afronta Raúl Leoni, no sólo porque su partido se rompió, en dos después de gobernar durante una década, sirio porque Venezuela, único defensor del no reconocimiento de Gobiernos defacto, sería un "bocado de cardenal" para los amigos de la tesis opuesta.
Pero la semana pasada un legislador colombiano denunció preparativos militares contra el Presidente Carlos Lleras (lo que rápidamente fue desmentido, como se estila, por el Ministro de Defensa). La aguda crisis socio-económica que azota a Chile abre un interrogante sobre las instituciones de este país, que no soportaron ultraje alguno desde 1932.
A nadie sorprendería, desde luego, un alboroto en Ecuador, donde el Presidente José María Velasco Ibarra —posesionado el 1º de setiembre— trata cautelosamente de armar un dispositivo militar que le permita, a los 80 años, concluir en paz su quinta presidencia. Y tarde o temprano habrá que, contar con que un general haitiano decida poner fin a la tiranía de François Duvalier, suplantándola por la propia en el país vecino, Dominicana, la gente se acuesta temprano para sustraerse a un inminente cuartelazo desde que cuatro organizaciones empresarias impugnaron ciertas providencias del Presidente Joaquín Balaguer.
Los sucesos panameños pueden suscitar emulación en los otros países del Istmo: no tanto en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras, que pocas veces han visto en los estrados a un hombre que no conozca el manejo de las armas, sino en el otro, Costa Rica, cuya tradición civilista se encarna actualmente en el periodista José Joaquín Trejos. La semana pasada, la zona bananera se agitaba con una violencia inusitada: los huelguistas quemaron un establecimiento y la casa de su gerente norteamericano; el Gobierno envió refuerzos y estalló un tiroteo; hay más de 20 personas heridas, cinco de ellas en estado grave. Una conspiración "comunista" siempre es un buen pretexto para quitar un Presidente "débil".
Esto acaba de verse, incluso, en México, cuya oligarquía "revolucionaría" se aseguró medio siglo de tranquilidad privándose de un Ejército propiamente dicho: el suyo no es sino la Guardia Presidencial. La noticia parece fantástica, pero el general Antonio Díaz Infante, destituido en 1951, intenta probar suerte otra vez; envió una circular a sus conmilitones de entonces: eran 26, pero 15 han muerto (de viejos, naturalmente). Los otros acaban de reunirse con él en Amsterdam para discutir la estrategia que ha de permitirles "salvar a México".
No es preciso llamar la atención sobre la coincidencia de estos seniles pasatiempos con la revuelta estudiantil que estremeció en los últimos dos meses al único país hispanoamericano próspero, además de Venezuela.
Que la agitación izquierdista juega un papel de comparsa en estos forcejeos entre políticos y militares, y que frecuentemente presta valiosos servicios a sus enemigos naturales —por aquello de cuanto peor, mejor"— es una ley que se ilustra en estos días, más que nunca, con la tensa situación brasileña y boliviana. Ambos países están regidos por Presidentes que han dejado el uniforme en el ropero, y tanto Atthur de Costa e Silva como René Barrientos saben que no tienen nada que temer de los brotes guerrilleros, pero mucho de sus antiguos camaradas, la "línea dura", en Río, sueña con clausurar el Congreso; Costa, para sentirse él mismo más seguro, lo protege. "Sólo desaparecerá cuando a mí me eliminen", declaró el 5 de octubre. Su Ministro de Defensa quita importancia a una conspiración aeronáutica para exterminar "izquierdistas y políticos". Está activo el CCC (Comando de Caza a los Comunistas). El Gobierno detiene un millar de delegados a una asamblea estudiantil secreta; sus compañeros responden con huelgas y atentados terroristas. Uno de ellos costó la vida, el día 12, al capitán Charles Chandler, veterano en Vietnam. Los homicidas explican, desde su escondite, que "el militarismo norteamericano alimenta al nuestro" y que "hay que golpear a la cabeza, antes que a los lacayos".
En Bolivia, el Gobierno y el Estado Mayor discrepan, sin el menor escrúpulo, sobre la existencia de guerrilleros. Según The Associated Press (viernes 18), "la insistencia en destacar los nuevos preparativos guerrilleros tendría relación con problemas de política interna, ya que el Presidente Barrientos parece empeñado en afirmar su Gobierno apelando a medidas de mano dura, y hallaría en esos planes una excusa para ciertas medidas represivas". Más probable es que Barrientos necesite guerrilleros para incrementar los subsidios norteamericanos a que su Gobierno está acostumbrado.
La situación es más compleja en Uruguay. El Congreso fue prudente, negándose a compartir la alucinación de algunos Senadores que pretendían censurar al Ministro del Interior; ahora, serenados los ánimos, Eduardo Jiménez de Aréchaga dejaría al Presidente en libertad de reorganizar su Gabinete, con vistas a la derogación de las medidas de seguridad aplicadas el 13 de junio para congelar los salarios y atajar la inflación. Se reanudan las clases, suspendidas durante un mes; las tropas se retiran de la Universidad. La Policía detuvo a una docena de "tupamaros", incluido el presunto ideólogo del grupo, Julio Marenales Sáenz (Timoteo) y el jefe de comando Raúl Martínez Platero (Leonel). La firmeza del Presidente Jorge Pacheco Areco logró, hasta ahora, salvarla normalidad constitucional, no sin arriesgar la supremacía de los civiles, indiscutida en su país durante la última generación.

Guerrillas y gorilas
Los periodistas norteamericanos vuelven a jugar con la casi idéntica pronunciación de guerrillas (palabra española que se usa tal cual en inglés y se pronuncia con una 'r 'suave, como si fuera "guerillas") y gorilas (que se pronuncia tal cual y designa, además del animal, a los militares iberoamericanos).
Malcolm Browne, en The New York Herald, bajo el título "Los «gorilas» avanzan", sostiene que hoy se presentan bajo una variedad distinta. "El nuevo ideal —escribe— parece ser el Gobierno de técnicos militares, en lugar de los corruptos «hombres fuertes» de otro tiempo. Las objeciones que formula Washington no los afectan, porque ellos tratan de forjar otros lazos económicos y políticos fuera del hemisferio. Muchos de los nuevos líderes militares fueron educados o entrenados en los Estados Unidos, pero esto no produce Gobiernos pronorteamericanos: de hecho, la Argentina, Perú y otras naciones compran hoy la mayor parte de sus pertrechos en Europa."
El articulista recuerda los cortes en la ayuda económica y la declinación del comercio entré USA y los países ibéricos del continente. Tales actitudes no "favorecen las campañas de Washington para convencer a los latinoamericanos de que la democracia es la mejor fórmula política". Y concluye: "De manera creciente, las Fuerzas Armadas de muchas naciones latinoamericanas creen que el modelo argentino es el más efectivo para el desarrollo".
Esta es la primera interpretación del sector "liberal" norteamericano sobre el ciclón militar que bate las costas del continente. Reposa sobre varios errores: por ejemplo, no es verdad que ninguno de estos países se abastezca preferentemente de armas europeas; tampoco, que traten realmente de diversificar sus relaciones políticas y económicas, salvo con el ingenuo propósito de extorsionar a Washington. Es lo que acaba de hacer Perú, aceptando la visita de una delegación comercial soviética.
El Columnista supone, además, que su Gobierno está interesado en demostrar las ventajas de la democracia. Ninguna potencia seria se propone fines altruistas. La fingida indignación que causan en los Estados Unidos los golpes militares permite cobrar un alto precio político por el reconocimiento. El nuevo Presidente peruano, general Juan Velasco Alvarado, y los vehementes coroneles que lo animaron a ocupar Talara, no tardarán en apercibirse. Ya zumban a su alrededor, probablemente, los hombres "prudentes" que los incitan a desandar el camino: su país no subsistiría sin financiación externa, y así como el ejemplo dominicano prueba la futilidad de la rebeldía, el de Cuba señala que no se escapa de la sartén sin caer en las brasas.
La indiferencia de los pueblos ante el derrocamiento de sus autoridades —sean electivas o no— suele asimilarse a la cobardía o la resignación. Quizá sea, más bien, una actitud inteligente: para el éxito, en la lucha contra el subdesarrollo, no importa que gobiernen civiles o militares. Así como la estabilidad jurídica, ensalzada por algunos como el bien absoluto, suele degenerar en monstruosas componendas, los golpes de Estado, aun los de más sana inspiración nacional, exponen los países dependientes a presiones adicionales, que no es posible neutralizar sino mediante el abandono de intereses sustantivos del propio país.
La disputa entrE políticos y militares no tiene sentido. Cuando están en el llano, los políticos golpean a las puertas de los cuarteles; cuando llegan al poder, abruman con sus elogios y sinecuras a las fuerzas Armadas. En cuanto a los militares, es inútil que insurjan contra "la política": no se ha descubierto la forma de evitar que sus propios mandos, llamados al Gobierno, incurran en los mismos vicios. Esa agotadora disputa debilita a los países iberoamericanos y los somete a una creciente severidad internacional. Los golpes se estrellarán contra la resistencia popular cuando los políticos sean capaces de definir y crear un nuevo Estado, que el pueblo sienta como suyo, en lugar de las vacías instituciones en que se complace el filisteísmo democrático. ¿Qué tarea más política que ésa, y más urgente?

PRIMERA PLANA
22 de octubre de 1968

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