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crónicas del siglo pasado

 

Los grandes de la tierra

 


Revistero

 


 


Charles de Gaulle


Hirohito


Tito


Forcellini IV

 

 

 

CHARLES DE GAULLE
TEME LA SOMBRA DE LA POMPADOUR SOBRE EL PALACIO DEL ELÍSEO.
LA RESIDENCIA de Charles De Gaulle, el Eliseo, es la sede del presidente de la República Francesa desde el día del golpe de Estado de Luis Napoleón. Antes habían pasado temporadas en él todas o casi todas las hermosas mujeres y las favoritas de los reyes de Francia y del gran Napoleón: la Pompadour, la duquesa de Borbón, Carolina Murat, Josefina Beauharnais. Tal vez, debido a este aire frívolo y galante, De Gaulle hace restaurar el severo castillo de Vincennes para convertirlo en su residencia; y la señora Yvonne, "tía Yvonne", como la llaman todavía los íntimos, designa al Eliseo con el diminutivo un poco despreciativo de "maisonette". El general se ha retirado a unas pocas habitaciones de un ala de la gran residencia, y allí pasa la mayor parte de su jornada: horas de intenso trabajo, porque De Gaulle, militar hasta la médula de sus huesos, no ha perdido el gusto de la vida espartana, severa, rígida. De 9 a 13 , de 15 a 20, él está allí, en su estudio: examina los problemas de su país, busca las soluciones, prepara los discursos, redacta sus brindis. Es uno de los pocos jefes de Estado que lo hace todo solo. Lee y estudia, escribe y ordena con una actividad incansable, con una memoria prodigiosa. No soporta la inacción. Si no tiene nada mejor que hacer, mira televisión. Come rápidamente, como si considerase la de la comida una hora perdida, y no importa si a su mesa tiene huéspedes frecuentemente ilustres. Recientemente, la comida oficial con los príncipes de Mónaco duró un poco menos de tres cuartos de hora. No tiene un menú típico. El comer es solamente una necesidad para él, y para satisfacerla confía totalmente en la sabiduría provincial de su mujer.
No tiene "hobbies" y su amor por los paseos a pie no puede considerarse como tal, sino más bien una costumbre que le ha quedado de su larga vida de militar, la que le dejó el gusto del movimiento y el placer del aire libre. Cuando vuelve de Colombey-les-deux-Eglises, y lo hace cada vez que las obligaciones de Estado se lo permiten, da caminatas de hasta dos horas, en compañía de su mujer, quien, durante la larga vida pasada a su lado, ha absorbido de buen grado todos sus gustos y, según dicen, todos sus pensamientos. En el Eliseo, De Gaulle se siente un poco prisionero, a pesar del gran parque que rodea la residencia y la amplia vista que se abre bajo las ventanas de su estudio. El castillo de Vincennes, en cambio, presenta la ventaja de estar fuera de la ciudad y de tener un horizonte más vasto, más libre. Allí, dentro de un año. podrá desahogar mejor esa exuberante energía que le impide estarse quieto un solo momento. Si las circunstancias y el protocolo lo obligan a quedarse inmóvil, entonces mueve las manos sin cesar, o se quita y vuelve a poner los lentes diez, veinte, treinta veces. 
Para uso de su alta investidura tiene a su disposición un Citroen negro de 15 caballos, cerrado: otro Citroen del mismo tipo, pero abierto.
ambos carrozados expresamente para él y sus largas piernas, y un D.S.19. Cuando tiene un momento libre, se hace conducir por Paris y los alrededores en cualquiera de esos autos, y causa siempre grandes problemas a su servicio de seguridad, que se entera invariablemente a última hora. En esos momentos lo sigue un auto negro, provisto de radio teléfono, que lleva dos comisarios de policía armados con revólver y ametralladora y un médico con todo lo necesario para una intervención de urgencia, incluidos oxígeno y plasma. A veces, para distraerse, hace dar la vuelta a París, y cuando el auto está obligado a detenerse, el general se cubre el rostro con un diario para que no lo reconozcan.
De Gaulle ejerce su autoridad sobre 80 millones de individuos, incluida la comunidad franco-africana. Doscientas personas están a su servicio en el Eliseo. La pensión que le asigna la Quinta República es de 187 millones de francos, cien más de lo que la Cuarta República asignaba a sus presidentes. Este aumento se justifica por el hecho de que Charles De Gaulle es también presidente de la comunidad franco-africana. En dicha cifra están comprendidos los gastos por la casa presidencial (casi 58 millones), los del secretariado general (52 millones) y del personal de servicio (15 millones 700 mil), los gastos de viaje 32 millones) y, finalmente, los destinados al mantenimiento de automóviles (28 millones 700 mil).

FORCELLINI IV
REGENTE, BISABUELO, GRAN CAZADOR Y FINO "GOURMET"
EN EL MAS PEQUEÑO y antiguo Estado del mundo, la República de San Marino (fundada en el año 301 después de Cristo), reina el abogado José Forcellini IV. Reina durante seis meses (desde el 30 de septiembre de 1950 hasta el 31 de marzo de 1960, de modo que al aparecer esta revista habrá concluido su mandato); y su poder no es pleno porque lo comparte con el otro regente, el demócrata cristiano Piva, mientras que él es social democrático. Ese "IV" puesto después de su nombre, que parece ennoblecer una dinastía, indica que el viejo abogado (en abril cumple 81 años) fué elegido para el cargo supremo cuatro veces: un título de nobleza republicana. Ejerce su poder dentro de confines limitados (en una superficie de 60 kilómetros cuadrados) y sobre una población, de pequeña ciudad de provincia (13.000 habitantes, residentes, más 5.000 en el exterior); sin embargo, como amplitud de poderes no tiene nada que envidiarle a los demás grandes.
Todo se reduce al mínimo en esta República que, por eso mismo, podría llamarse ejemplar: al regente le corresponden 150.000 liras de pensión por los 6 meses y ningún automóvil, de modo que es común ver por las calles de San Marino al octogenario Forcellini IV, a pie, seguido por el único símbolo exterior de su rango: un valet. (No hace mucho los norteamericanos le regalaron al regente un Buick que, sin embargo, al poquísimo tiempo quedó destrozado en los abruptos senderos del Titano.) Camina erguido, porque tiene una salud de hierro: sólo es un poco sordo, y por ello usa los lentes acústicos. Antes de convertirse en regente por primera vez, había sido secretario comunal y provincial en Italia en Morciano di Romagna, en Imola, en Pesaro, luego fué secretario de Estado en los ministerios del Interior y de Finanzas desde 1909 hasta 1923, hasta que dimitió como protesta contra el fascismo, que había llegado hasta la República.
Forcellini vive con la mujer, la hija de cincuenta y cuatro años, viuda, y el menor de los tres hijos de ella; pero su descendencia es numerosa y el regente es varias veces abuelo y bisabuelo. Se levanta generalmente a los 8, se da una ducha fría, diez minutos de gimnasia sueca y luego un baño caliente. Mientras desayuna recibe a sus clientes para consejos extra judiciales, ya que mientras esté ejerciendo su cargo no puede practicar su profesión. Hacia las 10 se dirige al Palacio Público, o del gobierno, donde se queda hasta la hora de volver a su casa para almorzar, cosa que hace aproximadamente a las 13, durmiendo luego un sueño restaurador hasta las 15.30. A las 16 está de nuevo en el Palacio hasta las 18. El martes y el jueves atiende, en audiencias públicas, las peticiones privadas de los ciudadanos reservándose las públicas para las sesiones de Arengo que se realizan en el "Consejo grande y general", una vez cada seis meses.
Cazador incansable, en el periodo en que la caza está abierta, se levanta a las 6 de la mañana y va a apostarse en un pabellón de caza en Chiusa del Castello, en medio del bosque. Está convencido de que su longeva salud se debe al movimiento que siempre ha hecho justamente para ir a cazar. Come de todo, pero prefiere las pastas. En cuanto a la ropa, el sastre que se la cose es un viejo consejero que tiene su negocio en Rimini. Hasta hace un tiempo, el traje de las ceremonias menores era el frac, sustituido ahora por el "tight" con chistera; para las ceremonias mayores viste en cambio el tradicional traje español del siglo XVI, vistoso, decorativo y muy turístico: escarpines de terciopelo negro con cocarda negra y botón de oro, medias negras, calzón corto, atado bajo la rodilla, faldellín con franjas, jubón con mangas de seda, guantes blancos de mosquetero, capita de terciopelo negro forrada en seda azul. Boina circular y, a la cintura, una corta espada con empuñadura de oro.

EL EMPERADOR HIROITO
LA NUEVA VIDA del emperador del Japón, Hirohito, comenzó con el 31 de diciembre de 1946. A partir de aquel día, bajo la presión de los norteamericanos, dejó de ser un dios y se convirtió en un hombre, como cualquier otro hombre de su pueblo. Ya no fué inaccesible y no vivió más "por encima de las nubes"; renunció al poder supremo y alrededor de él se derrumbaron los mitos. A consecuencia de semejante caída del cielo, su vida y la de la corte imperial se transformaron. Por primera vez sus propiedades fueron tasadas, teniendo que pagar al tesoro público 3.300 millones de yens, correspondientes al 90% de sus bienes personales. Lo que le quedó, el palacio y la villa imperial, fué transferido al Estado, el que a su vez lo "alquiló" al emperador. De ese modo, Hirohito se convirtió en el soberano más pobre del mundo pero de dios sagrado y temido pasó a ser amado como un símbolo. Hoy en día, todo lo que posee suma 15 millones de yens, por lo que paga tasas que llegan hasta los 367.000 yens; no es mucho, si se piensa que en Japón hay por lo menos 70.000 personas más ricas que él. Pero, contrariamente a lo que pasa con los de los demás, sus bienes no están expuestos a disminución por el consumo, debido al hecho de que los gastos del emperador y de su familia están sostenidos por el tesoro del Japón, de acuerdo con un balance aprobado en el Parlamento.
Hirohito cumplirá 59 años el 29 de abril, y la emperatriz 56. Se los considera un matrimonio muy unido, si bien rige todavía la costumbre de una vida separada. Apenas casados causó estupor cuando se dejaron ver tomados del brazo en los palacios y en los parques imperiales. Hirohito da la impresión de un "gentleman" inglés; contribuye a crear tal impresión el estilo de su ropa, cuya tela, color y corte le elige el chambelán y que crea Gimpei Fukazawa uno de los más conocidos sastres japoneses. Hirohito inspira una simpatía instintiva a la cual no logró resistir ni siquiera el vicecónsul norteamericano Mac Arthur, simpatía que nace sobre todo de dos cualidades predominantes: la reserva y la distinción.
Toda su actividad, aparte de los problemas políticos, está absorbida por la búsqueda y el estudio de los hidrozoos, organismos marinos que no pertenecen ni al reino animal ni al vegetal, y al estudio de la biología. Parece que hay que buscar el origen de ese amor a las ciencias en un oscuro episodio ocurrido hace treinta años: el asesinato de Chang Tso-lin, que causó el conflicto manchuriano y produjo una disidencia entre las fuerzas armadas, complicadas en la muerte de Chang y el gabinete de Giichi Tanaka. Hirohito habría quedado impresionado de su propio poder cuando al manifestar su desaprobación, el primer ministro se vio obligado a presentar su renuncia. El hecho lo hizo meditar y lo indujo a desinteresarse de la política y a refugiarse en la ciencia. En el palacio imperial hizo construir un laboratorio biológico de dos pisos, donde trabaja todos los martes, jueves y sábados. Vuelve a Obunko, donde está su residencia, para almorzar, y con frecuencia sorprende al doctor Hattori, volviendo al laboratorio antes de que éste haya terminado su propio almuerzo. Por la tarde le lleva con frecuencia a Obunko algunos ejemplares de crustáceos para clasificarlos y documentarse. Se queda trabajando hasta las 22 aproximadamente y a veces la emperatriz, pintora diletante, se sienta a su lado y le ayuda en su trabajo, pintándole el animal con sus colores naturales. Los ejemplares que el emperador ha recogido en los últimos treinta años suman varios miles y se dice que posee cerca de diez mil vidrios para su microscopio.
Para trasladarse de un lugar a otro, el emperador posee siete automóviles: dos Benz 1932, dos Benz 1935, un Cadillac 1950, un Daimler 1953 y un Rolls Royce 1957. Hirohito no fuma, rara vez toma licores, y cuando está cansado recupera energías tomando un vaso de vino. Su almuerzo es de tipo occidental, la cena de tipo japonés. Una vez por semana come platos chinos. Le gustan las batatas, el zapallo y las plantas tropicales comestibles. Es de gustos sencillos y no ama la pompa: con frecuencia, en las ceremonias oficiales, se lo ha visto brindar con agua hervida y enfriada.

JOSIP BROZ TITO
EL MARISCAL TITO inicia su jornada no más tarde de las 6 de la mañana, en la calle Uzika 15. Belgrado. Es una casa que exteriormente en nada se diferencia de los edificios adyacentes. Son las 8 cuando se traslada a un ala anexa al edificio originario: allí se encuentran los cuartos de trabajo. Como primera medida busca personalmente los artículos que le interesan en la prensa local y extranjera, que diariamente se le somete Aprendió inglés a los cincuenta años. Conoce a fondo el alemán de la época en que, en calidad de cerrajero, recorría Alemania y Austria. Habla ruso desde su cautiverio en el imperio del zar donde cayó prisionero como suboficial de caballería del ejército imperial austrohúngaro. Después de examinar la prensa revisa el correo, y finalmente se enfrasca en los asuntos propios de su gobierno.
Almuerza puntualmente a las 12.30. Este programa, que se inicia en las primeras horas de la mañana, es alterado sólo cuando tiene invitados.
En ese caso varía también la lista de alimentos simples que prefiere, platos de la cocina de Yugoslavia septentrional, que deriva de Viena y que, comparados con la auténtica cocina balcánica, es menos condimentada y más suave. A pesar de los años transcurridos una "corta" (sopa) de pollo aderezada con crema ácida y un "strudel" semejante a los que en una época su madre preparaba en Kumrovec, su pueblo de Zagorje, constituyen aún hoy los platos predilectos de Tito.
En la tierra de la famosa "slivoviza" no es de extrañar que los obreros de una destilería de este genuino alcohol de ciruela le hayan regalado una botella de este líquido, bautizándola "energía atómica". Pero Tito es un bebedor moderado. Sólo durante las comidas toma un vaso de vino yuyoslavo o de cerveza. Se desquita con el humo. Sus cigarrillos, delgados y con filtro, constituyen un requisito del que difícilmente puede prescindir y que a menudo subrayan su manera de expresarse, rica en gestos.
La jornada de Tito transcurre con la precisión de un perfecto reloj. Nada causa en él peor impresión que la falta de puntualidad. Se trata, sin duda, de un hábito que se remonta a la época en que trabajaba para el partido Comunista que en la Yugoslavia monárquica de preguerra estaba proscripto; por eso que, ya antes de convertirse en su jefe máximo, en el año 1937, adoptó el nombre convencional de Tito. Los cuatro años que siguieron, años de luchas partidarias que exigían una reforzada disciplina han dejado en este hombre profundas huellas que penetraron hasta en los hábitos de su vida privada.
Pero si en lo que a las comidas se refiere Tito se muestra algo más flexible, las horas fijas son, en cambio, una regla inviolable salvo en casos excepcionalísimos. Después del almuerzo hace una pausa en su labor para recostarse o leer. Prefiere la prosa. Ha completado sus nociones de inglés leyendo novelas americanas. Entre sus autores extranjeros favoritos, además de Jack London, Upton Sinclair, Sinclair Lewis, Dreiser, Mark Twain y Kipling, figuran Goethe y los franceses Balzac y Stendhal. Sin embargo, su libro predilecto es "Guerra y paz" de Tolstoi. Su intenso amor por los animales se refleja también en su biblioteca. Brehm ocupa un espacio nada despreciable. Hay una serie de anécdotas sobre este amor de Tito hacia los animales. Algunas se refieren a los ejemplares que ha recogido en el grupo de las islas Brioni con los cuales casi podría formar un pequeño jardín zoológico. Solamente con las vacas— de las que fuera pastor a los doce años— lo persigue una tenaz mala suerte. Viajando a Trieste, desde donde emigraría a los Estados Unidos para buscar trabajo como aprendiz de cerrajero, siempre que sus padres pudieran reunir el dinero para la travesía, tuvo que pernoctar en un establo. Durante la noche, una vaca le desgarró el traje que con todo cuidado había puesto a un lado, para comerse un terrón de sal que llevaba en un bolsillo. "Nunca fui afortunado con la ropa", comentó años después el jefe del Estado yugoslavo, recordando el incidente.
En la actualidad el mariscal Tito —si bien su guardarropa proviene de Yugoslavia y no de Gran Bretaña— está considerado, según una revista inglesa de moda masculina, como uno de los hombres mejor vestidos del mundo. Dando el ejemplo con su impecable indumento, el mariscal ha contribuido en forma decisiva a que el "smoking" —prenda desterrada de los Estados comunistas por ser símbolo de un orden social repudiable— reconquistare en Belgrado el lugar que le corresponde.
revista Vea y Lea
31.03.60