Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

GRECIA
LA ODISEA DE LOS CORONELES

Revista Periscopio
10 de febrero de 1970

Si Grecia es suspendida del Consejo de Europa, reconsideraría su colaboración a la NATO" (Associated Press, 13 de diciembre). "Al permitir que Grecia abandone el Consejo, los países asociados fortalecen la situación de los extremistas griegos" (Reuter, 17 de diciembre) . "Por roces con Occidente, Grecia se inclina hacia los países comunistas" (United Press, 17 de enero). "El Gobierno de Atenas decidió realizar una serie de aperturas hacia el bloque oriental" (Ansa, 20 de enero). Los coroneles que encabezan este presunto giro a la izquierda son los mismos que hace 34 meses, con la virtual anuencia de los Estados Unidos, asaltaron el poder en Atenas, para "neutralizar el avance comunista".
El 12 de diciembre último, cuando Grecia se separó del Consejo Europeo antes de que la expulsaran, "una nueva política exterior, más elástica e independiente", acababa de nacer. Esa declaración, en boca de un funcionario de la Cancillería helena, coincide con la firma de un pacto comercial entre Grecia y la URSS.
El Consejo, una suerte de café que reúne tres veces por año a delegados de 18 países, invocaba, para suspender a Grecia, la violación del Tratado de Roma sobre derechos humanos. Los nórdicos y Gran Bretaña dirigieron la ofensiva; Francia se abstuvo, Chipre se opuso; se exigía el retorno a una "verdadera democracia". Ante la sanción inminente, el Canciller Panayotis Pipinellis eligió la retirada; unos días antes, el Primer Ministro George Papadópulos había recomendado: "Sería mejor que cuidaran sus propios asuntos".
De nada sirvieron las palabras de Papadópulos (quien cree que "el comunismo ya no parece un enemigo tan serio"), ni la gestión diplomática de Pipinellis; tampoco las protestas de los diarios griegos ("queremos que Grecia sea gobernada desde Atenas, no desde Estocolmo"), ni las burlas a la presión británica ("los tiempos de la ocupación ya han pasado"). La actitud del Consejo resultó una extorsión hipócrita: empujó la salida de Grecia, pero a su vez le pedía que no abandonara la NATO. Hace varios años que Portugal soporta una situación semejante, aunque a la inversa.
Mientras Pipinellis se despedía, rabioso, los militares griegos, en Atenas, luego de conversar con el Embajador Klimenti Levichkin, dispusieron que técnicos rusos estudiaran la posibilidad de explotar turba en Macedonia y el posterior alumbramiento de un complejo industrial. La facilidad estimuló a los coroneles: dos semanas más tarde, los representantes de Bulgaria, Checoslovaquia y Yugoslavia entraban al Ministerio de Comercio Exterior.
La apertura de un centro comercial en Alemania Oriental también excitó la susceptibilidad de Bonn. ¿De qué se quejan?, preguntaron los griegos. ¿Acaso Willy Brandt no ha iniciado contactos con los comunistas? La Cancillería ateniense aclaró que los tratados comerciales no implican el reconocimiento diplomático, pero las agencias de prensa insinúan que ése puede ser el primer paso.
Hace diez días se volvieron a estremecer con otra noticia: la Cámara comercial de Grecia negociaba con la de Albania, el único aliado de Mao Tsé-tung en Europa. ¿Cómo es posible que países técnicamente en guerra, y con problemas limítrofes, se pongan de acuerdo? Después de la Segunda Guerra Mundial, Albania y Grecia no han suscripto ninguna fórmula de paz; desde la lucha balcánica (1914), discuten por Epiro del Norte, un territorio en manos comunistas, donde viven 150 mil griegos.
"Todos estos acuerdos comerciales —alegó la agencia oficiosa Ana— no constituyen una represalia griega pero la posición de nuestros vecinos ha pesado, sin duda, en las decisiones."

LOS DOS "OXI"
Quizá, para no repetir la experiencia tropical en el Mediterráneo, la Administración de Richard Nixon trata de aplacar el fanatismo de los coroneles, en vez de incentivarlo con trabas inútiles. Al principio optó por suspender la ayuda militar, una simple palmadita en las nalgas que luego se dulcificaría con el término "selectivo". Por fin, luego de un año, el cargo vacante del Embajador norteamericano se cubrió hace un mes: Henry Tasca, un funcionario de carrera, fue encargado de insinuarle a Papadópulos que "gobierne en forma más diplomática", según revelaba Time.
Washington ha debido transigir ante la severidad militar. En rigor, ya está acostumbrado a respaldar regímenes antidemocráticos: Iberoamérica, Vietnam del Sur, son buenos ejemplos. De cualquier modo, esa ambivalencia en la política exterior obedece a una incuestionable realidad: el Mediterráneo cede gradualmente a la influencia soviética —la semana pasada, más naves rusas cruzaron los Dardanelos— y el otrora fiel socio de la nato, Turquía, permite que los Mig aterricen en sus bases militares. Además, en Ankara, florecen las manifestaciones hostiles contra USA, mientras se acerca la fecha para renovar la alianza de seguridad.
Si Grecia cayera en la órbita comunista, la tambaleante Turquía quedaría aislada y el flanco oriental de Italia carecería de defensa positiva. Hace más de veinte años, en previsión de esa alternativa, los Estados Unidos y Gran Bretaña intervinieron en la devastadora guerra civil. Ahora, gracias al malabarismo norteamericano, la Junta sabe que no será derribada por la vía diplomática; esa desesperanza condena a la oposición a propiciar la resistencia interna, actualmente una entelequia.
La semana pasada, para amortiguar las acusaciones de giro a la izquierda, los diarios atenienses destilaron proclamas anticomunistas. Hasta el mismo Canciller Pipinellis salió a contrarrestar los rumores. 'Oxi, oxi' (no), bramó, parafraseando dos negativas históricas.
Antes de la batalla de Maratón, los persas intimidaron á Leónidas:
—Nuestras flechas cubrirán el cielo.
—Mejor, así pelearemos a la sombra.
Luego brotó el ultimátum y Leónidas expuso el primer oxi famoso, junto con su talento en el combate. En octubre de 1940, Mussolini cruzó Albania y se detuvo en la frontera; en Atenas, el conde Grazzi sugirió al Primer Ministro, general Juan Metaxas, que Grecia admitiera el tránsito de las tropas italianas. El segundo oxi de la historia griega culminó en las comarcas albanesas, con los oficiales de Metaxas mirando las espaldas fascistas.

Mi país, que una vez fue la cuna de la belleza,
la cuna de la prudencia,
es hoy lugar de muerte.
Tanta luz vuelta oscuridad,
tanta belleza convertida en miedo,
tanta fuerza tornada en debilidad,
tantos héroes reducidos al mármol.

Así imaginó Mikis Theodorakis, el autor musical de Zorba el griego, la situación de su país, mientras la opinión mundial se erizaba con las versiones de sádicas torturas en las húmedas celdas de la cárcel de la calle Bubulinas. El film Z —premio de los críticos norteamericanos y a punto de estrenarse en Buenos Aires— habría de completar el sangriento folletín, disecando las indecencias de un flamante Estado policial.
En solitarias islas del Egeo y en prisiones de las afueras de Atenas, aún esperan su proceso unos 3.000 detenidos. Pero la 'falanga'—golpear las plantas de los pies con varillas de hierro— es una práctica olvidada. Desde noviembre, cuando el Gobierno comenzó a mostrar buena letra para calmar la inquietud de sus aliados europeos, un equipo de la Cruz Roja recorre las cárceles. También han cesado las quejas.
Entretanto, los colegios y el periodismo cayeron bajo las garras reformistas de Papadópulos. Con el deseo de restaurar la antigua gloria griega, se ha decretado la enseñanza Obligatoria del 'katharevusa' —una forma neoclásica del idioma, que para los jóvenes resulta una lengua extranjera—; los diarios han superado la censura, pero deben asimilarse a una ley de prensa que amenaza con prisión y multas a quienes fomenten el "derrotismo" o "reaviven el fuego de las pasiones políticas". Hay otra ley de "murmuraciones" que también sirve de mordaza; los ocho millones y medio de griegos han comprendido que el silencio no es sólo una virtud, sino una necesidad. Eso no les impide ejercitar el humor:
—¿Tiene algún contacto con los militares?
—No —contesta otro pasajero del ómnibus.
—¿Su padre, su hijo, su yerno, su suegro?
—No, señor, nadie.
—Entonces, ¿tendría usted la gentileza de quitarme el pie de encima?

En el exilio, algunos políticos se adiestran: desde París, el astuto Constantine Karamanlis, 62 —el más respetado de todos—, conversa telefónicamente con el Rey y con la Junta, mientras acepta el respaldo de algunos emigrados pacíficos y de la Resistencia Nacional que encabeza, en Atenas, un misterioso general Akritas.
Otros sueñan: Andreas Papandreu, 51 —vehemente hijo de quien inspiró la Unión del Centro—, alacranea desde su cátedra de Economía en Toronto. No sólo dispara contra los militares, sino contra los Estados Unidos, el mismo país que lo acogió como ciudadano para evitarle el servicio militar. Por su parte, el Partido Comunista vive más que emigrado: a casi tres años de instaurada la Dictadura todavía no se pronunció.

AYER Y HOY
Las cimas aún se cubren de nieve y se han agotado las cosechas, salvo algunas orondas naranjas que penden, todavía, en la costa del Peloponeso. Los olivos están en plena poda y en los valles fértiles ha comenzado la labranza. La pausa llega también a Atenas: sus habitantes desgranan las horas sobre interminables tazas de espeso café, o se acercan a las tabernas de la ciudad vieja a beber uzo y a escuchar la subyugante música buzuki. En suma, el invierno de este año presenta el mismo cuadro que ha cautivado siempre a los turistas. Sin embargo, el cuadro se alterna cuando un automóvil negro, a prueba de balas y escoltado por motociclistas, surca las avenidas.

'Los tiranos aparecieron como una reacción al régimen social y económico que hacía más ricos a los ricos y más pobres a los pobres' (Historia de Grecia, Albert Malet).

El taciturno George Papadópulos, ahora reducido a vestir ternos azules, corre a ocupar —de 7,30 a 3 y de 6 a cualquier hora— el mismo escritorio del Palacio Viejo que ha cobijado a los jefes de los 41 Gobiernos precedentes, desde 1944. Hay una aparente estabilidad, sostenida con mano de hierro. Los Primeros Ministros cautivos del Parlamento, las luchas callejeras, las huelgas, la impotencia del Rey, todo cambió en la noche del 21 de abril de 1967, al instalarse la dictadura.
A partir de ese momento, Papadópulos se repartió el poder con otros dos oficiales: Stylíanos Pattakós (Interior) y Nikolaos Makarezós (Economía). Pero él, Jefe de Estado, Viceprimer Ministro, encargado de Educación, Defensa y Religión, es como el símbolo que une a la logia. Como el amuleto que se repite en los tres austeros escritorios: un pedazo de madera que se supone sagrada, con una imagen tridimensional de Jesucristo en Getsemaní.
Pattakós, cabeza rapada y espesas cejas, se dedica a supervisar la marcha de las obras públicas; Makarezós, el intelectual de la Junta —graduado en Derecho, Ciencias Políticas e Ingeniería—, se jacta del índice económico alcanzado en los últimos años. Pero sus cálculos no conforman a las agencias occidentales, que prevén . una futura devaluación de la dracma.

'En Esparta, el hombre fue únicamente un soldado que se ejercitó sin descanso en las virtudes militares y estuvo siempre dispuesto a dar su vida por la patria.' (Idem.)

Esforzados, los coroneles proclaman un envidiable ascetismo. Comen poco, duermen menos y hasta realizan tareas domésticas: Papadópulos se prepara el café; a su esposa, Despina, le gusta dormir hasta tarde. Su idea evidente es contagiar a la población sobrias costumbres, nacidas en el rigor de los cuarteles. Han proclamado varias veces que son mandatarios del pueblo y que tienen una única ambición: "La salvación de la patria".

'Licurgo era un hombre honesto —había rehusado aceptar el título de Rey— y redactó la Constitución que habría de regir a Esparta.'

El 29 de setiembre de 1968, Papadópulos invitó al pueblo a convalidar una nueva Constitución que se cumpliría por etapas. Aprobada por el 92 por ciento de los votos —un porcentaje casi comunista—, admite las libertades individuales y colectivas, el derecho de asociación, la inviolabilidad del domicilio y la libertad de prensa. Claro que sólo empezarán a funcionar cuando se levanten las leyes de emergencia. El retorno a la democracia será gradual: el mes pasado se conocían algunos detalles del proyecto de ley sobre partidos políticos. Se supone que dentro de dos años habrá elecciones; eso sí, nadie duda de la palabra del Primer Ministro: él no será candidato.

'Antes de Licurgo, Esparta era controlada por dos Reyes omnipotentes; luego, él los convirtió en personajes representativos sin autoridad real: reinaban pero no gobernaban.'

El Rey Constantino comprobó que el sentimiento popular tiene sus peligros. Mal aconsejado, primero cometió la torpeza de bombardear a los coroneles que controlaban la situación y luego de huir: en realidad, ellos nunca atentarían contra la dinastía. Ahora, bajo la influencia del temperamento autoritario de su madre, Frederika, esquiva la realidad: la nueva Constitución lo ha privado de ciertas prerrogativas. El Arzobispo Makarios, el mes pasado, sirvió de negociador; pero el regreso parece condicionado a sus exigencias: los griegos han, votado por una democracia coronada —algo así como Gran Bretaña y Suecia— y, aunque sea un bocado indigesto, Constantino tendrá que aceptarlo. Si lo hace, los países escandinavos dejarán de escandalizar a Europa con sus pruritos democráticos.

'Licurgo quiso que en Esparta no existieran ricos ni pobres y distribuyó las tierras por lotes entre los ciudadanos con la prohibición expresa de venderlas.'

Con la obvia intención de cortejar al pueblo, a poco de asumir Papadópulos condonó deudas de los agricultores por valor de 300 millones de dólares. Más de la mitad de la población, que vive del campo, se alegró con otra medida complementaria: las jubilaciones a los campesinos fueron incrementadas en un 70 por ciento. A los obreros se les reservó un aumento que oscila entre el 10 y el 40 por ciento, con escaso desmedro de la estabilidad económica.

'Los espartanos eran invasores dorios que, menos numerosos que sus vencidos aqueos, debieron estar constantemente sobre las armas para conservar lo que habían conquistado.'

En noviembre del año pasado, a pesar del torniquete militar, medio millón de personas salió a las calles para rendir homenaje fúnebre a Georges Papandreu, un político que, para la Junta, no merecía sino un anatema. Fue un verdadero desafío.
Pero los presos políticos han disminuido ; el régimen no necesita apelar a la brutalidad física para mantener a la ciudadanía en su redil. La bacteria del miedo basta para intimidarla. Los delatores han adquirido un confortable status —se asegura que cobran 20 dólares por mes y que gozan de credenciales— e integran un sistema casi 'orwelliano' de espionaje. Además, en Atenas se conocen todos (2 millones de almas).
Es probable que muchos griegos pretendan el fin de los coroneles; pero los sacude la idea de una nueva guerra civil, los amedrenta la indiferencia norteamericana, los neutraliza el escaso valor a los líderes políticos.
Además, el Ejército (118.000 hombres) no parece preocupado por derribar a la Junta: los oficiales disfrutan uniformes nuevos, sueldos más altos y flamantes prebendas (automóviles importados de Alemania). Es difícil que la actual generación de capitanes, mayores y coroneles deseen liquidar á la gallina de los huevos de oro.

'Eran los guerreros mejor adiestrados y desdeñaban el bienestar y la cultura intelectual porque, según ellos, pervertían las virtudes marciales.'

El corresponsal de Newsweek dice que, "si la Junta espantó a los ciudadanos mejor dotados, un manto oscuro ha caído sobre la vida cultural griega". Georges Seferis, Premio Nobel de Literatura en 1963, no publicó una línea desde el ascenso de los coroneles; ahora ha comenzado a despotricar contra el Gobierno, mientras se postergaba su candidatura a un sillón de la Academia griega, cedido al novelista Pedro Haris.
Dos figuras de la escena, Katina Paxinu —la Pilar de 'Por quién doblan las campanas'— y su esposo, Alexis Minotis, renunciaron al Teatro Nacional para formar compañía propia. Las estrellas como Melina Mercouri e Irene Pappas agobian con sus monsergas desde el exilio; Mikis Theodorakis, ex Diputado izquierdista, cuya partitura de 'Z' salió de contrabando, vive aislado en una isla cercana a la capital, con protección —o guardia— policial.
Cuando los tiranos quisieron perpetuar su estirpe en el poder, se excedieron en lo que sus gobernados podían soportar: carecían del prestigio que había hecho tolerar la larga opresión de los nobles.
Es dudoso que Papadópulos y su gente aspiren a un abono vitalicio; saben que el poder corrompe y sólo intentan propagar su ejemplo, eternizarse en estatuas. Si lo consiguen, quizás otro dato histórico se torne actual: Italia acogió a la civilización helénica. Sólo que esta vez no parece que la de los coroneles sea una nueva civilización.
Roberto García

 

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