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Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL


¿El principio del fin?
Hay indicios de una definición
en la guerra entre Irak e Irán
revista Somos
marzo 1985



Saddam Hussein

ayatollah Khomeini

 

 

 

Cuando el 22 de septiembre de 1980 el régimen iraquí de Saddam Hussein contestó con un ataque relámpago a lo largo de toda la frontera a una serie de violaciones limítrofes y bombardeos efectuados por tropas iraníes, ningún observador podía suponer que se estaba desatando un conflicto que —cuatro años y medio después— se ha convertido en una tragedia gigantesca con 558.000 muertos y 920.000 heridos y mutilados.
La guerra Iran-Irak estalló por un doble y shakespeariano equívoco: el régimen del ayatollah Khomeini estaba convencido de que una "prueba de fuerza" con Bagdad provocaría el alzamiento en armas de la población shiíta iraquí (el 60% de los habitantes) fieles al llamamiento de la revolución integralista islámica piloteada desde Teherán, sepultando a Hussein y a su partido, el Baath, de orientación laica y nacionalista. El presidente iraquí, a su vez, respondió con una blitzkrieg tan ambiciosa como contundente, seguro de que el frente interno iraní, debilitado por la resistencia contra Khomeini y por la crisis económica, se desmoronaría como un castillo de naipes.
Cuatro años y medio después este fatal error —además de las masacres que se suceden en el frente y en las ciudades bombardeadas— cuesta a cada uno de los contendientes 2.000 millones de dólares mensuales. Las ultimas informaciones llegadas desde el frente (800 kilómetros, desde las montañas del Norte hasta las ciénagas de la región de Basora que se asoman al Golfo Pérsico) hablan de una sangrienta batalla en Huwaiza después que varios batallones de 'pusdaran' o guardias de la revolución iraníes, muchos de ellos de no más de 15 años de edad, intentaron atravesar el río Tigris para después controlar la estratégica ruta Bagdad-Basora. Manejando con absoluta solvencia los tiempos tácticos, las tropas de Hussein bloquearon y masacraron a la vanguardia iraní y, con un fulmíneo contragolpe pusieron fuera de combate a varias divisiones invasoras. Teherán reconoce que los mártires iraníes que cayeron en la batalla son 12.000, lo que hace más atendible a las cifras que manejan los servicios de informaciones iraquíes, que hablan de 27.000 muertos y prisioneros. En suma, un descalabro sólo comparable al sufrido por el ejército de Khomeini en la misma región, en febrero de 1984.
¿Marca Huwaiza el comienzo del fin de la guerra, con la derrota de Irán? Muchos observadores no comparten la euforia de la plana mayor de las fuerzas armadas de Irak, pues recuerdan que el sanguinario régimen del ayatollah está todavía en condiciones de lanzar contra las defensas adversarias una marea humana de 700.000 fanáticos integralistas. Incluso, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres sostiene que, mediante la movilización total, Irán podría contar con 2.000.000 de hombres. En este terreno la inferioridad de Irak es indiscutible: su ejército dispone de un número considerablemente menor de efectivos, aunque con una preparación profesional y una organización mucho mayores. La supremacía de Irak está en la aviación, gracias al devastante poder de fuego de sus flamantes Super Etendart dotados de misiles Exocet y de los Mig 27 entregados hace poco a Hussein por la Unión Soviética. Teherán, por su parte, no renovó su aviación desde los tiempos del sha Reza Pahlevi, sobre todo por la resistencia norteamericana. Además sus F-4 (sus caza-bombarderos más efectivos) son frecuentemente controlados en la región del Golfo por los modernísimos y ultrasofisticados F-15 de Arabia Saudita, firme aliado de Irak en la guerra.
La situación es también difícil para Irán en el plano diplomático. Hussein ha sabido explotar inteligentemente el miedo que provoca en todo el mundo árabe sunnita la onda expansiva de la revolución integralista que motoriza Khomeini.
Una advertencia que encuentra sensibilizados interlocutores no sólo en Arabia Saudita sino en Kuwait, Watar, Bahrein, Omán y los Emiratos Árabes Unidos, todos ellos alineados junto a Irak. El frente árabe antikhomeinista se completa con Jordania,que acaba de establecer una alianza político-diplomática con Egipto. Después de un largo ostracismo, El Cairo vuelve a tomar un rol proíagónico en la región y lo hace desplegándose sin eufemismos contra Khomeini, quien apenas puede contar con el respaldo de los dos países árabes más extremistas: la Siria de Assad y la Libia de Kaddaffi. Frente a la persistencia del conflicto y a sus riesgos potenciales de desestabilizar a la estratégica región, Estados Unidos y la Unión Soviética parecen haber llegado a un tácito acuerdo de no intervención. Después de haber encontrado a Ronald Reagan en Washington, el presidente egipcio Hosni Mubarak no ocultó su sorpresa al constatar la extremada prudencia del jefe de Estado norteamericano ante su pedido de incremento de la presión internacional contra Khomeini. Según parece, sobre Reagan pesa significativamente el lobby judío de Nueva York, que no hace concesiones en su oposición a una desmesurada ayuda militar norteamericana a los países árabes.
Y también influye sobre Reagan el filo-sovietismo del régimen de Hussein.
Moscú, por su parte, teme tanto como los países árabes moderados la expansión islámica y ha tejido una estrategia política y diplomática tendiente a evitar la caída de Hussein, sabotear la alianza entre Irán y su protegida Siria y aislar a Khomeini.
En cuanto a las amenazas de Irán de cerrar el estrecho de Ormuz (por donde pasa el 60 por ciento del petróleo que va a parar a occidente) tienen hoy un poder extorsivo bastante menor que al comienzo de la guerra, por la política de diversificación de alimentos (occidente
recibe ahora mucho más petróleo de Nigeria y de México) y por el transporte del producto desde Arabia Saudita y de los Emiratos del Golfo mediante oleoductos terrestres. Cuando comenzó el conflicto, Henry Kissinger sostuvo que, tanto para los Estados Unidos como para la Unión Soviética, "la solución perfecta seria que ambos contendientes, Irán e Irak, salieran de la guerra de rodillas y con los huesos rotos". Una tesis que parece haber sido adoptada tanto por la Casa Blanca como por el Kremlin.
Bruno Passarelli
(Corresponsal en Roma)