Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


BRASIL
LOS GUERRILLEROS ESTAN MARCADOS

Revista Periscopio
19.05.1970

"Nuestra táctica era el cerco, ahora la limpieza'", anunció un oficial. A principios de la semana pasada, al decidir este cambio, las Fuerzas Armadas brasileñas reconocían su fracaso: el núcleo insurgente que perseguían desde el mes pasado se les escurrió de las manos una vez más.

Ya alrededor del 20 de abril un infidente dijo en Río de Janeiro que al Sur de la ciudad de San Pablo —en el Vale do Ribeiro y en la colina Tatú— se gestaba un foco guerrillero. Al parecer, había llegado la hora para las tropas especiales del Ejército, aburridas de combatir en la selva contra maniquíes. También hubo colaboración de la Marina, que aportó sus infantes, mientras la Aviación prefería regar generosas dosis de napalm en un área de 20.000 kilómetros cuadrados, donde se presumía que operaban los sediciosos.

La censura militar prohibió cualquier noticia sobre el tema; se dijo, sin embargo, que los insurrectos no pasan de dos docenas. Una vasta operación de pinzas debía acorralarlos gradualmente, cortar sus comunicaciones, la provisión de armas, los alimentos. Cuando el rodeo parecía acariciar la presa, se descubrió que los guerrilleros se habían esfumado por arte de magia.

La jugarreta fue muy simple: los rebeldes se habían provisto de uniformes del Ejército, con los que burlaron la maraña militar. Gracias a la inquietud de un oficial, tres falsos soldados tuvieron que revelar su verdadera identidad. Luego de capturarlos, el 3 de mayo, en Barra do Baco, un teniente reveló: "Se los veía laboriosos, pero algo desaliñados. Eso fue lo que me llamó la atención".

Pero no todos los guerrilleros franquearon la barrera. La semana pasada, persistía la búsqueda; inclusive, se produjeron encuentros armados. Según el canal de televisión O Globo, los sediciosos eran argentinos. Peligrosa afirmación: los militares brasileños siempre han creído en las "fronteras móviles". Hace diez días, una patrulla policial no se sonrojó al burlar la frontera uruguaya para liquidar a un pistolero. Jornal do Brasil, en cambio, sostuvo que era un compatriota.

Todos, sin embargo, coincidían en un punto: Carlos Lamarca (33), dirige ese núcleo de irregulares. Blanco, magro, ojos castaños, 1,70, el capitán que huyera en febrero del año pasado con dos camiones colmados de armas, ahora
se llama Joao. Nadie podía imaginar, entonces, que ese eficiente y callado oficial —el mejor tirador del Ejército— alentara ideas comunistas.

Lamarca fue el encargado de adiestrar a los empleados bancarios para enfrentar a balazos a los terroristas de Vanguardia Armada Revolucionaria-Palmares, organización a la cual luego se integró abiertamente. "Pero si hasta eligió los revólveres calibre 38!", se sorprendía uno de los banqueros.

Un asalto en San Pablo los convenció a todos. Mientras una banda controlaba el Banco, un agente corrió hacia la puerta para detenerlos. Antes de que sorprendiera a la gavilla, otro hombre lo imantó desde la vereda de enfrente; tranquilo, extrajo su pistola y gastó un tiro: el policía cayó con una perforación entre los ojos.

Desde entonces, la figura de Lamarca crece en la clandestinidad. Convertido en secuaz de Carlos Marighela —el ex Diputado comunista que mandaba la acción directa—, lo suplantó en noviembre del año pasado, cuando el caudillo fue ultimado por la Policía. Pero Lamarca no habría de durar al frente de VAL-Palmares: acusado de militarista, de propiciar acciones anárquicas, tuvo que abandonar el comando, no así su vocación revolucionaria, dedicada ahora al foco guerrillero.

Hace 35 años, otro capitán inquietaba al Brasil: Luiz Carlos Prestes recorrió su país de Sur a Norte al frente de una legendaria columna de soldados, rebelándose contra las autoridades. Ahora, si bien vive en la clandestinidad, es un revolucionario jubilado; en cambio, hombres como Lamarca difícilmente mueran de viejos.

 

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Lamarca
Lamarca (centro), instruyendo guerrilleras


 

 

 

 
 

 

 

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