Revista Periscopio
05.05.1970 |
Hace ocho años subieron a las montañas,
encandilados por una experiencia —la cubana— y por una filosofía,
"el poder está en la boca de los fusiles", que Mao Tsé-tung había
demostrado viable, aunque dolorosa. Hoy bajan a Caracas en pequeños
grupos, o de a uno y, sin renegar de la lucha armada, reconocen que
fallaron allí donde los revolucionarios cubanos y chinos resultaron
más fuertes: en el desarrollo de condiciones políticas que acortaran
la enorme distancia que separa a las masas venezolanas de sus
revolucionarios.
El domingo 19, Héctor Pérez Marcano
(http://www.noticierodigital.com/2012/01/hector-perez-marcano-el-espiritu-del-23-de-enero-de-1958-es-el-mismo-que-hoy-se-rebela-contra-chavez/),
comandante de guerrillas, antiguo presidente de la Federación de
Centros de Estudiantes Universitarios y ex secretario general de la
Juventud del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), explicó a
un reportero de El Nacional los motivos de su deserción. "Nunca
comprendimos profundamente la situación política del país", admitió.
Se refería, claro, a ese sutil juego de contrapesos sociales y
equilibrios económicos que sostienen una situación dada, aunque los
analistas la hayan declarado insostenible. Pérez Marcano fue, por un
momento, una genuina reedición de Fidel Castro: en 1965 capitaneó
una expedición de cubanos y venezolanos que desembarcó en las playas
de Machurucuto. El Ejército la diezmó, pero el dirigente estudiantil
pudo sobreponerse, y tuvo energías para incorporarse al Frente
Antonio José de Sucre, la línea militar del MIR.
Pero estos guerrilleros, a diferencia de los cubanos que combatieron
contra Batista, estaban insuflados de ideologías y terminaron en una
inacabable discusión sectaria. Cuando Rafael Caldera ocupó la
Presidencia, anunció la amnistía para los guerrilleros, el MIR se
mantuvo al margen del acuerdo, aunque uno de sus líderes máximos,
Américo Martin, recobró la libertad, y el secretario general del
Partido, Simón Sáez Mérida
(http://es.wikipedia.org/wiki/Simón_Sáez_Mérida) volvió a Caracas.
Cuando el Gobierno les concedió la tregua, ellos volvieron las armas
contra sí mismos, y el MIR saltó por los aires, fragmentado en tres
partes principales y varias de menor importancia.
El núcleo más considerable fue el de Carlos Betancourt
(http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Betancourt), Comandante
Gerónimo, quien realizó una purga política entre sus acólitos,
expulsando a Julio Escalona, Fernando Soto Rojas y Marcos Gómez;
enseguida acusaba de derechista a la dirección de Caracas,
justamente Martin y Sáez Mérida. Betancourt pasó a ser el jefe del
Frente Antonio José de Sucre, el único que todavía en marzo último
hostigaba pequeñas guarniciones militares.
En orden de importancia le sigue la escisión de la juventud,
desilusionada de la línea "militarista" de Betancourt e igualmente
enfrentada con la dirección "derechista" de Caracas. Sus jefes son
Jorge Rodríguez y José Mieres, dirigentes del movimiento estudiantil
de las más recientes hornadas y, por el momento, ajenos a esa
interminable avalancha de culpas que el paso por la política arroja
sobre los líderes.
Finalmente, la dirección "derechista" del MIR la componen Martin,
Sáez Mérida y Moisés Moleiro, que recientemente fue encarcelado.
Pero su unión es presunta: en realidad, los dividen diferencias
profundas en el plano táctico y hasta en el personal.
Martin ha explicado que la guerrilla urbana y la rural, en
Venezuela, no pudieron vincularse con las masas. "Tal vez —admitió—
porque la falta de un concepto claro de la toma del poder impuso a
la acción de los revolucionarios una imagen aventurera a los ojos de
las mayorías." Ahora piensa que la lucha armada deberá programarse
menos espectacularmente, pero con vistas a una guerra prolongada.
Una penetración continuada en los barrios, la politización de las
zonas rurales, la formación de cuadros militares técnicos y un
estudio serio de la realidad del país, podrían taponar la criba por
donde la guerrilla se desangró a lo largo de ocho años. "La cosa
sería como partir de cero", meditó en voz alta.
Los jerarcas del MIR en Caracas coinciden en que los motivos
personales a menudo ciegan a los "militaristas"'. Es verdad, pero
¿quién, podría negarle al temerario Soto Rojas el derecho de
combatir encarnizadamente, buscando la muerte, después de haber
visto arrojar desde un helicóptero a su propio hermano, prisionero
de la Policía política? Han sido ocho años crueles: nadie podrá
olvidarlos en Venezuela.
En febrero los hombres de Betancourt suscribieron un acuerdo, que
fecharon en Montañas de Oriente, con las guerrillas de las FALN, que
actúan sobre todo en los estados de Lara y Portuguesa. El pacto
aparentemente consolidó las dos corrientes guerrilleras, bajo la
denominación de Comité de Integración Revolucionaria, "cuya misión
central —dice— es la de resolver todo lo relativo a la constitución
de un solo partido y un solo ejército revolucionario'".
Pero el "enemigo común" volvió a disgregarse entre los dedos de los
ideólogos guerrilleros. Douglas Bravo, que había refrendado el pacto
por cuenta de las FALN, emitió una ruda sentencia anticastrista de
cuatro páginas; en ella le reprocha al líder cubano que "se alejó de
los principios del internacionalismo proletario al escoger el camino
del desarrollo económico de Cuba, alentado por la Unión Soviética,
como su tarea principal, apartándose de la lucha armada como vía
para la revolución en América latina". Otro caudillo, el comandante
Julio Escalona, fulminó al barbudo Primer Ministro desde las
Montañas de Oriente: "Los agentes soviéticos tratan de desviar el
curso de Cuba penetrando su Ejército, sus organismos de seguridad,
sus organismos de planificación económica".
Algunas de las más calificadas personalidades de la guerrilla en el
campo militar no han podido resistir el vaivén ideológico. El
comandante Héctor Fleming Mendoza, que antes era teniente del
Ejército y se hizo comunista en la cárcel, de donde fugó en 1963,
fue uno de ellos. Su pericia como organizador armado no tenía rival,
pero fatigado por la gimnasia a que lo obligaban sus compañeros,
bajó los brazos.
Ahora se le ha sumado Pérez Marcano. "He vuelto porque estoy
enfermo, no porque considere falsa la tesis guerrillera", aclaró.
Pero estos hombres recios, curtidos por el sol, avezados en la
lucha, si algo tienen es salud. Su enfermedad es del alma: la
soledad, su propio desconcierto, aniquilan a los guerrilleros
venezolanos.
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Guerrilleros: adiós a las armas
una cita de Mao frente al Capitolio, son pocos pero no
desaparecen |
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