Cuffy, un atrevido esclavo que se irguió contra
despóticos latifundistas —osadía pagada con la muerte—, se ha
convertido, desde el lunes 23, en el héroe nacional de los
guyaneses. A 207 años de aquel intento, el homenaje no era gratuito:
coincidía con el nacimiento de la República Cooperativista de
Guyana.
En 1831, los holandeses vendieron la colonia a Gran Bretaña.
Apretada entre el Atlántico, Venezuela, Brasil y Surinam, la Guyana
estiró sus dominios generosamente, sobre tierras ajenas, gracias a
la inspirada —y codiciosa— diplomacia británica.
La abigarrada población (700.000 habitantes) nutrió, con sus
diferencias, los argumentos del tutela je inglés. Alentados por la
Administración, los hindúes (50,1 por ciento), africanos (31,4),
mestizos (11,4), amerindios (4,6), y en menor escala los portugueses
y los chinos demoraron con sus disputas secesionistas la anhelada
emancipación.
Desde 1928, la Meca de los piratas prometía concederles una
soberanía limitada, pero sufrió una amnesia hasta 1953. Aun
entonces, el privilegio de elegir a sus propios mandatarios fue
cancelado cuando los nativos se inclinaron por un candidato propenso
al comunismo. Invasión de la Royal Navy, Gobierno provisional, nueva
consulta en 1957; otra vez, el marxista ambulatorio Jeddi Jagan —al
frente de su Partido Progresista Popular— obtuvo la victoria para
los hindúes. La falta de madurez de los ciudadanos hubo de purgarse,
nuevamente, con la penitencia.
Pero la contumacia del electorado alcanzará su fruto en 1961: Gran
Bretaña se arriesga y Jagan es ungido primer Jefe de Gobierno. Buen
amigo de Fidel Castro, su verba agresiva hace crecer el pánico entre
los inversores extranjeros, temerosos de su política estatizante; su
esposa, una antipática dentista norteamericana, lejos de morigerar
al Primer Ministro, lo incentiva, con ideas aún más radicales.
En los comicios de 1964, Jagan, triunfante en las urnas, es
derrotado en el Parlamento por la amalgama de la minoría europea
(conducida por el reaccionario comerciante Peter D'Aguiar) con un
tránsfuga del PPP: Forbes Burnham, de descendencia africana. Es él
quien, aplaudido por Londres y Washington, se encargará del
Gobierno. En
estos años, ha sabido promover la industria local y reducir la tasa
de desempleo, pero no amortiguar los enconos raciales. En 1968,
obtenida una cierta independencia, no necesitó del apoyo conservador
para derrotar a Jagan, cuya estrella parece desvanecerse por su
falta de imaginación.
Hasta el lunes 23, Guyana era gobernada formalmente por la monarquía
británica y por el rudo estilo de Burnham, responsable ante la única
Cámara de 53 Diputados. Ahora, por obra de una nueva Constitución,
la República Cooperativista tiene un Jefe de Estado, aunque el poder
real incumbe al Gabinete, comandado por el Primer Ministro. La
adopción de esa Carta —y ese nombre— en nada altera las facultades
de Burnham, cuyo período fenece en 1973.
Lo que sí sorprende en la flamante República es una transición: la
caña de azúcar y el arroz, cuya explotación maltrató a tantos
esclavos, se rinden a una incipiente industria, sustentada en los
ricos filones de bauxita: según Claude Julien (El imperio
americano), las reservas duplican a las de los Estados Unidos —cuya
voracidad insume más del 33 por ciento de la producción mundial— y
son un verdadero El Dorado. Estos yacimientos, que seducen a varios
países, han provocado algunos conatos de insurrección.
Hace un año, sobre el río Rupununi, cerca de la frontera con Brasil,
brotó una tentativa separatista, digitada por un grupo de hacendados
extranjeros. Tras ellos —o más bien, adelante, recibiendo las balas—
iban los amerindios, una minoría étnica próxima a la extinción.
Resentidos por la hostilidad de hindúes y africanos, que los
expulsan hacia las cenagosas tierras del interior, se enredan desde
hace una década en cualquier motín.
No sólo secundaron planes de los terratenientes norteamericanos en
la ribera del Rupununi; también se han allanado a las pretensiones
venezolanas sobre el Este del río Esequibo, un litigio que ha
cumplido un siglo y medio de edad. Es probable que tampoco tendrán
prejuicios en apoyar cualquier avanzada brasileña; pero la sutil
política carioca prefiere la infiltración pacífica y progresiva, la
asistencia en el desarrollo fronterizo.
El jueves último, Caracas anunció que soldados guyaneses dispararon
contra puestos de vigilancia del Ejército venezolano en la isla de
Anacoco, que pertenece al distrito Esequibo, en disputa. "Esto no
puede ser cierto", comentó Forbes: sus tropas tendrían órdenes
expresas de no usar sus armas.
La codicia de los colonos norteamericanos, las reivindicaciones
venezolanas y la obsesión expansionista de Brasil apuntan a un solo
blanco: la bauxita.