Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

GUYANA
UN NUEVO EL DORADO

Revista Periscopio
24/02/1970

 

Cuffy, un atrevido esclavo que se irguió contra despóticos latifundistas —osadía pagada con la muerte—, se ha convertido, desde el lunes 23, en el héroe nacional de los guyaneses. A 207 años de aquel intento, el homenaje no era gratuito: coincidía con el nacimiento de la República Cooperativista de Guyana.
En 1831, los holandeses vendieron la colonia a Gran Bretaña. Apretada entre el Atlántico, Venezuela, Brasil y Surinam, la Guyana estiró sus dominios generosamente, sobre tierras ajenas, gracias a la inspirada —y codiciosa— diplomacia británica.
La abigarrada población (700.000 habitantes) nutrió, con sus diferencias, los argumentos del tutela je inglés. Alentados por la Administración, los hindúes (50,1 por ciento), africanos (31,4), mestizos (11,4), amerindios (4,6), y en menor escala los portugueses y los chinos demoraron con sus disputas secesionistas la anhelada emancipación.
Desde 1928, la Meca de los piratas prometía concederles una soberanía limitada, pero sufrió una amnesia hasta 1953. Aun entonces, el privilegio de elegir a sus propios mandatarios fue cancelado cuando los nativos se inclinaron por un candidato propenso al comunismo. Invasión de la Royal Navy, Gobierno provisional, nueva consulta en 1957; otra vez, el marxista ambulatorio Jeddi Jagan —al frente de su Partido Progresista Popular— obtuvo la victoria para los hindúes. La falta de madurez de los ciudadanos hubo de purgarse, nuevamente, con la penitencia.
Pero la contumacia del electorado alcanzará su fruto en 1961: Gran Bretaña se arriesga y Jagan es ungido primer Jefe de Gobierno. Buen amigo de Fidel Castro, su verba agresiva hace crecer el pánico entre los inversores extranjeros, temerosos de su política estatizante; su esposa, una antipática dentista norteamericana, lejos de morigerar al Primer Ministro, lo incentiva, con ideas aún más radicales.
En los comicios de 1964, Jagan, triunfante en las urnas, es derrotado en el Parlamento por la amalgama de la minoría europea (conducida por el reaccionario comerciante Peter D'Aguiar) con un tránsfuga del PPP: Forbes Burnham, de descendencia africana. Es él quien, aplaudido por Londres y Washington, se encargará del Gobierno. En
estos años, ha sabido promover la industria local y reducir la tasa de desempleo, pero no amortiguar los enconos raciales. En 1968, obtenida una cierta independencia, no necesitó del apoyo conservador para derrotar a Jagan, cuya estrella parece desvanecerse por su falta de imaginación.
Hasta el lunes 23, Guyana era gobernada formalmente por la monarquía británica y por el rudo estilo de Burnham, responsable ante la única Cámara de 53 Diputados. Ahora, por obra de una nueva Constitución, la República Cooperativista tiene un Jefe de Estado, aunque el poder real incumbe al Gabinete, comandado por el Primer Ministro. La adopción de esa Carta —y ese nombre— en nada altera las facultades de Burnham, cuyo período fenece en 1973.
Lo que sí sorprende en la flamante República es una transición: la caña de azúcar y el arroz, cuya explotación maltrató a tantos esclavos, se rinden a una incipiente industria, sustentada en los ricos filones de bauxita: según Claude Julien (El imperio americano), las reservas duplican a las de los Estados Unidos —cuya voracidad insume más del 33 por ciento de la producción mundial— y son un verdadero El Dorado. Estos yacimientos, que seducen a varios países, han provocado algunos conatos de insurrección.
Hace un año, sobre el río Rupununi, cerca de la frontera con Brasil, brotó una tentativa separatista, digitada por un grupo de hacendados extranjeros. Tras ellos —o más bien, adelante, recibiendo las balas— iban los amerindios, una minoría étnica próxima a la extinción. Resentidos por la hostilidad de hindúes y africanos, que los expulsan hacia las cenagosas tierras del interior, se enredan desde hace una década en cualquier motín.
No sólo secundaron planes de los terratenientes norteamericanos en la ribera del Rupununi; también se han allanado a las pretensiones venezolanas sobre el Este del río Esequibo, un litigio que ha cumplido un siglo y medio de edad. Es probable que tampoco tendrán prejuicios en apoyar cualquier avanzada brasileña; pero la sutil política carioca prefiere la infiltración pacífica y progresiva, la asistencia en el desarrollo fronterizo.
El jueves último, Caracas anunció que soldados guyaneses dispararon contra puestos de vigilancia del Ejército venezolano en la isla de Anacoco, que pertenece al distrito Esequibo, en disputa. "Esto no puede ser cierto", comentó Forbes: sus tropas tendrían órdenes expresas de no usar sus armas.
La codicia de los colonos norteamericanos, las reivindicaciones venezolanas y la obsesión expansionista de Brasil apuntan a un solo blanco: la bauxita.

 

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Burnham
Burnham: el sueño cumplido


 

 

 

 

 
 

 

 

 

 

 

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