Revista Periscopio
21.07.1970 |
A las 7.45, apenas dibujada en la neblina, la Ra II fue avistada por
los aviones del aeropuerto de Seawell, en Barbados. "Hubo un
manicomio en cubierta cuando nos vieron —contó uno de los pilotos—;
todos empezaron a saltar y a saludarnos agitando los brazos". Un
rato después, la gran vela roja, trapezoidal, con un disco
anaranjado en el centro (símbolo de Ra), se agitó como un diablo:
los siete hombres, barbudos, oscurecidos por el sol y el viento,
querían llegar cuanto antes; 57 días a solas con el mar justifican
cualquier apremio.
A las 13.45, una gentil corriente marina decidió empujarlos hacia la
costa; la vela roja caracoleó sobre sí misma, la nave se dejó
llevar. Una docena de aviones comenzó a saludar con piruetas
reverenciales; no quedó barco alguno en el puerto de Bridgetown —en
el extremo Sur de la isla—, el punto final del viaje. ¿Para qué
apurarse ahora, cuando se goza del paseo triunfal?
A las 16.50 —con el remolcador Culpepper de lazarillo—. la Ra II
entró, por fin, a puerto. Llovía a ratos; el mar estaba algo
agitado.
Fue el domingo 12, cuando Thor Heyerdahl, 55, un noruego
infatigable, cumplió uno de sus sueños: unir África y América en una
balsa de papiro. "En ningún momento corrimos verdadero peligro
—declaró uno de los tripulantes—-; Thor es un gran jefe y siempre se
mostró seguro del triunfo."
En ese momento, el líder estaba un poco confundido: izó la bandera
de las Naciones Unidas, tuvo que responder a un mensaje de la
princesa Astrid de Noruega, pudo abrazar a su esposa y a Annette,
17, una de sus tres hijas. Pero no mucho: Winston Scott, el
Gobernador, lo esperaba; George Ferguson, Ministro de
Comunicaciones, quiso saludarlo; los aviones volaban en círculos,
los barcos hacían sonar las sirenas. La civilización, en fin,
demostró que es por lo meno= tan peligrosa como la aventura. Pero
más aburrida, claro.
Apenas esquivó las fórmulas oficiales, Heyerdahl fue al grano.
"Hemos demostrado —dijo—, que los pueblos de la Antigüedad pudieron
haber llegado a América en embarcaciones como ésta, sin esperar el
advenimiento de los buques de madera." Su viaje demostró que la
teoría no se estrella contra la realidad.
Y hasta puede ofrecer un margen de ventaja: la nave -—según los
expertos— está en condiciones de seguir navegando, después de haber
recorrido nada menos que 5.700 kilómetros. Las provisiones, en ese
caso, no hubieran faltado: almacenados en vasijas de barro —como lo
hacían los mismos egipcios—, los tripulantes disponían, al llegar,
de arroz, queso, fideos, carne seca, sello (una mezcla de nueces,
miel, trigo aplastado y frutas secas) y botas de piel de cabra con
agua. En suma: lo suficiente como para disponer, durante un mes, de
un suculento menú cotidiano.
SOBRE LAS OLAS
Hace 25 años, Heyerdahl —entonces un antropólogo desconocido— se
lanzó a escribir una herética obra científica: Indios Americanos en
la Polinesia. Los editores rechazaron su proyecto; alegaron que era
absurdo suponer que los incas pudieran hacer cruzado el Pacífico con
sus elementales recursos. "En vista de ello —escribió luego
Heyerdahl—, decidí cruzar el Océano en una balsa de madera." Así
nació la legendaria expedición de la Kon Tiki.
Partió del puerto del Callao el 28 de abril de 1947; lo acompañaban
seis compatriotas. La nave: una balsa construida con los métodos más
primitivos; sin metal ni clavos, las piezas estaban unidas por
sogas. Medía 17 metros de largo por 7,de ancho; su único medio de
propulsión —respetando hasta el fin las reglas del juego— era una
vela.
El 31 de julio —tres meses más tarde— llegaron a las Islas
Marquesas, en el Pacífico Sur. a 6.500 kilómetros del punto de
partida. Entonces pudo defender, con cierto derecho, su hipótesis:
la Polinesia pudo ser habitada por indios americanos.
Los editores lo colmaron de ofertas; la versión novelada de su viaje
se desparramó por el mundo. Sus monografías científicas, en cambio,
quedaron sepultadas en los cajones de los especialistas. Se recluyó
en una cabaña. "Yo no quiero comodidades ni lujos —dijo—, prefiero
la belleza de lo natural, el encanto tranquilo de los pequeños
lagos."
Pero —estaba visto— no podía detenerse. En 1953 visitó las Islas
Galápagos; un año después volvió a los mares del Sur: en la isla de
Pascua demostró que una docena de hombres fuertes, con la ayuda de
un par de trancos de árboles, pueden izar estatuas de más de 30
toneladas. Aku Aku, el relato de la expedición, revela los
vericuetos de una cultura hasta entonces desconocida.
Hay pocos científicos como él: es capaz de conjugar el cerebro y el
cuerpo, la teoría y el músculo; no se limita a especular en un
gabinete. Por eso, cuando empezó a sospechar que los egipcios
pudieron haber llegado al continente americano antes que los
españoles, decidió poner manos —barcos— a la obra.
El año pasado hizo el primer intento: partió el 25 de mayo, de
Marruecos, con seis tripulantes. La Ra I devoró 200 mil cañas de
papiro; además de los modelos egipcios, Heyerdahl estudió las balsas
de los uros indígenas del lago Titicaca —en la frontera entre Perú y
Bolivia—, los mejores constructores del mundo actual. El 18 de
julio, a sólo 800 kilómetros de la costa centroamericana, la nave se
derrumbó sin remedio: su proa estaba sumergida, el mástil incrustado
en el piso. Un yate de recreo llevó la tripulación hasta Barbados.
La sucesora no tiene grandes modificaciones; algo de brea en los
extremos de las varillas, para reducir la absorción; un sistema de
armado diferente —dos grandes masas unidas por cuerdas—, según
recomendaron los indios bolivianos. Las dimensiones: 12 metros de
eslora y 5 de manga. La tripulación incluye a cuatro veteranos del
viaje anterior: Yuri Senkevich, soviético; Norman Baker,
norteamericano; Georges Sourival, egipcio; Carlo Mauri, italiano.
Los debutantes: Hei Ohara, japonés y Ait Othman Djibrine, marroquí.
Por lo que se sabe, no sería desventajoso asimilarlos a las Naciones
Unidas: las relaciones fueron envidiablemente pacíficas. Otros seres
vivos —al menos en el momento de la partida—: un pato, 24 pollos y
un mono.
El 17 de mayo salieron de Safi (Marruecos). Peso total: 16
toneladas. La ruta es buena, más en esta época del año. Pero no
faltaron los momentos de zozobra: a mediados de junio se desató una
tormenta fenomenal. Las olas atropellaban desde quince metros de
altura; el timón se rompió. "Jamás olvidaré ese momento —promete
Senkevich—, el ruido de la madera el quebrarse pareció un cañonazo.
Durante cuatro o cinco horas luchamos impotentes, cada vez entraba
más agua. AI fin conseguimos recuperar la dirección con un remo y la
borda quedó por encima del nivel del mar."
El papiro, en verdad, les regaló algunas sorpresas: al principio
absorbió con rapidez al agua de mar. "Pensé que tendríamos que hacer
una escala en las islas Canarias para ponerlo a secar —memora
Senkevich—, pero al cabo de una semana dejamos de hundirnos y
mantuvimos el mismo nivel." Este peso adicional fue una bendición:
la estabilidad aumentó. Según Senkevich, "el papiro demostró su
superioridad sobre la madera: puede quedar saturado y, sin embargo,
seguir a flote".
Dio evidencias: al llegar a Barbados, el barco pesaba —sin mástil,
provisiones y estructura de cubierta— 25 toneladas; 9 más que cuando
zarpara. En el futuro será llevado al museo Kon Tiki, en Oslo, donde
ocupará un lugar junto a la balsa pionera del Pacífico.
MADERAS Y PAPIROS: CONTROVERSIAS DE LA EGIPTOLOGIA
Aunque sólo demuestra que la travesía fue técnicamente posible, la
hazaña de Heyerdahl desata un tropel de conjeturas. Los científicos
—a veces nada más que los divulgadores— aguzan la imaginación y
tejen simetrías entre sociedades de los dos continentes.
Según Juan V. Estigarribia, 29, secretario del Instituto de
Egiptología de la Argentina, "hay muchas teorías, pero faltan
pruebas terminantes." De todas maneras, el viaje revela que podrían
haber llegado y esto va contra la opinión cerrada de la mayoría de
los científicos, que ni siquiera quieren mencionar el tema de las
relaciones entre la cultura precolombina y los egipcios".
En realidad, no parece una posibilidad tan descabellada: si bien no
fueron un pueblo marítimo —como los fenicios o los egeos—, los
egipcios navegaron por el Mediterráneo y el Mar Rojo desde tiempos
remotos; la razón: necesitaban ciertas materias primas que no
existían en su país.
Ya antes de los faraones (siglo 32 ó 33 AC), los reyes del Delta
enviaban sus naves a Fenicia en busca de madera de construcción; el
cedro y el ciprés eran imprescindibles para tumbas y sarcófagos.
Egipto careció siempre de maderas duras y, en consecuencia, este
tráfico duró tanto como su civilización.
Por el Mar Rojo, los reyes del Reino Antiguo enviaban flotas a Punt
(Somalia y Yemen), en busca de esencias y especias. El incienso y la
mirra eran de vital importancia para el culto de los dioses; también
—frivolidades hubo siempre—, para fabricar perfumes, una de las
industrias más importantes de la época. La preocupación naval no era
gratuita: si no enviaba a sus propios delegados, el rey caía en las
redes de los intermediarios; las caravanas —que circulaban a través
de la costa arábiga del Mar Rojo— solían encarecer 200 ó 300 veces
los productos.
La nave egipcia de tiempos faraónicos era de madera —"seguramente de
cedro o ciprés del Líbano", sostiene Estigarribia—; tenía una gran
vela cuadrangular y un solo palo, en el medio de la cubierta. Las de
mayor tamaño disfrutaban, a popa, de dos remos que hacían de timón;
las menores, de uno sólo. Abundaban las embarcaciones de 20 ó 30
remos; el fondo era curvo, sin quilla, lo que les permitía acceder a
cualquier playa.
¿Y las naves de papiro? "Eran en realidad canoas de pocos metros
—puntualiza Estigarribia— que se utilizaban para la navegación
fluvial; corresponden a los períodos más antiguos de la cultura
egipcia. En el apogeo político hubo naves muy grandes, comparables
en tamaño y velocidad a las que se hicieron en Europa en el siglo
XV, pero eran de madera". Según las evidencias, no existen naves de
papiro —ni siquiera reproducciones de ellas—, semejantes a la que
usó el antropólogo noruego.
"Una conclusión importante —aclara Estigarribia—: ningún hallazgo en
suelo americano de influencia pretendidamente egipcia, hebrea,
fenicia o minoica ha sido documentado con la perfección que requiere
la moderna ciencia arqueológica. Se habla de inscripciones
reveladoras, pero cuando los expertos llegan al lugar ya han
desaparecido; se mencionan marcas en rocas, pero al acercarse los
fotógrafos han sido borradas por el viento". Claro que, según el
estudioso argentino, "hay que tener en cuenta, también, la rígida
posición de algunos que desechan apriorísticamente toda evidencia,
sin prestar atención a los posibles indicios".
Es que una importante corriente de científicos piensa hoy que los
antiguos navegaron de un continente a otro con relativa frecuencia.
Así pasaron de uno a otro mundo especies animales y vegetales,
costumbres y tradiciones artísticas, pautas culturales y religiosas.
Algunas evidencias: hay figuras olmecas que reproducen la posición
del escriba sentado del Louvre; el palacio maya de Sayil, en
Yucatán, continúa la línea arquitectónica del de Knossos, en Creta;
un pequeño templo de Azcapotzalco (México), tiene la forma exacta
del signo egipcio de la vida, el Ankh. Son indicios aislados,
fragmentarios; pero signos, al fin, que no pueden arrinconarse sin
cuidado.
Casi nadie duda de que los antiguos eran capaces de proezas
marítimas; los autores antiguos dan evidencias; Heródoto, por
ejemplo, en su libro IV, capítulo 42, relata una historia de la
época del rey Necao II (reinó entre el 610 y 595 AC).
"Despachó en unas naves a ciertos fenicios —relata—, dándoles orden
de que volvieran por las columnas de Hércules [Gibraltar] al Mar del
Norte [Mediterráneo] hasta llegar a Egipto. Saliendo pues los
fenicios del Mar Rojo, iban navegando por el Mar del Sur [Océano
Indico]; durante el tiempo de su navegación, cuando llegaba el otoño
desembarcaban en cualquier costa de Libia [África] y allí hacían sus
sembrados y esperaban hasta la cosecha. Recogida la cosecha
navegaban otra vez, de suerte que pasados así dos años, al tercero
doblando por las columnas de Hércules, llegaron a Egipto, y referían
lo que a mí no se me hará creíble, aunque acaso lo sea para algún
otro, a saber: que navegando alrededor de Libia llegaron a tener el
sol sobre la mano derecha".
La parquedad del dorio, su misma desconfianza hacia el relato son,
para los autores modernos, casi una garantía: los enviados de Necao
II —según algunos— habrían doblado el Cabo de Buena Esperanza.
América, después de todo, no estaba mucho más lejos.
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