Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


La honorable sociedad

Revista Confirmado
16.09.1965

Hace exactamente un mes, una novedad casi increíble asombró a los italianos; para los habitantes de Sicilia constituyó la noticia del siglo. En 36 horas, la policía detuvo a diez grandes capi de la Mafia, cuyo procesamiento sigue su curso: se trata del golpe más rudo que la Onorevole societá haya sufrido en su existencia casi secular, ya que lo recibió en la cabeza. Evidentemente, algo cambió en las altas esferas demócratas cristianas; para atacar a la Mafia, y de ese modo, el acuerdo oficial era indispensable.
Durante muchos años, carabineros, policías, aduaneros y procuradores de justicia conocían todos los presuntos "secretos" de la Mafia: quiénes dirigían el tráfico de estupefacientes —cuyo centro de distribución es, precisamente, Sicilia—; qué bancos controla en el Oeste de la isla, y cómo. Lo sabían todo, pero nada podían hacer: tampoco ignoraban qué protecciones políticas aseguraban la impunidad de los mafiosi.
Cuatro de los buscados el 4 de agosto por orden del juzgado de Palermo lograron burlar las mallas policiales; con una única excepción, se encuentran ya en Estados Unidos. Pero entre los diez arrestados están quizás los más importantes: Giuseppe Renco Russo, Rosario Vitaliti, Frank Coppola, Giuseppe Magaddini, Frank Garofalo.
La Mafia no es exactamente un tumor maligno de la sociedad siciliana que se pueda extirpar sin grandes trastornos. Casi al día siguiente de consolidarse la unidad nacional italiana, Sicilia comenzó a ser recorrida por bandas hambrientas que reclamaban lo prometido por Garibaldi y negado por la casa real de Saboya: una reforma agraria que aboliese el latifundio y distribuyera tierras entre los campesinos. Batallones enteros fueron lanzados contra aquellas bandas, pero los veteranos de cien combates no lograban vencerlas: el pueblo los apoyaba, alimentaba y escondía. El incendio de granjas, los atentados contra terratenientes, constituían los métodos de aquellos partigiani dispuestos a todo; no de otro modo surgió en España —concretamente en Andalucía—, con la agrupación La mano negra, el sindicalismo agrario.
Perdida la confianza en las autoridades y el ejército, los detentadores de la tierra comenzaron a hacerse justicia por sí mismos: para enfrentar a las bandas campesinas se aliaron con grupos de bandidos, les pagaron y los protegieron de las incursiones, cada vez más raras, de los gendarmes. La Mafia conservó sus iniciales características antipopulares: en las últimas décadas sus balas abatieron a dirigentes obreros y agrarios que luchaban contra la estructura medieval de la economía isleña.
Cuando a la oligarquía siciliana, numéricamente débil, le fue imposible mantenerse en el poder sin recurrir al ejército o a los bandidos, eligió a éstos, que al advertir la situación apuntaron hacia objetivos propios. La Mafia brindaba sus servicios criminales a cambio de protección política; frente a la convencionalidad de las leyes y los tribunales, estableció los suyos, basados en el "código de honor" característico del atraso siciliano.
Sin pretender sustituir a la oligarquía, se le alió como agencia criminal. Parásita de las autoridades y del hampa, la Mafia fue sucesivamente monárquica, liberal, separatista, liberal otra vez, aunque por poco tiempo y, finalmente, demócrata cristiana. Por un lado se ocupa de negocios agrícolas, del mercado de carnes y de operaciones inmobiliarias; por el otro, del robo, la prostitución y el tráfico de drogas.
El desarrollo de la Mafia norteamericana, originalmente Unione Siciliana, y actual Cosa nostra, siguió idéntico proceso. Jóvenes integrantes de la mayor inmigración europea en USA encararon antes que otros sectores el problema fundamental del gangsterismo estadounidense: su cobertura legal. Así, el pistolerismo moderno es producto de los métodos sicilianos en las estructuras económicas norteamericanas; los sicilianos fueron los primeros en matar, pagados por industriales de Chicago, para reprimir huelgas. Como en la isla.
En 1919, la Mafia norteamericana participa directamente en la represión antiobrera que Edgar Hoover desata con motivo del segundo aniversario de la revolución rusa. Al Capone es aclamado como uno de los grandes campeones del anticomunismo; en declaraciones a Liberty, prestigiosa publicación dirigida por Cornelius Vanderbilt, manifiesta: "El bolcheviquismo golpea a nuestras puertas. Debemos organizamos contra él, alinearnos codo con codo; alejar a los obreros de la literatura rusa y deponer nuestras estúpidas querellas".
El 5 de mayo de 1920, la Mafia determinó, prácticamente, la detención de los anarquistas Bartolomé Vanzetti y Oscar Sacco, que siete años después morirían en la silla eléctrica —acusados de actos terroristas— ante un clamor universal de protesta. Fue también la Mafia quien asesinó a otro anarquista, Carlo Tresca, que editaba en Nueva York el periódico Il Martello: en él había denunciado vinculaciones de la banda de Maresi (pistoleros procedentes de Castellamare del Golfo) con el Partido Demócrata de Estados Unidos. Frank Garofalo, uno de las detenidos en Palermo el mes pasado, dirigió a los asesinos de Tresca.
La Mafia norteamericana siguió un rumbo propio hasta que, entre 1939 y 1944, 2.420 italianos, acusados de pertenecer a ella, fueron deportados a su tierra natal; el gobierno de Roosevelt había desatado una vigorosa ofensiva contra el tráfico de drogas. Para los pistoleros, diezmados por los G-men, el reclutamiento de asesinos y la recomposición de la red de estupefacientes constituyeron necesidades vitales. Los acontecimientos mundiales favorecieron la tarea de los mafiosi americani.
Durante la guerra, cuando las tropas de USA desembarcaron en Sicilia, hicieron gobernador militar de la isla a un emigrado, el coronel Poletti. Su brazo derecho fue Vito Genovesi, uno de los jefes de la Cosa nostra. Para gobernar sin dificultades, los norteamericanos debieron vincularse con la Mafia: autorizaron a Genovesi a designar alcaldes y jefes de policía. A la ceremonia en que asumió la alcaldía de Villalba el capo Calogero Vizzi asistió un obispo.
En 1944, un veterano político liberal, Andrea Finocchiaro Aprile, funda el Movimiento por la Independencia de Sicilia; los norteamericanos lo apoyan. La secesión de la isla podía brindarles bases estratégicas en el Mediterráneo.
El 16 de setiembre del mismo año, el alcalde Vizzi, rodeado por la flor de sus tiradores, disolvió a balazos un mitin donde debían hablar el diputado comunista Li Causi y el socialista Pantaleone, que años después publicaría un importante libro sobre la Mafia; esta agresión inicia una larga serie de atentados contra bolsas gremiales y ligas agrarias.
Las guerrillas del mis fueron acorraladas por el ejército italiano. Los autonomistas buscaron la ayuda de traficantes de drogas y explotadores de mujeres que, huidos de la policía, acampaban en las montañas: el más famoso era Salvatore Giuliano. Advirtiendo el peligro del separatismo, demócratas cristianos y derechistas procuraron calmar a los barones sicilianos; el actual ministro Matarelli invitó a los "fieles de la organización" a incorporarse con todos los honores a la Democracia Cristiana. A su vez, para terminar con Giuliano, el gobierno apeló a la Mafia, pero ésta se hizo rogar.
La derrota de Giuliano y el separatismo no se veían como inminentes. En su castillejo de Montelepre recibía emisarios, armas y dinero del presidente Truman. Sólo cuando acusó a los capi locales de pactar con Roma, la Mafia le tendió una trampa: consistía en obligarlo a reprimir a otros bandidos de la isla. Cuando quedó solo —pese a la ayuda de la policía, que lo consideraba el adversario más eficaz del hampa insular—, la Mafia lo hizo matar por su propio lugarteniente, Pisciotta.
En 1947, la banda de Giuliano cumplió uno de los más sangrientos operativos antipopulares de la historia italiana: emboscada en las colinas circundantes, abrió fuego contra los obreros reunidos en la llanura de Portella della Ginestra para celebrar el 19 de mayo. Durante el proceso, Pisciotta reveló que el asesinato de Giuliano había sido decidido en altas esferas y negociado con la Mafia; inmediatamente apareció muerto en su celda, envenenado con estricnina en el café.
Ya se había resuelto hacer de Sicilia el puerto franco de los estupefacientes; el plan fue desarrollado por Vito Genovese, Lucky Luciano, Joseph Profaci y Joe Banana (huido recientemente de esa la víspera de su interrogatorio por un tribunal). Los dirigentes de la Mafia vieja, que abandonaron sus actividades para dejar lugar a la irrupción de los norteamericanos, fueron compensados por los barones de sus desvelos separatistas con cargos de intendentes en sus haciendas; trabajando para nuevos amos, no tardaron en chocar con la Mafia nueva.
El gangster Collura llegó de Nueva York con la misión de terminar con la lucha tribal en Corleone; antes de dar el segundo paso fue asesinado por los guardaespaldas del doctor Navarra, dirigente de la Democracia Cristiana local. Antiguos y modernos se entregaron a un frenesí sangriento; Luciano Liggio eliminó a Navarra. Lograda una tregua, se reanudó el tráfico de drogas: redistribuidas en Roma, en lo de Frank Coppola, se las expedía a usa en cajas de conserva de tomate a nombre de Charles Orlando; de perfume, garantizadas por Giuseppe Scandariato, o de naranjas, de la zona controlada por Renco Russo (tres de los detenidos hace un mes).
En 1960, la especulación con terrenos y el control de bancos quebró la tregua; los carabineros intervinieron, y la Mafia contestó con un Alfa Romeo cargado de dinamita que mató a siete militares en Ciaculli, cerca de Palermo.
Policía, gendarmería, magistratura, estaban al corriente de todo. La aduana conocía al dedillo el funcionamiento de la red de drogas, pero la Democracia Cristiana interponía influencias en Roma. Sin embargo, fue justamente en el seno del partido oficial donde estalló la reacción más vehemente: un joven alcalde, Pasquale Almerico, denunció en carta al Comité Central la protección que los organismos provinciales democristianos dispensaban a la Mafia. Meses después, Almerico recibió en su cuerpo casi un centenar de balas. Su carta no tuvo difusión pública hasta que Felice Chilante la reprodujo íntegramente en los periódicos L'Ora, de Palermo, y Paese Sera, de Roma; una bomba voló el edificio del primero.
Durante diez años, la Democracia Cristiana se opuso a la creación de una comisión antimafia: en el mismo lapso, varios jefes de policía y el palermitano cardenal Ruffini declararon que la Mafia era pura invención. En 1963, a iniciativa del presidente de la asamblea siciliana D'Angelo, apoyado por la izquierda y el ala "progresista" del partido oficial, se integró una comisión investigadora, disuelta poco después ante la proximidad de las elecciones. La Mafia lo celebró atacando a los carabineros en Ciaculli, pero había subestimado al adversario: ante el clamor público, la comisión parlamentaria fue reconstituida y votó una ley antimafiosa, no sin la oposición de algunos democristianos.
El grupo parlamentario probó la vinculación de la Mafia con funcionarios de la Democracia Cristiana en la distribución de tierras en Palermo, la dirección del tráfico de drogas (en esta parte del informe se basaron las recientes detenciones), y la impunidad de los mafiosi en centenares de delitos mediante la intimidación a unos testigos, la compra de otros y la extorsión.
¿Por qué, hace un mes, el oficialismo italiano retiró su protección a Renco Russo, Coppola y demás capi? La respuesta surge de la actitud de denuncia asumida en los últimos tiempos por La Stampa e II Giorno, los dos diarios más influyentes de Italia, propiedad de empresarios modernos, partidarios de la eficiencia y la integración económica europea. Vanguardia italiana del Mercado Común Europeo, esos grupos combaten las viejas estructuras provincianas del poder; las bases de sustentación financiera de la Mafia —bancos locales, mercado de carnes y de productos agrícolas, sector inmobiliario— están en crisis en razón de la evolución económica del país.
El partido Demócrata Cristiano, que representa al mismo tiempo a fuerzas reaccionarias y dinámicas del capital italiano, parece haberse decidido por las segundas; estima que puede mantener sus clientelas electorales sin recurrir ya a la Mafia. La derecha pierde terreno ante la Democracia Cristiana; la izquierda atraviesa una crisis que se anticipa prolongada.
Habría llegado, pues, el momento de cortar los lazos comprometedores y librarse del lastre moral. Los próximos seis meses señalarán si esa evolución es irreversible y si los elementos anacrónicos se dejan vencer. En cambio, si los Russo, Coppola, Garofalo son liberados gracias a sus protectores habituales, el clima político de Sicilia se tornará letal. Para liberarse del temor y de las ominosas tradiciones de la Onorevole societá, los sicilianos necesitan estar seguros de que la autoridad realmente los defenderá de ella.

 

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