Volver al Indice
Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL

Hyde Park: paraíso de la libertad de expresión
por Carlos Villar Araujo
Revista Mundo Argentino
1958


 

 

 

Un buen día los londinenses se levantan con la novedad de que los empleados municipales han repartido sillas plegadizas por las plazas. Entonces saben que ha llegado la primavera. O, dicho de otra manera, que el domingo deben ir a Hyde Park.
El viejo y enorme parque de Hyde no tiene nada que ver con el personaje de "El Hombre y la Bestia". Sin embargo, como en la famosa creación de Stevenson, tiene dos caras diametralmente opuestas, y allí los contrarios se armonizan en la más particular de las asociaciones. Los días de semana es ante todo y sobre todo un paseo aristocrático de equitación, el Rotten Row, donde 'gentlemen' con la palabra "Lord" u "Honourable" delante de su apellido, y varias iniciales raras detrás, cabalgan orgullosamente sobre auténticos 'pur sang', sufriendo a veces la compañía de una rubia amazona tan insípida como ellos. Son las horas de gloria del Hyde Park, cuando rememora su noble historia, tan unida a la de la suntuosa casa de los Grosvenor. Porque no podemos olvidar que el legendario parque tiene una antigüedad paralela a la de Londres, y como nos relata su mejor biógrafo, Max Pemberton, hace más de 300 años que las más hermosas mujeres del mundo entero han acudido allí, contemplando desde los ventanales de sus severas mansiones el verdor inigualable de aquellas praderas de ensueño. En la descripción de Pemberton hay mucho de idealización, no lo niego, pero el lector sabrá expurgarla mejor que yo.
Lo cierto es que la faz aristocrática del Hyde es innegable, y millares de burgueses ricos querrían codearse con los figurones que allí gustan matar displicentemente su 'spleen'. Pero no es, sin embargo, eso lo que hace tan característico al Hyde Park y lo distingue radicalmente del Bois de Boulogne, en París, o de los Bosques de Palermo, en Buenos Aires. No, ni tampoco el lago artificial (una especie de balneario de Olivos al uso londinense y ubicado en el centro mismo de la ciudad) ni las canchas de fútbol y tenis ni las parejas de enamorados, acostados aquí y allá sobre el césped. Todo eso es normal, repetido. Un poco más raro resulta ver paciendo sobre los prados cientos de ovejas bajitas, redondas y monstruosas, especie de animales sagrados a fuer de tradicionales, y que despiertan el respeto de los ingleses más que los gansos del Capitolio podían inspirarlo a los compatriotas de Cicerón.
Pero inclusive en eso podría haber precedentes. En primer lugar, las ovejas no están solas, porque también existe una multitud de ardillas muy mansitas, que le vienen a hurgar al paseante en los bolsillos para sacarle nueces o chucherías. Y, por otra parte, ambos animales son a Hyde Park lo que las palomas a Trafalgar Square o a la plaza de San Pedro en Roma: decoración viviente. En realidad la verdadera nota genial es relativamente moderna, y su descubrimiento hizo exclamar a un visitante que "el Hyde es el parque más original de toda Europa". Porque allí impera algo muy raro en nuestro democrático mundo: la Libertad de Expresión. Así, con mayúscula. Absoluta, tremenda, infinita.
Los ingleses han descubierto una desconcertante verdad psicológica: si todos los resentidos, los fanáticos y los idealistas que tiene Londres pueden ir a una plaza y despacharse a gusto contra el blanco de sus preferencias, volverán aliviados a sus tareas y cumplirán con sus obligaciones civiles como cualquier persona normal. Digamos que en Hyde Park se practica una especie de psicoanálisis de grupo en escala gigante. Hay un lugar especial, en los alrededores del Arco de Mármol, entre el tránsito incesante de la calle Oxford y la quietud maravillosa de los prados, que se titula precisamente "Rincón de los Oradores" (Speaker's Corner). Durante toda la temporada estival y hasta bastante avanzado el otoño, se congrega allí los sábados y domingos una multitud que a veces llega a los tres millares de personas. Son hombres y mujeres de las más variadas clases sociales, orígenes y profesiones. Pero tienen algo en común. Les gusta discutir, aplaudir y escuchar cuidadosamente todas las opiniones, por opuestas y disparatadas que sean. El otro término del equipo está formado por un grupo no menos heterogéneo de oradores, algunos improvisados, otros famosos, precisamente, por sus peroratas de Hyde Park. Hablan sobre cualquier cosa, y cualquier cosa pueden decir.
Claro que tienen ese derecho porque no abusan de él. A pesar de las controversias frecuentes entre oradores y auditorio —o entre dos oradores, cada uno desde su tribuna— jamás han llegado a suscitar una cuestión violenta. Quizás si algo les está prohibido es hacer críticas personales a la familia real. Y ello porque la multitud respondería tan airadamente, que no se podría evitar una trifulca.
El Ejército de Salvación, los mormones, los comunistas, los anticomunistas, los republicanos, los imperialistas, los antiimperialistas, los revolucionarios y los conservadores hacen en el Hyde Park gala de ingenio y verborrea. Recorriendo el "Corner" es inevitable que usted se tope con una educada señorita, muy trepada en la correspondiente tribuna portátil. Quizás crea reconocerla como una estudiante de Filosofía y Letras de Buenos Aires, fundadora de la Liga Humanista. O tal vez le parezca haberla visto en París, entre la muchachada de la Sorbonne. Asómbrese usted: es escocesa, se llama Rita Milton y lleva la voz del Grupo Anarquista de Londres. "Debemos acabar con la Corona, disolver los Parlamentos, destruir las instituciones. El hombre pondrá de manifiesto su bondad natural cuando desaparezcan los gobiernos", nos dice. Más allá, un hombre de gorra y barba rizada, el "father Smith", nos habla de la "nueva y última Casa de Israel". Es famoso en el Hyde, y su propio padre llegó a Inglaterra junto con Carlos Marx. A su lado se levanta la tribuna verde de la "Hermandad Católica de la Evidencia". Un hombre de clase media, o una típica mujer madura inglesa, se dedicarán desde ella a defender la religión de Chesterton, en el lugar más chestertoniano de Londres.
Los filósofos no faltan en el Hyde Park. Hace diez años —no sé si vivirá todavía— había uno celebérrimo: el viejo Arthur Meade. Nariz corta, ojos azules y barba blanca de profeta ruso, más pobre que Diógenes, y como él obsesionado por el problema moral, en lo alto de un cajón vacío hacía sus eruditas disertaciones, ante la sonrisa escéptica de los londinenses, salpicándolos a todos con abundantes citas de Aristóteles y otros pensadores clásicos. El que sí estoy seguro que subsiste, porque lo vi hace unos meses fotografiado en una revista alemana, es el curioso "Príncipe Ras Monolulú". Con su traje de feria y su corona de plumas de diversos colores, este negro, sedicente reyezuelo abisinio, hace la "friolera" de 30 años que viene concentrando la atención de los "amateurs" con sus datos —casi siempre infalibles— sobre carreras de caballos. Entre semana se las ingenia para vivir con pequeños papeles en los circos, o trabajando como extra cinematográfico: es famoso, y eso lo hace feliz...
Salimos del Hyde Park. Hemos visto burlarse de la policía en las barbas de dos sonrientes agentes de tránsito; proclamar la república frente a un gigantesco granadero de la Guardia, cuyo cuartel queda en las inmediaciones del parque; gritar que se acerca el Día del Juicio y al lado que la religión es el opio del pueblo; protestar a favor y en contra del alcohol, de la prostitución reglamentada y del divorcio... Mareados, tomados a los tumbos por Oxford Street, justo para ver cómo un hombre de gorra, que transporta jadeando un enorme cartel, tropieza y se cae largo a largo sobre la acera. Nos acercamos, pero se nos adelante una figura conocida. Es el orador del acto que los comunistas acaban de hacer pidiendo que de una vez por todas se reconozca a China roja en las Naciones Unidas. "Shorry, oldman" (Lo siento, viejo), exclama, mientras lo ayuda a incorporarse. Maquinalmente nos fijamos en el cartel que llevaba él otro: "HAY QUE UNIRSE CONTRA EL PELIGRO COMUNISTA", dice en gruesos caracteres negros. Esto es Hyde Park... Y esto es Inglaterra.